HUECAS EN LA SEGUNDA REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL

HUECAS

Segunda República

Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 arrojaron un resultado alarmante para las esperanzas monárquicas. En la tarde de ese día, el conde de Romanones reconoció ante los periodistas que el resultado no podía ser más lamentable para los monárquicos. Triunfaron las candidaturas republicanas en la casi totalidad de las capitales de provincia. Pero no se trataba de un plebiscito para decidir entre Monarquía y República; y, sin embargo, tal fue la significación general que de inmediato se dio a estas elecciones. Por ello, desde las primeras horas del 14 de abril por las calles de Madrid hervía el entusiasmo de las masas republicanas y el Rey rechazaba una posible resistencia armada para frenar al pueblo.

En su despedida final, Alfonso XIII había pedido perdón a sus más allegados. Y al abandonar la que fuera durante dos siglos la morada de sus antepasados, un cortesano intentó animarle sugiriendo su próximo regreso. El rey le contestó con tristeza: “Espero no tener que volver, pues ello significaría que el pueblo español no era próspero ni feliz”. Y así fue, nunca más volvió del extranjero a España.

Tal fue la sorpresa del resultado electoral que el cardenal primado de Toledo, el polémico y antirrepublicano Pedro Segura Sáez, no pudo de cancelar su visita pastoral a Huecas señalada para el 14 de abril de 1931. También es posible, que prefiriera pasar ese día en esta localidad, administrando el sacramento de la confirmación a los niños, que soportar el griterío de la población de Toledo proclamando la Segunda República. En la capital, los comercios y establecimientos públicos no abrieron sus puertas y se cantó el Himno de Riego por sus calles. Sin embargo, según el investigador huecano, Roberto Félix, de quien hemos tomado esta información, una vecina del pueblo se acercó al prelado y le vociferó: “¡Viva la República!”.[i]

Pocas jornadas después de tan esquivo viaje a Huecas, el cardenal Segura publicó en los periódicos una carta pastoral antirrepublicana que le trajo aparejada su expulsión inmediata de España. En ella tuvo un recuerdo de gratitud a Alfonso XIII, además de anunciar medidas respecto a una posible incautación de bienes de clero. Sin embargo,  meses después la Compañía de Jesús fue disuelta y sus bienes nacionalizados.

Por todo ello, suponemos que en Huecas no se celebró la proclamación de la Segunda República como en el resto de localidades vecinas, aunque la bandera tricolor no ondeara en el Ayuntamiento hasta, al menos, momentos después de la partida de su eminencia hasta la Ciudad Imperial.

La primera Corporación municipal de la Segunda República en Huecas estuvo formada por vecinos que provenían del antiguo régimen, como el nuevo alcalde José Antonio Téllez de Cepeda Agudo, apodado “El Señorito”, casado con la huecana Modesta Josefa López, propietaria de extensas fincas en la localidad.[ii]

Fue preciso soportar unos comprometidos y crispados momentos para designar al primer alcalde republicano de Huecas, motivado por la codicia de ostentar el poder del monárquico José Antonio Téllez, que no era querido por la población. En los pueblos pequeños las elecciones no tuvieron un marcado cariz político, sino más bien administrativo. De ahí que en muchos Ayuntamientos los concejales fueran nombrados por el artículo 29 de la ley electoral. Se presentaban igual número de candidatos que de concejales correspondían al municipio y ya no era necesario votar.

El último alcalde del reinado de Alfonso XIII, el señor Téllez, se presentó a las elecciones del 12 de abril de 1931 en compañía de los mayores hacendados de la localidad, entre ellos  Lucio Jiménez Cervantes y Jesús Carrasco Morales. Estos viejos dinásticos no tenían rivales políticos porque la candidatura republicana-socialista, después de tantos años de dictadura, estaba formada por personas que aún eran muy inexpertas. Éstos ignoraban los entresijos de la política municipal porque durante la anterior etapa absolutista no tuvieron oportunidad de acceder al Ayuntamiento.  Pero este conflicto de intereses, que en tantos pueblos de España ocurrió, fue solucionado en tan solo unas semanas.[iii]

Es necesario recordar, otra vez más, que por estas y otras razones de fraude electoral se convocaron nuevos comicios municipales, a celebrar el 31 de mayo de 1931, en aquellos Ayuntamientos en los que se habían producido irregularidades. Ante el aluvión de reclamaciones presentadas, el ministro de Gobernación Miguel Maura decidió el nombramiento de Comisiones Gestoras, que en Huecas no debieron constituirse con normalidad. En muchas localidades no se celebraron tampoco comicios en mayo, y era el Gobernador quien designaba a un primer edil.

También ignoramos el resultado de los hipotéticos sufragios de mayo, así como la razón de por qué aparece Lucio Jiménez Díaz como primer alcalde de la Segunda República durante solo unos meses, hasta que en noviembre de 1931 es nombrado como máximo mandatario a Francisco Iglesias Pascual, maestro nacional. Pero esta sustitución la podemos interpretar, como en otras localidades vecinas, como una posible dimisión del primer mandatario que se vio desbordado por las vertiginosas reformas agrarias que el Gobierno de la República comenzó a promulgar.

Aunque durante la República se celebraron tres elecciones generales, en junio de 1931, noviembre de 1933 y febrero de 1936, las fuerzas políticas no fueron capaces de realizar unos comicios municipales independientes del gobierno de turno, como se debía haber hecho. De modo que cada vez que cambiaba el Gobierno central (y lo hizo en 1933 y en 1936 con signos opuestos), cambiaban los concejales del Ayuntamiento. Por este motivo, y ante la falta de concreción de los libros de actas, resulta tan complejo averiguar la sucesión de alcaldes en muchas localidades.

La proclamación de la Segunda República produjo una inmediata fricción entre el nuevo régimen y la Iglesia católica. Los republicanos anunciaron su determinación de crear un sistema de escuelas laicas, introducir el divorcio, secularizar los cementerios y reducir las órdenes religiosas. Se pretendía acabar con la sumisión a lo religioso y esto también se apreció contra Ursinio Pérez, párroco de Huecas. Ocurrió en una manifestación que discurría por las calles del pueblo, para celebrar el primer aniversario de la Segunda República, algunos asistentes le gritaron unos versos ofensivos: “En este pueblo de Huecas, ha habido renovación, ahora falta echar al cura, que es un gran zalamerón”.[iv]

A los pocos días de ser implantada la Segunda República se promulgó el decreto de Términos Municipales, disposición que establecía la obligación patronal de contratar preferentemente a los obreros locales. Esta legislación beneficiaba a los jornaleros de los pueblos con mayor superficie de término municipal, pero apenas si repercutió en la población. La norma que si afectó a Huecas fue el decreto de Arrendamiento Colectivos de 19 de marzo de 1931. A través de este precepto, el Ministro de Trabajo, Largo Caballero, intentó atajar el problema agrario con esta disposición. Se establecía que las sociedades obreras legalmente constituidas podían concertar un contrato de arrendamiento colectivo, recibiendo ayudas económicas y técnicas. Y al amparo del mismo se constituyó una colectividad agraria de 93 familias sobre las fincas La Dehesilla, Carrascalejo, Las Cunas y Huerta de don Gregorio. Explotaban 1.465 hectáreas propiedad de José Antonio Téllez, “El Señorito”. También la Sociedad Obrera cultivó  en 1932 otra finca abandonada propiedad de Gregorio López.

A propósito de los arrendamientos colectivos de Huecas, la prensa católica se mostraba contrario a ellos. El periódico El Castellano escribía en su editorial: “Es indiscutible que la vida del jornalero del campo es precaria y que urge mejorarla a través de una reforma agraria. Pero no es menos cierto que cuando precipitadamente se reparta la tierra en insignificantes porciones se agravará el problema”.[v]

Los ataques y atropellos que se producen en las fincas fueron motivadas por la crisis del trabajo. La recesión angustiaba a los Ayuntamientos que se veían desbordados por las quejas de sus vecinos que pedían pan y trabajo. Una asamblea de más de treinta alcaldes de la provincia, entre ellos el nuevo de Huecas, Francisco Iglesias Pascual, se reunió en la Diputación que presidía el médico torrijeño José Fiscer. Se afrontó el problema económico y de orden público en sus pueblos. El más importante de los acuerdos adoptados, después de enconados debates, fue el de que cada Ayuntamiento percibirá una décima parte del impuesto de contribución. A partir de entonces dicho tributo fue conocido popularmente como “La décima”, y durante años constituyó una pequeña fuente de financiación muy apreciada.[vi]

 

Hacia la guerra civil

 

El último alcalde republicano de Huecas, Lucio Escobar Catalá, era zapatero de profesión y afiliado al PSOE desde 1932. Fue un sindicalista destacado y fundador de la Sociedad Obrera “La Esperanza”, pero no ostentó cargo público alguno en el Ayuntamiento hasta que accedió por primera vez la alcaldía en marzo de 1936.[vii]

Un mes después del citado nombramiento, al primer edil le tocó pacificar los ánimos del pueblo alterados por un grave incidente ocurrido en la celebración del quinto aniversario de la proclamación de la Segunda República. Éste 14 abril, el derechista Julián del Álamo falleció tras ser apuñalado por Pascual Sánchez-Escalonilla, previamente había sido conducido al Hospital Provincial de Toledo junto a tres heridos más. Tal hecho vino motivado una revuelta en la plaza en la que, a pesar de que el Gobernador había ordenado la retirada de armas, algunos derechistas iban armados.

La versión de los sucesos citados dada por un implicado en los mismos, Félix del Viso Herrera, ante los tribunales militares que le juzgaron, fue la siguiente:

 

El 14 de abril, el alcalde Lucio Escobar nos advirtió de que no quería enfrentamientos ese día con la derecha y que evitásemos cruzarnos con ellos. Pero ocurrió que uno de los nuestros, José Martín, “Seis Dedos”, se subió a una mesa para hablarnos en público, a pesar de estar prohibido. El orador se lamentaba de no haber sido apoyado como alcalde, en lugar de a Lucio. Después llegó el grupo de ideología contraria y empezaron los tiros, puñaladas, palos etc. Yo agredí con  una estaca a mi primo, el derechista Carlos Herrera Bravo, para quitarle una pistola que después entregué al alcalde.[viii]

 

Ingresaron en prisión, además del autor del homicidio, Pascual Sánchez, Antonio Téllez, Carlos Herrera y Gregorio García. Aquella reyerta que enfrentó a ambos bandos, marcaría el devenir de los contendientes hasta el final de sus vidas y algunos participantes morirían tras el estallido de la guerra. Este fue el caso del médico Antonio Téllez, que tras la salida de prisión por su implicación en los hechos relatados, antes de junio de 1936, fue expulsado del pueblo por las fuerzas más radicales  de izquierdas.

A partir de las elecciones de febrero de 1936, con la victoria del Frente Popular, en los enfrentamientos locales entre miembros de ambos bandos era difícil apreciar dónde empezaba la incitación y dónde acababa el desquite. Las hostilidades entre vecinos de distintas ideologías fueron continuas hasta estallar la revolución que originó el golpe militar del 18 de julio. “A partir de ese momento no pude contener a las masas obreras dirigidas por el Comité”, declaró reiteradas veces el primer edil ante los tribunales militares que le juzgaron al acabar la guerra.[ix]

Una vez estallada la guerra, bajo del mandato del primer edil, Escobar se procedió al desarme de los derechistas que tenían armas y los registros domiciliarios con las consabidas incautaciones de bienes y ganado. Así, en la casa de José  Antonio Téllez,  se saqueó una importante cantidad de trigo y la caja de caudales custodiada por sus empleados más leales.

Tras el golpe militar, la primera víctima mortal fue Carlos Herrera Bravo. Su fusilamiento ocurrió el  25 de agosto de 1936. Previamente había escapado de la cárcel de Toledo para refugiarse en la casa de un familiar que residía en la villa de Portillo, pero el Comité portillano le condujo nuevamente hasta la Ciudad Imperial donde perdería la vida.[x]

El alcalde, Lucio Escobar, siguió ejerciendo  el gobierno municipal al frente del Ayuntamiento, al menos hasta el 26 de agosto.  En esta fecha, logró persuadir a un grupo de milicianos llegados de Toledo para que no asesinaran a cinco vecinos componentes de una lista que el Comité les facilitó previamente. Así lo declaraba ante los tribunales militares:

 

Convencí al sargento de milicias para que liberara a Carmelo Lorente. Después hice lo propio con Ezequiel Morales y Arturo Sánchez González. Pero cuando volví a por Ángel Gabriel García y Aurelio Díaz del Viso, ya habían subido a un camión y el sargento me amenazó  con llevarme con ellos a Toledo, si insistía en mis pretensiones. Ambos huecanos, Ángel Gabriel y Aurelio, serían fusilados en Toledo, pero nada más pude hacer por salvar sus vidas.[xi]

 

Sin embargo, esta versión de los hechos, dada por Lucio Escobar, no convencía al sacristán, padre del infortunado Ángel Gabriel. Este acusaba al alcalde de interceder ante los milicianos para liberar a sus paisanos más allegados, y entre ellos no se encontraba su hijo, “a pesar de que fui al Ayuntamiento a rogarle su liberación”, afirmaba el progenitor en su escrito de denuncia. Por el contrario, los afortunados liberados sí que declararon como testigos a favor del  alcalde frentepopulista al finalizar la guerra, y uno de ellos era el primer edil franquista, Carmelo Lorente.[xii]

Los tribunales militares querían implicar a Lucio Escobar, sin conseguirlo, en la muerte de Antonio Téllez. Pero el primer edil no tuvo reparos en facilitar los nombres y apellidos de las personas que intervinieron en el asesinato del médico, que no fueron otros que los miembros del Comité, a cuyo frente se encontraba  Andrés Díaz Cuerva y Anastasio Fraguas Díaz, “Cara Estaca”. El primero murió, en octubre de 1936, tras la llegada de las tropas sublevadas a Huecas; y el segundo ante un pelotón de fusilamiento en el año 1944. Éste presidente del Comité fue juzgado con tanta demora, casi cinco años después de finalizar la guerra, porque vivía discretamente en el barrio del Lucero de Madrid hasta que la vecina Josefa Martín Sánchez le denunció tras ser reconocido en la calle.[xiii]

El alcalde de Huecas, argumentaba en su defensa ante los tribunales militares:

 

Es cierto que acompañé, de madrugada, a los miembros del Comité que custodiaban al detenido, hasta las tapias del cementerio de Huecas. También es verdad que iba armado con una escopeta. Pero la única finalidad de mi presencia ahí era seguir intentado evitar, hasta el último momento, la muerte de Téllez.

 

Sin embargo, como ocurriera en casi todas las localidades objeto de nuestro estudio de investigación, el alcalde sí reconoció haber intervenido en las incautaciones, multas y sanciones. Incluso admitió la requisa de la casa del infortunado  José Antonio Téllez, que fue despojado de más de 1.000 fanegas de trigo y una valiosa caja de caudales, que el máximo mandatario municipal justificó con la necesidad de abastecer de pan a la población. También, Lucio negó su participación en la destrucción de imágenes de la iglesia y ermita, y su quema posterior en una hoguera pública, así como de la destrucción de la Picota medieval: “Conseguí salvar al cura párroco, Mariano Asperilla, que huyó a su pueblo natal, Escalonilla”, declaró el primer edil intentando salvar su vida.[xiv]

 

La llegada de las tropas nacionales a Huecas

 

Siguiendo al investigador huecano, Roberto Félix, de quien hemos tomado los hechos bélicos que a continuación se describen, lo peor estaba aún por venir. El 26 de septiembre de 1936, cuatro días después de la toma de Torrijos, llegó al pueblo el Batallón de Comuneros, en su mayoría milicias campesinas. Su misión era defender la retaguardia y apoyar a una compañía republicana que ya se encontraba en la localidad al mando del capitán Lurueña. Sin embargo, incomprensiblemente, el 2 de octubre de 1936, dos huecanos fueron pasados por las armas: Agustín Herrera e Ignacio Jiménez Cabezas. Mejor suerte corrió Ezequiel Morales Carrasco, que había huido del pueblo, temeroso de su suerte, y contemplaría las futuras acciones bélicas desde el castillo de Barcience, ya ocupado por las fuerzas nacionales. Así relato su fuga al bando sublevado

 

Íbamos desarmados y agitando al viento pañuelos blancos para expresar nuestras pacíficas intenciones, pero no fue fácil. Temimos por nuestras vidas, hasta que las tropas nacionales nos identificamos como personas de derechas y pudimos seguir a su lado.[xv]

 

El sangriento combate vivido el día 6 de octubre, fecha en la que Huecas pasó a manos de los insurrectos, que ha sido transmitido de generación en generación, aún permanece en el recuerdo de los familiares que perdieron a sus seres queridos. En esta fecha se reinicia el avance, desde Toledo hacía Madrid. En el diario de operaciones del general Varela se dice que “Huecas se conquistó por la 6ª Bandera de la Legión y el 1º y 3º Tabor de Regulares de Tetuán, integrados en la Columna 1ª de Asensio, a pesar del fortísimo fuego de ametralladoras y artillería que durante seis horas causó muchas bajas a las tropas marroquíes”.

Según los testimonios orales recabados por el investigador Roberto Félix, las fuerzas republicanas fueron sorprendidas, a las 5 horas de la madrugada, dormidas tras la resaca de la fiesta del día anterior. Y según la información facilitada por dos milicianos huidos del frente de batalla, a su llegada a Valmojado, “las tropas nacionales rodearon el pueblo entre la niebla causando más de un centenar de bajas, entre ellas cinco huecanos ajenos a la contienda”. Ese mismo día, el capitán Lurueña sería fusilado en un corral a las afueras del pueblo.

Momentos después los moros hicieron valer su fama de sanguinarios y la emprendieron contra el vecindario. Las primeras ejecuciones, además de la ya citada, tuvieron lugar el 9 de octubre y  no terminaron hasta el 4 de diciembre, con la muerte de Felipe del Olmo Villamanta, Inés Escudero Gómez y Benigno García Zapardiel. Así, la llamada represión en caliente, sin juicio previo, arrojó un total de 29 huecanos fusilados, según Roberto Félix.[xvi]

 

Fin de la guerra

 

Con la victoria militar cayeron las instituciones democráticas, pero faltaba la demolición total del republicanismo del que aún se temía fuera capaz de reverdecer y reorganizarse. Por ello, la represión comienza hacerse pensando en el presente y en el futuro. La deseada paz para todos, lo fue sólo para los vencedores y sus adeptos. Muchos de los derrotados creyeron las vagas promesas de que no tenían nada que temer, pero no fue así. A finales de marzo de 1939, los frentes que quedaban se derrumbaron sin resistencia y una masa enorme de soldados republicanos entregó sus armas. Larguísimas colas de prisioneros, demacrados y hambrientos, podían contemplarse por las carreteras o calles de las ciudades. Por todas partes se veían gentes despavoridas, familias errantes, en un trasiego de población caminando hacia sus hogares.

En Huecas, el calabozo para “alojar” a los vencidos se encontraba en el propio Ayuntamiento y después serían trasladados a las prisiones provinciales, previa instrucción en el Juzgado de Torrijos. Otros huecanos, como Eugenio Díaz y su esposa Amada Carrasco Escobar huyeron a Francia.[xvii]

Desde principios de 1937 hasta julio de 1948 en que se dio por terminado el estado de guerra, toda la maquinaria represiva recayó sobre la jurisdicción militar. En lugar del Código Penal, Franco aplicó el Código de Justicia Militar que, en su artículo 237, castigaba la “rebelión militar” contra el Gobierno de la República; es decir, que los sublevados castigaban por “rebelión” a los que habían permanecido leales al Gobierno constitucional. Una curiosa aberración legal que se llamó “justicia al revés”. En definitiva, se concedió prioridad a la jurisdicción castrense, con procedimientos sin ninguna garantía jurídica, sobre la ordinaria.

A fin de sustanciar los miles de sumarios incoados contra más de 280.000 detenidos, el régimen se vio obligado a crear multitud de juzgados militares, entre ellos Escalona, Torrijos, Talavera y Toledo, que se vieron totalmente saturados en los tres primeros años de la posguerra.

Pero serían dos mujeres vecinas de Huecas las dos primeras  víctimas de los tribunales militares: Regina Félix Cuerva y María Isabel García Díaz, ejecutadas en 1938 en la cárcel de Toledo. Otros, como el propio alcalde republicano, Lucio Escobar Catalá, falleció en la prisión de Santiago de Compostela (Coruña) en 1942, enfermo de tuberculosis. Pero lo más habitual era que la ejecución de la pena de muerte se llevara  a cabo en Torrijos, Talavera, Toledo o Madrid. Aquí murieron fusilados, Obdulio Cuerva del Viso, Julián de Viso Ramos, Rafael Félix Martín, Dionisio Díaz Hernández y Anastasio Fraguas Díaz, entre otros. La lista de fallecidos, aún incompleta, que se publica al final de esta obra, ha sido confeccionada con la ayuda del investigador huecano, Roberto Félix.[xviii]

 

[i]. FÉLIX GARCÍA, Roberto: Segunda República y Guerra Civil en Huecas, autoedición, página 9 y ss.

[ii]. Ibidem.

[iii]. Ibidem.

[iv]. Ibidem.

[v]. El Castellano, de junio de 1931.

[vi]. El Castellano 20 agosto 1931.

[vii]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 122, Legajo 5753, seguido contra el alcalde Lucio Escobar Catalá.

[viii]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 48458, Caja 2068/1, seguido contra Anastasio Fraguas Díaz y Félix del Viso Herrera.

[ix]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 122, Legajo 5753, seguido contra el alcalde Lucio Escobar Catalá.

[x]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 346, Legajo 9812, seguido contra el vecino de Portillo de Toledo, Ramón Mora Nombela Fue condenado a muerte y ejecutado en el año 1943, por su presunta participación en la muerte de Carlos Herrera. Lideró al grupo de milicias toledanas denominada “Los Leones Rojos”

[xi]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 122, Legajo 5753, seguido contra el alcalde Lucio Escobar Catalá.

[xii]. Ibidem.

[xiii]. Ibidem.

[xiv]. Ibidem.

[xv]. Testimonio de Ezequiel Morales, en entrevista realizada el 26 de mayo de 2006.

[xvi]. FÉLIX GARCÍA, Roberto: Segunda República y Guerra Civil en Huecas, autoedición, página 7 y ss.

[xvii]. Ibidem.

[xviii]. Ibidem.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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