La Torre de Esteban Hambrán en la Guerra Civil

La Torre de Esteban Hambrán

Pedro Caballero Bermúdez, fue el último alcalde republicano de la villa. De profesión zapatero e ideología socialista, estuvo al frente del ayuntamiento durante toda la etapa republicana; a excepción del periodo que transcurre entre los comicios de 1933 y 1936, que dio paso a su gran enemigo político, Juan Aguado, que tenía un gran apoyo popular. No hay que olvidar que el sistema de elección de corporaciones municipales no era igual que el actual, siendo el gobernador el encargado de destituir o reponer Ayuntamientos (1)

Así pues, sería el PSOE el gran impulsor de la reforma agraria y la colectivización del latifundio El Alamín, con la figura del torreño Eudaldo Serrano Recio a la cabeza. Éste teniente alcalde, aficionado a la poesía y al teatro, también fue el artífice de la creación de la compañía “Arniches”, de quien tan buenas representaciones disfrutaron los vecinos. Sin olvidar la construcción de la escuelas públicas, sufragadas en su inicio con dinero republicano, pero terminadas e  inauguradas en 1937 por los nacionales con el nombre de Juan Aguado y que tanta polémica sigue suscitando en la actualidad.(2)

Los jornaleros del campo de La Torre estaban asociados en torno a la Sociedad Obrera “La Defensa” y de la tahona “Panificadora Obrera”, a través de la cual, los miembros aportaban leña diaria a cambio de un pan.  Pero la crisis del campo angustiaba a los ayuntamientos que se veían desbordados por las quejas de los vecinos que pedían pan y trabajo. En los libros de actas municipales se reflejaban acuerdos atendiendo las peticiones de la citada sociedad que en aquella primera etapa estuvo presidida por el congresista del PSOE, Vicente Santana Montes, que al final adoptó políticas más moderadas y pasó a engrosar las filas del partido de Manuel Azaña, Izquierda Republica. (3)

La República promulga las primeras normas de su Reforma Agraria con la finalidad paliar esta desigual distribución de la tierra. El decreto de Arrendamientos Colectivos, de mayo de 1931, es acogido en La Torre con la esperanza de dar solución al  desempleo. Acogiéndose al mismo, el ayuntamiento acuerda en pleno el arrendamiento de 1.000 hectáreas del latifundio “El Alamín”.  Se hicieron lotes de varias fanegas, además de una yunta de mulas y aperos, para que fueran explotadas por los trabajadores pertenecientes a la Sociedad Obrera. Esta experiencia comunitaria se mantuvo hasta 1936, a pesar de que en 1934 existió una corporación municipal presidida por Juan Aguado, de signo político contrario.

Pero a pesar del asociacionismo obrero, a medida que fue avanzando el periodo republicano, La Torre se transformó en un pueblo de ideología política conservadora. Y así lo expresó  en las urnas en las dos únicas elecciones generales celebradas durante la Segunda República. El partido católico de  Acción Popular tenía mucha implantación en la villa, aunque en febrero de 1936 se presentara a los comicios formando parte de la Candidatura Antirrevolucionaria que venció de forma aplastante en toda la provincia de Toledo. El líder de la derecha local, Juan Aguado, influyó mucho en esta victoria electoral; aún si ser alcalde del pueblo.

La actividad huelguística durante la primavera del 1936 aumentó notablemente y el sindicato UGT-FETT se radicalizó paralelamente a su líder Largo Caballero, que ya se había convertido en la figura indiscutible del PSOE. La imagen que ha prevalecido, sobre todo para la historiografía conservadora, es que la violencia desbocada de aquella primavera de 1936, fue el elemento justificativo de la Guerra Civil Española. Estas tesis exculpatorias del golpe militar planteaban que, en la primavera citada, amplias zonas del país vivían una revolución social caracterizada por los enfrentamientos armados y que los sucesivos gobiernos frentepopulistas fueron cómplices del deterioro del orden público. Pero la visión resulta hoy claramente insostenible para los historiadores de ideología contraria, e incluso para los más escépticos.

No cabe duda de que la victoria del Frente Popular «autorizó» a los jornaleros a imponer su voluntad sobre los patronos en la más completa impunidad. Además, el sindicato agrario la FETT convocó movilizaciones campesinas  con el fin de urgir al Gobierno el cumplimento de la Reforma Agraria, que el torreño Eudaldo Serrano Recio venía impulsando años atrás con el latifundio El Alamín, y su colectivización para los braceros del pueblo.

Se vivió una agitada primavera revolucionaria de 1936 en La Torre. Los enfrentamientos, en la mayoría de los casos dialécticos o de pequeñas escaramuzas, entre miembros de la Falange  y jóvenes socialistas,  presagiaban un desenlace fatal. Los vínculos existentes entre los dirigentes  destacados, tanto a nivel nacional como provincial, del partido de José Antonio Primo de Rivera con sus homólogos de La Torre eran muy estrechos. El líder local, Juan Aguado, fue diputado provincial y vicepresidente de la Diputación de Toledo, durante un corto espacio de tiempo en el año 1934. Junto con un numeroso grupo de compañeros falangistas estaban armados, a pesar de que el gobernador civil ordenó la retirada de todas las armas largas de la provincia.

El primer conato de violencia política en Toledo se produjo unas jornadas después de las elecciones. El día 22 de febrero de 1936 se asaltó la sede provincial de la Falange en la plaza de Zocodover. Al día siguiente, replicaron los falangistas lanzando una bomba de fabricación casera contra la Casa del Pueblo. Aunque en ninguno de los dos incidentes hubo víctimas, el gobernador ordenó clausurar la sede de Falange. (4)

El golpe militar fracasó en algunos sitios y triunfó en otros, dividendo al país. La gran paradoja consistió en que el levantamiento militar, que supuestamente pretendía evitar una revolución en ciernes, lo que hizo realmente fue provocarla. Por ello, en aquel verano del 1936, la revolución desató en la retaguardia (y La Torre estaba en esa zona) una represión indiscriminada sobre personas que apoyaron la rebelión.

. En muchas localidades, como Albarreal de Tajo, Nombela, Gerindote, Alcabón, entre otras, los alcaldes frenaron los brotes de violencia. Pero en La Torre no ocurrió así porque en cada pueblo los odios eran diferentes;  y aquí los enfrentamientos entre la familia Aguado y el ayuntamiento de izquierdas se remontaban a muchos años atrás. Además, en todos los pueblos de la comarca de Torrijos, la sumisión de la población conservadora al poder frentepopulista fue absoluto. Sin embargo, en La Torre la primera sangre derramada, en forma de muertes, fue a manos de la derecha: dos milicianos muertos por disparos que salieron de las ventanas de la casa de Juan Aguado. Pero ninguna justificación nos parece admisible para el asesinato, aunque fuera consecuencia directa de la sublevación militar.

Una vez estallada la guerra, el terror impetuoso empezó con la eliminación de quienes habían participado en la sublevación contra la República. Así ocurrió en La Torre de Esteban de Hambrán. Aquí el golpe militar sería secundado por los miembros más significados de la derecha torreña, encabezados por el líder de Falange, Juan Aguado. Fue el único pueblo de la comarca donde se produjo cierto apoyo armado a la insurrección. La propia “Causa General”, instruida por Franco al acabar la guerra,  afirma que “los derechistas, en un número aproximado a los 60, se levantaron en armas que tenían escondidas y controlaron la población durante cuatro días. El día 22 de julio, fiesta local de la Magdalena, llegaron de Madrid 200 milicianos, a cuyo mando se encontraba un sargento del ejército republicano, quienes controlaron la situación…”. En la localidad de El Casar de Escalona, ocurrió que un  militar casareño, a quien le sorprendió la sublevación de vacaciones estivales, salió por la calle disparando al aire e intimidando a los habitantes para que se sumaran al golpe. Fueron los dos únicos hechos relevantes en la comarca ese día 18 de julio de 1936. (5 )

La mayor parte  de los amotinados fueron detenidos y conducidos a Madrid el mismo día de su apresamiento. Algunos quedaron en libertad nada más llegar a la Dirección General de Seguridad, y la mayoría serían asesinados, semanas después, en la pradera de San Isidro. Otros, consiguieron escapar, solo momentáneamente, a través de los tejados de las casas en las que habían permanecidos ocultos. Su líder, Juan Aguado, estuvo escondido durante algunos días más. Pero el destino de casi todos sería el mismo: la muerte.

El alcalde, Pedro Caballero Bermúdez, no se encontraba en la localidad durante los primeros días posteriores al golpe militar, ya que se había viajado hasta la capital de España para buscar armas. Quedó sustituyéndole al frente del ayuntamiento el teniente alcalde Eudaldo Serrano Recio, quien se encargó de persuadir pacíficamente a los amotinados, sin conseguirlo,  de que entregaran sus armas (6)

A partir de ese momento existen dos versiones contrapuestas en la forma en que sucedieron los hechos. La primera, argumentada por Daniel Serrano Recio, hermano de Eudaldo, que presenció los hechos: “A las palabras amistosas de mi hermano contestaron los amotinados en la casa de Juan Aguado con una bomba de fabricación casera que no causó víctimas, pero sirvió de consigna para comenzar el tiroteo que causó varios milicianos muertos y heridos. Después, cuando llegaron los refuerzos a Madrid sitiaron las casas de los parapetados que salieron huyendo por los tejados, para ser detenidos después”.

La otra interpretación, sostenida por uno de los amotinados, el torreño Luís Domínguez Aguado, guardia civil jubilado, que a sus 92 años recordó: “No hubo explosión de petardo alguno, ni tampoco posterior muerte de milicianos. Simplemente nos amotinamos armados, pensando que el golpe militar iba a triunfar. Pero nos equivocamos. Sin embargo, el martirio dado a Juan Aguado y su grupo fue inhumano. Debieron llevárselos a Madrid y allí juzgarle, pero nunca ser víctimas de la chusma encolerizada. Como yo solo tenía 11 años, no sufrí castigo alguno; pero mi padre sí.”(7) Sin embargo, las hojas semanales  de El Padre Nuestro, editadas por el Arzobispado para relatar la persecución religiosa en la provincia, y concretamente la del torreño Daniel Ventero, sí hacen mención a la muerte de tres milicianos víctimas del fuego de los sediciosos. Por ello, es más creíble la afirmación de Daniel Serrano Recio. Además, Luís Domínguez Aguado solo contaba 11 años de edad. Téngase en cuenta que los torreños que apoyaron el golpe militar se escondieron en diversos viviendas, no solo en la de Juan Aguado, y Luís Dominguez, con su padre estaban refugiados en la casa del médico.  (8)

Lo cierto es que el alcalde, Pedro Caballero, regresó a La Torre, cuando ya casi estaba sofocada la rebelión,  en la madrugada del día 23 de julio. Trajo consigo de Madrid 14 fusiles y bastante munición, transportados en un vehículo del sindicato socialista del campo la FETT  que le había suministrado el armamento. Al llegar a la casa consistorial se encontró con todos sus vecinos de ideología contraria detenidos, algunos de los cuales fueron conducidos a Madrid de manera inmediata, para ser fusilados en la Pradera de San Isidro.

El día 23 de julio, milicianos de La Torre asesinaron a Marcial Domínguez, Tomás Pérez y Daniel Ventero. Según las propias declaraciones del primer edil, realizadas en el juicio sumarísimo seguido contra él al finalizar la guerra, “se enteró de dichas muertes por boca de vecinos de la villa”.(9)

Pero el líder de la derecha no aparecía. El hombre más buscado por los miembros del Comité era el jefe de Falange local, Juan Aguado. Tras el amotinamiento, llevaba ocho días escondido en algún recóndito paraje de la localidad. Pero el día 31 de julio “los rojos consiguieron descubrir a Juan Aguado junto con su amigo, Casimiro Escudero”, relata la propia Causa General. Y partir de ese momento, el tormentoso martirio infringido a los nuevos detenidos es sobradamente conocido por todos y aún está gravado en la  memoria de todos los torreños que presenciaron aquellos hechos. Una multitud de vecinos seguían en manifestación a los maltrechos miembros de Falange que, atados con alambres, caminaban desde sus domicilios hacía el ayuntamiento, recibiendo todo tipo de agresiones y vejaciones. El alcalde esperó a la turba encolerizada en la puerta del consistorio donde iban a ser recluidos hasta que llegara su destino final. Pero antes, a petición de la chusma, el primer edil ordenó que fueran atados a la farola de la plaza para recibir las últimas humillaciones de un público que les colocó un cartel con la inscripción: “Arriba el Fascio”. Su martirio acabaría en la madrugada del siguiente día 1 de agosto en la que, en unión de otros convecinos detenidos en el ayuntamiento, fueron traslados en dos camionetas al monte Alamín donde serían ejecutados por miembros del Comité local, y posteriormente quemados con gasolina para hacer desaparecer los rastros del martirio infringido, incluidas mutilaciones. (10)

Hechos de violencia colectiva amparados en la masa, similares a los acabados de narrar,  son difíciles de entender. Pero así ocurrieron y así es preciso contarlo, por muy desagradables que parezcan y aunque nos cueste, con la única finalidad de poder realizar una valoración global de todo el conflicto y hasta donde estaban enraizados los odios. Y no lo sólo en La Torre. También en Torrijos ocurrieron unos hechos parecidos con el cura Liberio; en Escalonilla, con la familia Corcuera, y en Escalona, con Luís de Grondona, cuñado del líder nacional de Renovación Española, Calvo Sotelo, también asesinado. Incluso en estas tres últimas villas, los miembros del Comité tuvieron que viajar durante todo un día para detener a sus víctimas que ya, temerosas de sus vidas, habían huido de sus domicilios meses atrás.

En los primeros meses de guerra, la mayoría de los asesinatos cometidos contra curas y derechistas se produjeron porque quienes les mataron creían que una verdadera revolución sólo puede avanzar amontonando cadáveres y cenizas en los caminos. Y así, cuando la rebelión militar hizo sonar la hora de la revolución, todos supieron qué destruir, a quiénes aniquilar, pero muy pocos sabían hacia qué objetivos había que emplear la fuerza desatada por el golpe militar. La revolución carecía de dirección y objetivos precisos ante el vacío de poder estatal existente. El Estado dejó de existir más allá de Madrid, si es que allí existía.

El golpe no derribó al gobierno republicano pero, al ocasionar una división profunda en el ejército y en las fuerzas de seguridad, le hizo tambalearse. El jefe del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, ordenó a los gobernadores civiles que no repartieran armas entre las organizaciones obreras, pero los acontecimientos le desbordaron el mismo día 18 de julio. A la mañana del día siguiente, tras su dimisión, el socialista José Giral aceptó el encargo de sucederle y dio el paso decisivo de armar al pueblo que salió a la calle para combatir a los sublevados. Así, alcaldes como el de Torrijos, Agustín Rivera Cebolla, o el de La Torre de Esteban de Hambrán, Pedro Caballero Bermúdez, se desplazaron personalmente hasta la capital para solicitar dicho armamento con el fin de sofocar las consecuencias de la rebelión.

Las calles de pueblos y ciudades se llenaron de hombres y mujeres armados. Muchos de ellos no estaban allí para defender la República, sino para hacer la revolución. A donde no había llegado la República con sus reformas, llegarían las acometidas revolucionarias. Personas aparentemente pacíficas, mataron a gente cuando participaron colectivamente armados.

En consecuencia, ayuntamiento de La Torre y Comité actuaron en perfecta sincronización a las órdenes del alcalde, Pedro Caballero Bermúdez, a quien también le gustaba administrar el dinero de las requisas e incautaciones. Y cuando, el 13 de octubre de 1936, emprendió la huida hacía Madrid ante la inminente llegada de las tropas nacionales, se llevó consigo 55.000 pesetas y objetos de gran valor sustraídos de la iglesia, para ser entregados después en el Banco Hispano Americano de la calle Ronda de Atocha de Madrid.(11)

 

Al finalizar la guerra, la mayoría de los soldados republicanos derrotados volvieron a sus casas, creyendo que no habría represalias. Franco advirtió que solo serían juzgados los implicados en delitos de sangre, pero lo cierto es que nada más llegar a sus pueblos, gran parte de los derrotados fueron recluidos en cárceles municipales (escuelas, conventos, viejas fábricas o almacenes); después serían trasladados a las prisiones provinciales.

Desde principios de 1937 hasta julio de 1948 en que se dio por terminado el estado de guerra, toda la maquinaria represiva recayó sobre la jurisdicción militar. En lugar del Código Penal, Franco aplicó el Código de Justicia Militar que, en su artículo 237, castigaba la “rebelión militar” contra el Gobierno de la República; es decir, que los sublevados castigaban por “rebelión” a los que habían permanecido leales al Gobierno constitucional. Una curiosa aberración legal que se llamó “justicia al revés”. En definitiva, se concedió prioridad a la jurisdicción castrense, con procedimientos sin ninguna garantía jurídica, sobre la ordinaria.

A fin de sustanciar los miles de sumarios incoados contra más de 280.000 detenidos, el régimen se vio obligado a crear multitud de juzgados militares. La mayoría de los torreños fueron juzgados por los tribunales de  Escalona, Talavera, Torrijos y Toledo, que se vieron totalmente saturados en los tres primeros años de la posguerra. Pero sería el tribunal militar de Madrid quien tramitaría el procedimiento sumarísimo número 9925 contra trece torreños, de los cuales seis fueron fusilados en el cementerio de La Almudena de la capital.

Los consejos de guerra a que daban lugar las referidas denuncias eran casi siempre colectivos, como el citado 9925. Una vez que los procesados se hallaban acomodados en la sala, amarrados de dos en dos, a veces entre hermanos, como Daniel y Eudaldo Serrano, custodiados por guardias civiles, el tribunal ocupaba el estrado y comenzaba la farsa jurídica cuyo desenlace ya estaba previsto. Las intervenciones del tribunal incidían muy poco en el presunto delito cometido por los procesados y más en la trayectoria obrerista de los acusados, remontándose a los años de la República, destacándose su filiación a partidos y sindicatos, como en el caso de Eudaldo Serrano, que fue condenado a muerte únicamente por su trayectoria política.  Otras veces, los acusados sí habían estado implicados en delitos de sangre, cometidos en tiempo de guerra, y pagaron con sus vidas.

El momento cumbre de los juicios era el informe final del fiscal, en un tono agresivo, vehemente y apocalíptico, con todos los tópicos de la retórica falangista. El trabajo del abogado defensor era el más llevadero, pues sólo se limitaba a pedir clemencia para los acusados. Momento especialmente dramático era el de las alegaciones por parte de los acusados. En un clima tan hostil, los pobres jornaleros apenas acertaban a balbucear. Como mucho, el tribunal concedía la palabra a uno, en nombre de todos. La breve alegación intentaba hacer ver que la denuncia y la acusación eran falsas.

La mayoría de los consejos de guerra en La Torre de Esteban de Hambrán fueron incoados para juzgar a todas aquellas personas que intervinieron, como autores, cómplices o encubridores, en los sucesos anteriormente narrados, del verano de 1936. Pero también hubo muchos vecinos de izquierdas que fueron condenados injustamente. Sirva como ejemplo el de Engracia Oviedo Díaz, que fue juzgada y condenada solo por formar parte de la turba que presenció el martirio infringido a Juan Aguado y Cesáreo Escudero.

Otros torreños fueron juzgados fuera de Madrid, como Anastasio Martín García, Anselmo Serrano Velasco, Avelino Fernández Marina, Eugenio López Guzmán, Eugenio Martín Aguilar, Lucio Pérez Santiago, Manuel Escudero Peinado, Marcelo Papelles Merino,  y Venancio Aguilar Pinto, fueron ejecutados en las cárceles de Toledo y Talavera,  Pero pagaron justos por pecadores, porque muchos de ellos serían condenados sin haber participado en hecho delictivo alguno.

Por otra parte, el alcalde Pedro Caballero Bermúdez, también sería juzgado y condenado en Toledo en 1940, para después ser fusilado en Talavera de la Reina, acusado de permitir y ser el inductor moral de los 36 asesinatos cometidos en su pueblo.

 

(1)Libro de actas de las sesiones del ayuntamiento de La Torre (sesiones 14 de abril de 1931 en adelante).

(2) Sociedad Benéfica de historiadores aficionados y creadores (S.B.H.A.C). En esta página, Rosé Maríe Serrano relata la biografía de Eudaldo Serrano y su triste final, fusilado en el cementerio del Este de Madrid, el 6 de marzo de 1941.

(3)  Reparación para las víctimas del fascismo de la Torre. Blog en internet que publica sucesos de La Torre.

(4) Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 312 y ss.

(5) Archivo Histórico Nacional; AHN-M. La Causa General, caja 1.049/1, pza. 2ª.  La Torre.

Archivo Histórico Nacional; AHN-M. La Causa General, caja 1899/1, pza. 1ª.  El Casar. Aquí la Causa General refiere que el teniente Enrique Muro Valencia fue herido la noche del 18 de julio”, pero fue fue cierto.

(6) Sociedad Benéfica de historiadores aficionados y creadores (S.B.H.A.C). En esta página, Rosé Maríe Serrano relata la biografía de Eudaldo Serrano y su triste final, fusilado en el cementerio del Este de Madrid, el 6 de marzo de 1941. Con la ayuda del hermano de Eudaldo, Daniel Serrano Recio, la sobrina Rosé Maríe narra como el teniente alcalde de La Torré fundó el sindicato obrero “La Defensa”, afecto a U.G.T., así como su activa participación en la Reforma Agraria torreña que culminó con la colectivización de la finca El Alamín. Sin olvidarnos de su activa participación en la construcción de las escuelas locales, que aún siguen llevando el nombre de Juan Aguado.

(7) Testimonio de Luís Domínguez Aguado, en entrevista realizada el 26 de mayo de 2005. Con tan solo 11 años se amotinó, en compañía de su padre, con el grupo de Juan Aguado. Dada su corta edad, sobrevivió a la represión posterior seguida contra los torreños que secundaron el golpe militar, e ingresó en la Benemérita para trabajar de Guardia Civil hasta su jubilación

(8)  El Padre Nuestro, publicación periódica que en su contraportada  narra la persecución religiosa en la Archidiócesis de Toledo. En el  número 889, relata los asesinatos de Daniel Ventero, Tomás Pérez y Marcial Domínguez, ocurridos el 23 de julio. Dice así: “El martirio de Daniel se vio envuelto en una venganza. Ocurrió que tras ser asesinados el día 22 tres milicianos (uno de los cuales era hijo del pueblo); éstos, en venganza buscaron otros tres para ajusticiarlos”

(9) Archivo General Militar de Madrid. AGMM, sumario 453, legajo 876, seguido contra Pedro Caballero Bermúdez. Aunque el alcalde declaró que viajó a Madrid a comprar material para su zapatería, lo cierto es que acudió en busca de armas porque el enemigo local estaba armado ya.

(10) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Procedimiento sumarísimo número 9925, seguido contra trece torreños: Isabel Gómez Sánchez, Nicolasa Caballero Bermúdez, Asunción Guerra Cortés, Francisco Martín Aguilar, Juan Plaza Hervías, Cesáreo López Garrido, Damián Plaza Fernández, Daniel Serrano Recio, Guillermo Caro Montero, Eudaldo Serrano Recio, Mariano Gómez Sánchez, Venancio Plaza García y Servando Zamorano Alonso. Se dictó sentencia en Madrid, el 13-10-1939; y seis de ellos serían fusilados, el día 6-3-1941. A otros se les conmutó la pena de muerte.

(11) Archivo General Militar de Madrid. AGMM, sumario 453, legajo 876, seguido contra Pedro Caballero Bermúdez.

(12 ) Causa General, Caja 436, de La Torre. Relación de fallecidos: Tomás Pérez Merino, Daniel Ventero Plaza, Marcial y Tomas Dominguez García, Andrés Pérez Fernández,  Dámaso Escudero Piñero, Pedro Martín Recio, los hermanos Dario, Adrián y Pablo Aguado García Flores, Antonio Sánchez López, Felipe Lobón Valdés, Teófilo Escudero Salvador,  Norberto Dominguuez Yela, Juan de Dios Blasco Lozano, Florían Dominguez García, Casimiro Escudero Piñero, Juan Aguado López, Martín López Aguado, Telesforo López López, Amador Dominguez Yela, Ricardo Pérez García, Juan del Viso Blasco Merino, E. López Rivera, Felipe Aguado, Juan M. López Aguado, Juan Aguado Merino, Santina Rivera López, Gerardo Rivera López, Rufino Escudero  Piñero, Demetrio Dominguez García, Gumersindo Valverde Montoro y Santana Rivera López. (4) Sociedad Benéfica de historiadores aficionados y creadores (S.B.H.A.C). En esta página, Rosé Maríe Serrano relata la biografía de Eudaldo Serrano y su triste final, fusilado en el cementerio del Este de Madrid, el 6 de marzo de 1941. Con la ayuda del hermano de Eudaldo, Daniel Serrano Recio, la sobrina Rosé Maríe narra como el teniente alcalde de La Torré fundó el sindicato obrero “La Defensa”, afecto a U.G.T., así como su activa participación en la Reforma Agraria torreña que culminó con la colectivización de la finca El Alamín. Sin olvidarnos de su activa participación en la construcción de las escuelas locales, que aún siguen llevando el nombre de Juan Aguado.

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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