Mesegar en la Guerra Civil

Mesegar

Arturo Ovejero Herradón, último alcalde republicano de Mesegar,  que llevaba afiliado a U.G.T. desde 1931, evitó que la revolución frentepopulista se cebara en su localidad, como en otras poblaciones vecinas, sin que se cometiese asesinato alguno. Este moderado militante socialista, viudo, de 51 años de edad, tuvo “un comportamiento ejemplar y conducta intachable”, en opinión de José Adanez Collado, primer alcalde franquista. Y tanto insistió éste para conseguir la libertad de aquel, al finalizar la guerra, que en uno de sus informes remitidos a los tribunales militares llegó a responder personalmente con su vida avalando la inocencia de su adversario político: “Si no es cierto lo que decimos de Arturo Ovejero, estamos dispuestos a pagar con nuestras vidas”, concluía afirmando la Comisión Gestora franquista. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD

Sin embargo, los detractores del máximo mandatario municipal desde marzo a septiembre del 36, le imputaban la responsabilidad de los destrozos en la iglesia, las incautaciones entre vecinos, y en especial la llevada a cabo en las bodegas de vino del vecino Justo Rodríguez, así como el hecho de ir siempre armado con una pistola.

Éste hecho de ir armado no fue negado por el acusado, justificándolo con la necesidad de preservar el orden público en la villa. Tampoco pudo evitar los destrozos en la iglesia y si bien, se acompañó de sacristán para preservar los objetos sagrados de más valor de la furia miliciana. Las inevitables incautaciones y sanciones en dinero para enviar al gobierno  en defensa de la causa republica “fueron obra del Comité local”, declaraba el alcalde en su defensa; si bien, no pudo evitar una injusta sentencia dictada en mayo de 1940 que le condenó a 12 años de prisión que no llegó a cumplir porque aplicada la conmutación de dicha pena ante los buenos informes. Continuará…

 

 

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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