Intelectuales al servicio de la República

Intelectuales al servicio de la República

 

La República fue un proyecto cultural con señas de identidad propias. Se generalizó el objetivo colectivo de la conquista de la cultura y el saber para todos y por todos, no como un privilegio para unos pocos. Era obligación del sistema democrático garantizar el acceso a la cultura y a la educación de sus ciudadanos. Y así quedó plasmado en la Constitución.

Nunca antes un Gobierno tuvo tanta preocupación y sensibilidad por las cuestiones educativas y culturales de España.  El régimen fue calificado como República de intelectuales o de profesores. En las Cortes Constituyentes se sentaron 64 catedráticos y profesores y 47 escritores y periodistas. Cabe citar a Miguel de Unamuno, Juan Negrín, José Giral, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Luís Jiménez de Asúa, Salvador de Madariaga, José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Marañón y Manuel Azaña.

El advenimiento del nuevo régimen y la oposición de numerosos intelectuales a los últimos años de la Dictadura incrementaron el nivel de compromiso de muchos de ellos. Quisieron colaborar en la labor parlamentaria y se presentaron como candidatos independientes en las listas de la conjunción republicano-socialista o en apoyo de esta, o formaron parte de la Agrupación al Servicio de la República que lideró el filósofo José Ortega y Gasset. Su origen es el manifiesto publicado en febrero de 1931 en el diario El Sol, tribuna privilegiada desde donde Ortega lanzaba sus misivas antimonárquicas y que ya firmaban él, Marañón y Pérez de Ayala.

Pese a que Unamuno fue un intelectual muy controvertido, que se veía a sí mismo como un “liberal” a la antigua, votó a favor de la Constitución, del Estatuto Catalán y de la Reforma Agraria. Más adelante, y en perfecto ejemplo de coherencia como él la entendía, empezó a pedir que se revisase una Constitución con apenas un año de vida, y que se rompiese con los socialistas por ser demasiado revolucionarios.

En febrero de 1935 asistió Unamuno a un mitin de José Antonio Primo de Rivera en el teatro Bretón de Salamanca, acto que el mismo creyó siempre que le costó el Premio Nobel. Se dice que acudió por curiosidad intelectual, por su instinto provocador, pero quizá simplemente era acorde con su propia desorientación ideológica. Finalmente, tomó partido por un golpe de estado como el del 18 de julio, que en su opinión defendía lo que importaba: la civilización cristiana y la unidad de España, lo que dice bastante sobre su concepto del liberalismo y la democracia. Quizá se convenció tarde de que el golpe militar no era como él esperaba, hasta que se dio cuenta de qué iba todo. Quizás apesadumbrado por la culpa de habar sido cómplice de semejante traición y despropósito, no pudo más y estalló en público en un acto nada preparado. Su famoso enfrentamiento en Salamanca con Millán-Astray el 12 de octubre de 1936, no le costó la vida, pero sí le supuso la destitución como rector de esa Universidad y a la prisión domiciliaria hasta su muerte en diciembre. Pese a todo, el franquismo le hizo honores post mortem como un héroe nacional, apropiándose de su figura.

Alfabetizar a la población

El Estado se preocupó por llevar el libro a todas las localidades del país con la creación de múltiples bibliotecas. El libro era un instrumento de divulgación, formación y diversión, así como un agente fundamental en el proceso de culturización popular desarrollado por la República.

Las autoridades consideraron que era urgente alfabetizar a la población. Para ello era necesario crear escuelas y bibliotecas en todo el territorio. Los grandes protagonistas de estas políticas educativas fueron los ministros Marcelino Domingo, maestro que ocupó la cartera hasta diciembre de 1931, y el catedrático socialista Fernando de los Ríos, desde diciembre hasta junio de 1933.

 

La reforma educativa

 

La política republicana proyectó un sistema educativo público, laico y gratuito, que impulsara la formación integral del individuo y favoreciera la igualdad de oportunidades. De este modo se perseguía superar las desigualdades educativas por medios económicos y sociales. En este sentido, en el Decreto del 23 de junio de 1931 sobre la convocatoria de 7.000 plazas para maestros se afirmaba: “La República aspira a transformar la realidad española hasta que España sea una auténtica democracia. Y España no será una auténtica democracia mientras la inmensa mayoría de sus hijos, por falta de escuelas, se vean condenados a la perpetua ignorancia”. Para cubrir estas primeras plazas se consiguió un crédito de más de once millones de pesetas, y en septiembre de 1932 se aprobó por ley el llamado Plan Nacional Cultural, que permitía la emisión de 400 millones de pesetas para financiar el proyecto de construcción de escuelas y la dotación de plazas docentes.

Se estableció la no obligatoriedad de la enseñanza de la religión en los centros educativos, ahondando así en la separación Iglesia-Estado. También se abordó la reforma de la segunda enseñanza, tratando de instruir en libertad a los hombres y mujeres del futuro fomentando la reflexión y el espíritu crítico. Además, con la creación de los Consejos Locales y Provinciales de Instrucción Pública y de los Consejos Escolares, se implicó a los padres de familia junto a los especialistas en la materia y a los docentes en la mejora del sistema educativo en consonancia con las autoridades académicas. De este modo se pretendía democratizar la vida docente y facilitar la participación popular de las familias.

 

La Iglesia y el analfabetismo

 

Uno de los principios de la República fue la libertad de cultos, que se señalaba especialmente en la libertad religiosa en la escuela respecto a la conciencia del niño y el maestro. Estos planteamientos laicistas y la prohibición del ejercicio de la enseñanza a las órdenes religiosas fueron recibidos por la Iglesia como una ofensa a su histórico papel en la docencia. Por esta razón, la pastoral del 1 de enero de 1932 declaró la oposición de la Iglesia a la Constitución republicana. Por el contrario, los republicanos socialistas aplaudieron esta legislación porque consideraban que la religión y la Iglesia eran responsables del analfabetismo del país, frenando toda posibilidad de modernidad y progreso.

El cierre de los colegios religiosos previsto para el 31 de diciembre de 1933 planteaba numerosos problemas técnicos y financieros, ya que solo en la enseñanza primaria de estos centros atendían a 350.000 alumnos. Este asunto fue interpretado por la Iglesia como un despilfarro que suponía crear escuelas públicas cuando ya existían colegios privados que absorbían buena parte de la población escolar.

Tras la victoria de la derecha en las elecciones de noviembre de 1933 se paralizaron todas estas reformas emprendidas por la coalición republicano-socialista. La CEDA se lanzó a revisar toda la legislación que atacaba a la religión y a la familia. El ministro José Pareja Yébenes suspendió la sustitución de colegios religiosos, así como el programa de construcción de escuelas.

El Gobierno que salió de las urnas en febrero de 1936 trató de rehacer todo lo derogado en materia educativa por radicales y cedistas. Marcelino Domingo retomó la construcción de centros escolares y la dotación de nuevas plazas de maestros y se devolvieron las competencias educativas a Cataluña, de acuerdo con el Estatuto de Autonomía. Es pocos meses se volvió a tejer lo descosido durante los dos años anteriores, pero el golpe militar impidió la culminación de esta labor.

El balance cultural de la República fue espléndido si se compara con el periodo anterior de Dictadura. En 1930 existían 35.000 escuelas primarias estatales, y en apenas cinco años se crearon más de 13.000 centros, y se construyeron 31 institutos de Bachillerato frente a los 80 ya existentes. Para atender estos nuevos establecimientos se incrementaron en más de 14.000 las plazas docentes. Esto demuestra el esfuerzo económico en materia educativa realizado por la República.

 

El Patronato de Misiones Pedagógicas

  Fue creado por Decreto de 29 de mayo de 1931 con el objetivo de acercar el mundo de la cultura al medio rural, siguiendo el principio de que todos los ciudadanos tenían derecho a conocer y disfrutar de los objetos y bienes culturales del país en un régimen democrático. En este sentido, pretendían acabar con el desequilibrio cultural existente entre la ciudad y el campo (el 57% de la población vivía en el campo y un 40% residía en núcleos menores de 5.000 habitantes).

En las visitas a los pueblos los misioneros, que eran jóvenes universitarios voluntarios, llevaban libros, copias de cuadros del Museo del Prado, películas de cine o grabaciones musicales, y realizaban representaciones de teatro y guiñol. Además, el Gobierno quería ganarse para la causa republicana a los pueblos que el 12 de abril de 1931 habían votado a las candidaturas monárquicas y estaban manejados por los caciques de cada localidad.

Los coordinadores del servicio de Bibliotecas fueron el poeta Luis Cernuda y la archivera-bibliotecaria de Valencia, María Moliner. Estas bibliotecas, aunque se instalaban en las escuelas, eran públicas y gratuitas.

Aparte de estas importantes labores en materia de educación, hubo otros organismos que participaron en estas actividades. También destacó la creación de la Compañía de Teatro La Barraca. Este grupo de teatro universitario de carácter ambulante fue coordinado y dirigido por el poeta Federico García Lorca y Eduardo Ugarte, que prestaban sus servicios voluntaria y gratuitamente. Tenía como objetivo llevar el teatro clásico español a zonas con poca actividad cultural. Tras el golpe militar que dio origen a la Guerra Civil y el asesinato de García Lorca, La Barraca se paralizó y sus miembros se escindieron en dos bandos y se dispersaron.

 

EL MUNDO INTELECTUAL Y ARTÍSTICO

 

La etapa republicana coincidió con uno de los momentos de mayor esplendor intelectual y científico del país, la llamada Edad de Plata de la cultura y de la ciencia española, aunque realmente merecería el distintivo de oro debido al gran desarrollo que se vivió a todos los niveles, a diferencia de la Edad o Siglo de Oro, cuyo renacer fue básicamente artístico y literario. Cabe señalar el compromiso político, incluso militante, de muchos autores y creadores en relación con los acontecimientos mundiales del momento, que causaron una gran conmoción, como el establecimiento de los regímenes autoritarios o fascistas, la construcción de la URSS de Stalin o la miseria que provocó la crisis económica mundial de 1929.

Por otro lado, otros muchos intelectuales colaboraron con el régimen republicano e incluso ocuparon puestos de responsabilidad. Este fue el caso de Ramón Pérez de Ayala, que aparte de diputado fue director del Museo del Prado y embajador en el Reino Unido. Miguel de Unamuno fue concejal y alcalde honorario de Salamanca, diputado en las Cortes Constituyentes y presidente del Consejo Nacional de Instrucción Pública. Ramón María de Valle Inclán fue nombrado conservador general del Patrimonio Artístico Nacional, antes de ser director de la Academia de Roma. Los poetas Antonio Machado, Pedro Salinas y Luis Cernuda, el músico Óscar Esplá, el musicólogo Eduardo Torner, el fotógrafo Jose Val de Omar o el dramaturgo Alejandro Casona, entre otros muchos, participaron en el proyecto de Misiones Pedagógicas, y la dirección del Patronato de Misiones recayó en Manuel Bartolomé Cossío. Por último hay que recordar que numerosos científicos y artistas se sentaron en las Cortes Constituyentes de la República, y algunos incluso repitieron escaño en los parlamentos de 1933 y 1936. Además del reconocimiento personal y de la remuneración económica, estas ayudas respondieron a la sensibilidad de los políticos del régimen hacia el mundo de la cultura, así como al compromiso de muchos intelectuales con el cambio político, después de la lucha contra la Dictadura del general Primo de Rivera.

La generación del 27 estaba en pleno apogeo, y los miembros del 14 estaban en plena madures, como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Francisco Ayala o Américo Castro. En estos años se publicaron y estrenaron algunas de las mejores páginas de la literatura española. Entre las obras de poesía más notables se puede destacar La destrucción o el amor, de Vicente Aleixandre, en 1935, que le valió el Premio Nacional de Literatura o El rayo que no cesa de Miguel Hernández. El poeta y pintor Rafael Alberti publicó en 1931 el drama El hombre deshabitado, y en 1936 el libro de poemas El poeta en la calle.

Aunque Federico García Lorca se concentró en la escritura de obras de teatro, en 1935 publicó Seis poemas galegos y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, torero sevillano amigo del poeta que murió en la plaza de Manzanares (Ciudad Real) en 1934. Es una de las mejores elegías de la historia, junto a la de Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé.

En cuanto a mujeres literatas, olvidadas o escondidas durante el periodo republicano, destacan Rosa Chacel, María Zambrano, Concha Méndez, María Teresa León o Elena Fortún, entre otras muchas. Muchas de ellas estuvieron vinculadas a la versión femenina de la Residencia de Estudiantes: la Residencia de Señoritas de María de Maeztu. María Zambrano era filósofa, discípula de Ortega y alumna de Garcia Morente y Zubiri, vinculada a la Institución Libre de Enseñanza fue profesora en la Universidad Central.

Asimismo en el campo del ensayo podemos señalar la aparición de Raíz y decoro de España, de Gregorio Marañón, en 1933, y Las Ideas biológicas del Padre Feijoo un año más tarde. También el doctor escribió su biografía correspondiente sobre El Conde-Duque de Olivares: la pasión de mandar.

No podemos dejar de resaltar las representaciones y estrenos teatrales de los años treinta, destacando los éxitos memorables de las obras de García Lorca, que le consagraron como una gran autor teatral. En el año 1933 se estrenó Bodas de Sangre en el madrileño teatro Beatriz, obteniendo un gran aplauso del público y de la crítica. Yerma se escenificó por primera vez en el teatro Español el 28 de diciembre de 1934, con Margarita Xirgu como primera actriz, pero su contenido causó un gran escándalo entre la prensa de derechas acusándola de inmoral, antiespañola y descarada. También fue relevante el estreno de Divinas palabras, de Valle-Inclán, en 1933.

Uno de los mayores éxitos republicanos fue el estreno el 6 de febrero de 1936 de Nuestra Natacha, de Alejandro Casona. Diez días antes de la victoria del Frente Popular, esta obra creo mucha ilusión por la posible revitalización de la democracia republicana, aparte de recoger la experiencia teatral y de misionero del autor, que fue el responsable del servicio de Teatro de las Misiones Pedagógicas cuyo objetico era llevar la cultura a los pueblos de manera itinerante. Así ocurrió con La Barraca de García Lorca y otras compañías en consonancia con el espíritu republicano de dichas misiones, recorriendo plazas y pueblos para que la cultura estuviera al alcance de todos.

También destacó otro tipo de teatro más sencillo, muy del gusto de cierto público popular y de sectores sociales opuestos a la República, como el de Jacinto Benavente, José María Pemán, los hermanos Álvarez Quintero o Pedro Muñoz Seca. Así, el premio Nobel escribió en 1932 La moral del divorcio, y dos años después Memorias de un madrileño, con un claro talante antirrepublicano. Por su parte, Pemán, letrista de la Marcha Real, del himno de la CEDA y de las Juventudes de Acción Popular, escribió en 1934 Cuando las Cortes de Cádiz, atacando al periodo republicano.

Pedro Muñoz Seca, de ideas monárquicas y creencias católicas, centró su crítica contra la República desde el mismo momento en que se proclamó en 1931. Estrenó La oca, siglas de “Libre Asociación de Obreros Cansados y Aburridos”, como parodia del comunismo. Más tarde publicó Anacleto se divorcia, una crítica a la Ley de Divorcio aprobada en 1932.

En las artes plásticas destacaron artistas y obras vanguardistas, especialmente la Escuela de Vallecas creada en 1927 por el pintor Benjamín Palencia y el escultor Alberto Sánchez Pérez. Este albaceteño de origen humilde llegó a ser director artístico de La Barraca. En 1933 su exposición en París despertó la admiración  de Braque y Picasso. La pintura de Benjamín Palencia estuvo influenciada por la poética del paisaje castellano, aunque después quedó deslumbrado por el movimiento surrealista y por el cubismo. La madrileña Maruja Mallo también había formado parte, en sus inicios, del grupo vallecano), sobresaliendo con sus programas iconográficos  que cambiaron de estilo desde el realismo mágico pasando por el surrealismo hasta el constructivismo. Tras su estancia en París, se incorporó a la corriente surrealista.

Especialmente relevantes fueron las figuras de Salvador Dalí y Picasso, aunque la trayectoria de este último se desarrolló fuera del país, principalmente en París. Su prestigio como uno de los mayores genios artísticos del siglo XX, aparte de su compromiso político, hizo que el Gobierno republicano le nombrara director del Museo del Prado al comienzo de la Guerra Civil. También sobresalió la actividad escultórica de Victorio Macho, un maestro ya consagrado durante los años republicanos, que tuvo mucha vinculación con Toledo.

El escultor Alberto Sánchez Pérez (1895-1962), nació en el barrio de las Covachuelas de Toledo. Alcanzó fama mundial con la gran escultura de doce metros de altura titulada El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, que fue expuesta junto al Guernica de Picasso en el Pabellón de la República Española en la EXPO de Paris de 1937.Clausurada la exposición, el obelisco del artista toledano desapareció.  De esta obra escultórica existe una copia en el exterior de la entrada principal del Museo Reina Sofía de Madrid.

En 1927 creó, junto con el albaceteño Benjamín Palencia, la llamada Escuela de Vallecas, “con el deliberado propósito de poner en pie el nuevo arte nacional que compitiera con el de París”, según sus propias palabras. Amigo personal del poeta García Lorca, realizó algunos decorados para La Barraca.

Al estallar la guerra se alistó al Ejército de la República y luchó en el frente de Guadarrama. En 1938 las bombas destruyeron completamente su estudio de la calle Joaquín María López en Madrid, y todas las obras que en él se encontraban. Desde Valencia, ese mismo año, el Gobierno republicano le envió a Moscú como profesor de dibujo de los niños españoles exiliados. Falleció en Moscú y sus restos permanecen allí enterrados.

Felix Urabayen (1883-1943), escritor, periodista y político que aspiraba a transformar y mejorar la ciudad. Para ello disponía de tres herramientas: su profesión de docente como director de la Escuela Normal de Toledo, su voluntad de escritor y su compromiso político. En la prensa toledana denunció el saqueo y expolio del patrimonio artístico de la capital castellana y sostuvo polémicas durísimas contra los sectores reaccionarios y clericales de la sociedad toledana. Fue socio del Ateneo de Madrid durante la presidencia de su amigo Manuel Azaña, a cuya tertulia política de la Granja del Henar asistía, y en este época amistó con Prieto, Gregorio Marañón y Ortega y Gasset.

Cuando Urabayen llegó a Toledo, la ciudad que se encontró era la de una capital provinciana, en su sentido peyorativo, con una población de algo más de 22.000 habitantes, sumergida en el páramo cultural, con algunas excepciones, prisionera en la nostalgia de tiempos pasados en la que habían puesto su mirada algunos literatos españoles como Gustavo Adolfo Bécquer o Vicente Blasco Ibañez, muy mediatizada por el peso de la Iglesia y en particular por su condición de Sede Primada de las Españas. En ella se enraizó y poco a poco se fue interesando por la política. Se presentó a las elecciones de febrero de 1936 por el partido de Izquierda Republicana, en la lista del Frente Popular por Toledo y quedó a muy pocos votos de obtener escaño. Al acabar la guerra, sería juzgado por los tribunales franquistas y compartió celda con Miguel Hernández y Buero Vallejo. Sus propiedades y las de su  rica esposa, Mercedes de Priede Hevia, hija del propietario del Hotel Castilla. Liberado en 1940 a causa de su declarado cáncer de pulmón, se recluyó a escribir su última novela, Bajo los robles navarros, asistido por su amigo el doctor Gregorio Marañón. Como novelista, pertenece a la corriente de novela social y crítica de la época; él mismo se consideraba novecentista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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