Reflexión sobre Manuel Azaña: ¿Qué fue el azañismo?

¿Qué fue el azañismo?

Azaña estaba ahí, solitario, hablando a unas masas que no le entendían ni sentían el menor interés de sus proposiciones políticas. ¿Por qué tuvo que hablar a las masas un hombre como don Manuel Azaña? ¿Por qué tenían las masas que echar mano de un burgués, intelectual y liberal como él, casi falto de eso que llamaban entonces “preocupaciones sociales”? ¿Por qué Azaña fue la voz solitaria clamando en el desierto?  Nunca hubo en la política española un hombre tan solitario. Reconocer positivamente a estas interrogantes es responder a la pregunta de ¿qué fue el azañismo?

No podríamos narrar lo que fue el azañismo sin describir de algún modo la tragedia de Manuel Azaña Díaz. Pero, ¿para qué? La pretensión de entender lo que fue aquella tragedia es infantil. Es mejor dejar el juicio definitivo de la guerra para el día del juicio, “si es posible por la tarde”, que diría un azañista.

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Manuel Azaña pasó una infancia feliz, rodeado de todas las comodidades que podían gozarse en la ciudad en los primeros años de la Restauración. Su abuelo fue notario y alcalde de Alcalá de Henares; su padre también ejerció de notario y miliciano liberal.

En qué momento del periodo de la Segunda República empezó a manifestarse el azañismo, como tal movimiento de adhesión a la persona de Manuel Azaña, sin consideración de la ideología política, ha sido objeto de  debate entre historiadores.

Para algunos investigadores esta posición política nació tras la victoria de la derecha en las elecciones de noviembre de 1933. Es a partir de este momento, cuando los republicanos que perdieron los comicios muestran su adhesión unánime en torno a la figura de Manuel Azaña. Todos estos los políticos llegaron a la misma conclusión de que había que rescatar a la República del nuevo gobierno conservador, y el único capaz de realizar esa labor era Azaña.

Desde el 14 de octubre de 1931, en que don Manuel Azaña fue elevado, casi por aclamación, a la jefatura del Gobierno, mantuvo un consejo de ministros identificado con el azañismo. Pero pronto se cebaron con él todas las malas pasiones que llevaba alojada el alma española. Muchas fueron las críticas vertidas por sus enemigos políticos contra la incorrecta interpretación del discurso que pronunció el 31 de octubre de 1931, en el que dijo que España había dejado de ser católica mucho antes del 14 de abril,

En efecto, al pueblo español se le atragantó pronto el Nuevo Régimen y el fantasma del orden público acabó con la República. Éste espectro maligno ya lo arrastraba la dictadura de Primero de Rivera, pero como ahora las masas eran más conscientes de sus derechos, y más dueñas de las calles, era natural que el fantasma se fuera agrandando hasta acabar en la tragedia.

Y la fatalidad del destino, que diría un azañista, hizo llegar el caso de Casas Viejas. En éste pueblo de la provincia de Cádiz, en donde sus habitantes vivían en condiciones miserables, se produjo una revolución sangrienta en tan sólo unas horas. Cuando el Parlamento español le pregunto a Azaña, presidente del Gobierno, qué había ocurrido en la aldea gaditana, no supo responder: “¡En Casas Viejas ha ocurrido lo que tenía que ocurrir! Si ha habido muertos era culpa de los revoltosos que perturbaban el país continuamente”, manifestó sin convicción.

“Lo ocurrido en Casas Viejas no era realmente lo que tenía que ocurrir”, reconoció pronto el azañismo. Porque esta posición política que don Manuel inculcó a sus fieles seguidores no estaba amparado en la falsedad e hipocresía. El azañismo que de veras creía en don Manuel le siguió, a pesar de su error, en su fracaso con más devoción que antes de Casas Viejas, aunque dichos sucesos provocaran la primera gran crisis y caída momentánea del social-azañismo.

Tras la dimisión de Lerroux en septiembre del 33, las derechas fueron unidas a los comicios. Aunque con muchos matices ideológicos,  se presentaron como un bloque compacto ante los electores. Las izquierdas, en cambio, lo hicieron por separado. El aire estaba lleno de furia contra Azaña y los azañistas. Después de dos años de gobierno y del caso Casas Viejas ¿Qué más podían pedir las derechas? Hitler acababa de subir al poder; Mussolini daba muestras de su apoyo incondicional a aquel, y en todas partes se hablaba de la crisis del liberalismo y de la democracia. Por supuesto, los socialistas aceptaban complacidos esta crisis de las ideas burguesas.

El triunfo, naturalmente, fue de las derechas y Azaña sólo obtuvo 5 diputados con Acción Republicana. El azañismo estaba preocupado por el bandazo de aquella joven República, que en el plazo de tres años había pasado de las izquierdas casi socialistas a las derechas casi monárquicas.

La campaña orquestada desde el Gobierno contra Azaña, había logrado que éste apareciera ante el conjunto de fuerzas republicanas de izquierdas como una gran líder, el único capaz de hacer frente a las derechas que comenzaban a tener secuestrada a la República. A partir de entonces, la adhesión de los republicanos en torno a su figura fue unánime. Todos llegaron a la misma conclusión de que había que rescatar a la República y sólo Azaña sería capaz de ello; para algunos, nacía el azañismo como posición política.

Pero los socialistas se sintieron muy pronto desligados del resultado de los comicios de noviembre de 1933 y Azaña  comenzó a convencer a todos de que la legalidad era el único camino serio y honorable. Así describe Azaña en sus “Memorias” la conversación que mantuvo con el prudentísimo Fernández de los Ríos:

“El día 2 de enero de 1934 vino a verme Fernando de los Ríos y tuvimos una conversación larga y dramática de la que guardo notas. Le dije que se habían cometido muchos errores subsanables en lo venidero, pero el error de promover una insurrección llamada al fracaso no sería ya subsanable y pondría a la República en trance de perdición. Él me hizo saber las increíbles y crueles persecuciones que padecían los obreros por obra de los patronos y de la Guardia Civil. El Gobierno seguía una política de provocación, como si quisiera precipitar las cosas. ¿En qué pararía todo?”.

 

En Barcelona no eran menos insistentes los rumores del inicio de la insurrección, pero cuando habló Azaña con sus amigos de Madrid le dijeron que todo estaba a punto, y que se quedase en aquella ciudad como medida de seguridad. La cosa iba a comenzar de un momento a otro. Se hospedaba en el hotel Colón y allí supo la formación del nuevo Gobierno presidido por Lerroux, con tres ministros de la C.E.D.A. Pero sería detenido en casa de un amigo. Manuel Azaña estuvo apresado hasta finales de 1934. Entre tanto había muerto en Zaragoza su hermano Gregorio, de un ataque al corazón, y Azaña se negó a pedir permiso para asistir al entierro con el fin de evitar ser conducido por una pareja de la Guardia Civil. Por ello, decíamos que para una gran parte de la historiografía, el azañismo empezó a manifestarse tras el aluvión de cartas de apoyo que recibió Manuel Azaña mientras se encontraba preso en Barcelona tras la Revolución de Octubre de 1934.

Pero el azañismo quiso pasar página de aquellos  tristes sucesos para recordarnos con el mitin que pronunció su líder en  mayo de 1935 en el campo de Mestalla; y en julio en el campo de Baracaldo, pero el más espectacular fue el de Comilllas ¿Pero por qué los cronistas de la época hablan de multitud de puños en alto y banderas rojas? ¿Por qué no resaltan lo que dijo Azaña a la multitud? Nunca se salió de la democracia, de la legalidad y de la República.

 

“Si dispusiéramos ahora de cintas magnetofónicas en donde se recogieran las voces y los alaridos de la campaña electoral de 1936 nos parecería cosa de locos”, comentaría un  azañista anónimo. Los candidatos de derechas gritaban contra los crímenes cometidos por los rojos en la Revolución de Asturias y la impunidad que gozaban estos; por su parte, los candidatos de izquierdas clamaban contra la represión que el Tercio y los Regulares infringieron  a los pueblos asturianos. “Todo impropio del azañismo”, concluye aquel seguidor.

La suerte estaba echada y todas las predicciones del azañismo se estaban cumpliendo. “Azaña temía un triunfo electoral del Frente Popular”, nos revela nuestro personaje anónimo. Lo que iban a hacer las izquierdas se sabía muy bien.         Con las siguientes palabras acabó realmente la vida parlamentaria de Azaña, como Jefe del Gobierno:

 

“Ya sé, que estando arraigada, como está, en el carácter español, la violencia no se puede prescribir por decreto. Pero es conforme a nuestros sentimientos más íntimos el desear que haya sonado la hora en que los españoles dejen de fusilarse los unos  a los otros. Nosotros no hemos venido a presidir una guerra civil, más bien hemos venido con la intención de evitarla, pero si alguien la provoca, si alguien la mantiene, si alguien la costea en la forma en que nuestro tiempo puede suceder una guerra civil, nuestro deber, señores diputados, estará siempre al lado del Estado republicano…” (A las Cortes, 15 de abril del 36).

 

Pero los azañistas sabían que estas últimas palabras carecían del vigor de otros tiempos. Era como si le faltara convencimiento personal mientras hablaba, o como si, sabiendo que en el aquel Parlamento no se atendía a razones. Unos y otros estaban dando tiempo al tiempo, es decir, aguardar a ciertos hechos, ciertas consignas, ciertas noticias. “Nosotros, los azañistas, aconsejamos al señor Azaña para que se retirara de la política tras el citado discurso”, recuerda nuestro anónimo informante.

Cuando se celebró dicho debate parlamentario tiene ya decidido abandonar la presidencia del Gobierno para ocupar la de la República. Lo pensaba, como escribe a su cuñado, “desde hacía mucho tiempo”. Y  al ver la oleada de azañismo solía decir que él “no podía ser más que el presidente de la República”; pero no por comodidad, sino porque es el único modo de que el “azañismo rinda todo lo que podía dar de sí, en vez de estrellarlo en la presidencia del Consejo”.

Si el azañismo sucumbía, no quedaba en el republicanismo repuesto alguno para sustituirlo. Sobre esa base planeaba también el futuro el ala “caballerista” del socialismo. Por ello calificamos al azañismo como un movimiento de adhesión a la persona de Manuel Azaña, sin consideración de la ideología política.

Y lo que tenía que llegar ocurrió. Ocurrió lo que estaba previsto y lo que tenía que ocurrir. La suerte estaba echada y todas las predicciones de Azaña en sus discursos se habían cumplido. Ahora, cuando ya era irremediable, contra él se volvían todas las miradas con esperanzas de solución. Pero, “¿no había en el país otro hombre para evitar aquellas encrucijada? ¿Por qué tenían las masas que echar mano de un burgués, intelectual y liberal como él, si ya se caminaba hacía la revolución?”, se repite hoy, más de ochenta años después, el viejo azañista anónimo.

En la mañana del 13 de julio del 36, tras el asesinato de Calvo Sotelo y del teniente Castillo, todo el mundo se preguntaba cuando iba a comenzar el golpe militar. Era un secreto a voces. “Pero el alzamiento, pregonado por todos, fue una sorpresa para el Gobierno”, critica un anti azañista. “¿Por qué se marchó vuestro líder, cansado, viejo y aburrido, a refugiarse en El Pardo y no reaccionó hasta pasados unos días?”, concluye su crítica.

En círculos azañista se divulgó, ignoramos si de manera excesivamente apasionada, que en una reunión enconada sobre si era necesario armar a las masas en aquel julio de 1936. Y como Azaña permanecía en silencio —siempre se callaba cuando algo le parecía mal—, alguien le pregunto: “ ¿ Y usted, don Manuel que dice”? Y Azaña contestó: “Esperaré a que caiga el primer cañonazo sobre esa ventana, y me marcharé”.

Azaña ha recordado que Giral se hizo cargo del Gobierno en la mañana del 19 de julio, aunque el verdadero jefe era Largo Caballero con sus consignas a las masas. Y, entre tanto, Azaña en el Palacio de Oriente, con las ametralladoras preparadas, sin amigos, con sentimiento de culpa, de pena y la rabia a flor de piel. Azaña carecía de poder para contener la sangría de la revolución y los cientos de muertos.

El 23 de agosto del 36 se produjo el asalto de la cárcel Modelo de Madrid, que Azaña casi podía divisar desde los balcones del Palacio de Oriente, dada su proximidad. Allí fue asesinado Melquíades Álvarez, su antiguo jefe. Esta muerte le produjo tanto dolor que quiso marcharse. Pero la dimisión de Azaña hubiera desmoronado la zona republicana y así se lo hizo saber el propio Ossorio. “Azaña era un símbolo de la República”, recuerda nuestro anónimo azañista, “hizo bien en no abandonar, porque el azañismo no se lo hubiéramos perdonado nunca”, concluye.

Azaña se marcho a Barcelona, de acuerdo con el Gobierno de Largo Caballero, y allí vivió hasta mayo de 1937, sin que le hiciera caso nadie, ni el Gobierno, ni la Generalitat, cumpliendo su función de símbolo de la República.

Pues bien, mientras Azaña permanecía en Valencia unos días a comienzos de enero de 1937, pronunció un discurso en la Universidad. Como poseído de un don profético y lleno de españolismo, dijo que cuando acabara la guerra se le rompería el corazón. “Pocas profecías se han hecho con tanta clarividencia. Al concluir la guerra se le rompió el corazón”, nos recuerda con orgullo nuestro azañista.

El azañismo que de verdad creía en don Manuel siempre le siguió en su fracaso y en sus triunfos. Sin embargo, los intelectuales azañistas sólo le acompañaron hasta el comienzo de la guerra. Después, muchos le abandonaron. Los eruditos que le elogiaron al principio estaban ya lejos, a excepción del entusiasta doctor Marañón. Fue uno de los que mantuvieron con más tiempo y con más ahínco el azañismo. Otro que supo mantenerse en su puesto, como siempre, fue Antonio Machado, que seguía conservando la virtud de decir en voz alta todo lo que pensaba.

Los intelectuales, los escritores y los artistas, que antes le festejaban como el Jefe del Gobierno más culto que ha tenido el país, se escabullían saliendo por las fronteras. Los que tuvieron valor para quedarse, como Alberti, no se resignaron a estar callados:

“En España la democracia que había se acabó al empezar la guerra. Demos por fracasada la democracia; también fracasó, y volvería a fracasar la Dictadura, como fracasó  la Monarquía. España es un pueblo difícil de someter a una disciplina de libertad y razón. Todos son violentos; hay pocos sesos en España o no estamos enseñados a usarlo. Vivimos de las reacciones del carácter”. (Memorias, 15 de septiembre de 1937).

 

 

 

 

SANTOS JULIÁ: Vida y tiempo de Manuel Azaña. 1880-1940.

SANTOS MARTÍNEZ SAURA: Memorias del Secretario de Azaña.Planeta.

MANUEL AZAÑA: Diarios, 1932-1933. “Los cuaderno robados”.Crítica.

EMILIANO AGUADO: Don Manuel Azaña Díaz. Ediciones Nauta S.A.

LARGO CABALLERO, FRANCISCO: Escritos de la República, (estudio y notas de Santos JULIÁ, Madrid, Edit. Pablo Iglesias, 1985.)

 

 

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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