Periódico El Castellano.

SANTA OLALLA (Toledo). Segunda República.

Accidente de circulación en plenas elecciones a Cortes Constituyentes del 31 de junio de 1931.

El recuerdo de Santa Olalla de la campaña electoral de  estos comicios fue funesto. Sin apenas tiempo de haber superado tanto sobresalto con la proclamación de la Segunda República, el día 20 de junio de 1931, ocurrieron unos sucesos que marcaron negativamente el devenir de este periodo republicano en Santa Olalla. Al caer la tarde, una gran manifestación popular se disponía a recibir a sus paisanos, Serafín y Quintín Sacristán Fuentes que viajaban desde Toledo, en compañía del alcalde de  la capital, José Ballester. Las elecciones a Cortes Constituyentes del día 28 de junio de 1931 estaban próximas y éste candidato intensificaba su campaña por los pueblos. Su trabajo se vio recompensado días después con su elección como diputado por Toledo.

Una multitud de más de 600 santaolalleros, con banderas y banda de música, salieron a recibirles. Caminaron por la carretera de Madrid hasta casi un kilómetro, en dirección a la localidad de Maqueda. Cuando el vehículo que transportaba a los políticos llegó hasta donde estaba la muchedumbre, se apearon sus ocupantes, entre vítores y aclamaciones, para dirigirse todos juntos de vuelta al centro de la villa donde estaba planificado un mitin que nunca llegó a celebrarse.

El ruido de la música, los gritos de niños y mayores, las canciones y eslóganes electorales, impidieron oír el ronco ruido de un motor que se acercaba y les embestiría por detrás. Una camioneta de transporte, cargada de pellejos con vino, “circulaba a una velocidad excesiva”, en opinión del abogado y testigo presencial de los hechos, Félix Sánchez Caro. El conductor se azaró con los gritos y en vez de pisar el freno, aceleró. La máquina se detuvo cuando la inmovilizaron los cuerpos atropellados. El resultado fue de cuatro muertos y más de una veintena de heridos. En opinión del alcalde Manuel Arroyo, del presidente de la Sociedad Obrera La Palanca y de otras personalidades del pueblo que presenciaron los hechos, fue el exceso de velocidad la causa primera de la catástrofe, así como la poca luz natural existente a esas horas del  día. El ocupante Jacinto Martín manifestó que al llegar a una pequeña curva, advirtieron que habían arrollado a un grupo de personas. Intentaron abrir las puertas, pero una multitud se les echó encima con navajas, cornetas, banderas y todo tipo de objetos punzantes.

El terror de la multitud fue indescriptible y “de pronto la indignación se acrecienta cuando se oyen voces de que aquello ha sido preparado por enemigos políticos monárquicos de la localidad. Un grupo de exaltados se arrojó sobre el camión y después de sacar a su conductor lo acribillan a puñaladas…”, narraba el diario católico El Castellano.

La Guardia Civil condujo al conductor, agonizante, hasta una posada a la entrada del pueblo, donde falleció. Todos eran de la localidad  de Alcaudete, incluido uno de los acompañantes que también resultó gravemente herido. El tercero huyó campo a través y se entregó posteriormente a la Benemérita del puesto de Torrijos.

Días después, el director general de Seguridad, el torrijeño señor Gallarza, manifestó a los periodistas que había recibido la visita del señor Sacristán. Le transmitió su preocupación por la excitación existente en el vecindario. Como se culpaba a ciertos vecinos de ser los inductores del desgraciado suceso, temía que se produjeran nuevos incidentes. Para clarificar la situación envió a tres de sus agentes a realizar una exhaustiva investigación. Se personaron en el hospital de Toledo para interrogar al ocupante de la camioneta, Jacinto Martín Cabra, confirmando la veracidad de que los hechos no fueron planificados. Éste tampoco conocía a los hipotéticos inductores, Julio Hierro Abad, Pedro Muñoz y Ernesto de la Vega. Las investigaciones concluyeron con la averiguación de que el señor Hierro se encontraba en Toledo el día que ocurrieron los hechos visitando a un hijo que allí tenía estudiando. Por su parte, el señor Muñoz se encontraba el día de autos en Madrid gestionando la apertura de una carnicería.

El número de heridos ascendió a casi una treintena, entre los que se encontraba Quintín Sacristán que fue trasladado a Madrid con lesiones en ambos muslos y perdida severa de piel. En el momento del atropello iba del brazo del alcalde de Toledo y un empujón del santaolallero evitó otro posible herido en la persona del primer edil. Tanto el gobernador civil, señor Botella, como el presidente de la diputación, el médico torrijeño señor Fiscer hicieron acto de presencia. Nada más llegar, ordenaron que el cadáver del conductor fuera trasladado al depósito judicial. Después se trasladaron al domicilio de la fallecida Primitiva López Alarcón, esforzándose en calmar al colérico padre de la joven que quería tomarse la justicia por su mano contra los supuestos implicados. Regresaron a Toledo de madrugada, una vez comprobado que los ánimos estaban más calmados.

Tanto en Santa Olalla como en las poblaciones cercanas los bríos estaban un poco soliviantados, por ello el alcalde Manuel Arroyo publicó el siguiente bando:

“Que vistas las causas de la terrible desgracia, y llegados a mí los murmullos y versiones que circulan por mi querido pueblo, pido serenamente que ayuden a las autoridades a conservar el orden que tanto se quiere y desea. Se acaben de una vez los rencores que puedan existir. Ha llegado la hora de que todos, absolutamente todos, sin distinción de clases, debemos evitar más desgracias. De no ser así, en días muy cercanos podrá ocurrir otra nueva. No creáis que nadie de este pueblo ha sido capaz de aconsejar un hecho tan lamentable como el ocurrido. Si el mitin anunciado se hubiera celebrado a su hora, 8 de la tarde, a las 10 h. hubiera terminado el acto, y lejos de donde ocurrieron los hechos, nada hubiera acontecido, pues sólo la fatalidad trajo esta desgracia. ¡Habitantes de Santa Olalla!. Acudo a vosotros para que contribuyáis a socorrer a las víctimas con la iniciativa tomada por el digno gobernador de esta provincia. Os repito a todos, tranquilidad, unión y cordura. Santa Olalla a 23 de junio de 1931”.

Durante varios días Santa Olalla estuvo tomada por 32 guardias civiles comandados por dos tenientes. También vinieron agentes de la policía llegados de Madrid para esclarecer los hechos y averiguar la autoría de los individuos que mataron al conductor. El juez de Instrucción de Escalona, Eugenio Moro, se desplazó personalmente al lugar de los hechos para instruir diligencias y detener a los autores de la muerte del conductor, circunstancia esta que no se llegó a producir nunca.

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En la imagen el periódico católico El Castellano haciéndose eco de la noticia.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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