Segunda República. Relaciones Iglesia-Estado.

Primeros textos del capítulo 2 de nuestro libro Orígenes de la Guerra Civil en la comarca de Torrijos.

Con la proclamación pacífica de la República, todo el mundo comprendió que ésta era una oportunidad única para transformar España. Las Cortes surgidas de los comicios de junio de 1931 eligieron a Julián Besteiro y a Niceto Alcalá-Zamora, como presidente de las mismas y del Consejo de ministros, respectivamente. Todos comenzaron a elaborar la Constitución, aprobada en diciembre de 1931, que reconocía a la mujer el derecho de sufragio. Los legisladores constitucionales, algunos de los cuales habían estudiado en Alemania, tomaron  de la Constitución de Weimar la noción de un poder presidencial moderador, mucho más necesario en España debido a la falta de Senado. Sin embargo, las discrepancias más importantes para su confección surgieron en lo relativo a las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

El debate sobre el artículo 26, que pedía la disolución de todas las órdenes religiosas que constituyeran un peligro para el  Estado,  fue el primer conflicto grave en la historia de la joven República. Durante más de mil años la Iglesia había sido, aparte de la Monarquía, la institución más poderosa de España. Su derecho a la enseñanza apenas si había sido puesto en duda hasta finales del siglo XIX, y siempre había intervenido en grandes empresas económicas. Sus escuelas de segunda enseñanza eran en 1931 una importante fuente de ingresos. Por todo ello, la aprobación de la  norma citada dio lugar a la primera crisis gubernamental del nuevo régimen y los dos católicos practicantes del Gobierno provisional, Alcalá-Zamora y Maura, presentaron su dimisión.

Fotografía tomada del archivo Rodríguez. Alfonso XIII y el Cardenal Segura en Toledo.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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