LA SUBLEVACIÓN MILITAR EN TOLEDO

LA SUBLEVACIÓN MILITAR EN TOLEDO

           Los apoyos civiles a la conspiración

 

En 1936 Toledo contaba con una población de 31.000 habitantes, básicamente dedicados a los servicios y al comercio  que proporcionaban las instituciones civiles, militares y eclesiásticas; aunque el principal centro industrial era la Fábrica de Armas.

El alcalde del Frente Popular Guillermo Perezagua Herrera era conocedor de que los núcleos activamente comprometidos con la conspiración se encontraban entre los militantes de Acción Popular, Renovación Española y Falange, aunque hay que recalcar que algunos de sus líderes —José Sáinz, Lequerica o el  conde Mayalde—, realizaron su tarea a nivel nacional más que provincial. La singular actuación del gobernador civil durante las semanas anteriores a la sublevación jugó, también, un determinante papel en el encubrimiento de la conspiración, cuyo epicentro directivo se encontraba en la comandancia de la Guardia Civil.

Algunas organizaciones civiles, en teoría apolíticas, ayudaron a captar adeptos en favor de la insurrección. Tal ocurrió con la Asociación Anti-agresión Aérea de Toledo, que constituida en 1935 fue precursora en su género en España. Su objetivo consistía en formar a la ciudadanía para la defensa de ataques aéreos, especialmente contra los gases tóxicos, según las experiencias de la I Guerra Mundial y de la guerra de Marruecos. Alcanzó el gran número de 250 socios, incluyendo entre ellos al coronel Moscardó y una nutrida y variada representación de las clases más pudientes de la ciudad: médicos, abogados, notarios o farmacéuticos. Otro miembro, el químico Andrés Marín Martín, fue uno de los civiles encerrados en el Alcázar, quien por su especialidad se le encomendó la misión de analizar y contrarrestar los posibles explosivos y gases tóxicos que se temían. Aunque después hizo las veces de sacerdote porque ningún religioso se encerró en la fortaleza, salvo cinco monjas que prestaban servicio en la enfermería de la Academia. Por su parte, Silvano Cirujano Cirujano sería el hombre clave de la conspiración civil. Por su condición de comandante retirado mantuvo estrechas relaciones con los jefes militares y la Comandancia de la Guardia Civil.

Los funerales en honor de Calvo Sotelo, celebrados en Toledo el 17 de julio, se aprovecharon para concluir pormenores de la sublevación en casa de los Barber, cuñados del líder asesinado, y en la sede de Renovación Española, donde se había colocado un libro de firmas. Herreros, Isabelo, Mitología de la cruzada de Franco, 1995, pag. 23.

Según Ruiz Alonso, el jefe provincial de Falange José Alonso Sáinz tuvo un papel decisivo en la trama. De ser ciertas las crónicas del biógrafo oficial de Falange, Jerez Riesco, fue precisamente Sáinz quien convenció a José Antonio para llevar a cabo la sublevación antes de las elecciones de febrero de 1936. Se trataba de instigar una rebelión militar a escala nacional desde Toledo, uniendo a falangistas y cadetes de la Academia. Con tal fin se trasladaron a la Imperial ciudad, Raimundo Fernández Cuesta, José María Alfaro y el propio Sáinz, para entrevistarse con el coronel Moscardó. Aunque se mostró favorables, consultó primero con Franco y después les aconsejó paciencia y espera.

 

La conspiración militar dentro de la Comandancia de la Guardia Civil de Toledo

 

           Su jefe, el teniente coronel Pedro Romero Basart fue el personaje clave de la puesta en marcha de la sublevación, quien tenía cuentas pendiente con la República al haber estado implicado en el golpe militar del general Sanjurjo en 1932.  Todos los comandantes de puesto de los cuarteles  habían recibido un sobre lacrado, con instrucciones precisas para marchar hacía el Alcázar de Toledo, que sólo deberían abrir cuando recibieran la consigna: “Siempre fiel a su deber”. La historiografía discrepaba en cuanto a la fecha de su emisión pero no respecto del artífice del mismo. El propio interesado, R. Basart, confirmó años después la autoría en su  hoja de méritos, y que fue en la mañana del día 18 de julio cuando personalmente ordenó su apertura a los puestos locales.[i]

De esta forma, todos los cuarteles de la Guardia Civil de la provincia quedaron clausurados tras la marcha de sus ocupantes a Toledo. En algunos casos, como La Puebla de Montalbán, se entregaron las llaves del recinto militar al alcalde de la localidad, socialista en esta ocasión. Esto supuso una clara ventaja para los partidarios del Frente Popular que dominaron y gobernaron, sin esfuerzo alguno,  la comarca de Torrijos en los más de sesenta primeros días de guerra civil.[ii]

El domingo 19 de julio comenzaron a llegar los guardias civiles de los pueblos, la mayoría con sus familias, para refugiarse en el Alcázar. No ocurriría así con la esposa y dos hijos del coronel que permanecieron fuera de la fortaleza, siguiendo órdenes del coronel Moscardó. Esta decisión, difícilmente comprensible, no ha recibido una explicación coherente y unificada por la historiografía pro-franquista. Las cartas remitidas durante el asedio por el militar a su cónyuge, son un fiel reflejo del arrepentimiento de tan polémica determinación que acabó con la vida de su hijo Luis. Es posible que el coronel tuviera plena confianza en el triunfo inmediato de la sublevación, lo que explicaría aquella arriesgada decisión.

Aunque la Iglesia no participó como tal en los preparativos del levantamiento, el gran partido católico estaba plenamente integrado en la conjura. Sin embargo, con el estallido del conflicto, la mayoría de los religiosos y fieles católicos se apresuraron a apoyar a los militares rebeldes. Por ello, no resulta sorprendente el decidido apoyo de la Iglesia católica y del Vaticano a la causa rebelde durante la Guerra Civil. En opinión de Francisco Cobo, los gobernantes republicanos no supieron anteponer la consolidación de la República a los deseos de ajustar cuentas contra el anterior confesionalismo. El gran error de los gobiernos de la época fue no intentar soluciones imaginativas como las ensayadas en Francia para evitar enfrentarse a la gran mayoría de católicos y su enorme fuerza movilizadora.

 

 

           El complot dentro del Gobierno Militar

 

El coronel Moscardó era en aquellos días, de forma accidental, el gobernador militar de Toledo, por encontrarse de permiso el director de la Academia de Infantería, coronel Abeilhe, amigo de Silvano Cirujano y del cardenal Gomá. Aunque su animadversión para con la República era por todos conocida, no existen pruebas de su actividad conspiradora en los meses previos al 18 de julio, aunque la historiografía franquista lo ha dado por hecho. La coyuntura decisiva para que en Toledo triunfara el golpe militar fue la coincidencia que supuso que tanto el jefe de la Comandancia de la Guardia Civil como el gobernador civil  apoyaron el levantamiento. Los hechos ocurridos en Toledo, que ahora pasamos a narrar, están hoy bien documentados. Moscardó, ante el control de la ciudad por las tropas que defendían la legalidad republicana, hizo lo que el abecedario más elemental africanista mandada, o sea, encerrarse en una fortificación de fácil defensa y esperar la llegada de unidades amigas para la liberación.

 

 

           El día que todos esperaban, el 18 de julio.

 

La mañana del 18 de julio el coronel Moscardó viajó a Madrid, en calidad de director de director de la Escuela de Gimnasia y Comandante Militar de Toledo, con la intención de hacer gestiones con motivo de su proyectado viaje a Berlín para asistir a la Olimpiada y, especialmente, a interesarse por la marcha del planificado golpe militar. Esa misma mañana, miembros de Falange y Acción Popular aparecieron armados en la plaza de Zocodover. Entre ellos, junto al cuartelillo de la Guardia Municipal de dicha plaza, estaba el alcalde de la ciudad, Guillermo Perezagua, de Izquierda Republicana, que con su bastón de mando andaba de un sitio para otro, sin ser molestado por los sublevados, posiblemente porque su hijo estaba afiliado a Falange y porque fueron momentos de gran confusión.

De vuelta a Toledo, y ante la gravedad de los acontecimientos que se estaban produciendo, Moscardó celebró por la tarde una reunión en el Gobierno Militar —sita en la calle del Carmen, junto a la plaza de Zocodover—, con los oficiales comprometidos con el golpe. Acordaron simular que permanecerían en la legalidad hasta nueva orden.  No eran muchos, pero prácticamente constituían todas las fuerzas militares y de orden público de Toledo, teniendo en cuenta su disminución por los permisos de verano y el cierre estival de la Academia. No obstante, a estos hombres se unió pronto otra fuerza armada que constituyó una ayuda importante: la Guardia Civil, con unos 600 hombres armados al mando del teniente coronel Romero Basart.

Entrada la noche, hacía las 23 horas, se emitió por Unión Radio el famoso discurso de Dolores Ibárruri, Pasionaria. En su conmovedora arenga, la diputada comunista anunció oficialmente que se había producido una sublevación militar y llamó a la lucha del pueblo para defender la República. La alocución fue seguida en las sedes de los sindicatos y partidos y se retransmitió por los altavoces a la calle, en una atmósfera ya calentada por los sucesos vividos a lo largo del día. Cuando se apagó la radio, grupos de manifestantes excitados se concentraron en la plaza de Zocodover, produciéndose un enfrentamiento a tiros entre estos y miembros de la guardia civil que estaban de refuerzo en los soportales de la plaza. Desde la sede de Acción Popular, cedistas y falangistas se unieron a la escaramuza. El entonces teniente de la Guardia Civil Ángel Saavedra, declaró a La Causa General que subió con refuerzos de infantería en camión desde la Puerta de Bisagra. El desigual combate acabó con cuatro manifestantes muertos por arma de fuego y dos guardias civiles heridos. Desde ese día 18 de julio, y a la vista de los sucesos de Zocodover, donde había corrido la primera sangre de la sublevación en Toledo, la población leal a la República evitó enfrentarse indefensos a unas tropas que no habían vacilado en disparar a matar.

El primer hecho que movió a la rebelión ocurrió el día 19 de julio a primera hora, cuando el Ministerio de la Guerra llamó a Moscardó para que ordenara enviar a Madrid las municiones de la Fábrica de Armas. Moscardó demoró la orden aparentando lealtad a la República al exigir que ésta fuera transcrita por medio de telegrama, puesto que una orden tan comprometida necesitaba algo más que una simple llamada de teléfono. En realidad, solo buscaba ganar tiempo para lo que intuía que tendría una solución inmediata y acorde a sus intereses.

           Lunes 20 de julio

 

Sin embargo, la situación del coronel se vio seriamente comprometida cuando esa misma noche llegó a Toledo el diputado socialista por Albacete, José Prat, para exigir en persona el envío y, sobre todo, exigir a gobernador civil que fuera leal con la República y transmitirle personalmente la orden del Gobierno Giral de repartir armas a los sindicatos. Prat ya se percató en aquellas horas de la madrugada de la vigilancia y patrulla de los guardias civiles por los puentes y calle de Toledo. Ya, en el la puerta del despacho del gobernador se encontró con Pedro Romero Basart, máximo conspirador. En su espera obligada, Prat estuvo charlando amigablemente con él. Resulta evidente que el gobernador engañó al socialista y desoyó con evasivas las órdenes de Prat. Lo mismo hizo Romero Basart cuando el diputado le solicitó las armas requisadas por la Guardia Civil, argumentando que las había convertido en chatarra. Tras su frustrada misión, Prat se reunió con los dirigentes del Frente Popular en la Diputación Provincial, donde le expusieron la verdad sobre las intenciones de Moscardó y los suyos.

La rebelión en Toledo se había consumado y ahora se disponía de unas breves horas para evaluar la situación y organizar el aparato defensivo para recibir los ataques que, sin duda, iban a producirse. En el pensamiento de los amotinados existía la idea de que el conflicto no pasaría de una escaramuza y que la solución vendría en muy poco tiempo, como lo prueba el hecho de que la mayor parte de las familias de los militares quedaron fuera del Alcázar. La esposa de Moscardó no sería detenida hasta el 13 de agosto, junto con su hijo Carmelo, siendo recluidos en el edificio del Manicomio de Toledo.

Durante este día se militarizó a los paisanos que se unieron a los sublevados. En el patio de armas de la fortaleza recibieron armas, mandos e instrucciones. Se trataba de los hombres más comprometidos y más temerosos de sufrir represalias. Obviamente, en la ciudad quedaron otros que por edad, por dudas sobre el triunfó del amotinamiento, optaron por esperar al desarrollo de los acontecimientos, aunque igualmente deseaban el triunfo de la sublevación. Todos ignoraban que el asedio del Alcázar se convertiría en el episodio bélico de mayor contenido propagandístico de la  Guerra Civil Española.

Moscardó reunió ese día a la Junta de jefes de la plaza, nombrando a Silvano Cirujano director del elemento civil, estudiando la defensa de la ciudad para el caso de declarar el estado de guerra en la misma. El mayor problema con el que se encontró fue con la reticente actitud del coronel Soto, que estaba en comunicación directa con Madrid y había organizado un Comité de defensa en la Fábrica de Armas, con 40 obreros armados como medida disuasiva; aunque sabía que no podía enfrentarse a Moscardó. Para neutralizarlo, los rebeldes recurrieron al comandante de artillería Méndez Prada y a sus 17 tenientes en prácticas, quienes se quedaron allí a pernoctar, bajo el engaño de que estaban de parte de la República.

En aquel día de mentiras y confusión se reiteraron las llamadas telefónicas desde Madrid a Moscardó y a Basart, y ambos siguieron dando largas a las pretensiones del envío de las municiones de la Fábrica de Armas y tibias garantías de lealtad.

 

           Martes 21 de julio

 

           Eran las 7 de la mañana cuando una sección de infantería comandada por el capitán Vela Hidalgo, escoltado por guardias civiles y un coche al que se le había adaptado una ametralladora, salió del Alcázar para pregonar el tan ansiado y demorado estado de guerra. Con ello se dio por terminada la resistencia pasiva ante las órdenes superiores, siempre incumplidas. El recorrido por las plazas y calles más céntricas de Toledo discurrió sin apenas incidentes. Ahí estaba el fotógrafo Rodríguez, junto con algunos periodistas de la prensa nacional, para captar aquel momento histórico que daría la vuelta al mundo. Según Joaquín Arrarás, solo detuvieron a un joven que daba vivas al comunismo, llevándoselo detenido al Alcázar. Después, Moscardó nombró a un nuevo gobernador civil en sustitución de Manuel María González, quien renunciaba a su cargo y se encerraba voluntariamente en el Alcázar junto con su mujer, tres hijos y su secretaria personal. El coronel designó en su puesto vacante al Notario Justo del Pozo Iglesias, quien según Luis Moreno Nieto era un hombre “…de acusada personalidad entre la buena sociedad toledana…”. Nombramiento que, al quedar el adjudicatario fuera de la fortaleza, supuso haber firmado su sentencia de muerte.

Se emplazaron las fuerzas rebeldes por la ciudad, ocupando organismos públicos y privados de interés y los edificios que eventualmente podían servir como defensa militar: Hospital de Tavera, Fábrica de Armas —de la que sacaban cinco camiones cargados de cartuchos hacia el Alcázar—, convento de los Carmelitas Descalzos, bancos, Ayuntamiento, catedral, plaza de Zocodover, Prisión Provincial, puertas de la muralla y puentes sobre el río Tajo.

Por su parte, desde las 15,30 horas, el Ministerio de la Guerra había ordenado el bombardeo aéreo de los sublevados. Hacia las 18 horas, cuando el convoy procedente de la Fábrica de Armas llegaba a la fortaleza, el último de los camiones fue alcanzado de lleno, en la misma explanada, originando un gran incendio y algunas bajas.

Las avanzadillas de la columna Riquelme comenzaron a llegar a las afueras de Toledo en torno a las 17 horas, enfrentándose con la primera línea exterior de defensa de los sublevados. A última hora, mientras los amotinados se disponían a pasar su primera noche, Riquelme telefoneó a Moscardó ordenando su rendición.

 

           Miércoles 22 de julio

 

Esta jornada se significó por el combate entre la columna procedente de Madrid y los sublevados. Aquella estaba compuesta por dos compañías de infantería al mando del comandante José Noé Rodríguez, guardias de asalto del comandante Emilio Torres, una batería de 105 mm y un número indeterminado de milicianos bajo el mando del capitán Salvador Sediles. Según el diario del alférez de sanidad, Antonio Gómez Zamora, natural de Mora e integrante de esa columna, en total fueron unos 1.500 los hombres desplazados desde Madrid, además de los reporteros y fotógrafos de prensa. A estos efectivos se deben añadir los jornaleros escopeteros de los pueblos de la carretera, mal armados y de escasa formación, que en la ruta hacia Toledo se les fueron uniendo.

El factor que desequilibró la lucha a favor de las fuerzas llegadas de Madrid fue la artillería, emplazada en la dehesa Pinedo, y el apoyo aéreo con que contaron durante toda la jornada. El nuevo gobernador nombrado por el Gobierno de la República, José Vega López, telefoneó a Moscardó por la mañana en un último intento de evitar la lucha, dando dos horas de plazo para la rendición. Tras convocar  a la Junta de jefes, la petición fue rechazada.

La primera culminación de los atacantes fue la ocupación de la Fábrica de Armas. Los baluartes de resistencia fueron el Hospital de Tavera y el convento de los Carmelitas Descalzos, el primero situado en la carretera de Madrid y segundo en lo más alto del casco antiguo, desde cuyo lugar privilegiado se dominan las calles que desde la puerta de Bisagra suben a Zocodover. En lo más alto, el edificio había sido preparado previamente por los sublevados para su defensa y allí combatió duramente un destacamento de guardias civiles para garantizar la retirada de los de Tavera. Así, poco a poco, las fuerzas de Moscardó fueron replegándose dentro del Alcázar. Los últimos en llegar fueron las patrullas del teniente Silvano Cirujano (hijo), que venían de la plaza de Padillla, y las del capitán González Consuegra, procedentes de la Prisión Provincial, con los enemigos pisándoles los talones. No pudieron conseguirlo los destacamentos de guardias civiles apostados en Radio Toledo y Banco de España, cuyas líneas de retirada quedaron cortadas. Los guardias se entregaron, y con ello se dio por concluido el combate, comenzando a organizarse los sublevados dentro del Alcázar. Cuando llegaron prisioneros a Madrid, escoltados por guardias de asalto, hicieron unas declaraciones al periódico ABC manifestando que habían sido engañados por sus superiores y que habían aprovechado la ocasión para pasarse a las fuerzas del Gobierno. Paralelamente, otros 29 guardias civiles del acuartelamiento de Tembleque, al mando del teniente Sánchez del Valle, eran detenidos en la estación ferroviaria de Algodor. Se habían retrasado por no haber encontrado medios de transporte y no tuvieron más remedio que usar el ferrocarril. Advertido el secretario provincial del PSOE, Manuel Aguillaume, jefe de telégrafos, fue quien dirigió la operación de captura.

A la vista de la victoria momentánea, el ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés, que se encontraba en Toledo de manera circunstancial, efectuó una nueva llamada telefónica a Moscardó y este convocó de manera inmediata a la Junta de jefes para que tomaran una decisión de manera democrática.

Los combates del día 22 que dejaron a Toledo para la República, tuvieron diferente valoración según el origen de la misma. Para la historiografía franquista se trató de una buena maniobra de retirada hacia el Alcázar, dada la imposibilidad de defender la ciudad entera, ante la superioridad de las fuerzas atacantes. Para el militar republicano Enrique Líster, por el contrario, “los rebeldes se encerraron en la fortaleza cuando tenían fuerzas y medios para apoderarse de la ciudad”. En cualquier caso, la decisión de recogerse daría la razón al éxito de Moscardó, si bien con la ayuda extranjera.

 

           Jueves 23 de julio

 

Lo más destacado de esta jornada fue la conversación telefónica entre Moscardó con los representantes del Frente Popular, teniendo a su hijo como rehén, y volviendo a exigir la rendición. La transcripción de la misma es imposible de desvelar, y existen diversas opiniones al respecto, a pesar del gran número de testigos y telefonistas presentes a ambos lados del auricular. Sin embargo, no ofrece dudas que la posible amenaza de fusilar al Luis, el hijo de Moscardó, no se ejecutó. El joven fue enviado a prisión y, un mes después, tras un bombardeo aéreo, los milicianos asaltaron la cárcel y le incluyeron en una saca masiva de prisioneros en la que fue fusilado. Por el contrario, las fuerzas leales hicieron todo lo posible para proteger a la esposa de Moscardó y a su hijo menor, Carmelo, durante los meses del Toledo revolucionario.

A los pocos minutos de colgar el teléfono comenzó a tejerse la leyenda o la realidad. Según Bullón de Mendoza y Togores, el teniente Enríquez de Salamanca, uno de los presentes en su despacho, no pudo reprimir abrazarlo y besarlo. Acto seguido, todos los testigos corrieron a divulgar la noticia y Silvano Cirujano convocó a varias decenas de amotinados en el patio del Alcázar para contar los sucedido, destacando que Moscardó como un héroe milagroso.

 

 

           Viernes, 24 de julio

 

Posiblemente, como respuesta a la amenaza de ejecutar a Luis Moscardó, sus hombres realizaron una salida para capturar rehenes y recoger alimentos. La consecuencia más grave de dicha orden fue la detención del teniente alcalde del Ayuntamiento de Toledo y líder histórico del PSOE, Domingo Alonso Jimeno. Cuando se resistía a ser conducido al Alcázar por un  pelotón de guardias civiles fue tiroteado por estos en plena calle Sierpes, mientras veía arrastras a su mujer e hija hacia la fortaleza. Alonso había sido diputado desde 1931 a 1933, además de director del periódico El Heraldo de Toledo. En la base de datos del Congreso de Diputados figura que murió el 14 de agosto, junto al nacimiento en Pulgar (Toledo), el 12 de mayo de 1882, en clara contradicción a los que aseveran que falleció asesinado es día 24 de julio.

La versión que dio Moscardó en su cartas fue otra muy diferente: “Sobre este particular me he alarmado porque ayer, en una salida  para requisar víveres, la Guardia Civil la malhadada ocurrencia de detener a la familia del concejal Domingo Alonso y traerles detenidos como rehenes. Me desagradó hasta el extremo, pues creerán que la salida fue únicamente para cogerles como garantía, y yo no soy capaz de hacer eso, es más me repugna y de buena gana les soltaba…” Tres días después, el coronel vuelve sobre el asunto: “He puesto en libertad a la mujer y a la suegra del dueño del bar de la calle Sierpes, detenidas también el día de la salida. Yo espero que ellos hagan lo mismo con vosotros si llega el caso…” Sin embargo, la historiografía se sigue preguntando que si ordenó liberar a las mujeres y niños del bar, ¿por qué no hizo lo propios con la mujer e hija de Domingo Alonso?

Aunque la historiografía discrepe del número de rehenes y de su fin último como valor de cambio, lo cierto es que su existencia fue incuestionable. Las cifras de capturados y prisioneros oscilan en una franja que va desde el mínimo de 16 —admitidos por el propio Moscardó en su Cuaderno— hasta varios centenares.

 

           El poder miliciano fuera del Alcázar

 

El la fuerza más difícil de historiar por su carencia de institucionalización y el anonimato de las decisiones colectivas, así como la velocidad con la que se produjeron cambios y relevos. Los otros dos poderes —Gobierno Civil y dirigentes del Frente Popular— no consiguieron neutralizarlas hasta pasadas unas semanas desde que el pueblo se levantó en armas. Fueron parte importante del cerco contra los sitiados en el Alcázar y realizaron sucesos revolucionarios en estos meses. Fue un hecho habitual que milicianos de unidades de otras provincias, sobre todo de Madrid, vinieran a Toledo a hacerse “la foto” entre barricadas, cuando el acontecimiento del Alcázar era una de las noticias más comentadas en Europa. De la capital llegó el Batallón Águilas de la Libertad, compuesto inicialmente por unos 150 anarquistas comandados por el capitán Sediles y se instalaron en la Cooperativa Agrícola del Clero. Por su parte, las Milicias del teniente Castillo era una unidad de jóvenes socialistas procedentes de diversas localidades madrileñas.

Las milicias formadas en Toledo se nutrían de afiliados de las diversas organizaciones frentepopulistas, principalmente de las juventudes. El Batallón Leones Rojos estaba formado por unos 300 hombres, dirigidos por el capitán de milicias Ángel Rino, camarero de origen italiano, que incautaron el edificio del Colegio Infantes, junto a la plaza de la Bellota. Y las más importante y numerosas de la ciudad: las Milicias de Toledo. Uno de sus principales jefes era el líder ugestista Martín Ortega. A todos ellos se les han atribuido la autoría de los asesinatos perpetrados en el Toledo revolucionario y su provincia contra curas y derechistas. Así, en el Cobertizo de San Pedro Mártir fueron asesinados Enrique Barber, Emilio Grondona —cuñados del líder derechista Calvo Sotelo— y José María Perales. Varios cientos de metros de ese lugar, en la plaza de la Bellota, igual suerte corrió el párroco de San Justo y Pastor, Buenaventura Alarcón, y varios religiosos más. Según los archivos de la Causa General, desde el 23 de julio al 25 de septiembre de 1936 fueron asesinados un total de 201 personas, de las cuales 85 eran sacerdotes, aunque según el Arzobispado esta cifra alcanzó más de un centenar.

Hubo otros milicianos turistas procedentes de Madrid y pueblos más próximos a Toledo, que fueron objeto de severas críticas por parte de sus camaradas. Realizaban el viaje con el atractivo de disparar sin peligro contra el Alcázar y visitar una ciudad, ya turística, donde la vida diaria trascurría  a escasos metros de los parapetos y de la propia fortaleza. Otras veces, la excursión tenía como objetivo solidarizarse con sus hermanos de clase toledanos, para después volver a su lugar de origen.

 

           El poder frentepopulista

 

Ganada la ciudad para la República, pronto se formó el Comité de Defensa del Frente Popular, comité estandarizado en casi todas las localidades durante la etapa revolucionaria. Una de sus primeras tareas fue la de telefonear al coronel Moscardó para presionarlo con amenazas sobre su hijos Luis, recién apresado. El Comité controló las incautaciones, los registros, las detenciones y los asesinatos. Organizó los alojamientos para unidades llegada de fuera, el trabajo en la ciudad y los abastecimientos, a cuyo frente se encontraba Virgilio Carretero. Hacia mediados de agosto, este Comité se fusionó con el Comité de Milicias de Toledo, dando lugar al Comité de Milicias y Defensa de la Ciudad (CMDC). Esta nueva organización supondrá la concreción del poder revolucionario armado, que competirá con el poder gubernamental (Gobierno Civil y Comandantes militares de la plaza), sin que hubiera ningún enfrentamiento entre ellos.

El presidente del CMDC fue el líder de la Federación Socialista, Manuel Aguillaume, jefe de Correos, en cuyas oficinas centrales se instaló la sede. Así quedó  reflejada la hegemonía socialista-ugetista en Toledo y con la consideración que había sabido ganarse entre sus colegas del Frente Popular pertenecientes a otros partidos políticos.

Esta bicefalia de poderes tocó a su fin a mediados de septiembre. El Toledo revolucionario cedió el control al Gobierno Civil, constituyendo un único organismo que concentró el poder frentepopulista-miliciano y el gubernamental. El nuevo órgano de poder se bautizó con el nombre de Consejo Ampliado del Frente Popular (CAFP), según publicaba el boletín oficial de la provincia de Toledo de fecha 20 de septiembre de 1936. Su presidente fue el mismo gobernador civil, José Vega. Su sede se situó en el palacio de la Diputación. Es decir, que según Ruiz Alonso en el Toledo revolucionario existió un poder tripartito durante la primera fase del sitio del Alcázar. Hacia mediados de agosto, en la segunda fase, se llevó a cabo la fusión citada, dando lugar al CMDC, como poder paralelo al Gobierno Civil. Y en la postrera semana del Toledo republicano, coincidiendo con el esfuerzo militar más importante para tomar la fortaleza, el Gobierno Civil recobró la iniciativa integrando todos los poderes en el CAFP.

La población civil siguió viviendo en la ciudad, a pesar del inconveniente que suponía tener el Alcázar a tan solo unos cientos de metros. Durante el asedio numerosos escritores describieron la ciudad —Arturo Barea, Juan Iturralde, María Teresa León, entre otros—, aunque algunos  novelaron mucho la realidad. Sin embargo, los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro sí mostraron la realidad toledana durante el asedio. También Martín Sánchez Yubero fotografió Toledo entre los días 18 y 22 de septiembre, tras el estallido de la gran mina, cuando todos pensaban que era el final. Otros retratistas no profesionales, como el brigadista internacional Vincent Doherty, también legó sus imágenes tomadas en aquel verano de 1936. Por su parte, el estudio fotográfico toledano por excelencia, Casa Rodríguez, que había realizado fotografías de Toledo durante el asedio, vio como sus imágenes fueron utilizadas para la represión posterior. Y durante la dictadura, los fotógrafos de esta saga fueron testigos privilegiados de las visitas y actos desarrollados en el derruido Alcázar.

Existe acuerdo entre la historiografía en que uno de los documentos fundamentales para entender lo que ocurrió en España y en Toledo durante aquellos años son los diarios de Manuel Azaña, quien tomó apuntes para luego desarrollarlo en su diario. Precisamente, en los primeros días de la sublevación fue decisiva su intervención, según testimonio que dejó el toledano Régulo Martínez, dirigente de Izquierda Republica en Madrid, y que hacer referencia a la preocupación del presidente de la República por el patrimonio artístico de Toledo y como se opuso a la intervención de la aviación y el peligro que podrían correr la catedral y el resto de monumentos.

           Negociaciones con los sediciosos

          

           El Gobierno de la República intentó en varias ocasiones conseguir la rendición de los sediciosos o al menos lograr que las mujeres y niños fueran evacuado de la fortaleza. De estas intermediaciones, las más relevantes fueron protagonizadas por el comandante Vicente Rojo, antiguo profesor de la Academia toledana y amigo personal de buen número de los sublevados, el sacerdote Vázquez Camarasa y el embajador de Chile en España, Aurelio Núñez Morgado; pero ninguna cumplió su objetivo.

La intercesión de Rojo se produjo en la mañana del 9 de septiembre, llevando una propuesta de rendición que contemplaba tres condiciones: garantía completa para cuantos se hallaban en el Alcázar; libertad inmediata para mujeres y niños y puesta a disposición de los jueces de todos los demás para determinar su responsabilidad. Al salir de la fortaleza Rojo, junto a su negativa llevaba una súplica para el gobierno de Madrid: que se dejase entrar a un sacerdote decidido a permanecer junto a los sitiados para prestarles asistencia espiritual.

Las autoridades republicanas concedieron la petición. Siguiendo a Sánchez Lubián, el religioso Camarasa intermedió el 11 de septiembre de 1936, cuya actitud fue duramente criticada después por sectores próximos a los defensores del Alcázar, tildándole de “cura rojo”. Días después de su mediación se exilió a Francia, desde donde intentó justificar el encargo que le llevó hasta Toledo. En la primavera de 1946, Vázquez Camarasa falleció en Burdeos. Unos años antes había confiado al doctor Marañón, también refugiado en París, unas notas donde narraba los detalles de cuanto ocurrió en las tres horas que permaneció en el Alcázar. Cuando el doctor Marañón regreso a España del exilio en 1942, en su maleta llevaba las trece cuartillas en las que Camarasa le contaba su historia,  sino también un extenso manuscrito exculpatorio.

Llegada la hora de cumplir su misión, Vázquez Camarasa fue acompañado hasta las inmediaciones de la Puerta de Carros del Alcázar. Iba vestido de paisano, portando en su mano un crucifijo y un breviario en el bolsillo de la chaqueta. Al pie de las ruinas fue recibido por el comandante Villalba, quien le vendó los ojos y le condujo hasta la presencia de Moscardó. Durante el tiempo que permaneció en el interior de la Academia militar confesó a numerosas personas, dio el sacramento del bautismo a dos pequeños, ofició una misa, ofreció la comunión a quienes estaban en condiciones de recibirla y exhortó una absolución general para todos los encerrados.

El corresponsal de París-Soir escribió en sus páginas que al salir de la entrevista el padre Camarasa no era el mismo que cuando entró. Y en el periódico El Socialista se afirmaba que debido a su ánimo conmocionado “no acertaba a coordinar su breve historia de su corta estancia en el Alcázar”. Luis Quintanilla describe que bajando entre los escombros el padre le miraba con la expresión de un sonámbulo, apoyándose en su brazo y, como despertándose de una pesadilla, susurraba que aquello era impresionante. El 13 de septiembre, la edición madrileña del ABC titulaba: “Los rebeldes del Alcázar se niegan a que sean salvados las mujeres y niños”.

Tras la liberación del Alcázar, la intervención de Camarasa fue objeto de injustos juicios de descrédito por parte de los sediciosos, que se mantuvieron durante mucho tiempo. El 22 de septiembre de 1936 inició su exilio en Bruselas, donde tenía por costumbre viajar todos los veranos, comenzando una campaña personal enfocada a justificar su intervención. El 21 de marzo de 1937 publicó en el diario L´Echo de París, alineado con el bando franquista, un artículo que tituló: “Mi misión en el Alcázar de Toledo”, que fue reproducido en varios periódicos nacionales, entre ellos El Alcázar. Afirmaba que ningún sacerdote podía tener complicidad con las doctrinas marxistas y comunistas, ni con aquellos que querían eliminar en España los ideales religiosos. Luis Quintanilla considera que estas explicaciones solamente buscaban el perdón de los vencedores. Dicho autor, asegura también que Moscardó siempre despreció al religioso y esa era la causa de que no le permitiesen volver a España.

Afortunadamente, lejos de tan rencoroso odio, en el pueblo natal de Camarasa, Almendralejo, tras recuperar la democracia en España,  se ha reivindicado la figura de su ilustre vecino. Una asociación cultural lleva su nombre y un busto en bronce adorna los jardines de la parroquia de Nuestra Señora de la Purificación.

 

           El Alcázar de Toledo: la construcción de un mito simbólico

 

Los hechos acaecidos en la fortaleza toledana se convirtieron en uno de los más valiosos símbolos del franquismo. Las ruinas del Alcázar, rehabilitadas con una exagerada lentitud, fueron el escenario donde Franco presumió ante los visitantes institucionales que llegaban a España, siendo retratado ante el clamor popular de civiles, religiosos y militares. El mito fue construido gracias a la puesta en marcha de grandes campañas publicitarias a través de libros y películas como Sin novedad en el Alcázar.

Los presos republicanos que alzaron el monumental Valle de los Caídos también trabajaron en la reconstrucción  del Alcázar, restauración que se produjo durante un largo y tortuoso proceso que abarcó varias décadas de la Dictadura de Franco. El soporte principal del mito fue, como es sabido, la conversación de Moscardó con su hijo y el intento de crear semejanza con otro mito histórico, el de Guzmán el Bueno. Pero de todos es ya conocido que la muerte de Luis Moscardó no fue consecuencia de la tan difundida conferencia telefónica entre padre e hijo, sino  resultado del fusilamiento de un grupo de personas, un mes después, como represalia por las muertes ocasionadas en un bombardeo franquista sobre Toledo. Sin embargo, tras la Guerra Civil, durante un buen número de años, el diálogo entre Moscardó y su hijo fue insertado en los libros de texto, de obligada lectura en las escuelas de España.

 

 

 

Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 239 y ss.

 MARTÍN DÍAZ-GUERRA, Alfonso; La Segunda República y Guerra Civil en La Puebla de Montalbán, Ayuntamiento de la Puebla de Montalbán, Toledo, 2005,  página 74.

SÁNCHEZ LUBIÁN, Enrique: Archivo Secreto. Revista Cultural de Toledo. Toledo 2011, página 207.QUINTANILLA, Luis: Los rehenes del Alcázar de Toledo. Ediciones Espuela de Plata, 2015.

[GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo; COBO ROMERO, Francisco; MARTÍNEZ RUS, Ana; SÁNCHEZ PÉREZ, Francisco: La Segunda República Española, Pasado&Presente, Barcelona, 2014. pp 624 y ss.

1]. AROSTEGUI, Julio: Largo Caballero. El tesón y la quimera, Debate, Barcelona, 2013, pp. 376 y ss.

[1]. GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo; COBO ROMERO, Francisco; MARTÍNEZ RUS, Ana; SÁNCHEZ PÉREZ, Francisco: La Segunda República Española, Pasado&Presente, Barcelona, 2014. pp 624 y ss.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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