Éxodo por la carretera de Extremadura.

La llegada de las tropas sublevadas a la comarca de Torrijos

La llegada de las tropas sublevadas a la comarca de Torrijos

            A mitad de aquel verano de 1936 estaban ya en la Península unos 20.000 moros y legionarios organizados en columnas de 500 a 1.000 hombres al mando del general José Enrique Varela y los coroneles Yagüe y Carlos Asensio. Viajaban en camiones que solían detenerse a cierta distancia  de cada pueblo para que los soldados avanzaran a pie. Si había oposición, la artillería ligera bombardeaba y después se tomaba la localidad en una carga con bayoneta. Luego, mediante megafonía se ordenaba la apertura de puertas de las casas y el despliegue de banderas blancas. Posteriormente, mientras la columna proseguía su ruta por el eje de la carretera de Extremadura en busca de una nueva villa, se aseguraba el pueblo conquistado con un pelotón o un grupo de voluntarios falangistas canarios, que habían comenzado a llegar en barco desde aquel archipiélago.

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De acuerdo con esta forma reseñada, el avance del Ejército de África fue un «paseo militar» desde Sevilla hasta Mérida, ante la escasa resistencia que encontraban a su paso: desde el 18 de julio hasta el 3 de septiembre solamente emplearon 47 días para progresar por unos 600 kilómetros. Sin embargo, necesitaron 23 días para recorrer la distancia entre Talavera y Torrijos, lo que hace suponer que el cambio de estrategia dado por Largo Caballero a las líneas del frente de batalla fue más serio de lo que muchos autores presuponen: el 3 de septiembre llegaron las tropas de Yagüe a Talavera de la Reina, y al día siguiente Largo Caballero asumió la Presidencia del Ejecutivo.[i]

La razón de tal pausado avance obedecía a la fuerte oposición republicana que buscaba varias líneas defensivas lejos de la capital, y una de ellas fue la localidad de El Casar de Escalona, elegida por el Gobierno Republicano como línea de contención. Por ello, la misma localidad y los pueblos limítrofes se convirtieron en objetivo prioritario de la aviación sublevada, que preparaba la ocupación de la zona ante una fuerte resistencia enemiga. En este momento, comenzaba a ser decisiva la potencia aérea del bando rebelde que cubría la marcha del Ejército de África junto con los recientemente llegados cazas italianos. El piloto español, García Morato, se hizo dueño del espacio aéreo, y hasta el 4 de noviembre de 1936 que aparecieron los cazas soviéticos no se restableció cierto equilibrio en este terreno.

El piloto neoyorquino del bando sublevado, Vincent Patriarca, participó voluntario con 23 años de edad en la guerra civil española. En agosto de 1936 cayó en Santa Olalla, dentro de las líneas enemigas, mientras cumplía una peligrosa misión que le fue encomendada por García Morato. Tras encontrarse con tres aviones republicanos se produjo un duro combate en el aire y Vincent tuvo que saltar en paracaídas. Aquí fue trasladado a una fábrica abandonada para ser interrogado por el general Asensio Torrado. El americano nunca olvidó el buen trato del militar, ni el café con galletas y tabaco que recibió de sus captores. Tras el primer contacto con Asensio, en Santa Olalla, el piloto fue transportado a Madrid, donde fue interrogado por el propio Indalecio Prieto. El aviador americano estuvo dos meses en la cárcel, y después encausado en el Juzgado número 6 de Madrid. Mintió ante el juez de su presencia en España. Negó formar parte de la aviación italiana y manifestó que se había enrolado en la guerra civil  «al encontrarse trabajando para la compañía aérea Fiat”,  la cual le pagaba 5.000 pesetas por cada mes de lucha en España. La embajada americana en Madrid logró su liberación a últimos de noviembre de 1936.[ii]

 

           La batalla de El Casar de Escalona

 

Hasta el día 12 de septiembre de 1936 no comenzó a llegar a El Casar de Escalona el fuerte contingente de milicias republicanas, superior a 5.000 efectivos, que acamparon en la iglesia y proximidades. En este ejército se encontraba el batallón Pasionaria de Madrid y varias columnas de Guardias de Asalto que hicieron noche en Santa Olalla. Con ellos, Rafael Alberti y Dolores Ibárruri, que arengaron a las tropas en la plazuela de la Fuente. También se pudo ver por allí, fotografiado con el poeta gaditano, al corresponsal de guerra ruso del periódico Estrella Roja, Ilya Eherenburg.[iii]

Después de unas horas de descanso, instalaron sus ametralladoras y demás armamento en los puntos estratégicos de El Casar de Escalona, mirando a Talavera, aguardando al enemigo que aparecería por esa zona oeste. El adversario se presentó por el lugar esperado el día 15 de septiembre, librándose una encarnizada batalla que causó muchas bajas en ambos bandos, según narramos en el capítulo de dicha localidad. Solo decir aquí que se sucedieron dos combates importantes. En el primero, el día 15 de septiembre, los legionarios y las tropas moras de la “Columna Castejón”, entre 500 y 600 hombres, llegaron a ocupar todo el perímetro habitado del municipio, pero luego fue abandonado por falta de seguridad, aunque perdieron muchos efectivos en la refriega. En represalia, ese mismo día 15, murieron once casareños por disparos indiscriminados de regulares contra el vecindario indefenso. Y el segundo combate se produjo el día 17 de septiembre, en el que las fuerzas de Barrón ocuparon definitivamente el pueblo, cuyos habitantes enterraban entristecidos a sus paisanos, asesinados por los enfurecidos “moros” que querían vengar a sus compatriotas fallecidos en el frente de batalla momentos antes. Por este motivo, comenzaron a llamar a los domicilios de manera arbitraria y muchos de los que abrieron la puerta fueron pasados por las armas hasta alcanzar la cifra citada.[iv]

El núcleo defensivo republicano más importante, a continuación de El Casar de Escalona, se situó en Maqueda. Aquí, aprovechando el castillo y su alcor, se construyeron fortificaciones exteriores de cierta entidad a través de alambradas y trincheras ideadas por el general Carlos Masquelet, que resultaron ineficaces. Un día antes, el 20 de septiembre, Santa Olalla sufrió los bombardeos de los dos bandos en conflicto, y en sus cielos se libraron fuertes combates. Pero como los partes de guerra y los artículos de prensa se mostraban contradictorios, se ha omitido su trascripción para no confundir al lector.

Corresponsales y periodistas extranjeros acompañaban a las columnas africanas. Uno de ellos, John T. Whitaquer, se ganó la confianza de Yagüe, quien le ayudó a sortear los rígidos controles impuestos a la mayoría de los reporteros de países democráticos. Solo les permitían llegar al frente una vez concluida la batalla, y siempre escoltados por el jefe de prensa de Franco. Sin embargo, este redactor debió transmitir por error una noticia equivocada y que el historiador Paul Preston ha transcrito en su libro El holocausto español. Aquí, su autor describe como Whitaker se quedó horrorizado por la ejecución, en la calle Mayor de Santa Olalla, de 600 milicianos capturados:

 

Nunca olvidaré el momento en que presencié la ejecución en masa de los prisioneros. Me encontraba en la calle Mayor de Santa Olalla cuando llegaron siete camiones cargados de milicianos. Los hicieron bajar y los amontonaron como a un rebaño. Tenían ese aspecto apático, exhausto y derrotado de los soldados que ya no pueden resistir por más tiempo el vapuleo de las bombas alemanas. La mayoría de ellos llevaba en las manos una toalla o una camisa sucia: las banderas blancas con las que señalaban su rendición. Dos oficiales de Franco les ofrecieron cigarrillos y algunos prisioneros se echaron a reír como niños acobardados al fumar su primer cigarro en varias semanas. De repente, un oficial me agarró del brazo y me dijo: «Es hora de marcharse de aquí». Frente a los amontonados prisioneros, unos 600 hombres, unos Regulares empezaron a montar sus ametralladoras. Los prisioneros los vieron igual que los vi yo. Temblaron al unísono cuando los que estaban en primera fila, enmudecidos por el pánico, retrocedieron, pálidos y con los ojos desorbitados, aterrorizados.[v]

 

Pero esta información en prensa no es correcta. Las únicas atrocidades que se recuerdan en Santa Olalla son las ya citadas de El Casar de Escalona, donde el número de muertos en el campo de batalla sí pudo aproximarse a esa cifra de 600 republicanos. Alguien, Preston o Whitaker, debió confundir la localidad y la forma en que ocurrieron los hechos. En la comarca de Torrijos no se tiene constancia de una masacre en masa de esa magnitud.

 

Sustitución del general Yagüe por Varela

 

El día 22 de septiembre de 1936 se produjo, en Maqueda, la polémica e histórica decisión de Franco de sustituir a Yagüe por Varela. El militar reemplazado mantenía la opinión de que era más conveniente seguir la marcha hacia Madrid, donde aún no habían llegado las Brigadas Internacionales, en lugar de liberar Toledo. La opinión de los expertos en cuanto a esta táctica militar estaba dividida pues los éxitos de septiembre auparon a Franco a lo más alto y el Alcázar se convirtió en su símbolo de resistencia. Por el contrario, a principios de noviembre de 1936, cuando las tropas franquistas ya se encontraban en las puertas de Madrid, el Gobierno decidió marcharse precipitadamente a Valencia ante lo que se percibía como una inminente caída de la capital. Este hecho disminuyó notablemente la popularidad de Largo Caballero, ya que se consideró una huida en la que abandonaba a la población de Madrid a su suerte. En cambio, adquirieron gran prestigio las Brigadas Internacionales, gracias al éxito en la protección de la ciudad, bajo el famoso lema “¡No pasarán!”.

 

 

Aeródromo de Barcience

 

Mientras estos hechos sucedían en Madrid, en el municipio de Barcience, próximo a Torrijos, se había construido con celeridad un aeródromo militar de gran importancia estratégica. Éste estuvo asentado en unos terrenos propiedad del ex senador latifundista, y morador del palacio de esta localidad, Arturo Taramona. Se habilitaron dos campos de vuelo: Campo Nuevo y Viejo, ambos perpendiculares. Desde finales de 1936 y principios de 1937, el campo de aviación de Torrijos-Barcience se convirtió en uno de los objetivos a batir por la aviación republicana, ya que todas sus unidades participaban activamente dando cobertura a las tropas franquistas durante el asedio de Madrid. Así, el mando militar republicano bombardeó en varias ocasiones el aeródromo y las localidades de Barcience y Torrijos.[vi]

A primeras horas de la mañana del 25 de septiembre de 1936 sería derribado el famoso bombardero republicano Potez 540, con un letrero en su costado derecho: “Aquí te espero”. Uno de sus seis tripulantes era el sargento, Antonio González Flores, joven piloto de 24 años de edad. Su avión fue abatido por cinco cazas italianos Fiat CR-32 de las fuerzas sublevadas, a tan solo 2 kilómetros al oeste de Villamiel de Toledo. Estaba previsto que el “Aquí te espero” saliera  de la base de Getafe junto a otro caza Loire 46C-1, pilotado por el famoso Andrés García Lacalle, para llevar a Talavera de la Reina cuatro bombas de 250 kilogramos cada una. Pero este último sufrió un fallo mecánico en el despegue y no pudo acompañar al primero a cumplir la misión. Sin embargo, la muerte de Antonio González Flores y otros cuatro supervivientes no se produjo por el impacto contra el suelo. Ocurrió que estos malogrados militares republicanos se suicidaron bajo la creencia de que las tropas que divisaban a los lejos eran las sublevadas en su imparable camino hacia El Alcázar de Toledo. Pero lo cierto fue que la patrulla avistada en el horizonte pertenecía a la del comandante republicano Pavón, que recogió a toda prisa los cuerpos, aún agonizantes, para su posterior traslado a la morgue del Hospìtal Militar de Carabanchel. Una vez realizada la autopsia, sus cadáveres desaparecieron inexplicablemente hasta el día de hoy, y sus familiares solo tuvieron conocimiento del ascenso militar y su posterior condecoración por el Gobierno de la República.[vii]

El 7 de diciembre de 1936 se llevó a cabo un ataque aéreo por parte de una formación de aviones biplazas Polikarpov R-5 republicanos que fueron repelidos por los cazas Fiat tripulados por aviadores italianos, los cuales lograron alcanzar a uno de ellos, que fue a estrellarse en un campo de Escalonilla. Cayó prisionero el piloto soviético y, desde entonces, la zona agrícola en la localidad es conocida como “El Paraje del Ruso”. Los restos de otros tripulantes están intentando ser repatriados por las autoridades de su país, que se desplazaron a dicho municipio a principios del siglo XXI.[viii]

 

           Represión nacional en caliente

 

Los temidos “moros” y resto del Ejército de África, acompañados de falangistas y requetés de origen andaluz (Écija), ocuparon Torrijos el día 22 de septiembre de 1936. Estos últimos eran integrantes de las llamadas “milicias cívicas” creadas por el general Queipo de Llano en Sevilla. Los pocos vecinos que no habían abandonado sus pueblos eran conocedores de la fama de sanguinarios de los “moros”, y de las muertes que a su paso iban dejando.

En aquellos últimos días de septiembre y octubre de 1936, la población de la comarca de Torrijos sufrió apresurados cambios  de bando que se recuerdan con la frase “primero pasaron unos y después los otros”. La llamada represión franquista comenzaba en la “liberada” comarca de Torrijos. La mayoría de las muertes anteriores a la constitución de los tribunales militares, a principios de 1937, no quedaron registradas en ningún lugar. Esa primera oleada de terror vino de la mano de los mercenarios marroquíes del ejército africano, y de los falangistas andaluces y canarios, inducidos por los propios familiares de las víctimas. Dejaron a decenas de vecinos soterrados en las cunetas, en las tapias de los cementerios o allí donde caían abatidos. Cualquier sitio era bueno para matar y abandonar los cadáveres.

Los asesinos ocultaron, en muchos casos, los cuerpos porque eso aseguraba su impunidad, borraba la prueba del crimen. Además, como después ganaron la guerra, nunca tuvieron que dar explicaciones de su paradero porque nadie les pidió cuentas. Más de ochenta y cuatro años después, muchos de los familiares de esas víctimas ignoran el paradero de sus restos, desperdigados por lugares insospechados.

La localización de los restos y el número de desaparecidos en la comarca de Torrijos, durante los meses de septiembre a diciembre de 1936, lo que se ha dado en llamar la represión en caliente, sigue siendo una incógnita para todos. Sin embargo, al final del libro, en el apartado de cada municipio, hemos intentado desvelar alguno de estos asesinatos.

Los falangistas canarios y andaluces cumplieron un papel represivo importante en la comarca de Torrijos dentro de los primeros meses de la guerra. Fue en las islas, durante los últimos días del mes de agosto de 1936, cuando cientos de jóvenes falangistas fueron encuadrados militarmente, naciendo el Batallón de Voluntarios Canarios. Los militares rebeldes vieron a estos como la fuerza de choque civil adecuada para afrontar las tareas de represión en la retaguardia de los pueblos de nuestras comarca, “liberados” por los sublevados. Según la investigación realizada por el historiador canario Sergio Millares Cantero, cuya información procede de la propia prensa canaria, eran muchos los voluntarios que querían ir al frente, pero, finalmente, sólo salieron 700 con destino a la Península.[ix]

Un elemento central en la justificación de las acciones de los milicianos canarios era no dejar con vida a personas que pudieran obstaculizar el avance militar. Pero lo que encuentran los falangistas canarios a su llegada a los pueblos, en aquel septiembre de 1936, es una población atemorizada que no ofrece resistencia. La mayoría de los milicianos republicanos y líderes frentepopulistas locales, o miembros de los Comités implicados en delitos de sangre,  huyeron a zona republicana.

Mientras duró el calor estival nadie estimó necesaria la falta existencia de procedimientos judiciales. El “paseo” era mucho más rápido y, además, no dejaba huella. Tras la creación de estos nuevos órganos judiciales finalizó la llamada represión en caliente. Ahora ya, de manera más organizada, continuaron las muertes en cada localidad.

Los juicios comenzaron a celebrarse a primeros del año 1937, sin ninguna garantía procesal, en los juzgados de Escalona, Torrijos, Talavera o Toledo. Empezaron a funcionar los consejos sumarísimos de guerra, los cuales eran tramitados con carácter de urgencia por los respectivos jefes militares de cada demarcación. En estos procesos, los fiscales eran nombrados libremente por el general jefe del Ejército y el acusado no tenía libertad para elegir abogado, puesto que era obligatorio que también fuera militar, lo que suponía una absoluta limitación al derecho de defensa del imputado.

Cientos de vecinos que nunca habían destacado por sus intervenciones públicas, o eso pensaban ellos cuando se negaron a huir a zona roja, fueron víctimas de estos tribunales. Porque al amparo de este nuevo orden sin ley, bastaba con que algún vecino denunciara que esa persona había sido miembro de la Sociedad Obrera, celebrado triunfos republicanos en las elecciones o era, simplemente, elemento significado y contrario al Movimiento Nacional, para ser juzgado por estos hechos.

En teoría, los procesos judiciales solo se iniciaban a instancia de una denuncia previa, normalmente de algún familiar de las víctimas que acababan de ser asesinadas semanas atrás. Pero, en la práctica, se dio vía libre a odios personales y de vecindad. Nadie estaba seguro de nadie. Como los enlutados familiares de las víctimas querían venganza inmediata, casi todos los vecinos se hallaban expuestos a las denuncias más insólitas que podían conducirles a la cárcel.

Los tribunales militares se crearon en 1937 y actuaron más enérgicamente en Burujón que en otras localidades de la comarca porque el recién ascendido general Moscardó quería castigar a las personas que intervinieron en la detención y muerte de su capitán Luís Alba. Éste militar nacional había salido del Alcázar, siguiendo órdenes de Moscardó, camino del frente de batalla en Talavera, con el fin de entregar un mensaje en mano a Franco, pero fue descubierto en Burujón, a tan sólo 30 kilómetros del punto de partida. Aunque vestía disfrazado con mono de miliciano y provisto de un falso carnet del Partido Comunista fue reconocido por un vecino.

Por ello, el defensor del Alcázar no esperó a la formación de estos órganos judiciales y ordenó incoar la causa número 1.289/36 específica para esclarecer, con todo lujo de detalles, la muerte de aquel. Para ello nombró como juez instructor, de forma eventual, al coronel José Amorena Escanilla, quien pronto comenzó a recibir información de los servicios secretos acerca del paradero de los presuntos implicados. Unos se encontraban en el frente, otros en paradero desconocido o habían cambiado de identidad; pero la mayoría fueron localizados en algún lugar de la geografía española o en su pueblo natal, según narramos al final.[x]

La persona que mejor conocía lo ocurrido en esos meses en Fuensalida era el comandante de la Guardia Civil de dicha villa, José Paniagua Andrés. Éste oficial, a mediados de 1937, emitió un informe favorable en favor del reo, Isabelo Arellano Cudero, a requerimiento de los tribunales militares. El proceso se inició tras la denuncia interpuesta por el jefe de Falange local, Prisciliano Caro López; en la misma afirmaba que “vivía en el pueblo un comunista que no consintió que la vecina Aurea Caro llevara comida  a un familiar detenido, y después asesinado, en la cárcel improvisada por el Comité de Fuensalida en agosto de 1936”. El citado jefe de la Benemérita, con cierto enfado e ironía, informaba con respecto a dicha acusación:

 

Tras la llegada de las tropas nacionales, en octubre de 1936, ya entregué a las autoridades a los pocos que quedaron en Fuensalida. Como ya he repetido tantas veces, la mayoría no estaban implicados en delito alguno, ya que los más comprometidos en delitos de sangre se marcharon antes del mes de octubre de dicho año. Recuerdo que huyeron más de 2.000 habitantes a zona roja. Desde entonces, el jefe de la Falange, caciques y demás mangoneadores han venido a contarme que si fulanito, que si menganito había hecho o había dejado de hacer; pero nunca formulaban denuncia y utilizaban a terceros para tal fin. Ahora, Prisciliano Caro, que toda la vida ha sido el cacique del pueblo y mayor contribuyente, que nunca ha dado la cara, denuncia al bueno de Isabelo Arellano, al que conozco de toda la vida. Nunca hizo nada malo, sólo estaba afiliado al sindicato socialista para poder trabajar y luego los del Comité le obligaron a hacer guardias a la puerta de la cárcel, pero votaba a las derechas.[xi]

 

Hasta 1939 la provincia de Toledo estuvo dividida en dos partes, quedando en la zona franquista las comarcas, como la de Torrijos, situada al norte del Tajo, mientras que La Mancha y los Montes de Toledo estuvieron bajo control republicano. Para los primeros, Toledo se reconocía como la capital de la provincia “liberada”, mientras que, para los segundos, las funciones administrativas quedaron residenciadas en Ocaña. Pero si en algunas partes de España la guerra cerró los últimos frentes en marzo de 1939, en la ciudad de Toledo, desde este otoño de 1936, ya se conocían las claves del “Nuevo Estado” que se generalizarían en los años de posguerra y se instauraría a todos los rincones del país.

Mientras en cada localidad la represión continuaba, en Toledo capital se fue organizando la vida política y social. Se nombró gobernador civil a Silvano Cirujano, y como militar al teniente coronel Tella. El primero, que era amigo del conde de Mayalde y motor de la derecha toledana en época republicana, aunque nunca se presentara a elección alguna. Fue el líder provincial de Acción Popular antes de estallar la guerra, y su encierro en el Alcázar junto con sesenta jóvenes falangistas a sus órdenes, fueron motivos más que suficientes para su nombramiento.[xii]

El Ayuntamiento franquista de Toledo, al igual que la Diputación, se constituyeron a finales de septiembre de 1936. Entre este año y 1951 la ciudad solamente tuvo tres alcaldes. La primera comisión gestora se constituyó el día 27 de septiembre, en medio de las ruinas del Alcázar y horas antes de la entrada del grueso de las tropas sublevadas. Los elegidos no serían otros que destacados personajes civiles que compartieron con el coronel Moscardó los rigores del asedio. Al frente de la Corporación se situaba el monárquico Fernando Aguirre, que ya ejerció de primer edil en la Dictadura de Primo de Rivera y de Jefe provincial de Renovación Española hasta el 18 de julio. Casi todos los gestores eran ya militantes de Falange, siendo los más significados José Conde Alonso y Alberto Martín Gomero. El currículo de éste, voluntario de la División Azul, le permitiría ser gobernador civil de varias provincias en los años cincuenta del siglo XX.[xiii]

Por su parte, la archidiócesis toledana estuvo en manos, desde octubre de 1936, del catalán Isidro Gomá. El mismo que había considerado a Franco “digno instrumento de sus planes providenciales sobre la Patria querida”, escribía una pastoral titulada “Lecciones de guerra y deberes de paz”, que no llegó a ser leída, por prohibición de la superioridad, y solo circuló en ámbitos eclesiásticos. En ella decía: “La paz no será duradera si cada español no abrimos nuestros brazos a nuestros hermanos. Los rencores entre ciudadanos son el mayor corrosivo del patriotismo”. El propio Gomá, que fallecería en 1939, ignoraba el alcance de la represión que se avecinaba.[xiv]

La situación de desabastecimiento era tan grave que, desde el principio, se intentó minimizarla. Se aseguraba que se había recuperado el buen humor y la amabilidad, confiando en que la Junta Provincial de Beneficencia sofocaría todas las carencias. Se reorganizó la Cruz Roja y el cine Moderno abrió, nuevamente, sus puertas el día 12 de octubre de 1936 para conmemorar la fiesta de La Raza. Se proyectaron las películas “Es mi hombre” y “La hermana de San Sulpicio” en beneficio del ejército sublevado. De la misma manera, el torero de Borox, Domingo Ortega, intentó reaparecer en los ruedos de la capital para dar imagen de cotidianidad y alegría, sin embargo, la corrida no llegó a celebrarse por falta de requisitos para la lidia.[xv]

Pero lo cierto fue que la vuelta a la normalidad del comercio, en estas circunstancias, fue muy lenta. El nuevo gobierno, a través del señor Cirujano, avisó a los comerciantes e industriales de que no podían tomar decisiones sobre sus negocios hasta que no recibieran instrucciones a sus peticiones. Estas debían estar avaladas suficientemente por personas próximas a la Falange o al Movimiento Nacional.[xvi] Este mismo gobernador envió una Circular a los pueblos para que los animales de labor abandonados por sus dueños, huidos por su condición de republicanos, fueran subastados en cada Ayuntamiento y utilizados inmediatamente en las faenas agrícolas.[xvii]

La picaresca en la falsificación de los nuevos billetes de dinero, aún sin estampillar, obligó a la publicación de un Bando en el BOE para atajar la problemática surgida. Los toledanos desconfiaban del papel y guardaban la moneda metálica en sus cofres. Por ello, las autoridades civiles les obligaban a no atesorar grandes cantidades de moneda: “Se entenderá por atesoramiento, la tenencia de dinero amonedado en cantidad superior a la normal para poder vivir y toda compra inferior a 7 pesetas deberá ser abonada en metálico” aclaraba la citada norma que, a su vez, concedía un plazo de 48 horas para canjearlas en los bancos. Sin embargo, la medida era temporal, ya que a partir del 2 de diciembre de 1936, los billetes no estampillados podrían ser rechazados.[xviii]

Asimismo, la apertura de comercios conllevó el control de los precios. Se ordenó que todos los artículos volvieran a tener el precio que mostraban antes de la guerra, aunque semanas después la medida se atemperaba por el propio mercado de la oferta y la demanda. En octubre de 1936, reabrieron sus puertas, en la plaza de Zocodover, el Café Español, así como los hoteles Lino y Maravillas. De igual manera: los colegios Sádel y Ursulina, el teatro Rojas o el Casino.[xix]

Una circular del Gobernador toledano, publicada el día 7 de noviembre de 1936 en el Boletín de la Provincia, daba instrucciones a los alcaldes de los pueblos contra los abusos en los precios de verduras y frutas. En la misma misiva, advertía de las graves sanciones que podían ser impuestas a quienes, sin la autorización de cada Ayuntamiento, incautara o requisara los bienes abandonados por las personas y organizaciones del Frente Popular. La comunicación terminaba diciendo: “De estas prescripciones están exentas, exclusivamente, las fuerzas del Ejército Nacional, pero los alcaldes me darán cuentas de los hechos que contraviniendo a las mismas se realizaran, para interesar las medidas oportunas”.[xx]

En base a estas nuevas normas,  la Comisión Gestora que gobernaba el municipio de Alcabón denunció unos hechos, y el juez militar siguió un procedimiento sumario contra los acusados. Ocurría que el funesto falangista canario de la Centuria de Arucas, Manuel Arana Arana, “agente adherido”, junto con los jefes de la misma, José García y Ermelindo Ortiz Navarro, se apropiaron de 1.152,25 pesetas pertenecientes a la Sociedad Obrera de Alcabón. En efecto, a la llegada de las tropas rebeldes a dicha localidad el 21 de septiembre de 1936, la Casa del Pueblo quedó abandonada y sus muebles, junto con la citada cantidad de dinero, fueron depositados en el Ayuntamiento el día 8 de octubre de 1936 por orden de la autoridad militar que acababa de ocupar la plaza. Pero el día 4 de noviembre, los citados falangistas irrumpieron violentamente en la Casa Consistorial y, mediante amenazas, bajo el pretexto de que serían entregadas a la Suscripción, se apoderaron del dinero.[xxi]

 

           La lucha guerrillera al sur de rio Tajo

 

La guerra continuaba en nuestra provincia, aunque el Alcázar de Toledo fuera “liberado” semanas atrás. Los bombardeos por tierra y por aire proseguían en la retaguardia y, entretanto, los dos bandos construyeron complejos sistemas de fortificaciones a ambos lados del río Tajo, que hicieron posible un verdadero frente de guerra. Para el Gobierno Republicano este sector constituyó el denominado Frente Sur del Tajo. A pesar de algunos intentos de rupturas de este frente, se disfrutó de relativa calma durante toda la guerra, solo interrumpida por los sabotajes en forma de guerrillas que son narrados con más amplitud en cada una de las localidades a las que pertenecían los comandos.

Entretanto, en la comarca más próxima a Torrijos, durante estos años de guerra, los conatos bélicos se vivían en forma de guerrillas. El ferrocarril que comunica Madrid con Talavera de la Reina, pasando por Torrijos o Carmena, sufrió continuos actos de sabotaje por parte de  comandos republicanos que se infiltraban en el territorio enemigo para colocar bombas en las vías férreas. Existía un gran trasiego de espías y guerrilleros por aquellas áreas colindantes con la zona republicana donde, por este motivo, era relativamente fácil su infiltración.

Con habitantes de las poblaciones de Albarreal de Tajo, La Puebla, Burujón, Torrijos y Gerindote se nutría de combatientes el famoso Batallón Dimitrof y el resto de la guerrilla del otro lado de río Tajo. Eran grandes conocedores del terreno que seguían manteniendo estrecha relación con sus enlaces del pueblo, los cuales les informaban de los movimientos de las fuerzas enemigas: armas, polvorines y depósitos de gasolina.

Estos aguerridos combatientes republicanos solían hacer sus exploraciones cruzando el río por la finca Portusa, en el término de Albarreal de Tajo o Burujón, utilizando una barcaza que era accionada mediante cuerdas, tendidas de poste a poste, con rodillos a ambas riberas. Aprovechaban para ello la oscuridad de la noche y permanecían escondidos durante las horas diurnas entre los sembrados de cereal, las junqueras de los prados o la escasa maleza que les brindaba las hondonadas del terreno. Además, se veían favorecidos por el dominio de la orografía en que se movían. Aunque el relieve era poco quebrado, y desprovisto de arbolado, era escasamente vigilado por falta de destacamentos nacionales tan necesarios en el frente.[xxii]

Uno de los centros más importantes de la resistencia republicana, al otro lado del Tajo, se encontraba en Navahermosa: era la denominada Base 6 del Ejército de Extremadura. Hasta aquí vinieron mandos soviéticos para organizar y reclutar a republicanos lugareños nacidos en los pueblos ocupados por el enemigo. Cada compañía de guerrilleros disponía de abundante material moderno y automático, explosivos (dinamita y trilita), pistolas de calibre Parabelum y ametralladores tipo Mauser.

Los guerrilleros solían hacer sus incursiones, para dar golpes de mano, que ellos mismos denominaban “coladas”. A través de estas acciones, un pequeño grupo de soldados se adentraban en líneas enemigas para recabar información, realizar sabotajes, capturar prisioneros, causar bajas, atentar contra personas relevantes, para sembrar el desconcierto, o hacerse con armamento y munición del adversario. Habitualmente, solo permanecían infiltrados en el bando nacional por espacio de unos seis o siete días y luego regresaban a su base en zona republicana.

Estos asaltos se realizaban normalmente en la oscuridad de la noche, y en uno de ellos le costó la vida al cabo Bonache.  El 16 de junio de 1937 dos pequeños  puentes, próximos a la vía férrea de Torrijos, fueron volados con dinamita por un comando guerrillero llegado de Navahermosa, del cual formaba parte el último alcalde republicano de Gerindote, Adrián Rodríguez Calvo, junto con militares rusos. Causaron dos bajas al enemigo: el cabo de la Guardia Civil Luís Bonache Simarro y su compañero Ramón Aguyo Peral, además de varios heridos. También dieron muerte, el día 2 de agosto del mismo año, al falangista Ignacio Lozano Martín, que se cruzó inesperadamente en su camino. Ocurrió  en el kilómetro 6 de la carretera que une Torrijos con Albarreal. El fallecido era natural de Lagartera y pertenecía a la 4ª Centuria de la 6ª Bandera de Castilla.[xxiii]

 

Nuevo Gobierno liderado por Largo Caballero

 

 

La crítica situación militar impuso, en septiembre de 1936, la necesidad de formar un Gabinete fuerte, liderado por Largo Caballero, que representase a todos los grupos que defendían a la República en los frentes de batalla. Durante esta etapa, el ministro de Hacienda, Juan Negrín, abordó decisiones cruciales en materia económica que posibilitaron la política de resistencia republicana. Este catedrático de Fisiología, respaldado por el Consejo de Ministros, aceleró la venta de oro a Francia para obtener divisas que permitieran la compra de armamento. También, organizó la evacuación de las reservas de oro y plata del Banco de España para impedir que cayeran en manos enemigas. Así, en septiembre de 1936 estos fondos se trasladaron a la base naval de Cartagena por ferrocarril, y a principios de noviembre por vía marítima a Moscú, coincidiendo con la llegada de los primeros suministros soviéticos.[xxiv]

Siguiendo al profesor Viñas, el traslado de oro a la Unión Soviética ha sido uno de los temas más controvertidos, pero se trató de una cuestión de supervivencia. La negativa de las democracias occidentales a la venta de material de guerra y combustible a la República, junto con la política de No-Intervención, obligaron a pedir ayuda a Stalin y expatriar el oro a la capital soviética.[xxv]

Curiosamente, una de las principales tareas que desarrollaron los gobiernos de Largo Caballero fue la militarización de las milicias y el freno a la revolución, a pesar de la resistencia de cenetistas y poumistas. Las tensiones fueron aumentando y se agudizaron las rivalidades políticas internas entre los partidarios del restablecimiento de la legalidad y los seguidores de la revolución, que derivaron en una gran disputa entre comunistas y anarquistas. Por otro lado, era evidente la división interna del PSOE, entre el ala moderada, presente en el Gobierno con Indalecio Prieto y Juan Negrín, y el ala izquierdista que representaba Largo Caballero, muy desprestigiado por las derrotas militares, y presionado por los comunistas para que unificase el PSOE y el PCE en un único partido proletario.[xxvi]

Tras la caída de Largo Caballero, el 17 de mayo de 1937 se formó el Gobierno de Juan Negrín, que impulsó una resistencia tenaz basada en dos premisas: que Franco jamás negociaría una paz que no fuese una rendición incondicional y que la guerra entre las democracias y el fascismo estallaría en breve y evitaría el aislamiento de la República. Pero la pérdida de la cornisa cantábrica, la batalla de Teruel (a pesar del inicial éxito republicano) y la campaña de Aragón demostraron que la victoria republicana era inviable. Comenzaron a surgir voces, dentro y fuera del Gobierno, que pedían la mediación internacional o incluso la capitulación para poner fin al conflicto, además las luchas intestinas repercutieron en la moral del Ejército que se batía en las trincheras.[xxvii]

La postura del socialista Negrín, apoyado por el PCE, era la de resistir a ultranza, ante la oposición frontal de sus compañeros Prieto y Azaña, convencidos de la derrota final y partidarios de negociar con Franco. Sin embargo, Negrín comenzó a mediar con las potencias democráticas para poner fin a la contienda, pero no a cualquier precio. Finalmente, como las negociaciones internacionales secretas fracasaron, Negrín decidió continuar la guerra para ganar tiempo y salvar vidas por razones humanitarias. El objetivo último era evitar represalias sobre los ciudadanos que habían defendido la República. A partir de entonces, la gran baza del ejército leal fue la batalla del Ebro, que se inició el 25 de julio de 1938, para demostrar su capacidad de resistencia.[xxviii]

El Gabinete también buscaba la intervención de Francia y Gran Bretaña para evitar una rendición incondicional. Incluso ante la Asamblea de Naciones Unidas, Negrín decidió la retirada inmediata de los combatientes extranjeros del Ejército Popular a la espera de que Franco hiciera lo propio con italianos y alemanes. Pero las salidas de las Brigadas Internacionales no provocaron ninguna reacción de las potencias democráticas en favor de la mediación. A los británicos solo les interesaba que la guerra acabase cuanto antes y garantizarse la neutralidad de los vencedores en un hipotético enfrentamiento con las potencias fascistas.[xxix]

 

 

 

[i]. MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Segunda República y Guerra Civil en Santa Olalla, Toledo, Ledoria, 2016, pp. 8 y ss.

[ii]. Ibidem, pp 125 ss.

[iii]. Ibidem, pp. 130 ss.

[iv]. Collado Jiménez, Juan Carlos: La Guerra Civil en Castilla La Mancha, 70 años después. Ponencia en el Congreso Internacional celebrado en Ciudad Real, p. 411. Ediciones de la Universidad de Castilla La Mancha.

[v]. MORALES GUTIERREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Segunda República y Guerra Civil en Santa Olalla, Toledo, Ledoria, 2016, pp. 76 y ss.

[vi]. Trabajo realizado por los alumnos del Instituto Alonso de Covarrubias de Torrijos, dirigidos por su profesor Carlos Lázaro Ávila.

[vii]. Testimonio de Octavio García González, sobrino del piloto fallecido.

[viii]. MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Segunda República y Guerra Civil en Santa Olalla, Toledo, Ledoria, 2016, pp. 8 y ss.

[ix]. MILLARES CANTERO, Sergio. Ponencia de dicho historiador presentada en el Congreso Internacional sobre la Guerra Civil en Castilla La Mancha en septiembre de 2006.

[x]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD causa número 1.289/36.

[xi]. MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Segunda República y Guerra Civil en Santa Olalla, Toledo, Ledoria, 2016, pp. 8 y ss.

[xii]. Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 134 y ss.

[xiii]. Ibidem.

[xiv]. Ibidem.

[xv]. Ibidem.

[xvi]. Ibidem.

[xvii]. BOP 11 octubre 1936.

[xviii]. BOP 27 noviembre 1936.

[xix]. BOP 7 noviembre 1936.

[xx]. Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 134 y ss.

[xxi]. MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio; MORALES PÉREZ, Belén: Torrijos 1931-1944. La Guerra Civil, Toledo, Autoedición, 2012, pp. 89.

[xxii]. Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 734 seguido contra Rivera Garoz.

[xxiii]. Ibidem.

[xxiv]. Ibidem.

[xxv]. Viñas, 1976, 1979,2006 y 2013. Tesis opuestas, en Martín Aceña, 2001.

[xxvi]. GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo; COBO ROMERO, Francisco; MARTÍNEZ RUS, Ana; SÁNCHEZ PÉREZ, Francisco: La Segunda República Española, Pasado&Presente, Barcelona, 2014. pp 1078 y ss.

[xxvii]. Ibidem.

[xxviii]. Ibidem.

[xxix]. Ibidem.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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