Sublevación militar en la comarca de Torrijos

 SUBLEVACIÓN MILITAR Y REVOLUCIÓN POPULAR EN LA COMARCA DE TORRIJOS.

El golpe militar fracasó en algunos sitios y triunfó en otros, dividendo al país. La gran paradoja consistió en que el levantamiento militar, que supuestamente pretendía evitar una revolución en ciernes, lo que hizo realmente fue provocarla. En la comarca de Torrijos se cumple lo que tantos analistas han afirmado: en la parte de España donde no triunfa el golpe de Estado estalla la revolución originada por el propio movimiento militar, con lo que el alzamiento provoca precisamente lo que intentaba impedir. (1)

Por ello, en aquel verano del 1936, la revolución desató en la retaguardia (y la comarca de Torrijos estaba en esa zona) una represión indiscriminada sobre personas sospechosas de colaborar con los rebeldes o simplemente de simpatizantes de derechas, entre los que se incluyó el clero.

En los pueblos de la comarca de Torrijos no se apoyó a la rebelión, a excepción de La Torre de Esteban de Hambrán donde un nutrido grupo de vecinos se amotinaron en torno a su líder, Juan Aguado, Jefe de Falange, que tenía armamento escondido para tal fin.(2)

El jefe del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, ordenó a los gobernadores civiles que no repartieran armas entre las organizaciones obreras, pero los acontecimientos le desbordaron el mismo día 18 de julio. A la mañana del día siguiente, tras su dimisión, el socialista José Giral aceptó el encargo de sucederle y dio el paso decisivo de armar al pueblo que salió a la calle para combatir a los sublevados. Así, alcaldes como el de Torrijos, Agustín Rivera Cebolla, y Villamiel, José Martín Laín, se desplazaron personalmente hasta la capital para solicitar dicho armamento con el fin de sofocar las consecuencias de la rebelión.

Las calles de pueblos y ciudades se llenaron de hombres y mujeres armados. Muchos de ellos no estaban allí para defender la República, sino para hacer la revolución. A donde no había llegado la República con sus reformas, llegarían las acometidas revolucionarias. Personas aparentemente pacíficas, mataron a gente cuando participaron colectivamente armados. . Así, era difícil imaginarse antes del 18 de julio que el vecino de Novés, Zoilo Fernández Alonso, “El Lechoncillo”, sería capaz de participar en algunos de los asesinatos de sus 46 convecinos muertos en aquel verano sangriento; o como el fuensalidano Teófilo Estepa García participó en otros tantos crímenes de su localidad, o el torrijeño Manuel Sánchez Espinosa, “Clavel”, hizo lo propio con el cura Libero y los hermanos Yébenes o, en fin, como miembros del Comité de Burujón participaron en la muerte del capitán Alba.(3)

Rebelión y revolución pusieron en macha dos maquinarias de exterminio. Las matanzas que sufrieron las personas afines a la derecha en la comarca de Torrijos, y en el resto de España, durante los dos primeros meses de la Guerra Civil no fueron cometidas por los republicanos demócratas, sino por los partidarios de una revolución social que, de haber triunfado, probablemente también hubiera supuesto el fin de la República.

No podíamos imaginar, y así lo hemos investigado, a las personas más representativas de izquierdas de la comarca, como al último alcalde republicano de Torrijos, el médico Agustín Rivera Cebolla, conspirando en la trágica muerte del cura Liberio; o al postrero alcalde socialista de Fuensalida, Manuel Gómez Escalonilla, haciendo lo propio con los hermanos falangistas Evencio, Teodoro y Vicente Caro Sardinero.

En la localidad de Carpio de Tajo, los republicanos de ideas moderadas salvaron la vida a sus convecinos. Estos permanecieron apresados en la iglesia parroquial hasta que, a principios de agosto del 36, un grupo de milicianos forasteros llegados de Madrid convocó a la población a reunirse en la plaza para  decidir la suerte de sus paisanos de ideología contraria. Desde el balcón del Ayuntamiento, “El Granadino”, jefe de las recién llegadas Milicias de Toledo, invitó a los asistentes para que, a mano alzada, decidieran si les asesinaban. Después del plebiscito, unánimemente negativo, el orador arengó al auditorio para que cambiaran de opinión y, con enojado acento andaluz, les auguró: “A estos que hoy perdonáis, serán los que en el futuro os quiten la vida a vosotros”. Meses después, entre septiembre y diciembre de 1936, casi 40 carpeños fueron asesinados. (4)

Como en Carpio de Tajo, no todos querían derramar sangre y hubo abundantes voces que se alzaron desde el principio contra la masacre, como es el caso de Gerindote, Nombela o Alcabón. Aquí, sus alcaldes republicanos, Adrián Rodríguez, Alejandro Martín o Tomás Campos, evitaron que se cometieran asesinatos. En otras villas, como Torrijos, Fuensalida, Santa Olalla a pesar de la buena intención de sus primeros ediles, los Comités se adueñaron del poder en detrimento de los Ayuntamientos.  Hubo veces, aunque sea la excepción, en que los mismos miembros del Comité evitaron asesinar a sus convecinos. Tal caso se dio con el Comité de Almorox cuyos componentes se desplazaron hasta una Checa de Madrid para liberar a los más destacados dirigentes de la derecha almorojana.

Como respuesta inmediata a la rebelión militar, en los últimos días del mes de julio de 1936,  se formaron los Comités de Defensa del Frente Popular, también llamados Comités de Guerra o simplemente Comités, actuando por su cuenta, sin ninguna coordinación con el gobierno de Toledo. Al contrario de lo acaecido en Ciudad Real, en nuestra capital no existió un Comité provincial que dirigiera a sus homólogos locales. Tras la marcha de los guardias civiles al Alcázar, los jornaleros del campo se bastaron a sí mismos para controlar la situación en la comarca.

La misión del Comité era controlar todas las incautaciones, las cárceles, las multas, los registros y las ejecuciones. Sus miembros eran afiliados, o simpatizantes, de todos los partidos o sindicatos de izquierda (PSOE, PCE, IR, CNT, UGT). Los jóvenes preferían marcharse al frente de guerra o enrolarse en alguna milicia, antes que quedarse en el pueblo para evitar las ineludibles tareas represivas que les encomendaban los órganos de dirección. Y acertaron las juventudes izquierdistas, como el caso del adolescente comunista pueblano, Justino de la Concepción, entre otros muchos, que abandonaron su localidad natal para rehusar obedecer cruentas órdenes de sus superiores. Al finalizar la contienda, los tribunales militares estimaron que el simple hecho de haber sido obligado a realizar en alguna detención en aquel verano del 36, conllevaba una pena de muerte o, en el mejor de los casos, muchos años de reclusión. Sirva como ejemplo la veintena de torrijeños que serían ejecutados por desplazarse, cumpliendo órdenes del Comité, a modo de soldados en el ejército, hasta San Martín de Pusa para detener al cura Liberio.

En algunas poblaciones los Ayuntamientos quedaron relegados a un segundo plano, permaneciendo gran parte del poder en manos de estos Comités, salvo excepciones, como el caso de  Gerindote, Nombela ó Alcabón. Aquí la corporación siguió siendo el centro de autoridad, al menos administrativo. Sin olvidar que, en todos los casos, los primeros ediles participaron y organizaron las incautaciones de bienes, multas o requisas para financiar la guerra recién iniciada. Pero lo cierto fue que, en multitud de ocasiones, esta patriótica tarea degeneró en un pillaje, cuyo botín de guerra se quedaba entre las uñas de los propios miembros del Comité.

El alcalde de Fuensalida, Manuel Gómez Escalonilla Zapardiel, era zapatero de profesión y permaneció al margen de los asesinatos que el mismo imputó a los miembros del Comité. El primer edil fuensalidano ejerció una gran actividad económica requisitoria y sancionadora, de la que tuvo de rendir cuentas ante los tribunales militares que le ejecutaron al finalizar la contienda. Fuensalida fue el municipio más eficaz de la comarca en lo que a incautación de industrias y servicios se refiere. “Requisé todo el trigo que había en el pueblo, incluidas las 1.900 fanegas del convento de monjas, ante la necesidad de fabricar harina para abastecer a la población”, declaró al finalizar la contienda.

Ningún empresario fue respetado en su propiedad, salvo la Banca privada local que no sufrió efecto alguno de la socialización. Esta circunstancia de respetar a las entidades bancarias, digna de señalar, fue general para toda la provincia de Toledo, salvo las 2.000 pesetas con las que fue sancionado el Banco Central de Torrijos y las 5.000 pesetas de Banesto de Talavera de la Reina.

Se incautaron las industrias agroalimentarias de ámbito local (bodegas, almazaras, fábricas de harinas etc.). El comercio mediano y al por menor siguió similar proceso expropiador, para comenzar a ser gestionado por el Comités. Se constituyó una economía colectivizada. Como todos los bienes estaban socializados por la comunidad, desposeyeron a todo el vecindario de Fuensalida de moneda de curso legal sustituyéndola por vales. El primer alcalde franquista decía en uno de sus informes: “La mayoría de los vecinos de Fuensalida  se quedaron sin dinero porque el alcalde se lo cambiaba por vales de imprenta con su firma por valor de 0,50,1,2,3 y 5 pesetas. Como los artículos necesarios para vivir habría que adquirirlos forzosamente en el economato municipal, el dinero de curso legal no servía de nada”. (5)

Durante el verano de 1936 muchos de los comercios y talleres de la comarca colocaron en sus fachadas carteles en los que se decía: “En esta firma se trabaja en colectividad”. La incautación a veces no era plena y se obligaba a los propietarios a colaborar con los Comités para enseñarles el manejo de la maquinaria. En Torrijos, el grupo de empresas de la familia Calderón sufrió todo tipo de saqueos e incautaciones que culminaron con al asesinato de uno de sus dueños,  Domingo Calderón Bajo.  Esta familia también fue despojada de la fábrica de conservas “La Piedad”, en La Puebla de Montalbán,  por iniciativa de  José Villaplana Balmaseda y José Baeza Amat,  miembros del Comité local. Ambos viajaron hasta Madrid para recibir dinero del Ministerio de Agricultura con el fin de reactivar la paralizada actividad conservera. (6)

En la retina de la memoria de los más ancianos de cada población aún perdura el recuerdo de aquellos hechos sangrientos. No se equivoca  la tradición oral cuando rememora que un determinado alcalde permaneció ajeno a los asesinatos ocurridos en su pueblo, como ocurriera en Santa Cruz de Retamar. Después, investigando en los miles de legajos que componen los juicios sumarísimos, se comprueba la veracidad de los hechos.  El líder de la izquierda de esta villa, Segundo Sánchez González, “Tacones”, primer y último primer edil republicano de la villa, pertenecía al moderado partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana y bajo su mandato se cometieron dieciocho  asesinados contra derechistas locales. “El Ayuntamiento que yo presidía fue obligado a ceder todo su poder en favor de un Comité, al que nunca pertenecí”, afirmó el alcalde en el proceso seguido contra él. “Algunos miembros del Comité me tacharon de fascista cuando intenté evitar algún asesinato y me dijeron que también había un cartucho para mí”, continuaba su declaración. “Nunca pude imaginar que todos aquellos jóvenes paisanos, a los que aleccioné bajo mi mandato, acabaran perdiendo al cabeza”, concluyó el procesado, en el juicio sumarísimo seguido contra él donde le fue conmutada la pena de muerte por la de 30 años de reclusión.(7)

La única localidad de la comarca en la que los familiares de los derechistas detenidos intentaron liberar a estos fue Val de Santo Domingo. Aquí, el 3 de agosto del 36, se produjo un tiroteo en pleno centro de la villa. Ocurrió que el Comité había detenido a un hijo de Federico Gómez, por lo que éste y los tres hermanos del apresado se encaminaron en su búsqueda para liberarle. Pero al llegar al céntrico lugar conocido como “Las Cuatro Calles” fueron recibidos a tiros por miembros del Comité, causando la muerte del joven Damián Gómez Ramos  que agonizaba en los brazos de su padre, también herido y cuya defunción fue certificada en el Hospital Provincial de Toledo. (8)

La población de la mayoría de los pueblos de la comarca se abstuvo de participar en actos violentos y dejó correr los acontecimientos. Muchos no se opusieron por miedo a ser posteriormente también represaliados. No hay que olvidar que el electorado local votó masivamente a la derecha en los comicios  generales celebrados cinco meses antes, excepción hecha de Gerindote, Maqueda, Santa Olalla, Santa Cruz, Cerralbos, Novés, Caudilla y Barcience. En realidad, una gran parte de la población rural de derechas no pertenecía a ningún partido político. Simplemente tenían un fuerte arraigo religioso que estaba siendo atacado por la izquierda, lo que motivaba su rechazo al Frente Popular. Los votantes de esta formación, en una gran parte, tampoco militaban en partido alguno, pero sí pertenecían a la Sociedad Obrera local estrechamente relacionada con el sindicato socialista U.G.T.-FETT, ya que era requisito indispensable para poder recibir trabajo.

En los juicios sumarísimos seguidos contra los últimos alcaldes republicanos es muy común encontrarse declaraciones como la de Esteban López Martín, máximo mandatario de Portillo. Ignoramos si éste fue sometido algún tipo de presión, o fue un simple acto de supervivencia, cuando en su manifestación judicial imputó la muerte del líder local de Acción Popular, Agustín Díaz Guerra, a cuatro miembros del Comité, acompañados por el teniente republicano, apodado “Siliano”, natural de Tembleque, al frente de un grupo de milicianos forasteros. “No pude persuadir a los forasteros de que rompieran la lista de vecinos a ejecutar”, manifestaba en su declaración, “ a pesar de que me desplace hasta la carretera, en compañía de Amado Martín y Agustín Díaz Guerra, para intentar impedir su entrada en la villa”, concluía el alcalde.(9)

Hubo localidades, como las de Mesegar, Erustes y Los Cerralbos, en las que parecía que la guerra no había estallado. En ninguna se cometió asesinato alguno y sus primeros alcaldes franquistas apoyaron la labor de sus homólogos republicanos, que les acababan de entregar su bastón de mando.

Así, Arturo Ovejero Herradón, último mandatario frentepopulista de Mesegar, evitó que la revolución  se cebara en su localidad sin que se cometiese asesinato alguno. Este moderado militante socialista, tuvo “un comportamiento ejemplar y conducta intachable”, en opinión de José Adánez Collado, primer alcalde franquista que le sustituyó en el Ayuntamiento. Y tanto insistió éste para conseguir la libertad de aquel, al finalizar la guerra, que en uno de sus informes remitidos a los tribunales militares llegó a responder personalmente con su vida avalando la inocencia de su adversario político: “Si no es cierto lo que decimos de Arturo Ovejero, estamos dispuestos a pagar con nuestras vidas”, concluía afirmando  la Comisión Gestora franquista.(10)

En la pequeña localidad de Erustes, la figura del presidente de Comité y alcalde estaba encarnada en la misma persona: Julián Jerez Vaquerizo. Éste moderado primer edil, afiliado a  U.G.T. desde 1931, fue el artífice de que la revolución pasara de largo en su pueblo. No era muy normal encontrar un informe emitido, a finales de 1939, por el primer alcalde franquista de Erustes, Alejandro Palomo, sobre la conducta de su “enemigo político”, Julián Jerez Vaquerizo. En él se recogía toda la buena actuación de éste primer edil durante el periodo republicano y reconocía su buena labor al frente del Ayuntamiento en tiempos tan difíciles, durante el periodo comprendido entre marzo a septiembre de 1936. “A pesar de que Julián Jerez fuera el fundador de la Sociedad Obrera y de que obligó a todos los jornaleros a afiliarse a U.G.T. para poder trabajar de braceros en el campo, fue un hombre justo y sensato”. Así informaba Alejandro Palomo a los tribunales que juzgaron a  aquel. “Gracias a Julián fue posible que no hubiera derramamiento de sangre alguno y dejó las cuentas municipales cuadradas, sin faltar una sola peseta”, concluía el informante. (11)

Y por último, Fulgencio Pérez Carrasco, máximo mandatario municipal cuando llegaron las tropas nacionales a Los Cerralbos,  era un hombre moderado de izquierdas, afiliado a U.G.T. y con la madurez que daban sus 56 años de edad. Sorprendentemente, los patronos derechistas de la villa, en especial Eliezer García de la Torre, después primer alcalde franquista, siempre  apoyaron a su homólogo republicano y  a su anterior gestión municipal. Añadiremos además que en esta localidad ocurrió un hecho insólito: el último  y primer alcalde, republicano y franquista respectivamente, se reunieron en el ayuntamiento, tras la llegada de Ejército de África, para nombrar nuevos mandatarios municipales en septiembre de 1936. En el recuerdo de todos ellos estaba la reciente actuación de Fulgencio, ocurrida el 17 de septiembre, hacía tan solo unos días, de convencer a forasteros milicianos de la F.A.I. llegados  a la villa para que se marcharan sin detener a los patronos de la misma. (12)

También se vivió una primavera de 1936 intensa en Domingo Pérez. La Causa General afirma “que Falange tenía 30 afiliados a su nombre y las Juventudes Socialistas más de 400”. El jefe de aquella formación política derechista, Juan Garrido, y su compañero Besa Olmedo,  mantuvieron serios enfrentamientos contra sus adversarios políticos antes de estallar la guerra

Ya el 15 de mayo del 36 las disputas dialécticas pasaron a las manos y dos vecinos de izquierdas, Mariano López Martín, “Cascarilla” y Julián Sepúlveda, “El Ruso”, ingresaron en  cárcel de Torrijos por agredir a, Juan Garrido. Según el alcalde socialista, Marcos Galán Castro, “Monjo”, “no fue una simple agresión, sino una gran paliza”, lo que motivó el apresamiento citado. Pocas semanas después, una vez estallada la guerra, tanto Juan Garrido como Besa Olmedo serían asesinados.

El derechista Miguel Olmedo huyó de Domingo Pérez a Los Cerralbos, perseguido por milicianos que le querían dar muerte en su localidad natal, Domingo Pérez. Previamente a su fuga, Miguel había sido sitiado en su domicilio de dicha localidad por una turba de vecinos. Su padre Besa Olmedo oyó los tiros que disparaban los milicianos contra la vivienda de su hijo y salió rápidamente en su ayuda. Mientras tanto, su esposa Adriana y la pequeña hija Gloria le seguían atormentadas. Como la masa de gente armada prestó más atención a Besa Olmedo que a su hijo, éste huyó en un coche hasta la vecina localidad de Los Cerralbos, ajeno a lo que le estaba sucediendo a su padre. Éste se escondió en el domicilio de su hermana, pero tuvo que escapar por los tejados hasta el patio del vecino Esteban Alvarado que, en un ataque de pánico, abrió la puerta de su casa a los asesinos que le dieron muerte a su buen amigo.(13)

Uno de los problemas historiográficos que plantea el estudio de los Comités es la desaparición de su documentación. O fue destruida o puesta a buen recaudo, por sus propios miembros, para evitar su utilización represiva por parte de las fuerzas nacionales. Pero  un estudio exhaustivo de los juicios sumarísimos seguidos contra sus componentes, al finalizar la guerra, nos ha permitido poder conocer de su actuación. Esta ha sido examinada con mucha cautela, sabedores de que dicha información jurídico-militar nos viene manipulada, en muchos casos, por el bando vencedor. Por este motivo, sólo cuando un hecho ha sido contrastado con otras fuentes es cuando nos aventuramos a darlo cierta veracidad.

¿Cómo fue posible tanta crueldad y tanta muerte? La historiografía no se pone de acuerdo del por qué este recurso a la violencia constituyó un elemento permanente de la política española desde comienzos del siglo XIX. Según esto, la guerra de 1936 no sería sino una culminación de esa trayectoria secular.

Para un sector de estos historiadores, afines a la causa republicana, los revolucionarios no fueron quienes desataron la revolución que estamos relatando. Tampoco fue la revolución el resultado directo de la intensificación de la lucha de clases tras las elecciones de febrero de 1936. En opinión de estos autores, la revolución llegó provocada por el golpe militar.

Sin embargo, para otros investigadores de ideología política contraria, el estallido de la guerra fue una consecuencia necesaria ante el proceso revolucionario que ya se había iniciado en España, cuanto menos, desde los citados comicios electorales, sino antes, en octubre de 1934.

Ninguna justificación para el asesinato, aunque fuera consecuencia directa de la sublevación militar. La represión frentepopulista constituye un borrón en el trabajo honesto y solidario de muchas personas que lucharon sinceramente por la República. Por ello, en nuestro afán de encontrar una explicación  a estas desviaciones, hemos entrado a describir los más pequeños detalles de la actuación de los asesinos y sus cómplices, con el propósito de exculpar a la mayoría de los frentepopulistas ajenos a dichas atrocidades.

 

(1)RODRIGO SÁNCHEZ, Javier: Hasta la raíz. Violencia durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, Madrid, Alianza, 2008, p. 34: “La sublevación militar fue la que rompió todos los frenos sociales preexistentes. Y así, todas las partes contendientes  sintieron, con el poder que daban las armas, la cadena de transmisión del verdadero sentir popular”.

(2) Archivo Histórico Nacional; AHN-M, La Causa General, caja 1.049/1, pza. 2ª, “La Torre de Esteban de Hambrán”

(3) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Causa 1289 incoada de forma específica para averiguar la muerte del capitán Alba.

La afirmación de que el vecino de Novés, Zoilo Fernández Alonso, “El Lechoncillo”,  participara en algunos de los asesinatos de sus 46 convecinos muertos en aquel verano sangriento, es realizada después de estudiar más de 30 consejos de guerra de dicha localidad, así como del suyo propio. En esta población no existen tabúes para recordar las sangrientas actuaciones de “El Lechoncillo”, a pesar de que aún conserva algún vínculo familiar en la misma. En igual sentido y de análogas fuentes, los casos del fuensalidano Teófilo Estepa García  o el torrijeño Manuel Sánchez Espinosa, “Clavel”.

(4) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Signatura 213, Caja 6307. Sumarios 321, Legajo 40 seguido contra el alcalde de Carpio de Tajo, Críspulo López García.

(5) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Signatura 7166, Caja 34307. Sumarios 124, Legajo 40 seguido contra el alcalde de Fuensalida. Los hombres del Comité a los que el alcalde atribuyó toda la responsabilidad fueron: Marcelino Hernández Díaz, “Cirgarrilla”, José Serrano Gómez, “Roso”, Eusebio González Canto, “Pájaro” y Teófilo Estepa García, “Terremoto”, Eulogio García Archicollar y Eduardo Serrano Plaza

(6)Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 944, Legajo 115. En el juicio sumarísimo seguido contra José Villaplana Balmaseda y José Baeza Amat, miembros del Comité, éste reconoció haber recibido dinero subvencionado del Ministerio de Agricultura para reactivar la fábrica. Pero no le dio la finalidad adecuada, ya que el negocio siguió sin producción de conservas. No obstante, Baeza se excusó argumentando que parte del dinero se lo entregó a las mujeres trabajadoras de la empresa.

(7) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 234 y 697, Legajos 35 y 99 seguidos contra el alcalde de Santa Cruz del Retamar No era fácil sobrevivir a los tribunal militares cuando en el pueblo donde eras alcalde se habían cometido 18 asesinatos delante de tus narices. Pero la explicación la encontramos en que, a parte de su inocencia, al primer edil se le juzgó en el año 1944. En estas fechas las sentencias eran más indulgentes.

(8) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 126 Legajo 980 seguido contra Nicanor Calderón Fuentes, que fue ejecutado por los tribunales militares por su participación en la muerte citada.

Cuatro años antes, en la primavera de 1932, con ocasión de la celebración de una procesión de San Isidro, se produjo otro tiroteo en el mismo lugar: “Las Cuatro Calles”. En este incidente, el derechista Diógenes Rodríguez hirió de un disparo al socialista Pedro Bargueño Aguilera. Pues, bien, el primero sería asesinado al inicio de la guerra y el segundo a la finalización. Aquella disputa que enfrentaría a ambas familias marcaría el devenir de sus contendientes hasta el final de sus vidas, ya que un hermano del citado Pedro Bargueño sería el último alcalde republicano de la villa.

(9) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 14 y 1342, Legajo Lo que ocultó el alcalde procesado, quizás porque Ramón Mora Nombela era compañero de celda y banquillo, fue que este vecino fue la persona más activa de la represión en Portillo.

Esteban López Martín, último alcalde republicano de Portillo, fue absuelto en el juicio sumarísimo seguido contra él al finalizar la contienda. Con este veredicto queda todo dicho sobre su hipotética participación en los asesinatos cometidos por el Comité de Guerra local, a cuyo frente se encontraba Feliciano Gómez Pérez, “El Curro”. Si bien, como la mayoría de los máximos mandatarios municipales de la comarca, estuvo al frente de lo que el propio primer edil denominó como “Junta Administrativa del Comité”, encargado de las incautaciones y multas.

(10) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 6453, seguido contra Arturo Ovejero Herradón.

(11)Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 114 y 192, Legajo seguido contra Julián Jerez Vaquerizo, alcalde de Erustes.

(12) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 1201, Legajo 564. seguidos Eliezer García de la Torre y su yerno, Luís García de la Torre,   En este pleno municipal en tiempo de guerra se reúnen: el último alcalde republicano, Fulgencio Pérez Carrasco y sus concejales frentepopulistas, Pedro Mayo, Ángel Cano y Damián Zapata; junto con los nuevos mandatario, Eliezer García de la Torre y su yerno, Luís García de la Torre, jefe de Falange local. Estos dos, junto con otros miembros de Falange, serían imputados en el un extenso consejo de guerra incoado en el año 1937.

(13) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 234, Legajo 1088, seguido contra el primer edil, Marcos Galán Castro. El jefe de Falange, Juan Garrido fue detenido en Los Cerralbos y conducido a la iglesia de Domingo Pérez, para después ser asesinado en Maqueda. Y Besa Olmedo sufrió, a manos del Comité local, una de las muertes más trágicas de las ocurridas en la comarca. Igual suerte correría su hijo, Miguel Olmedo. Después de ser detenido en Villasante, pasó a la cárcel de Talavera y el 4 de agosto del 39 fue asesinado en Puente Silo. Otro hijo de Besa, Julián Olmedo, secretario de la Diputación de Toledo, también moriría en Toledo la madrugada del 23-24 de agosto de 1936.

El jefe de Falange, Juan Garrido fue detenido en Los Cerralbos y conducido a la iglesia de Domingo Pérez, para después ser asesinado en Maqueda.

 

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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