Éxodo por la carretera de Extremadura.

GUERRA CIVIL EN TORRIJOS

La Guerra Civil en Torrijos

 

El mismo día del golpe militar, el alcalde Agustín Rivera Cebolla marchó a Madrid y dejó como sustituto a su compañero de partido, José Fiscer Barbeyto, expresidente de la Diputación, que ejerció como teniente alcalde hasta el 3 de agosto que volvió aquel. En este transcurso de tiempo no se cometieron asesinatos en Torrijos porque Fiscer fue conteniendo, como pudo, a los crispados milicianos locales y foráneos.

Tanto el alcalde, Rivera Cebolla, de Izquierda Republicana, como Físcer se vieron desbordado por los líderes del Comité local del que formaban parte Florencio Rodríguez Muñoz “Patapaño” y Manuel Sánchez Espinosa “Clavel”, como miembros más destacados. Por ello, el 21 de julio, Fiscer requiere telefónicamente a Cebolla su inmediata presencia en Torrijos. Le hace saber que él también se encuentra desbordado por la aptitud violenta y descontrolada de las Juventudes Socialistas y Comunistas de la localidad. Sus integrantes habían celebrado asamblea en su sede de “La Humanitaria”, acordando formar un Comité de defensa de la República. Pero en esa fecha, 23 de julio, tanto Fiscer como Rivera Cebolla ya sabían que el peligro ya no vendría de la mano de su implacable rival político en la localidad, Julio González Sandoval, sino de sus propias filas frentepopulistas. Sin embargo, fue Físcer quien soportó el primer envite revolucionario ante la repentina ausencia del primer edil.

En Torrijos también se produjo la consabida requisa de armamento que el mismo Fiscer reconocía ante los tribunales militares que le juzgaron años después:

 

A últimos de julio de 1936 ordené, a través de sendos oficios, que varios destacados dirigentes derechistas, entre ellas el exalcalde de la CEDA Ángel González Angulo, entregaran sus armas. Además, para tranquilizar a las masas obreras, el Comité comenzó a sacar fondos para pagar a los jornaleros. El resto del dinero incautado se depositó en el Banco Español de Crédito. Por ello, cuando en calidad de médico visité a una de las hijas de Julio González Sandoval, la dije que hacia bien en pagar la multa para evitar males mayores.[i]

 

El Comité se constituyó en los primeros días siguientes a la insurrección y se posesionó de una habitación del Ayuntamiento que utilizó como sede. Pero, como ocurriera en casi todas las localidades de la comarca, dentro dicho órgano existía una bicefalia de poderes: los que estaban a favor de las ejecuciones y los que sólo apoyaban las detenciones preventivas, incautaciones o multas. La mayoría de las veces, el Comité actuaba de forma contraria a las directrices marcadas por el Ayuntamiento. Éste era el caso de Torrijos y así se expresó el primer edil, en funciones, en una desveladora declaración ya reproducida en un capítulo anterior.[ii]

Ante las malas noticias que, desde Madrid, Rivera Cebolla recibía de Fiscer, el alcalde se comunicó personalmente con la Dirección General de Seguridad y allí contacto con el capitán Losada. Aquel le prometió hacerse cargo personalmente del pedido armamentístico solicitado por el primer edil, con el que poder mantener la paz en Torrijos. A su vez, Fiscer habló por teléfono con el Gobernador Civil de Toledo, Manuel María González López, de Izquierda Republicana, que acabó encerrándose en el Alcázar con el coronel Moscardó. Aquel le aconsejó que permaneciera en su puesto para evitar atentados y desmanes. Esta contradicción de recomendar a otro lo que uno no cumple fue comentada con discreción por el teniente el alcalde de Torrijos:

 

En presencia del Juez de Primera Instancia de Torrijos, Juan Higueras Sabater, hablé por teléfono con el Gobernador que me escuchó atentamente y me aconsejó seguir en mi puesto. Después tuve conocimiento de que mi superior se había unido, acertadamente, al Glorioso Movimiento Nacional.[iii]

 

El alcalde continúa en Madrid hasta el día 3 de agosto, desde donde sigue las primeras evoluciones del golpe militar y la respuesta revolucionaria del pueblo en la capital. Pero regresa a Torrijos para hacerse cargo nuevamente del Ayuntamiento, donde se encontró con Comité que ya había sido constituido en su ausencia y sin contar con ningún miembro de su Corporación. Ante ello, reclama su presencia en dicho órgano, ya liderado por “Patapaño”, con el propósito de frenar la agitación existente. Con tal dirigente mantendría graves enfrentamientos en cuanto a competencias y actuaciones. En el viejo edificio de la plaza cohabitaron Ayuntamiento y Comité, originándose entre los dirigentes de ambos órganos graves discrepancias ideológicas y criterios dispares.

Que el alcalde llegó a Torrijos el día 3 de agosto, cuando ya estaba formado el Comité, es admitido hasta por sus denunciantes. Testigos propuestos por Rivera Cebolla en su consejo de guerra, de reconocida solvencia y “adictos al régimen”, como los torrijeños José Portero Benayas, José María del Río y Pedro López, confirman aquella versión del señor Cebolla, sin precisar el día exacto con intención de prestarle apoyo Y en una de las cariñosas cartas que el médico Portero remite a la hija de Cebolla, unida a la causa, hace mención a la existencia de dos Comités. Este es el texto completo de la carta:

 

Muy estimada Anita:

Cumpliendo tu deseo te envío relación de algunos hechos relativos a tu padre, que en todo momento están acordes con la más absoluta realidad e imparcialidad.

A principios de la sublevación marxista, me dirigía una noche a casa de mi difunta esposa, entonces prometida, cuando al llegar en frente de la Colegiata oí un ruido extraño y el órgano que tocaba fuertemente. Me acerqué al vestíbulo y presencié una escena horripilante, dantesca: un chófer, cuya filiación ignoro, encaramado en capiteles y relieves con una siniestra agilidad, dirigía puntapiés y estacazos, pulverizando cuantas imágenes y efectos religiosos. Al mismo tiempo, una turba de mujeres endemoniadas portaban ropas sagradas y círios con ademanes sacrílegos. Salí corriendo hacía la plaza y salió tu padre del Ayuntamiento, dirigiéndose a la Colegiata y volviendo inmediatamente a la Corporación, llevándose por delante a la turba sacrílega a la que amonestaba diariamente. Previamente, tu padre arrojó del templo al citado chófer y sus satélites. Éste, en estado de embriaguez, dijo: “Es que a no me pega ni empuja nadie por muy alcalde que sea”

Otro suceso notorio en Torrijos es la llegada de unos camiones con Guardias de Asalto a las órdenes de un capitán llamado Losada que se llevaron a Madrid a unas decenas de elementos derechistas, entre ellos a mi hermano Luís, librándoles de la saña marxista. La totalidad o casi totalidad de ellos libraron de este modo la vida. La vox pupuli ha dicho que fue tu padre, anonadado por la ola vandálica que se le venía encima, llamó a las entones autoridades competentes para el envío de camiones y Guardias de Asalto.

Otro hecho, tan exacto como los anteriores, es el siguiente: cierto día se personó tu padre en la ferretería de mi cuñado para hacer unas compras (clavos o algo análogo) y allí se le vio llorar por el asesinato de los hermanos Yébenes.

Sólo a título de apreciación personal mía, te diré que siempre he creído que el Comité estaba dividido en dos sectores: uno enemigo de la violencia, en el cual estaba tu padre, y otro compuesto por verdaderos chacales, con una insaciable sed de sangre.

Te autorizo para que hagas lo que estimes oportuno ante el Tribunal encargado de juzgar a tu padre.

Recuerdos a tu madre y un afectuoso saludo de tu buen amigo. José Portero Benayas. Burgos 21-8-1939.[iv]

 

El todavía alcalde sólo deseaba imponer medidas coercitivas económicas, tales como multas y confiscaciones. Exigió que el Ayuntamiento fuera el depositario del dinero, joyas u otras incautaciones que el Comité ya estaba requisando a los vecinos más pudientes de Torrijos, incluida la entidad bancaria Banesto que fue “sancionada” con 2.700 pesetas. Pero “Clavel” y “Patapaño” no estaban de acuerdo con esas tibiezas revolucionarias ni tampoco con la reciente decisión del alcalde de poner dos hombres de guardia en el domicilio de hermanos Yébenes. Pretendía dar protección a los fundadores del Colegio San Gil, ante las graves amenazas de muerte que estaban sufriendo. Pero el Comité había decidido colaborar con los milicianos armados llegados de Toledo y Madrid, comunicando al alcalde que en breve serían detenidos los derechistas más significados de la villa, entre ellos los citados hermanos.

El alcalde, a primeros de agosto, se encontró un Ayuntamiento que era un hormiguero de milicianos forasteros, campeando a sus anchas por el edificio consistorial, buscando información y domicilios de los personajes más destacados de la derecha torrijeña que pronto serían apresados y confinados en la Colegiata. Nadie era capaz de ofrecer una respuesta dura a los desmanes del Comité. Un hervidero de poderes armados, de difícil control, sembraron la anarquía municipal. Pero primero Físcer y después Cebolla supieron aguantar a los milicianos forasteros llegados, sobre todo, de Toledo. No hay que olvidar que para estas fechas, primeros de agosto, en otras localidades vecinas gobernadas por alcaldes frentepopulistas, que colaboraban con las milicias forasteras, ya habían asesinado a muchos curas y derechistas. Sin embargo, con el fin de evitar derramamiento de sangre, Cebolla iba aplacando la ira revolucionaria con multas e incautaciones de bienes a los derechistas: “A la República se la defiende mejor incautando bienes que matando a sus propietarios”, repetía insistentemente el alcalde”.[v]

Sin embargo, el Ayuntamiento no pudo evitar la primera muerte ocurrida en Torrijos el 9 de agosto. Se trataba del sacerdote de Val de Santo Domingo, Franco Aguilera Carrasco, que fue descubierto por milicianos cuando pasaba por Torrijos camino de su villa natal. Así narraba en su declaración ante los tribunales militares el testigo Justo Menoría López, afiliado a Falange:

 

Observé como unos milicianos llevaban al sacerdote, que se había disfrazado de segador para intentar pasar desapercibido, camino del Ayuntamiento de Torrijos. El cura llegó en tren desde Madrid y tuvo la mala suerte de que se encontraba allí un coche de milicianos forasteros de la F.A.I. que pasaban por allí para arrebatar víctimas. Me encontré horas después con el alcalde y me dijo: “Uno más que seguramente asesinarán, por si no fueran ya bastantes”. Me consta que las dos o tres veces primeras que fueron milicianos extraños a Torrijos, don Agustín consiguió frenarles sus afanes sanguinarios, llegando a decirles: “Si necesitáis alguna víctima que dispusieran de su vida”. También puedo decir, en defensa del alcalde, que en plena guerra me encontré en Valencia a “Patapaño” y hablando de los sucesos de aquel verano del 36 me dijo: “Se me han escapado los Calderores por culpa de Rivera Cebolla.[vi]

 

Incluso el domicilio de Rivera Cebolla también fue registrado por los milicianos forasteros que habían sido informados por el Comité que allí escondía algún vecino de ideología contraria. Pero no encontraron a nadie. El día anterior, 7 de agosto, los torrijeños Rafael Buenadicha Cruz y su sobrino José Martín del Río, ocultados por el primer edil en su domicilio, habían salido del mismo en busca de otro lugar más seguro. El médico les ubicó en los sótanos del caserón de Ramona Gómez de Agüero y allí salvaron su vida. Igual protección brindó al cura de Escalonilla, Escolástico González, que pudo salir de Torrijos tras ser amenazado de muerte. El sobrino del sacerdote, Pedro Alía Díaz, peluquero en su citada villa natal, así lo declaró en el juicio en defensa de Cebolla:

 

A mi tío, el cura Escolástico González, le libró de ser asesinado el señor Cebolla, que le ayudó a salir de Torrijos tras ser amenazado de muerte junto a Liberio…

 

Aunque de poco sirviera la humana actuación de éste al darle amparo al clérigo, ya que éste falleció en aquel mes de agosto de 1936 aquejado de un posible infarto de corazón, ante tanto sobresalto. Así lo testificó el vecino de Torrijos, Rafael Buenadicha Cruz.

 

En agosto de 1936 me presenté, junto con mi sobrino José Martín del Río, en el domicilio del alcalde para pedirle protección ante las amenazas de muerte que sufríamos por ser de derechas. Me ayudó y salvó nuestras vidas. Como consideró peligroso salir de viaje fuera de la villa, nos alojó en los sótanos de la casa sótanos de la casa de Ramona Gómez de Agüero.[vii]

 

Otros muchos derechistas, temerosos de sus vidas, pedirían auxilio al alcalde. Como las armas solicitadas a Madrid no llegaban, Cebolla mandó a la capital al sereno Florencio Rodríguez Muñoz. Le encomendó otra misión añadida, más importante que las armas. Eran necesarios varios camiones, custodiados por Guardias de Asalto, para poder evacuar a las personas de ideología contraria más amenazadas de la villa.[viii]

La furia del Comité y de los milicianos forasteros, en especial “Los Leones Rojos” de Toledo, recién llegados a Torrijos, se tornó de día en día más agresiva. Una de estas milicias organizadas, aproximadamente con 300 voluntarios toledanos y en su mayoría anarquistas, eran dirigidas por el capitán Ángel Rino, de origen italiano. Otros, también llegados desde la ciudad imperial, fueron “El Batallón Pasionaria”, constituidos por comunistas de la capital y, los más importantes, las “Milicias de Toledo” al mando del ugetista Martín Ortega, con unos efectivos superiores a 1.000 hombres. Todos estos batallones citados combatían de forma permanente contra los asediados del Alcázar, pero algunos de sus miembros se desplazaban a pueblos de la provincia desempeñando labores represivas.[ix]

Los primeros arrestos a derechistas comenzaron el 12 de agosto en las personas de Manuel Montero y su hijo de Antonio Montero Cebeira, joven dirigente de Acción Católica, abogado de profesión y estrecho colaborador del cura Liberio. También detuvieron el mismo día a Julio González Sandoval, que por su constitución física comenzó a ser apodado “El Sapo”, a varios miembros de la familia Calderon, otros tantos de la saga Benayas y al ex alcalde la CEDA, Ángel González Angulo, “Taramona”, entre un total de casi cuarenta encarcelados.

Las órdenes de detención fueron dadas al Comité por los jefes de las milicias llegadas de Toledo, a la vista de la lista negra facilitada por aquel. Después, “Patapaño” y “Clavel”, entre otros, exigían su cumplimiento a jóvenes torrijeños afiliados a las juventudes izquierdistas de los distintos partidos del Frente Popular, muchos de los cuales serían ejecutados al finalizar la guerra por dicha actuación de acatar órdenes superiores. Después, los apresados serían conducidos a la Colegiata donde permanecerían sólo unos días antes de su muerte, llevada a cabo por milicianos sin escrúpulos, tanto forasteros como torrijeños. La persecución fue despiadada en Torrijos contra los representantes de las organizaciones conservadoras, muchos de los cuales habían ejercido cargos municipales en el anterior bienio republicano gobernado por el Partido Radical y la CEDA.

Pero unas horas antes de que comenzaran los asesinatos, algunos derechistas pudieron escapar de la Colegiata porque comenzó a llegar de Madrid la ayuda solicitada semanas atrás por el Ayuntamiento.  El guardia de asalto Felipe Marcos García Redondo, natural de Aranjuez, junto con Ribera Cebolla y Fiscer Barbeyto fueron los artífices de esta fuga que el primero relató así a los tribunales militares:

 

El día 13 de agosto de 1936 me personé en Torrijos, por orden de la Dirección General de Seguridad de Madrid, que había sido requerida por Fiscer y Cebolla, al objeto de impedir pretendidas violencias irreparables contra personal de profunda significación derechista. Enseguida me presenté a los señores Cebolla y Fiscer con los que programamos un plan a seguir. Como dicho día 13 yo sólo disponía de un coche turismo, me llevé a Madrid a cuatro señores: los hermanos Cirilo y Domingo Calderón, el sacerdote señor Montero y un hermano de éste. Volví a Torrijos el día 15 con las fuerzas y vehículos suficientes para llevarme a la capital a todas las personas que corrían peligro. La operación fue de un riesgo extraordinario pues no hay exageración al decir que dicha jornada fue de gran terror en la villa. Numerosos forasteros de la F.A.I. tenían tomado todos los lugares estratégicos para evitar nuestra evacuación con las más de treinta personas de derechas, de ambos sexos, entre ellos diez integrantes de la familia Benayas. Los milicianos disponían de fusiles, ametralladoras y bombas de mano.[x]

 

Los hermanos Cirilo y Domingo Calderón fueron afortunados de poder escapar a Madrid en la forma relatada, porque la madrugada de ese día 13 de agosto, comenzaron los primeros asesinatos. El líder de la derecha torrijeña, diputado a Cortes, Julio González Sandoval fue sacado de la Colegiata en unión del último alcalde de la CEDA, Ángel González Angulo, Domingo Calderón (sobrino de aquellos), Antonio Montero Cebeira e Ildefonso Martín Montero para ser asesinados a las afueras de la villa. Al día siguiente, 14 de agosto, les tocó el turno a los hermanos Yébenes Garoz, Gregorio Sánchez de Rivera, Victorio Arnáez Casas, Eduardo Moreno Montero y Florencio del Castillo Cebeira, entre otros. Previamente, los miembros del Comité celebraron una asamblea o reunión acordando su ejecución.[xi]

Todos los asesinatos cometidos contra los que se hallaban detenidos dentro del recinto religioso de la Colegiata se cometieron muy de madrugada. Encañonados por milicianos en el interior del templo, los elegidos a tan brutal fin eran maniatados y sacados a empujones a la calle. Allí rugían los motores en marcha de varios vehículos de la marca Hispano Suiza. Muchos de ellos eran automóviles requisados a particulares y visiblemente ostentaban sobre su carrocería los emblemas y siglas de las milicias toledanas a quienes pertenecían. Posiblemente se les dijera que se trataba de un simple traslado a una cárcel o confinamiento de mayor seguridad, aunque todos recelaran de tales afirmaciones y se resistieron inútilmente a subir a los vehículos. Hubo momentos de forcejeo entre Gómez Sandoval y el jefe del Comité, “Patapaño” que desarmó a aquel de una navaja de afeitar que tenía escondida con intenciones inciertas. Los vehículos enfilaron después la carretera en dirección a Toledo. Quizá, alguno, abrigara la esperanza del traslado, pero no era así. El viaje terminaba en los Pinos, a escasos kilómetros de la población, junto a la vía férrea. Allí concluía para ellos sus dudas, sus vanas ilusiones y de su ánimo se adueñaba el desconsuelo, pues sólo les esperaba la muerte. El destino de sus cuerpos sin vida no quedaba lejos y se trataba de una perforación en la tierra entre Barcience y Rielves, después conocida como “el pozo del camino de Barcience”.[xii]

Por fin, procedentes de Madrid, las ayudas llegaron a Torrijos el día 15 de agosto en sendos camiones al frente del capitán Losada, el guardia de asalto Felipe Marcos García Redondo y otros compañeros de dicho cuerpo. Éstos fueron convencidos por el señor Cebolla de que transportaran con ellos a todos los derechistas, arrestados en la Colegiata, que pudieran porque su vida corría aquí serio peligro. Y así fue, porque se llevaron a muchos detenidos a Madrid, entre los que se encontraban Jesús y Manuel Montero, Luís Portero Benayas y Gregorio Ortiz Martín. Estos afortunados, declararon valientemente, seis años después, en el consejo de guerra seguido contra el alcalde, manifestando “que gracias a él pudieron salir de la Iglesia y montar en el camión que le llevó a Madrid, librando así su vida”.[xiii]

Pero sólo unos pocos torrijeños querían derramar sangre. Cuando el alcalde tuvo conocimiento de estos asesinatos corrió enfurecido hacia el Ayuntamiento en busca de sus autores. A su llegada rompió el bastón de mando en presencia de milicianos de la FAI, de Manuel Sánchez Espinosa “Clavel”, y otros miembros del Comité, gritándoles: “¡Ya habéis hecho lo que queríais!”. Cuando cerró la puerta de un portazo, “Clavel” contestó a los presentes: “¡A éste no hay que darles más que dos tiros como a los Yébenes!”, según relataba el torrijeño Pedro López.[xiv]

La relación de enemistad entre “Clavel” y Cebolla llegó hasta el final de sus días. Aquel murió el día 2 de mayo de 1939 en la cárcel de Torrijos en extrañas circunstancias que su hoja de defunción recoge como “soks por asfixia”, es decir, ahorcamiento. Sabía que iba a morir, bien fusilado en las tapias del cementerio, bien torturado, o ambas cosas a la vez. Lo cierto es que existe una declaración, firmada por él, un día antes de su muerte, ante el comandante militar de la villa Victorio Benítez Fernández, autoinculpándose de ser el inductor de todos los asesinatos antes referidos, pero imputándole al alcalde Cebolla las mismas responsabilidades que las suyas.[xv] Algunos familiares de las víctimas recogían en sus denuncias esta relación entre Rivera Cebolla y “Clavel”: sin duda, una anónima mano negra estaba eliminando pruebas en perjuicio del médico.[xvi]

Incontrolados no faltaban, desde luego. La espiral revolucionaria y sangrienta del Comité, tras los recientes asesinatos, ya no tenía límites. Si hay un terror en “caliente” ése es el que se le aplicó al clero, al que rara vez se le encarcelaba. El cura Liberio no fue sometido a ningún juicio previo y sólo una asamblea del Comité, celebrada en el Ayuntamiento, ordenó su muerte. El 18 de agosto, una treintena de torrijeños recibieron órdenes de Florencio Rodríguez Muñoz “Patapaño” y Manuel Sánchez Espinosa “Clavel”, máximos dirigentes del Comité, para viajar a Santa Ana de Pusa en busca de aquel. Se desplazaron en una camioneta propiedad de Marino Martín y de su cuñado, Regino Beltrán Carrillo, que fueron obligados a conducir hasta allí a los futuros captores. Como ambos chóferes sobrevivieron a la contienda, e incluso éste último disfrutó de su larga vejez, su testimonio sirvió para confirmar la identidad de la mayor parte de partícipes de aquella violenta detención. Aunque tampoco era muy necesaria dicha colaboración, ya que Nieves Sánchez López, vecino de Torrijos, juzgado y condenado por los tribunales militares, ya había facilitado una “lista negra” de gran parte de los torrijeños implicados en delitos de sangre. Después, todos ellos serían juzgados y ejecutados al finalizar la guerra.[xvii]

Después del tortuoso viaje de vuelta a Torrijos, Liberio y el párroco de Santa Ana de Pusa, Juan Francisco Fernández Vela fueron recibidos por una multitud de vecinos que vivieron su macabro y agónico final, antes de ser asesinados a las afueras de la villa. Los autores, cómplices y encubridores de la muerte de Liberio y de Fernández Vela lo celebran juntos con un banquete en una taberna de la plaza, frente al desaparecido “Bar Carrillo”. Al final de la fiesta, ebrios de alcohol y sangre, a petición de un forastero recientemente afincado en la villa, y portador de una cámara fotográfica, acuerdan posar para él junto al citado establecimiento público. Ignoraban que la mayoría, de los más de una treintena de comensales, acababan de firmar su sentencia de muerte para tres años después. Dicha instantánea sigue celosamente guardada, después de 84 años, por algún vecino de Torrijos cuya identidad ignoramos y quien la conoce no la quiere facilitar.

El escritor Teodoro Toni Ruz, biógrafo del malogrado Liberio, narra así los detalles del retrato:

 

Ante mi tengo una fotografía histórica. Es un grupo de treinta y nueve mozalbetes que en su abigarrado conjunto semejan una comparsa de títeres ambulantes. No lo son. (..) La mayoría llevan calado el gorrito de los milicianos rojos y el mono de los marxistas. En el suelo se adelantan sentaditos en el suelo dos niños como de nueve años. Sonrién; les han asociado burlescamente a la fiesta. Pero son mozos casi todos, aunque les acompañan algunos casados.

¿Qué celebraron? ¡Un hecho heróico! La muerte, o mejor dicho, el asesinato del “Mártir de Torrijos”. En la fotografía se ve, con cara de comediante, a uno de los mozalbetes que lleva un pitillo en la boca y gafas montadas sobre sus narices; alarga los labios como hocico de galgo y denota claramente que quiere hacerse el gracioso. Las gafas no son suyas. Todavía yacía insepulta la víctima a quien se las arrebató.[xviii]

 

La llegada de las tropas sublevadas

 

Los temidos “moros”, acompañados de falangistas y requetés de origen andaluz, ocuparon Torrijos el día 22 de septiembre de 1936, sin ningún tipo de oposición. El comandante militar de las fuerzas franquistas nombró a Paulino Longobardo González como presidente de una Comisión Gestora municipal, acompañado de Regino del Río y Aurelio Almoguera Montero. Aquel primer edil ejerció su cargo durante toda la guerra, salvo un corto espacio de casi dos meses (entre noviembre y diciembre del 36) que fue sustituido por Sotero Carrillo.[xix]

Los personajes públicos izquierdistas más importantes de Torrijos habían abandonado la villa días atrás. El alcalde Agustin Rivera Cebolla pasó la guerra en Sueca (Valencia), alejando del frente, dado que ya tenía 57 años de edad, ejerciendo su profesión de médico. En idéntico sentido Fiscer Barbeyto, pero éste camino de Madrid, si bien, también este pasaría la contienda al frente de un hospital a las orillas del río Turia. Sin embargo, el Comité de Torrijos se trasladó a la calle de Embajadores nº 45, de la capital, a un edificio de las antiguas Escuelas Pías. Aquí, los dirigentes más destacados, “Patapaño” y “Clavel”, entre otros, siguieron al frente del mismo hasta su desaparición en noviembre de 1936.[xx]

Los pocos vecinos que no habían abandonado Torrijos, cuya población se redujo a la tercera parte, eran conocedores de la sanguinaria fama que tenían los “moros” y de las muertes que a su paso iban dejando. Sirva como ejemplo lo ocurrido en la villa de El Casar de Escalona. Aquí, días antes, la emprendieron contra el vecindario sin distinción de ideología política. Comenzaron a llamar a los domicilios, de manera indiscriminada, para robar y saquear. Muchos de los vecinos que abrieron la puerta eran pasados por las armas hasta alcanzar los once muertos.[xxi]

En aquellos últimos días de septiembre y los de octubre de 1936 la población de la comarca de Torrijos sufrió rápidos cambios de bando que la memoria de muchos resumen con la frase “primero pasaron unos y después los otros”. Previamente los revolucionarios frentepopulista infringieron una feroz represión perfectamente comparable con la llevada a cabo semanas más tarde por el bando contrario.

Así comenzaba la llamada represión nacional o franquista en la “liberada” comarca de Torrijos. La mayoría de las muertes anteriores a la constitución de los tribunales militares, a principios de 1937, no quedaron registradas en ningún lugar. Esa primera oleada de terror vino de la mano de las tropas marroquíes del ejército africano, así como de los falangistas andaluces y canarios, en muchas ocasiones inducidos por los propios familiares de las víctimas. Dejaron a decenas de vecinos soterrados en las cunetas, en las tapias de los cementerios o allí donde caían abatidos. Cualquier sitio era bueno para matar y abandonar los cadáveres, pero su destino final será el llamado “pozo del camino de la Vega”.

Este pozo, ya desaparecido, tenía unos cuatro metros de diámetro. Era el típico de la huerta torrijeña e hizo las veces de fosa común de una cifra indeterminada de muertos, superior al medio centenar. Se encontraba ubicado al final de la citada travesía urbana, hoy calle Gibraltar Español, en una era sobre la que años después se edificó una nave industrial. Pero antes de levantar esta nueva construcción, en el año 1980, el Ayuntamiento de Torrijos acordó, a petición del Partido Comunista, la exhumación de dicho restos para trasladarlos al nuevo cementerio. Aquí, Macario Gutiérrez, el enterrador, excavó una sepultura para dar acogida a dichos restos exhumados, siguiendo las indicaciones municipales.

En esta tumba, denominada por el empleado como “restos del pozo”, se depositó todo el osario humano encontrado en el camino de la Vega. Los gastos ocasionados fueron sufragados por Vicente Lorenzo, impulsor de la idea de exhumar los restos de su padre, Juan Lorenzo Cámara, que yacían en el pozo víctima de la primera represión nacional. Aquel, hijo único, contaba sólo con cinco años de edad cuando quedó huérfano. Su destino, junto a su madre Fidela Carrillo, fue el destierro al País Vasco. Años después, tras una larga peregrinación por cárceles, la viuda falleció aquejada de una enfermedad contraída en prisión.[xxii]

Así recuerda en la actualidad Macario Gutiérrez, el incómodo trabajo realizado en aquella lúgubre fosa que durante más de cuarenta años escondió los restos de más cincuenta personas asesinadas:

 

Han transcurrido ya 32 años desde que desenterré los más de cincuenta cuerpos, pero lo recuerdo perfectamente. La policía, llegada expresamente de Toledo, acordonó toda la zona para dejarme trabajar. Aunque era un pozo típico de la huerta torrijeña, no tenía agua. Los cadáveres estaban soterrados en distintas capas de tierra “echadiza”, sin cal viva ni ningún otro producto que les deteriorara. Fue necesaria la colaboración de una máquina escavadora. Después, poco a poco, durante más de un día, fui depositando todos los huesos y cráneos en unas cajas. Contabilicé unos 50 cráneos, aproximadamente. No dejé ningún resto humano dentro porque los familiares me aconsejaban que acribara la tierra con una arnero para que no quedara ningún hueso dentro. La sorpresa más desagradable me la llevé al comprobar que una mujer, en avanzado embarazado, había sido asesinada con su feto dentro.[xxiii]

 

Esta mujer en avanzado estado de gestación, de la que nos habla Macario en su relato, puede tratarse de la gerindotana Martina Navarro Peña. En efecto, los testimonios orales recabados en Gerindote nos manifiestan que la citada vecina embarazada fue arrojada a un pozo, pero se ignoraba dónde. Ahora, con este revelador testimonio, empiezan a disiparse las dudas que algunas personas mayores de Gerindote tenían sobre el destino final de Martina.[xxiv]

Pero pretender, en la actualidad, identificar a través de la prueba de ADN a algún familiar arrojado al “pozo del camino de la Vega” es una tarea difícil. Más fácil resultaría reconocer a alguno de los cuerpos exhumados unos años antes, de una fosa común de viejo cementerio y trasladados al nuevo camposanto. De esta segunda sepultura, que Marcario designa como la de “restos del cementerio viejo”, hablaremos después por tratarse de personas ejecutadas al amparo de una sentencia dictada por los tribunales militares al finalizar la guerra.

La identificación de las decenas de desaparecidos en la villa de Torrijos, durante los últimos días de septiembre de 1936 hasta finales de 1937 sigue siendo una incógnita para todos. Atesoramos mucha información en las poblaciones próximas a Torrijos, facilitada por la única fuente posible: sus familiares. Pero en esta localidad sólo tenemos testimonio de un porcentaje muy pequeño de desaparecidos. Ello es debido a la difícil tarea de averiguar a los pocos descendientes que aún viven en la localidad y la escasa colaboración de estos.

Quienes han cooperado han sido los familiares de Fidel Pérez Luis que fue asesinado en la carretera de Gerindote el 29 de septiembre de 1936. Ejercía de Procurador de los Tribunales en la republicana Navahermosa, donde vivía amenazado por venganzas de tipo profesional y no por cuestiones de ideología, ya que su credo político era afín a la causa republicana. Llegó a Gerindote, semanas atrás, con su esposa e hijos, buscando un lugar más seguro. Eligió esta localidad, próxima a Torrijos, porque en ambas poblaciones tenía familia.[xxv]

Pero la muerte, sin juicio previo, ocurrida el 30 de febrero de 1937, que mayor repercusión causó en aquellos días por Torrijos fue la perpetrada contra el vecino Nieves Sánchez López, cuyo cadáver también fue arrojado al siniestro pozo. Este nombre aparece en cientos de sumarios judiciales cuando se cita a la renombrada “Lista de Nieves”. Antes de morir asesinado facilitó a las autoridades militares, ignoramos si bajo coacciones y amenazas, una relación de más de una treintena de vecinos presuntamente implicados en los sucesos sangrientos de aquel verano de 1936. La mayoría de estos personajes delatados por Nieves fueron, años después, condenados a muerte por los tribunales militares y ejecutados en las tapias del cementerio de Torrijos u otras localidades.

En esta lista negra, que nunca apareció unida como prueba a sumario, debió estar custodiada por los tribunales militares. En ella se hacía constar, al margen de cada nombre, el presunto delito cometido: detención y muerte del párroco Liberio y otros derechistas, ser miembro del Comité, haber participado en incautaciones o saqueos… Son muchas las sentencias o informes del fiscal militar donde se recoge la frase de “aparece en la lista del convicto y confeso Nieves”.[xxvi]

Es difícil averiguar la autoría de tantas muertes silenciosas y clandestinas. Sin embargo, el trabajo agotador de algún investigador ha permitido arrojar algo de luz acerca de aquellas muertes. Nos referimos a la labor realizada por el historiador canario Sergio Millares Cantero, la cual nos ha servido para completar una pequeña parte del puzzle que nosotros indagamos desde hace bastante tiempo. Mucha de la información que ahora nos facilita procede de la propia prensa canaria de aquellos años y ha sido tratada más ampliamente en el libro monográfico sobre Torrijos.[xxvii]

Mientras duró el calor del verano de 1936 nadie estimó necesario la falta de procedimientos judiciales. El “paseo” era mucho más rápido y, además, no dejaba huella. Tras la creación de estos nuevos órganos judiciales continuaron las muertes en cada localidad, pero ahora ya de forma más organizada.

Durante los primeros meses de 1937 fueron muy pocas de las víctimas mortales fusiladas en Torrijos tuvieron la oportunidad de pasar por los tribunales militares. Y si fueron sentenciadas, alguien hizo desaparecer sus expedientes. Eso quiere decir, simplemente, que hasta bien entrado 1937 se siguieron utilizando los mismos procedimientos del verano: los “paseos”. Este fue el caso del vecino de Torrijos Nieves Sánchez López, del pueblano Anastasio Villaluenga Díaz, o de Felipe González Fernández entre otros. Ninguno de ellos debió ser fue juzgado ya que sus sumarios no se encuentran archivados con el resto.[xxviii]

Mientras tanto, en la comarca más próxima a Torrijos, durante estos años de guerra, los conatos bélicos se vivían en forma de guerrillas. El ferrocarril que comunica Madrid con Talavera de la Reina, pasando por Torrijos o Carmena, sufrió continuos actos de sabotaje por parte de comandos republicanos que se infiltraban en el territorio enemigo para colocar bombas en las vías férreas. Existía un gran trasiego de espías y guerrilleros por aquellas áreas colindantes con la zona republicana donde, por este motivo, era relativamente fácil su infiltración.

Con habitantes de las poblaciones de Albarreal de Tajo, La Puebla, Burujón, Torrijos y Gerindote nutría de combatientes a la guerrilla del otro lado de río Tajo. Pero la actuación de dichos comandos se relata en el capítulo correspondiente a su municipio. Ahora, solo narrar aquí, los hechos ocurridos el 9 de septiembre de 1938, con un comando formado por miembros en su mayoría de Torrijos. Este grupo de diez individuos era liderado por el vecino de Nambroca, con graduación de teniente, Emilio Morcillo. Le acompañaban los torrijeños, Mariano Castaño Rodríguez, “El Cano”, Luciano López Ramos, Manuel Díaz Díaz, “El Lolo”, Ignacio Fernández “Arenas”, Justo Ruiz “El Hortelano” y Doroteo Gómez “El Castor”; además del pueblano Joaquín Losana López y, otra vez, el gerindotano Juan Rivera Garoz, y posiblemente junto con Valentín Gil Valiente, “El Chato de la Puebla”.[xxix]

Su misión era llegar hasta la carretera de Toledo-Ávila y, a la altura de la localidad de Rielves, dar el alto algún vehículo militar y hacer prisioneros a sus ocupantes. Para ello utilizaban la estrategia de vestir a dos de sus miembros con uniforme de la Guardia Civil y así hacer detener al coche, mientras el resto del grupo atacaba por otro lado. De esta manera hicieron prisioneros a dos alféreces de aviación, un artillero y dos mandos más que viajaban con destino era el aeródromo militar de Barcience.

Una vez ejecutada la acción, todos juntos, presos y guerrilleros, campo a través, atravesaron el río Tajo por la finca Portusa. Pero el alférez Juan Cinza no llegó a la base de Navahermosa porque fue abatido a tiros cuando intentaba escapar del grupo.

Algunos de los integrantes del citado comando serían ejecutados en las tapias del cementerio de Torrijos al finalizar la guerra. Entre estos se encontraba Luciano López Ramos. Tenía 21 años cuando regresó a Torrijos, a pesar de las advertencias de su abuela sobre el serio peligro que corría si volvía su villa natal. El presagio de la anciana se cumplió y su nieto sería ejecutado el 5 de agosto de 1940, junto con Manuel Díaz Díaz y Mariano Castaño Rodríguez.

Éste último no pudo salvar su vida, a pesar de los intentos infructuosos realizados ante los tribunales militares por su amigo, el derechista Eugenio Rico del Campo, que declaraba así ante sus juzgadores:

 

Fui el presidente de Acción Popular en Torrijos y puedo afirmar que el acusado siempre tuvo buena conducta. Cuando fui sacado de la Colegiata para ir a Madrid, salvando así mi vida, Castaño me ayudó; y una vez en Madrid, se presentó a mi familia ofreciendo su ayuda. Las actuaciones en tiempo de guerra no deben ser objeto de persecución.[xxx]

 

Mejor suerte tuvo otro componente del comando, el pueblano Joaquín Losana López, que fue absuelto en el año 1940, mientras los otros compañeros citados, enjuiciados por los mismos hechos relatados, eran condenados a muerte o a 30 años de reclusión. En la sentencia que puso fin al proceso se decía expresamente “que Losana gozaba de buenos antecedentes derechistas y excelente conducta antes de estallar la guerra”. Pero dicha resolución judicial no hacía mención a otra acción de sabotaje en la que también participó su comando ocurrido en la estación de tren de Erustes. Aquí falleció una mujer de manera fortuita. La intención del grupo era la de hacer volar un tren a su paso por la localidad, pero fracasó en el intento.

La explicación a esta benevolencia de los tribunales militares con Losana la averiguamos después, en otros juicios sumarísimos seguidos contra guerrilleros. Ocurrió que con posterioridad al citado golpe de mano en Rielves, se pasó al servicio de espionaje ( S.I.P.M.) del bando sublevado a los que ayudó desde la zona republicana. Así informaba el jefe de la Policía Militar y dirigente de primer grupo del S.I.P.M., Ignacio Iglesias López:

 

Que desde el mes de junio de 1938 Joaquín Losana López empezó a realizar servicios de espionaje a favor de la Causa Nacional desde campo rojo y entregando a los agentes de enlace del S.I.P.M. importantes datos de información militar. Indicaba, asimismo los lugares por donde los guerrilleros rojos se infiltraban a la Zona Nacional para realizar actos de sabotaje, por cuyos informes dos de los mismos fueron hechos prisioneros por nuestras fuerzas. También ayudó a evacuar a Zona Nacional a dos personas de derechas desde el campo rojo.

Madrid, 10 de septiembre de 1939.[xxxi]

 

El arrepentido Joaquín Losana López también gozaba del apoyo de su paisano Fernando San Miguel San Miguel. Éste, además de farmacéutico en La Puebla de Montalbán, fue diputado electo en los comicios de febrero de 1936 por el partido Acción Popular y “hermano de mártir”. Así expresaba San Miguel su aval a través de una carta unida al juicio sumarísimo seguido contra su protegido:

 

He sido perseguido por las hordas marxistas que asesinaron a mi hermano mayor, Jerónimo, médico de La Puebla, el 12 de agosto de 1936. Tuve que huir a Madrid y aquí detenido cinco veces, sufriendo castigos en checas. Por ello, juro por mi honor decir verdad y así manifiesto que Joaquín Losana López es persona de buenísimos antecedentes, como me probó visitándome en Madrid donde varias veces me proporcionó alimentos para mis hijos y siempre sus conversaciones fueron a favor del Glorioso Movimiento.

La Puebla de Montalbán a 14 de enero de 1940.[xxxii]

 

El policía militar del bando sublevado, con residencia en La Puebla de Montalbán, Jacinto Gálvez Calderón, era el encargado de contrarrestar la labor de espionaje y sabotaje en la línea fronteriza con la zona republicana. Buen conocedor de la lucha de guerrillas, así informaba a sus superiores de la labor guerrillera de “El Chato de la Puebla”:

 

El día 27 de septiembre de 1938, para conmemorar el aniversario de la liberación de El Alcázar de Toledo, intervino en un golpe de mano en Olías del Rey, deteniendo a varios oficiales nacionales. Días antes, el 9 de septiembre, hizo prisioneros a unos oficiales de aviación nacional que viajaban por la localidad de Rielves. Meses después, en octubre de 1938, el comando de Juan Rivera Garoz, acompañados de su teniente, el torrijeño Mariano Castaño y cinco más se vistieron de guardias civiles para parar una camioneta a la altura de Barcience. Hicieron prisioneros a dos alféreces de aviación, un artillero y dos mandos más. Todos juntos, campo a través, atravesaron el río Tajo una vez más por Portusa. Pero antes, el alférez Juan Cinza fue abatido a tiros al intentar fugarse.[xxxiii]

 

Tenemos serias dudas de que “El Chato” participara en la acción de Rielves antes relatada. Después de investigar decenas de sumarios, con cientos de declaraciones de los guerrilleros que participaron en aquellos hechos, en ninguno aparece la intervención del mismo. Sólo en el informe del S.I.P.M, antes trascrito, se hace referencia a su colaboración.

Según la única declaración judicial prestada por “El Chato”, ante los tribunales militares que le juzgaron, realizó más de “50 coladas” a zona nacional”, según su propia terminología. En una de ellas, su comando dinamitó parte de puente sobre el río Guadarrama de la carretera Toledo-Ávila. En otra ocasión, tendieron una emboscada a un destacamento militar que atravesaba la población de Escalonilla, resultando herido el guerrillero pueblano Modesto “Machaca”. Pero nunca el huido hizo mención alguna a esta acción de Rielves que nos hace recelar.[xxxiv]

 

Final de la Guerra Civil

 

La guerra contra la República iba a prolongarse por otros medios. No en los frentes de batalla, sino en los tribunales militares, las cárceles, los campos de concentración, los batallones de trabajo, e incluso con los guerrilleros que ya habían comenzado a esconderse en las montañas. Junto con los clarines de la victoria sonó también en toda España la consigna de la venganza. La denuncia de los particulares se convirtió en el primer eslabón de la “justicia”. Las denuncias debían tender a depurar los delitos de sangre cometidos por los revolucionarios del verano de 1936 contra religiosos y miembros de la clase conservadora.

Una modalidad de tortura, muy propia de los primeros meses de la posguerra, era la protagonizada por jóvenes falangistas que hacían visitas a las cárceles para propinar terribles palizas a los presos. Algunas de estas agresiones acabaron con la vida de más de uno, cuyo certificado de defunción era falseado con la palabra “muerte por ahorcamiento” o “shock traumático”, para hacer creer que la muerte se produjo por suicidio.

Al menos dos torrijeños pudieron morir en su celda bajo tortura. Nos referimos a Máximo Vázquez López y a Manuel Sánchez Espinosa, “Clavel”. El primero de ellos fue sereno del Ayuntamiento durante la república y Guardia de Asalto en la guerra. Ignoraba que Nieves Sánchez López, ya ejecutado años atrás, le había incluido en una “lista negra” de aquellos compañeros que presuntamente participaron activamente en los hechos revolucionarios del verano de 1936. Al día siguiente a prestar su primera declaración, el 28 de abril de 1939, apareció ahorcado en la cárcel torrijeña.

Igual suerte corrió, tres días después, la persona más buscada en aquellas fechas: Manuel Sánchez Espinosa, “Clavel”. Era conocido por todos como el miembro más destacado del Comité, junto con “Patapaño”. No era necesario examinar la lista de Nieves para conocer sus actuaciones. Así, “Clavel” murió el día 2 de mayo de 1939 en la cárcel de Torrijos en extrañas circunstancias que su hoja de defunción recoge como “soks por asfixia”, es decir, ahorcamiento. Sabía que iba a morir, bien fusilado en las tapias del cementerio, bien torturado, o ambas cosas a la vez. Lo cierto es que existe una declaración, firmada por él, un día antes de su muerte, y en presencia del comandante militar de la villa Victorio Benítez Fernández, autoinculpándose de ser el inductor de todos los asesinatos antes referidos, pero imputándole al alcalde Cebolla las mismas responsabilidades que las suyas.[xxxv]

             En la madrugada de aquel 11 de noviembre de 1939, un grupo de 16 presos, sentenciados a muerte por los tribunales militares, fueron fusilados en la tapias del viejo cementerio de Torrijos. Sus nombres aparecen en la lista de represaliados, al final de esta obra. Cuatro largos meses habían esperado los reos, desde el 1 de julio de 1939, para saber si aquella sentencia de pena de muerte sería conmutada. Desde aquella fecha, en la que el presidente del Tribunal Militar de Torrijos, comandante Leandro López de Vicuña, les condenó a muerte se esperó el oficio del cuartel de Franco, instalado en Burgos. Sería en esta ciudad castellana cuando el 14 de octubre del mismo año se firmó el “Enterado” sin clemencia alguna.

Los cuerpos sin vida de los 16 quedaron abandonados en las tapias del cementerio. Al amanecer de ese fatídico día, Francisco Pérez, el sepulturero, transportó los cadáveres hasta un recinto habilitado por éste como fosa común situada en un rincón del camposanto. Habituado estaba el gerindotano a esta ingrata tarea, pero no había presenciado un fusilamiento de tal magnitud. Quedó sorprendido el enterrador, acostumbrado a recoger muertos, ante la desmesurada proporción de aquel sacrificio.

Sin embargo las ejecuciones continuaban. Así, cinco días después, el 16 de noviembre, el enterrador realizó la misma tarea de recogida de fallecidos con otros tres ejecutados. El ruido de los disparos de fusil, procedentes del camposanto, seguían despertando a los residentes de Torrijos durante aquellos primeros años de la posguerra.

Otros vecinos de Torrijos serían enjuiciados por los tribunales militares de Toledo y después ejecutados en las tapias del desaparecido cementerio de su localidad natal. Los restos de las casi treintena de personas ejecutadas en las tapias del cementerio de Torrijos, por orden de los tribunales militares, y posiblemente el de alguna más que desconocemos, permanecieron en este recinto mortuorio hasta el año 1977. Como en dicho terreno municipal se proyectó la edificación de una guardería infantil, como así ocurrió, el Ayuntamiento acordó en 1976 que los restos que aún permanecían en él fueran trasladados al nuevo camposanto, sin más dilación. La exhumación y cambio de restos de un cementerio a otro fue realizada por el sepulturero Macario Gutiérrez en el año 1977, en presencia de los familiares de algunas de las víctimas, siendo depositados en una tumba sufragada por aquellos.[xxxvi]

 

El final de Agustín Rivera Cebolla y José Fiscer Barbeyto

 

Los juicios sumarísimos más importantes de todos los investigados para la redacción de este capítulo, por su extensa instrucción, fueron los seguidos contra Agustín Rivera Cebolla y José Fiscer Barbeyto.

El último alcalde republicano de Torrijos nació en Sueca (Valencia), en 1881, y murió ejecutado día 23 de agosto de 1944 en la prisión de Santa Rita (Madrid). Se doctoró en medicina y el 24 de junio de 1910 contrae matrimonio con Concepción Conde Barea, de cuya unión nació la hija Ana María Ribera Conde.

Meses antes de su fusilamiento, el médico sufrió una implacable persecución por parte de alguno de los familiares de las víctimas conservadoras de aquel verano de1936. Después de haber recaído sentencia, evitando la pena de muerte, el Ayuntamiento ordenó un pregón por las calles de la villa pidiendo el refrendo popular para revocar dicha resolución. Entre todos indujeron a más de un centenar de torrijeños para que firmaran un escrito pidiendo su ajusticiamiento. Este centenar de calumniadores e instigadores vecinos, que estamparon su firma para persuadir a los tribunales militares, no ignoraban lo mucho que el procesado había hecho por Torrijos.

Los insensatos vecinos de Torrijos, que ahora pedían su muerte, pronto olvidaron lo mucho que Cebolla hizo por este pueblo. Recordemos que el primer edil dimitió de su cargo por razones estrictamente políticas en 1932. Ante esta renuncia, el periódico provincial El Castellano, dedicó todo tipo de alabanzas a Rivera Cebolla. El periodista intentaba apoyarle, independientemente de sus discrepancias ideológicas, para que revocara su decisión, como así hizo, de presentar la dimisión como alcalde de la villa. El periódico proclamaba que era un político muy pacificador y que Torrijos había vivido en paz, bajo su mandato, en el primer año de Republica. Así se recogía la noticia:

 

Durante los 15 meses que el señor Cebolla ocupa el cargo de alcalde, Torrijos no ha roto ni un solo día su ritmo ordinario de paz: ni un conflicto social en todo este tiempo. Esto debe Torrijos a don Agustín Rivera. Este buscó la armonía entre las clases capitalista y obrera. Tuvo siempre a raya a los obreros con su doble autoridad moral, no obstante de su marca tendencia obrerista.

Y hasta en la más tradicional manifestación religiosa de Torrijos, el Santo Cristo de la Sangre, garantizó el orden. Éste hombre republicano, no enrolado en ningún partido político determinado, ha presentado su dimisión del Ayuntamiento por una cuestión baladí, decisión que debe revocar por el bien de la villa.[xxxvii]

 

Un ejemplar original de dicho diario fue aportado por el abogado defensor de Cebolla al juicio sumarísimo seguido contra él en la posguerra, con el fin de acreditar su moderado pasado político. Se le imputaba todo tipo de acusaciones ideológicas, entre las que no podía faltar la agravante de una pretendida responsabilidad moral por haber constituido un mal ejemplo para las “masas incultas” que después asesinarían al sacerdote Liberio y otros derechistas locales.

En principio, la denuncia contra Cebolla era abstracta y sin formalismo: “por ser de izquierdas y ser responsable de todos los desmanes y muertes habidas en el pueblo bajo sus mandatos”, decían sus acusadores. Los familiares de las víctimas no se aventuraban a imputar la comisión de un delito determinado o la participación en una muerte en concreto. No se le acusaba de haber cometido delito de sangre alguno, sólo de ser haber permitido que otros asesinaran a sus maridos, hermanos e hijos. Sin embargo, después de celebrarse el primer juicio, librándose de la condenada a muerte, la causa fue creciendo con nuevas imputaciones más concretas y hechos nuevos.

Todo giraba en torno a la muerte de Liberio y del resto de asesinados en aquel agosto de 1936. El expediente consta de más de mil folios y en él declararon más de una veintena de torrijeños que vivieron aquel verano de 1936. Incluso testimonios de declaraciones de otras causas seguidos contra vecinos ahora presos fueron unidos a las que ahora nos ocupan. Pero sólo en una de dichas exposiciones, la formulada por Manuel Sánchez Espinosa, “Clavel”, máximo dirigente del Comité, se pudo afirmar y rubricar que Cebolla estuvo implicado en todos los crímenes cometidos en Torrijos, aunque éste apareció misteriosamente ahorcado en la cárcel de Torrijos el 2 de mayo de 1939. Como ya se ha expuesto, presumimos que alguien estaba interesado en ese frágil testimonio inculpatorio que, por otra parte, podría ser revocado en un posible careo entre las partes interesadas. Pero con la muerte de “Clavel”, hizo imposible la práctica de esta prueba.

Cuando terminó la contienda, el médico fue detenido y trasladado a Torrijos en 1939. Su llegada a esta villa coincidió con una fecha muy señalada para el recluso, el 25 de julio, día de Santiago. Era la fiesta que, año tras año, rememoraba la inauguración de “La Humanitaria”, sociedad fundada por Cebolla. Todos los informes emitidos por las autoridades locales y eclesiásticas valencianas son favorables al procesado: “era un intelectual culto, moderado de izquierdas, que criticó duramente la revolución que en Torrijos se formó a partir de julio de 1936”. Tales afirmaciones se reiteraban una y otra vez.[xxxviii]

El arzobispado de Valencia, en un documento lacrado, sellado y firmado por el Presbítero Calixto Hernández Hernando y el mismísimo Vicario, que quedó unido a su sumario dijo:

 

El doctor don Agustín Ribera Cebolla, residente en Valencia y Torres-Torres, en donde estuvo casi toda la guerra con sus esposa e hija, pacíficamente, sin destino, cargo ni sueldo del Estado, viviendo sin retribución alguna y haciendo obras de caridad y visitando a los pobres gratuitamente, habiendo tenido que vender parte de su hacienda en Torres-Torres para atender a sus necesidades.

Digno es don Agustín, médico inteligente y en alto grado caritativo de que se tenga en cuenta cuanto digo al juzgarle, y lo pido, ruego y suplico en nombre de Jesucristo.

Valencia del Cid, 29 de diciembre de 1939. Firma reconocida por el Vicario General. (38)

 

Algunas de las declaraciones más importantes de los testigos propuestos por la defensa de Rivera Cebolla ya han sido trascritas en capítulos anteriores. Solo recordar ahora, la revelación unida a la causa, del testigo Antonio Jiménez Salazar, capitán de infantería que llegó a Torrijos en septiembre de 1936:

 

Al llegar a Torrijos el día 28 de septiembre de 1936 pregunté por la actuación de Agustín Ribera Cebolla a un interlocutor desconocido, de apariencia modesto industrial, diciéndome que aquel no puedo evitar lo que allí sucedió.

Después de acabar la guerra, la hija del citado alcalde, Ana María Ribera de Conde, me comunicó que habían detenido a su padre. Y a tal efecto, me traslado a Torrijos y, entre otras personas, me entrevisto con el empresario más importante de la villa, Cirilo Calderón, confirmándome su opinión de que no fue culpable en absoluto y que los responsables de los asesinatos fueron uno, al que apodó “Patapaño” y otro que no recuerda el mote.

La celebración del Consejo de Guerra en que fue juzgado en Toledo el señor Ribera Cebolla acudió como testigo a su favor, un juez sustituto y abogado llamado Rafael Buenadicha. Por la sola razón de haber declarado a su favor, a su llegada a Torrijos fue violentamente insultado por algunos elementos acaudillados por todos los concejales que integraban la Comisión Gestora del Ayuntamiento.

El que suscribe, sabe de la amistad que unía a don Agustín con el señor Yébenes, después asesinado. Fue el maestro de la hija de Ribera. Y en una carta enviada por aquella víctima a un amigo reconocía que, a pesar de su ideología política contraria a la suya, le consideraba un amigo.

 

En el acto del juicio oral seguido contra Rivera Cebolla en la Audiencia Provincial de Toledo, hoy edificio de la Diputación, sólo asistió como testigo en su defensa un vecino de Torrijos: Rafael Buenadicha Cruz, juez de instrucción interino. Otros declarantes que exculpaban al acusado, como el doctor José Portero Benayas, lo hicieron por escrito.

Este jurista torrijeño, Rafael Buenadicha, era persona afecta al Movimiento Nacional y de probada reputación social. A su llegada a la población, tras asistir al citado juicio, fue recibido por un grupo de personas que le amenazaron y tuvo que refugiarse en el cuartel de la Guardia Civil. Días después, el alcalde franquista Paulino Longobardo González, acordó dar un pregón por las calles del pueblo para que los vecinos firmaran un escrito, en el que se hacía constar la mala conducta del médico juzgado, que después fue presentado ante los tribunales militares.

Como era de esperar, ante las nuevas acusaciones, el tribunal remite el procedimiento sumarísimo a Madrid y un otro instructor inicia una nueva fase probatoria, tomando declaración a testigos inéditos hasta la fecha. Así, se suceden trámites procesales hasta que el fiscal jefe, le imputa al procesado una serie de delitos inéditos: todos ellos coincidentes con las denuncias formuladas por los vecinos de Torrijos contra Cebolla.[xxxix]

La primera sentencia se dicta en Toledo el 16 de marzo de 1940 y es condenado a 30 años de reclusión mayor. Así fundamentaba dicha resolución el presidente del Tribunal, el coronel Cerdeño Gurich:

 

Era el presidente de Izquierda Republicana y del Comité de Torrijos acordó con su anuencia dirigir oficios conminatorios a las personas de posibilidades económicas, imponiéndolas multas que oscilaron entre 500 y 10.000 pesetas. Además, consintió que se desplazaran a Madrid dos miembros del Comité para recabar armas de fuego que luego utilizaron para cometer crímenes en número de 28 personas.

 

Como ocurriera con Fiscer, la familia de las víctimas de aquel verano de 1936, insisten con una fuerte presión popular en todo Torrijos para que, a golpe de pregón, declare más gente en su contra y se revise la sentencia. Uno de los párrafos de la nueva denuncia está cargado de malicia y falsedad:

 

El cura párroco don Liberio González Nombela es conducido desde Santa Ana de Pusa a Torrijos el 18 de agosto de 1936, donde es paseado por el pueblo ante la burla y guasa de todos los indeseables. Después es llevado al Ayuntamiento en presencia del alcalde Rivera Cebolla que dice: “Venga, hacerlo pronto y llevárosle de mi presencia”. Y efectivamente, a los pocos momentos de pronunciar esta frase dicho sacerdote es asesinado.

 

La segunda sentencia se dicta el 29 de enero de 1944 y el acusado es condenado a la pena de muerte. En uno de los párrafos de la citada resolución se dice:

 

Al iniciarse el Glorioso Movimiento Nacional el procesado marchó a Madrid para organizar la resistencia contra las fuerzas nacionales. A su vuelta a Torrijos, entre los días 3 ó 4 de agosto, ostentó la doble condición de alcalde y presidente del Comité. En dicho pueblo se cometieron asesinatos por orden e instigación del Ayuntamiento, entre ellos el del diputado de la C.E.D.A. don Julio González Sandoval, enemigo público del encartado durante todo el periodo republicano.[xl]

 

Durante unos seis meses, los intentos de la familia para suspender la ejecución son innumerables, pero el día 23 de agosto de 1944 fue ejecutado en la prisión de Santa Rita (Madrid). La muerte de Cebolla constituyó otro ejemplo más del afán vengativo de la “justicia” franquista, que alcanzaba incluso a los que había trabajado para atajar la represión frentepopulista en aquel fatídico verano de 1936.

Por su parte, José Fiscer Barbeyto nació en Morón de la Frontera (Sevilla), en el año 1882. Sin embargo, sus antepasados familiares se relacionan con el municipio de La Carolina (Jaén), de donde es oriundo el apellido Fiscer. La saga de los Fiscer, de ascendencia alemana, llegó a Sierra Morena a finales del siglo XVIII, en seno de las repoblaciones andaluzas durante el reinado de Carlos III.[xli]

Durante su estancia en Andalucía, Fiscer se licenció en Medicina por la Universidad de Granada, siguiendo la tradición familiar (su hermano Benigno también había hecho lo propio). Pero no llegó a Torrijos hasta 1922, donde armonizó la medicina con la política, y ejerció de teniente de alcalde durante la Dictadura de Primo de Rivera.

Con la proclamación de la Segunda República, en abril de 1931, vuelva al Ayuntamiento a través de la candidatura republicano-socialista encabeza por su compañero de profesión, Ribera Cebolla. Sin embargo, desde el principio se vincula a los partidos más moderados el espectro político: primero a Derecha Liberal Republicana, liderada por su compañero de facultad, Niceto Alcalá Zamora, y después en Izquierda Republicana.

En abril de 1931 es nombrado presidente de la Diputación de Toledo, cargo que ejerció hasta noviembre de 1933. Durante su mandato, se inauguró el Hospital Provincial de Toledo, en enero de 1933, a cuya ceremonia asistieron Niceto Alcalá Zamora y Manuel Azaña, momento recogido en una histórica fotografía publicada en todos los medios de comunicación.

Tras las elecciones generales de noviembre de 1933, ante el triunfo de la derecha, es apartado de su cargo al frente de la Diputación. A partir de ahí, comienza un periodo de crisis política que coincide con la refundación de su formación política: Derecha Liberal Republicana. Después, con la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936, se reincorpora como teniente de alcalde al Ayuntamiento de Torrijos pasa sufrir los peores momentos de vida.

El final de la guerra le sorprende a Fiscer en Valencia, donde ejerció como director de un hospital. Una vez en Madrid, es detenido el 6 de julio de 1939 y trasladado a la cárcel de Torrijos. Desde aquí, inicia un periplo por las prisiones de provinciales, que duró hasta 1945, para acabar en Yeserías-Madrid.

En la causa seguida contra Fiscer, ante el tribunal que le juzgó, los familiares de las víctimas de aquel fatídico verano de 1936, le acusaban a través del siguiente escrito de denuncia:

 

Que José Fiscer Barbeito fue el encargado de repartir las armas cuando se inició el Glorioso Alzamiento Nacional. Y en los últimos días de julio de 1936, cuando Fiscer ejercía de alcalde, fue asesinado el sacerdote de Val de Santo Domingo, Franco Aguilera, a pocos metros del casco de la población de Torrijos. Igual le ocurrió, días después, al párroco de Carriches y a su padre, siendo de advertir que dichas víctimas fueron a pedir protección a Fiscer, sin poder llegar hasta su domicilio por ser detenidos por milicianos que estaban cerca de la casa de aquel.

Mientras fue alcalde Fiscer, sería detenido en Burujón el capitán Alba y conducido a Torrijos, donde era alcalde. Allí Fiscer dio la orden de conducirlo a Toledo, pero fue asesinado en la Venta del Hoyo.[xlii]

 

El abogado defensor de Fiscer, su amigo Agustín Conde Alonso, que ejercía su profesión en Toledo, le asesoró en la redacción del escrito que explicaba las injusticias sufridas por su cliente:

 

Comparecí en el consejo de guerra celebrado en Toledo el 15 de marzo de 1940 siendo condenado a 30 años de reclusión mayor. No pretendo ahora discutir el fallo del tribunal, que acato con la natural amargura, que no ha tenido en cuenta que bajo me mandato en Torrijos no se cometió asesinato alguno.

Pero cuando el pueblo de Torrijos tuvo conocimiento de la anterior resolución judicial, las personas que pretenden convertir la Victoria de las Armas Nacionales en medio de satisfacción de sus venganzas, comenzaron otra vez una campaña de agitación para conseguir la revocación de dicho fallo. Así, las propias autoridades del pueblo de Torrijos, en actitud irrespetuosa para los tribunales, lanzaron un pregón al vecindario para suscribir nuevas acusaciones en busca de la pena de muerte.

Indudablemente, si mi conducta fue equivocada y mis actos merecen sanción, esta debe ser impuesta. Pero lo que no puede hacerse, a mi juicio, es esperar el fallo del tribunal para presentar nuevas denuncias, de una manera artificial, a toque del cornetín del pregonero y con la coacción representada por la llamada del alcalde para halagar los sentimientos lógicamente heridos de las personas que lloran los asesinatos causados por los rojos a sus seres queridos.

Con respecto a la nueva acusación de que ordené conducir al capitán Alba a Toledo es absolutamente infundada. Sólo sabía que era hijo político del médico señor González Orúe, con quien mantuve buena relación personal y profesional. Por ello, no considero presumible que la familia del infortunado Oficial, interesada en la investigación de la verdad, haya podido insinuar el menor atisbo de acusación contra mí. A mayor abundamiento, el día en que el capitán Alba pasó por Torrijos, yo me encontraba en La Puebla de Montalbán pasando consulta.

 

A los 63 años de edad, Fiscer consigue la libertad condicional el 31 de mayo de 1945, y sale de la cárcel de Yeserías para fijar su residencia en la calle Sagasta de Madrid. Aquí, sobrevive catorce años más (falleció el 31 de enero de 1959) aquejado de múltiples enfermedades y una profunda depresión.[xliii]

 

[i]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario seguido contra Fiscer Barbeyto. Sumario 34.241.

[ii]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario seguido contra Fiscer Barbeyto. Sumario 34.241.

[iii]. Esta declaración la realiza en 1940 ante los Tribunales Militares que le estaban juzgando. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario seguido contra Fiscer Barbeyto. Sumario 34.241.

[iv]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD .Caja 6622, Legajo 5930, Sumario 647.

[v]. Archivo General e Histórico de Defensa. Caja 6622, Legajo 5930, Sumario 647, seguido contra Ribera Cebolla.

[vi]. Archivo General e Histórico de Defensa. Caja 6622, Legajo 5930, Sumario 647.

[vii]. Archivo General e Histórico de Defensa. Caja 6622, Legajo 5930, Sumario 647.

[viii]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 1234, Legajo 234, seguido contra Florencio Rodríguez Muñoz.

[ix]. RUIZ ALONSO, José Mª. La Guerra Civil en la provincia de Toledo, II pag 77 y ss. También Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 986, Legajo 129, seguido contra el último alcalde republicano de Maqueda. La brigada miliciana “Los Leones Rojos”, llegada de la capital imperial, intervino en multitud de ejecuciones de derechistas, previamente señalados por el Comité local, entre otros los seis asesinatos de Maqueda, según consta acreditado en declaraciones de sus miembros, entre ellos el vecino de Guadamur, Manuel Gómez Coto. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD.

[x]. Archivo General e Histórico de Defensa. Caja 6622, Legajo 5930, Sumario 647, Consejo de Guerra seguido contra Ribera Cebolla.

[xi]. AGMM. Sumario 324, legajo 233, seguido contra Paulino Arevalillo Rodríguez, “Cotesa”.

[xii]. Diario El Alcázar, de fecha 15 de diciembre de 1936. Todos los cadáveres de las víctimas antes citadas, hasta un total de 22 torrijeños, fueron arrojados al Pozo del Camino de Barcience muy próximo a esta localidad. Sus restos serían exhumados con toda solemnidad, semanas después, y trasladados al cementerio de la villa. Asistió a acto el coronel del Tercio de la Guardia Civil, Luís Asiaín, el obispo de Toledo, el alcalde y demás autoridades, junto a familias y todo el vecindario. La bandera nacional cubría sus féretros. El industrial Félix Gómez Hidalgo pronunció unas patrióticas palabras y después se cantó el himno.

[xiii]. Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 1234, Legajo 234, seguidos contra Agustín Rivera Cebolla.

[xiv]. Archivo General Militar de Madrid. AGMM, sumario 1222, legajo 534, seguido contra Manuel Espinosa Clavel.

[xv]. AGMM. Sumario 1222, legajo 534, seguido contra Manuel Sánchez Espinosa “Clavel”

[xvi]. Ibidem.

[xvii]. Archivo General Militar de Madrid. En un gran número de sumarios estudiados aparece el nombre de Nieves Sánchez López, y su repetida “lista negra”. Esta relación no fue necesaria para identificar a los autores y cómplices de la muerte de Liberio porque existe una foto con todos ellos.

[xviii]. TEODORO TONI RUZ, S.J., Mártires de la Cruzada. Un párroco ejemplar: Liberio González.

[xix]. Libro de actas, sesión 23 de septiembre del 36 y siguientes. Otros miembros de la Corporación fueron Mariano Calderón, Aniceto del Río y Faustino López.

[xx]. El edificio de las Escuelas Pías fue incendiado por partidarios de la CNT un día después del estallido de la guerra civil, el 19 de julio de 1936, después de que falangistas atrincherados en su interior dispararan desde dentro. Sin embargo, a diferencia de otros edificios, se mantuvo tal y como quedó tras el incendio hasta el año 2002, en el que se aprovecharon las ruinas para construir una biblioteca.

La nueve sede del Comité en Madrid ha sido revelada en declaraciones por algunos de sus miembros. Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 768, Legajo 764, seguido algunos miembros del Comité

[xxi]. COLLADO JIMENEZ Juan Carlos, La Guerra Civil en El Casar de Escalona.

[xxii]. Testimonio de los familiares de Juan Lorenzo Cámara, en entrevista de fecha 26 de mayo de 2004.

[xxiii]. En el Libro de actas del Ayuntamiento de Torrijos, sesión de fecha 23 de septiembre de 1980, se refleja el inicio de los acuerdos de exhumación, siendo alcalde Miguel Ángel Ruiz Ayúcar.

[xxiv]. El nombre de Martina Navarro Peña, que carece de inscripción de defunción, aparece en una lápida vertical que el Ayuntamiento de Gerindote acordó instalar en su cementerio en recuerdo de todos “los caídos”, de ambas ideologías.

[xxv]. Libro de defunciones del Registro civil de Torrijos y testimonio de sus familiares.

[xxvi]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. No podemos citar ningún sumario concreto porque la frase “aparece en la lista del convicto y confeso Nieves”, quedó transcrita en decenas de causas. Igual ocurriría con la de “aparece en la foto del banquete celebrado tras el asesinato del párroco Liberio”.

[xxvii]. MILLARES CANTERO, Sergio. Ponencia de dicho historiador presentada en el Congreso Internacional sobre la Guerra Civil en Castilla – La Mancha en septiembre de 2006.

[xxviii]. Los tres citados fallecimientos aparecen en el libro de defunciones del Registro civil de Torrijos, pero sólo el de Nieves quedó reflejado en la lápida de los “restos del pozo del camino de la Vega”.

[xxix]. Archivo General e Histórico de Defensa. Procedimiento sumarísimo de urgencia nº 365, seguido Mariano Castaño Rodríguez, Luciano López Ramos y Manuel Díaz Díaz. Tanto en éste consejo de guerra como en otros seguidos contra los miembros del citado comando, no aparece el nombre Valentín Gil Valiente.

[xxx]. Archivo General e Histórico de Defensa. Procedimiento sumarísimo de urgencia nº 365, seguido Mariano Castaño Rodríguez.

[xxxi]. Archivo General e Histórico de Defensa. Procedimiento sumarísimo de urgencia nº 365, seguido contra Joaquín Losana López y otros.

[xxxii]. Ibidem.

[xxxiii]. Ibidem.

[xxxiv]. Ibidem.

[xxxv]. Archivo General e Histórico de Defensa. El procedimiento sumarísimo de urgencia nº 1222, legajo 534, seguido contra Manuel Sánchez Espinosa “Clavel” finalizó sin sentencia porque murió en la cárcel de Torrijos, en extrañas circunstancias, antes de ser juzgado.

La esposa de “Clavel”, Margarita Sánchez Vázquez, también se encontraba detenida con su esposo en la cárcel de Torrijos, pero los cargos contra ella imputados eran leves y fue condenada a pena de prisión mayor.

[xxxvi]. MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Torrijos 1931-1944. La Guerra Civil. Autoedición, Toledo, 2012, pp. 23 y ss.

[xxxvii]. El Castellano de fecha 27 de julio de 1932, nº 7.242. Este periódico se puede ver digitalizado a través de Internet: Centro de Estudios de Castilla La Mancha. www.uclm.es

[xxxviii]. MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Torrijos 1931-1944. La Guerra Civil. Autoedición, Toledo, 2012, pp. 23 y ss.

[xxxix]. Ibidem.

[xl]. Ibidem.

[xli]. Ibidem.

[xlii]. Ibidem.

[xliii]. Testimonio de Guillermo Fiscer L.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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