Gerindote

Gerindote en la Guerra Civil

GERINDOTE.

 

La Segunda República.

En 1930 la oposición a la Monarquía salió de la clandestinidad mediante una estrategia que incluía la movilización de masas (huelgas, manifestaciones, motines estudiantiles, etc.). Casi toda la sociedad, incluido parte del Ejército, estaba en contra de aquel régimen político caduco. La Dictadura de Primo de Rivera se inició en 1923 con un golpe militar consentido por el rey Alfonso XIII.

Desde mucho antes de proclamarse la Segunda República en abril de 1931, Gerindote era una localidad eminentemente agrícola y de acusados contrastes socio-económicos y culturales. La desigual distribución de la propiedad de la tierra había influido poderosamente en ello. Como en tantos lugares de la geografía española, gran parte de su término municipal estaba en manos de unos pocos terratenientes, mientras que la mayoría de la población eran campesinos asalariados.

Como ocurriera en otros tantos pueblos de la provincia, tras la desamortización de Madoz (año 1855) la tierra quedó mal distribuida y las familias  más  acomodadas se adjudicaron a bajo precio grandes extensiones de terreno convirtiéndose en titulares de grandes fincas como Brogelín, Casa Nueva, La Dehesilla, propiedad del duque de Tebas, y Azoberín, de Carlos F. Falcó Stuart, duque de Peñaranda; sin olvidar las grandes extensiones de tierra diseminada de Arturo Taramona. Si bien, los vecinos más pudientes del pueblo remataron en subasta una parte importante del término municipal. (1)

La desamortización citada tuvo una influencia importante en la formación de grandes fortunas. Si seguimos la pista a algunos de los compradores de tierras a bajo precio en aquel siglo XIX, vemos auténticos clanes unidos por vínculos de sangre y de propiedad que luego trasvasarían a la actividad política. Así pareció suceder con la familia de Arturo Taramona y Diaz de Entresotos, senador por Toledo entre 1918 y 1923, cuyo hermano Manuel era diputado liberal por el distrito cabecera en Torrijos. Todo ello provocó que los antiguos grandes propietarios, principalmente órdenes militares, instituciones eclesiásticas y Ayuntamientos fueran sustituidos por una nueva burguesía agraria que constituirá la élite y dominará políticamente la región durante La Restauración Borbónica.

El malestar entre los campesinos sin tierra y los dueños de las mismas pasó a formar parte de la vida cotidiana de Gerindote. Muchos de los grandes propietarios citados, marqueses, condes e incluso terratenientes sin título aristocrático, vivían en Madrid; salvo Taramona que residía en su esplendoroso palacio de Barcience. Visitaban de vez en cuando sus posesiones para ir de caza y recibir en ellas a sus amigos. Cuando éstos pasaban en sus coches por la plaza, delante de los jornaleros, se cruzaban miradas de recíproco desprecio. Así pues, desde muchos años antes de proclamarse la Segunda República, los ánimos no eran de conciliación, sino de discordia manifiesta, que se agudizó progresivamente con el transcurrir del tiempo y de la crisis económica internacional que acababa de comenzar con la gran depresión de los años treinta y que tuvo su origen en el crash bursátil de Nueva York.

España era un país cálido y con escasez de lluvias, aparte de tener una injusta distribución de la propiedad. Las privaciones e incluso el hambre eran demasiado comunes en la vida diaria de los españoles. En las dietas  había abundancia de patatas o garbanzos y escaseaba la carne.

Las tareas agrícolas condicionaban la vida de los 2.129 habitantes que tenía Gerindote en 1930. Al anochecer, los trabajadores de la tierra se ocupaban de cobrar el jornal y de buscar el salario para el día siguiente, que en 1930 ascendía a cinco pesetas diaria (aproximadamente lo que costaba una arroba de garbanzos). Los gañanes ganaban al año unas 1500-2500 pesetas, además de pago de salario en especie: legumbres, tocino, morcilla etc) Todas las actividades se organizaban en función del campo, desde el horario de la comida a los ratos de ocio. Solo los hombres visitaban la taberna y los menos pudientes iban a las bodegas de la plaza de la Iglesia, calle Talavera o Carnecerías.

Había en Gerindote un gran número de pequeños y medianos propietarios que podían subsistir sin necesidad de recurrir a trabajar por cuenta ajena, e incluso, en momentos puntuales podían contratar mano de obra jornalera. En su mayoría, además de sus diminutas posesiones también explotaban en régimen de arrendamiento otras que eran propiedad de los grandes hacendados citados. La escasa industria local se limitaba a varios molinos de aceite  y una fábrica de jabón, así como un pequeño tejar, que apenas empleaban mano obrera.

España había vivido bajo una dictadura militar desde 1923, sin procesos electorales libres ni un Parlamento plural. Por ello, la propia Monarquía convocó  elecciones municipales el 12 de abril de 1931 buscando algún tipo de salida airosa para el decadente régimen dinástico; pero ya no era posible.

Más que una corriente de opinión, el republicanismo parecía una epidemia política que no se detenía ante nada ni ante nadie. Concejales y alcaldes monárquicos, empresarios, artistas, toreros y escritores, por aquello de seguir la moda, decían beber los vientos de la Segunda República.

La perplejidad y el vértigo del cambio político llevaron a personas conservadoras y monárquicas, como al gerindotano Cipriano Gutiérrez Martín, a buscar soluciones audaces e imaginativas para acceder el poder municipal que nunca había detentado. Era la persona querida por el pueblo para gobernar el Ayuntamiento. Pertenecía a una extensa familia  de agricultores de clase media, en su mayoría católicos y de derechas. Y aunque, durante la Dictadura de Primo de Rivera, había compartido la dirección del Somatén de Gerindote con la burguesía local, aprovecho en cambio de régimen para acceder al cargo que tanto añoró. Este moderado y querido primer edil, sin ideología bien definida, pronto se decantaría por algún partido de izquierdas de nuevo cuño. (2)

La campaña para las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 fue muy polémica y estuvo llena de referencias catastróficas en los mítines de la derecha antirrepublicana: peligro de guerra o  invasión del bolchevismo ruso, entre otros muchos cataclismos. Estos comicios significaron el fin de la monarquía de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República en España.

Vivió Gerindote un azaroso y convulsivo periodo histórico motivado por las ansias de ostentar el poder del monárquico, Juan Francisco Sánchez de Rivera, que no era querido por la población. En los pueblos pequeños las elecciones no tuvieron un marcado cariz político, sino más bien administrativo. De ahí que en muchos Ayuntamientos los concejales fueran nombrados por el artículo 29 de la ley electoral. Se presentaban igual número de candidatos que de concejales correspondían al municipio y ya no era necesario votar, como ocurrió en Gerindote.

El último alcalde del reinado de Alfonso XIII,  Valentín Rodríguez Gómez Olmedo, junto con sus hermanos, Sebastián y Federico, se presentaron a las elecciones del 12 de abril de 1931 en compañía de los mayores hacendados de la localidad, entre ellos el citado Sánchez de Rivera.

Estos viejos dinásticos tenían como únicos  rivales políticos a la candidatura republicana-socialista que, después de tantos años de dictadura, también aspiraban a aproximarse a la Corporación. Pero sus líderes, Cipriano Gutiérrez y Adrián Rodríguez Calvo, eran aún inexpertos. Ignoraban los entresijos de la política municipal porque durante la anterior etapa absolutista no tuvieron oportunidad de acceder al Ayuntamiento.   Pero, como en tantos pueblos de la provincia, no se celebraron elecciones y los candidatos se trasformaron en concejales. Al ser los conservadores mayoría, designaron como alcalde a Juan Francisco Sánchez de Rivera. (3)

La población de Gerindote vivió la proclamación de la Segunda República con gran expectación y la bandera tricolor ondeó en un Ayuntamiento que, durante las primeras semanas, fue gobernado por el terrateniente monárquico citado.

Por estas y otras razones de fraude electoral se convocaron nuevos comicios municipales, a celebrar el 31 de mayo de 1931, en aquellos Ayuntamientos en los que se habían producido irregularidades. Ante el aluvión de reclamaciones presentadas, el ministro de Gobernación Miguel Maura, decidió el nombramiento de comisiones gestoras, pero en Gerindote no se celebraron nuevas elecciones porque, incomprensiblemente, no existieron impugnaciones.

El gran descontento del vecindario con el  nuevo regidor, de convicciones monárquicas, tuvo su culminación el 27 de mayo de 1931. El atemorizado primer mandatario municipal fue obligado a dimitir ante la presión  de la Sociedad Obrera La Segura, que aconsejo a sus afiliados a manifestarse ante la puerta del domicilio de aquel. El citado Cipriano, sería su sustituto y por tanto, el segundo alcalde de la república. Al igual que su antecesor, ninguno de los dos fue elegido democráticamente por el pueblo.

Este extemporáneo cambio de alcalde, ordenado por el delegado gubernativo, reflejaba el sentir de la población, en su mayoría jornaleros del campo. Sin embargo, las maneras empleadas por los vecinos para provocar su renuncia, empuñando hoces y bieldos en la puerta de la casa del primer edil, en la misma plaza de la localidad, sólo son entendibles desde el convulso contexto histórico en el que se produjeron. (4)

En efecto, Gerindote era un pueblo, como la mayoría de la provincia, con grandes desigualdades económicas y altas tasas de analfabetismo. Estas disparidades sociales alimentaron el resentimiento de los más pobres dedicados al trabajo temporal en el campo, con graves problemas de subsistencia y con 600 de ellos en paro. Una tierra, en su mayoría, propiedad de aristocráticas familias forasteras que sólo pasaban por Gerindote para buscar ojeadores para sus cacerías. También el primer edil saliente, perteneciente a la adinerada familia Sánchez Rivera, era titular de la extensa finca Casa Nueva. Y un familiar de éste, Eduardo Díaz Prieto, presumía “de que montado en su caballo podía desplazarse desde Gerindote hasta Albarreal de Tajo sin atravesar otras fincas que no fueran de su propiedad”.

El primer acuerdo del gobierno de Cipriano fue reparar la canalización del Caño Viejo para contratar mano de obra en paro. El mandato de aquel coincidió con continuos cambios legislativos, algunos de ellos revolucionarios, que repercutieron negativamente en la gestión de su presidencia al frente de la Corporación.  Tenía un difícil trabajo por delante. Para la nueva democracia española el panorama económico era muy sombrío. Nuestra sociedad vivía en un acusado atraso y estaba profundamente dividida, con un gran distanciamiento entre clases sociales. Los jornaleros del campo, mal pagados y escasamente alimentados, esperaban que las reformas fueran drásticas e inmediatas. La República creó unas expectativas desmesuradas en relación a las posibilidades reales del cambio y el campesinado respondió ilusionado a unas promesas de difícil materialización. (5)

La crisis del campo angustiaba a los Ayuntamientos que se veían desbordados por las quejas de los vecinos que pedían pan y trabajo. En los libros de actas municipales se reflejaban acuerdos atendiendo las peticiones de la Sociedad Obrera La Segura que en aquella primera etapa estuvo presidida por Adrián Rodríguez y ya contaba con 400 asociados.

Pero cada pueblo tenía que resolver sus propias dificultades laborales en función de sus recursos económicos y en Gerindote el desempleo era más desolador, si cabe, que en otras poblaciones. Así lo hizo constar Cipriano de forma fehaciente en los libros municipales, como introducción previa para convencer al resto de concejales de la necesidad de realizar obras municipales. Todo el empeño municipal se traducía en generar puestos de trabajo hasta que se agotaba el presupuesto municipal.

Los jornaleros gerindotanos, fortalecidos en su capacidad reivindicativa por su sindicato ugetista de la FETT, se atrincherarían en el respaldo electoral otorgado al socialismo de inspiración marxista del PSOE de Largo Caballero, representado en la localidad por el concejal Adrián Rodríguez, que apoyaba las reformas revolucionarias de aquel líder.

Los ataques a las propiedades de las fincas se producían en forma de invasión. Consistía en entrar en ellas a cortar leña, coger aceitunas, uvas o  cazar. Así ocurrió en Carpio de Tajo, cuando el olivar de Pilar Gómez Olmedo, llamado Toconal del Molino, fue invadido por gran número de carpeños para varear las olivas y coger las aceitunas. Otras veces, el robo o el hurto, se producía en el mismo domicilio del patrono, como ocurrió en Gerindote en febrero de 1932. Cinco vecinos de la localidad, entre los que se encontraba el hermano del alcalde, Mariano Rodríguez Calvo, robaron al mayor hacendado de la localidad, Eduardo Díaz Prieto, 25 fanegas de trigo, 15 fanegas de garbanzos y 3 arrobas de aceite. La detención se produjo cuando uno de ellos portaba un costal de trigo y levantó las sospechas de la Guardia Civil. (6)

De las reformas emprendidas durante el primer bienio republicano, sólo la reforma agraria excedió en importancia a la cuestión religiosa (o clerical, si se prefiere). Los pueblos de la provincia de Toledo y de toda España en general vivieron inmersos en una exasperada protesta social. Las huelgas fueron más duraderas y violentas. La intensa tensión, que muy pronto existió en el ambiente social de estos primeros años treinta del siglo XX, obedeció a la expectativa de soluciones inmediatas que se esperaban de la República.

La República promulga las primeras normas de su Reforma Agraria con la finalidad paliar esta desigual distribución de la tierra. El decreto de Arrendamientos Colectivos, de mayo de 1931, es acogido en Gerindote con la esperanza de dar solución al  desempleo. Acogiéndose al mismo, el Ayuntamiento acuerda en pleno el arrendamiento de las fincas La Dehesilla, Azoberín y otras de Arturo Taramonas. Se hicieron lotes de 30 fanegas, además de una yunta de mulas y aperos, para que fueran explotadas por setenta trabajadores pertenecientes a la Sociedad Obrera. Esta experiencia comunitaria se mantuvo hasta 1936, a pesar de que en 1934 existió una Corporación presidida por Pedro Rivera, de signo político contrario.(7)

El gran logro de la política laboral del ministro Largo Caballero fue llevar al campo la jornada de ocho horas, así como la firma de un contrato de trabajo donde se establecían las obligaciones y los derechos del trabajador. Pero los braceros y jornaleros vivían temporadas de paro que alcanzaban más de 180 días anuales. Por este motivo, en las zonas rurales se incrementaban los robos de bellotas o aceitunas cuando se acercaba el invierno.

A los pocos días de ser implantada la República se promulgó el decreto de Términos Municipales. Esta disposición establecía la obligación patronal de contratar preferentemente a los obreros locales. Esta legislación beneficiaba a los jornaleros de los pueblos con mayor superficie de término municipal como Gerindote, La Puebla, Barcience, Caudilla o Santa Olalla.

Esta primera disposición agraria fue muy polémica; limitaba el trabajo de forasteros en los municipios que no fueran el de su residencia habitual. Las fricciones entre la sociedades obrera de Torrijos y Gerindote queda patentizada en un pleno de este último Ayuntamiento, cuyos obreros eran los beneficiarios de la misma ya que los propietarios que no podían acudir a otros pueblos a buscar mano de obra más barata. También la corporación torrijeña expresaba su preocupación por los continuos requerimientos recibidos de Val de Santo Domingo y Barcience para hacer cumplir el polémico decreto.

El Ministro de Trabajo, Largo Caballero, intentó atajar el problema con el decreto de Arrendamientos Colectivos. Se establecía que las Sociedades Obreras legalmente constituidas podían concertar un contrato de arrendamiento colectivo, recibiendo ayudas económicas y técnicas.

           A la vista de la citada norma, el obrero agrícola ya tenía otra obligación, la de afiliarse a las Sociedades Obreras para poderse beneficiar de aquella. A veces, contra su voluntad, como ocurrió en Gerindote. Aquí “el vecino José Marugán Rivera ha denunciado ser coaccionado por los dirigentes de la Sociedad Obrera y otros miembros de la misma, que le apalearon por no querer asociarse a ella”, escribía El Castellano. (8)

Los jornaleros de la Sociedad Obrera La Unión, y sus dirigentes, a cuyo frente ya se encontraba Adrián Rodríguez,  querían una perfecta sincronización entre ésta y la Corporación municipal. Y sobre todo desean eludir al secretario titular del Ayuntamiento, Manuel Ípola, de ideología política contraria. Sin embargo, Cipriano no era de esa opinión. Pretendía evitar, sin conseguirlo, que las decisiones municipales se tomaran en el Ayuntamiento y no  en la Sociedad Obrera, que aún no tenía sede, a pesar del estorbo que para todos suponía la presencia del secretario derechista.

La Casa del Pueblo se construyó en 1932, contra la voluntad del alcalde Cipriano (siendo este el motivo de su definitiva dimisión), en un terreno público por el que los dirigentes de la Sociedad Obrera no pagaron precio alguno. Se edificó sobre un suelo comunal, sito en la carretera de Torrijos, sin  ningún tipo de expropiación previa. (9)

A partir de entonces, la Casa del Pueblo actuó como verdadero centro neurálgico de la política local. Aquí se estableció una oficina de colocación según el Decreto de Términos Municipales y de Laboreo Forzoso, que obligaban a los propietarios a dar trabajo preferente a los vecinos del pueblo.

           La izquierda manejó a sus anchas la vida local porque eran mayoría y no tenían, apenas, oposición; excepción hecha del decidido Pedro Rivera Navarro. Éste mantenía buena relación con Juan José Rodríguez, “Pepe Nieves”, un impulsivo estudiante de derecho que sería detenido en 1932, y desterrado a Villa Cisneros, por participar en la intentona golpista del general Sanjurjo. El joven “Pepe”, afincado en Madrid, era propietario junto a sus solteras hermanas, apodadas “Las Nieves”, de un gran patrimonio en la localidad. (10)

También los hermanos Vázquez mostraron su arrojo en más de una ocasión. Así ocurrió en una manifestación obrera que acabó en la plaza, en el año 1932, frente a la fachada del caserón del derechista Pedro Vázquez. Éste, junto su hermano Avilio, se parapetaron con armas de fuego en sendas ventanas para amedrentar a los manifestantes que, pertrechados con bieldos y hoces, arrojaban piedras a la suntuosa puerta de su vivienda. Como hubo un herido leve, los autores fueron detenidos y, andando, conducidos por la Guardia Civil hasta Torrijos, ante la alegría de los huelguistas. (11)

Otras veces eran los patronos quienes provocaban los conflictos. El gobernador de Toledo, en enero 1932, propuso la imposición de una multa de 1.000 pesetas a varios propietarios de Gerindote por desobedecer un acuerdo sobre jornales aceptado por la representación patronal. Entre los sancionados se encontraba el ex alcalde Juan Francisco Sánchez de Rivera. El conflicto debió solventarse amistosamente tras una visita de patronos y obreros al gobernador civil, y el periódico El Castellano imputó la controversia “a las restricciones perturbadoras del decreto de Términos de 28 de abril. (12)

El país dio un giro político a la derecha tras el triunfo de la CEDA en las elecciones generales celebradas el 19 de noviembre de 1933. Esta coalición, liderada por José María Gil Robles, se había convertido en el primer partido católico de masas en la España republicana. Pero a pesar del triunfo a nivel nacional,  en Gerindote se votó a la izquierda.

Tras las elecciones de 1933, la patronal aprovechó la suspensión de las mejoras conseguidas por los obreros en el primer bienio republicano, sobre todo con la derogación de la ley de Términos. Los socialistas toledanos se opusieron con rotundidad a la nueva libertad de los patronos para contratar mano de obra de cualquier localidad. Antes de la abolición de la citada norma, el noticiero socialista El Heraldo de Toledo decía:

 

A todos los camaradas de la provincia de Toledo. Con la posible supresión de ley de Términos municipales tenemos condenadas al hambre a 12.000 familias en plena recolección. ¡Y ahora se pretende dejar en libertad al caciquismo para que agudice la cruel persecución! Eso no puede ser y no será, porque la gente no está dispuesta a morirse de hambre. Por ello pedimos un pequeño plazo a nuestros camaradas, hasta ver lo que acuerdan los hombres que tienen sobre sí la gravísima responsabilidad del momento que vivimos. (13)

 

La sustitución de la alcaldía llegó a Gerindote en mayo de 1934. Los nuevos miembros de la Comisión Gestora, labradores de clase media de significación política conservadora con Pedro Rivera Navarro a la cabeza, como primer edil. (14)

La gobernabilidad de este municipio, con un electorado abrumadoramente socialista, como quedó reflejado en los dos únicos comicios celebrados en todo el periodo republicano, fue difícil para el señor Rivera. Su primera actuación municipal fue para pedir responsabilidades a su antecesor. Le exigía clarificar una partida de gastos de 605 pesetas, con cargo al Ayuntamiento, empleada en la celebración de la fiesta del 1º de Mayo en la sede de la Sociedad Obrera: “Porque sólo sus afilados disfrutaron de los buñuelos, cacahuetes, pastas y vinos”, se transcribía en el acuerdo municipal. (15)

Pero sobre todo, el flamante primer mandatario municipal reclamaba daños y perjuicios por la usurpación de un terreno municipal para construir la sede de la Casa del Pueblo y Sociedad Obrera. En esta queja contaba con la ayuda del secretario municipal, que ya en su día expresó su malestar contra la corporación municipal socialista por no seguir el procedimiento expropiatorio que marcaba la ley.

La irritación obrera se iba generalizando, dando lugar a un gran número de huelgas en el campo y en las ciudades, hasta su culminación con la huelga general del campo de junio de 1934 y la posterior revolución de octubre del mismo año. En Gerindote tuvo poca incidencia y, el contrario que la vecina localidad de La Puebla de Montalbán, ningún dirigente izquierdista tuvo que pasar por la cárcel de Ocaña.

La inestabilidad social creada por estos acontecimientos quedó patentizada en diversas actas municipales en las que el nuevo alcalde exigía la presencia de un destacamento de la Guardia Civil de Torrijos para pacificar al alborotado vecindario, así como el nombramiento de nuevos serenos afines a la ideología del nuevo gobierno local. “Como los serenos municipales carecen de armamento, tras haber sido requisadas por orden gubernativa, se acuerda comprar armas largas ralladas para tal fin”, transcribía el acuerdo municipal. (16)

Las razones que condujeron a las elecciones del 16 de febrero de 1936 son bien conocidas: Alcalá-Zamora, ante el desprestigio de Lerroux, se opuso a que Gil Robles llegara a la Presidencia del Gobierno porque  sospechaba que el líder conservador de la CEDA, antes de salir del Ministerio de Guerra, tomaría medidas de excepción. Pero esta supuesta insurrección de Gil Robles fue una más en todo el periodo republicano. Desde comienzos de la República, fuerzas de derecha y de izquierda pretendieron derribarla por medio de la violencia. Los intentos de golpe militar de 1932 y 1936, la subversión anarquista con la quema de conventos de 1931 y la Revolución de Octubre en 1934, son muestras del acoso permanente.

En la campaña electoral, algunos pueblos de la comarca de Torrijos, como Carpio de Tajo y Fuensalida, tuvieron ocasión de ver a José Antonio Primo de Rivera dando mítines en los lugares más insospechados: corrales, graneros, salas de baile, recintos de carros, etc. El hijo del general dictador, ya fallecido, se presentó por Toledo a estos comicios en los que obtuvo un mal resultado y no fue elegido diputado. Sin duda, el gran número de fanáticos seguidores que Falange ya agrupaba en la provincia se decantó por el voto útil de la CEDA (esta formación política se negó a que Falange fuera en sus listas). A partir de este momento la fuga de militantes en favor del partido de José Antonio sería masiva.

Los partidos iniciaron contactos para la formación de coaliciones de cara a la consulta electoral que se avecinaba, ya que la experiencia les indicaba la conveniencia de coaligarse. A diferencia de los que sucedió en 1933, las derechas no iban totalmente unidas a las nuevas elecciones, pese a que en una serie de provincias se establecieron acuerdos. Gil Robles, seguro del triunfo, prescindió de algunos sectores antimarxistas, como la Falange.

En la provincia de Toledo, las izquierdas se presentaron bajo las siglas del Frente Popular y las organizaciones de derechas se agruparon en la llamada Candidatura Antirrevolucionaria (C.A.). Durante la campaña existieron ciertas restricciones para el Frente Popular, ya que muchas Casas del Pueblo, entre ellas la de Puebla de Montalbán, seguían cerradas por los sucesos de Octubre. También se siguió considerando apología de delito las simples referencias a Asturias y se suspendieron actos electorales.

Con la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, el regreso de Adrián al Ayuntamiento fue celebrado por la mayoría de los 2.109 vecinos que componían la población y que masivamente (más de un 80% de los electores) habían votado a aquella agrupación política. Esta aplastante victoria, única en su magnitud  en toda la provincia de Toledo,  contrasta con el resultado  de la mayoría de los pueblos de la comarca de Torrijos donde la victoria  de la derecha fue también abrumadora.

Antes del estallido de la guerra no fue asesinado ni un solo cura en la comarca de Torrijos. Sin bien, debe observarse, que la fobia anticlerical motivó una gran preocupación en el Arciprestazgo de Torrijos-Escalona. Más de una decena de sacerdotes se vieron imposibilitados para ejercer sus funciones por  oposición violenta. Pero esta exigencia no vino impuesta, en la mayoría de los casos, por quienes ejercían la autoridad local, alcaldes o jefes de las Casas del Pueblo, sino por los miembros más radicales de las juventudes socialistas, comunistas o anarquistas locales.

La primera parroquia de la comarca en suprimir el culto fue la de Gerindote, el 18 de febrero del 36. A finales de este mes el cura tuvo que abandonar la población tras las continuas amenazas. Algo similar le ocurrió, el 3 de marzo, al cura de La Mata y el 12 de julio al de Rielves, entre otros muchos pueblos (17)

Pero no sólo los religiosos se vieron obligados, en Gerindote y otras localidades, a marcharse de sus parroquias tras las elecciones generales de febrero de 1936.  También muchos patronos, ex alcaldes o concejales de la CEDA, tuvieron que dejar sus domicilios ante las continuas amenazas que estaban sufriendo a manos de sus contrarios políticos. Algunos, como el alcalde conservador Pedro Rivera, que marchó temeroso con su familia a Madrid, no volvería más a su villa natal. Otros paisanos, como el veterinario Pedro Rodríguez Merchán y el secretario del Ayuntamiento de dicha localidad, Manuel Ípola, junto con el maestro Roberto Pérez Grueso, fueron obligados a dejar sus profesiones. Los tres últimos volvieron después de acabar la guerra para seguir ejerciendo su trabajo. Sin embargo, el exalcalde cedista fue asesinado en Paracuellos después de ser detenido en la cárcel Modelo de Madrid tras una denuncia cursada por algún enemigo político de Gerindote. (18)

Guerra civil.

 El golpe militar fracasó en algunos sitios y triunfó en otros, dividendo al país. La gran paradoja consistió en que el levantamiento militar, que supuestamente pretendía evitar una revolución en ciernes, lo que hizo realmente fue provocarla. Por ello, en aquel verano del 1936, la revolución desató en la retaguardia (y Gerindote estaba en esa zona) una represión indiscriminada sobre personas sospechosas de colaborar con los rebeldes o simplemente de simpatizantes de derechas, entre los que se incluyó el clero.

El conflicto español tuvo un gran impacto internacional que determinó el desenlace del mismo y que resultaría fatal para la suerte de la República. El abandono de las potencias democráticas condenó al régimen republicano. Sin embargo, el apoyo de la Italia fascista y de la Alemania nazi a los militares sublevados fue crucial para la victoria franquista. La investigación del historiador Ángel Viñas, acerca de los contratos firmados con los italianos para el suministro de armamento mucho  antes del 18 de julio,  desmiente la creencia de que Italia intervino en el conflicto después de la insurrección porque Franco se lo pidió a Mussolini.

La ayuda soviética que recibió la República comenzó a llegar más tarde, entre octubre y diciembre del 1936, a cambio de elevados precios y pago al contado (el famoso oro de Moscú). Sin duda, el desfavorable contexto internacional fue el gran tendón de Aquiles de la República. La política de No-Intervención, auspiciada por Francia y Gran Bretaña para impedir la internacionalización de la guerra española, negó el derecho legítimo del Gobierno republicano a defenderse, al no poder comprar armamento para derrotar la sublevación militar. Solo respondieron favorablemente a la venta de material bélico México y la Unión Soviética.

A pesar de la agitada primavera de 1936 en Gerindote, al contrario de lo que ocurriera en otras poblaciones vecinas, aquí no se produjo ningún  brote de violencia sangriento tras conocerse la noticia de la sublevación militar contra el Gobierno Republicano. Ese día 18 de julio, como en todas las localidades toledanas, ante la ausencia de Guardia Civil por estar en vías reclusión en el Alcázar, el poder continuó en manos  del Ayuntamiento, a cuyo frente se encontraba su alcalde, Adrián Rodríguez. Este primer edil ya contaba, desde hacía unos meses, tras la expulsión de funcionario derechista Manuel Ípola, con un secretario de su confianza: Indalecio Díez Canseco.

Aunque la mayoría las localidades de la comarca se sumergieron en un caos revolucionario durante los dos primeros meses de la guerra y la violencia se hizo dueña de la vida pública, en Gerindote no se produjo este  arrebato de la clase obrera y no se cometió asesinato alguno.

Los jóvenes preferían marcharse al frente de guerra o enrolarse en alguna milicia, antes que quedarse en el pueblo para evitar las ineludibles tareas represivas que les encomendaban los órganos de dirección del Comité. Este fue el caso de Tomás González, Ricardo Iglesias Peña y los hermanos Marcial y Francisco Torres Navarro, entre otros muchos. Todos estos se  enrolaron en el Batallón de Campesinos de Orencio Labrador que actuaba en la comarca de la Jara y sur de Talavera. Pero tanto Ricardo como los hermanos Torres volvieron a los tres meses a su villa natal para disfrutar de su primer permiso militar. Encontraron la muerte en su pueblo,  ignorando que dicha villa ya había sido ocupado por las fuerzas nacionales y los falangistas canarios. (19)

Tras el golpe militar del 18 de julio, pronto se organizó el Comité local a cuyo frente se encontraba Eusebio Navarro Rivera, que a pesar de ir siempre armado con una pistola nunca hizo uso de ella. La actividad represiva de los miembros de aquel, contra vecinos de la población, se limitó a coacciones, amenazas, aplicación de la ley de goma y una incautación de bienes de gran valor propiedad del terrateniente Eustaquio Díaz Prieto. La requisa consistió en 13 monedas de oro, joyas y alhajas de gran valor, que aquel tenía escondidas en el bonito caserón que aún adorna la plaza de la villa. (20)

En la localidad de Gerindote no existió derramamiento de sangre alguno, a pesar de ser considerada como la villa más izquierdista de la comarca. El alcalde socialista, Adrián Rodríguez Calvo, fue el artífice de todo ello. Sin embargo, sería ejecutado en las tapias del cementerio de Torrijos al finalizar la contienda por los tribunales militares le juzgaron por hechos ocurridos en tiempo de guerra (este primer edil huyó a zona roja en enero de 1937 para formar parte de los comandantes guerrilleros al servicio del espionaje de la República)

El primer edil frentepopulista intentó aplacar las coléricas y anticlericales intenciones de sus convecinos en la quema y destrucción de las obras artísticas de la parroquia de San Mateo. Pero su consejo no fue escuchado y el día 24 de julio fue destruido en su totalidad el retablo principal del templo. Sus autores fueron jóvenes extremistas afiliados a los partidos más radícales de la villa, que también profanaron la imagen de Jesús de Nazanero. (21)

Lo que sí pudo evitar Adrián Rodríguez fueron varias ejecuciones de vecinos de ideología contraria. En agosto de 1936,  llegaron al Ayuntamiento un grupo de milicianos forasteros, miembros de la F.A.I., para ejecutar a los componente de una lista de derechistas gerindoteños (Timoteo Morales, Valentín Rodríguez, Eduardo de la Peña, Dionisio Rodríguez, Manolo Sánchez de Rivera, etc.) facilitada por vecinos de la localidad. La respuesta de Adrían, que aún perdura en la memoria de los vecinos nonagenarios de la villa, fue contundente: “Aquí en único fascista soy yo, ¡matadme a mí!”. (22)

Mientras estos hechos ocurrían en Gerindote, las tropas de Franco llegaron a Talavera el 3 de septiembre de 1936, y al siguiente día Largo Caballero asumió la Presidencia del Ejecutivo con dos cometidos importantes, entre otros, que afectaban a nuestra provincia: terminar con el asedio del Alcázar y frenar el avance republicano por el eje de comunicación viaria de Extremadura. Pero ambos propósitos no se cumplieron, si bien el Ejército de África avanzó más lentamente por la calzada que conducía hasta Santa Olalla.

A mitad de aquel  verano estaban ya en la Península unos 20.000 moros y legionarios organizados en columnas de 500 a 1.000 hombres al mando del general José Enrique Varela y los coroneles Yagüe y Carlos Asensio. Viajaban en camiones que solían detenerse a una distancia prudencial de cada pueblo para que los soldados avanzaran a pie. Si había indicios de resistencia, la artillería ligera bombardeaba y después se tomaba la localidad en una carga con bayoneta. Luego, mediante megafonía se ordenaba la apertura de puertas de las casas y que se desplegaran banderas blancas. Posteriormente, mientras la columna proseguía su ruta por la carretera de Extremadura en busca de una nueva villa, se aseguraba el pueblo conquistado con un pelotón o un grupo de voluntarios falangistas canarios, que ya comenzaron a llegar en barco desde aquel archipiélago.

De acuerdo con esta forma reseñada, el avance del Ejército de África fue un «paseo militar» desde Sevilla hasta Mérida, ante la escasa resistencia que encontraban a su paso: desde el 18 de julio hasta el 3 de septiembre solamente emplearon 47 días para progresar por unos 600 kilómetros. Sin embargo, necesitaron 23 días para recorrer la distancia entre Talavera y Torrijos, lo que hace suponer que el cambio de estrategia dado por Largo Caballero a las líneas del frente de batalla fue más serio de los que muchos autores presuponen.

La razón de tal pausado avance obedecía a la fuerte oposición republicana que buscaba varias líneas defensivas lejos de la capital, y una de ellas fue la localidad del Casar de Escalona, elegida por el Gobierno Republicano como línea de contención. Por ello, la misma localidad y los pueblos limítrofes se convirtieron en objetivo prioritario de la aviación nacional, que preparaba la ocupación de la zona ante una fuerte resistencia enemiga.

 

El día 22 de septiembre de 1936, las pocas familias conservadoras que aún quedaban en la localidad celebraron doblemente su fiesta patronal de San Mateo. Un pequeño destacamento del Ejército de África, que se había escindido de la columna principal, tomó la localidad sin oposición alguna.

En breve se nombró alcalde al terrateniente Valentín Rodríguez Gómez Olmedo, último alcalde de la dictadura de Primero Rivera. En realidad, más que una designación, esta reposición en el cargo fue simbólica y efímera, ya que el exalcalde monárquico, de avanzada edad y talante conciliador, pronto presentó su dimisión ante las autoridades militares.

No se produjo entonces ninguna represalia y no existió ni un solo disparo en los primeros días. Incluso Adrián Rodríguez, que se había escondido en una casa de labor cercana a la población, fue advertido de que el mando militar quería dialogar con él sin venganza alguna. Y así fue, se personó en el Ayuntamiento para entregar su bastón de mando “limpio de sangre”, según sus palabras. En la propia declaración de Adrián, realizada antes los tribunales militares que le juzgaron al finalizar la guerra,  a las 8 de la tarde del 22 de septiembre le fue a buscar a su escondite el vecino Gregorio González Rivera, transmitiéndole las promesas citadas. “El jefe militar me invitó a comer en el Ayuntamiento y después me dejó en libertad”, reconocía el alcalde destituido. Pero su destino, junto con el de otros compañeros, como Atilano Navarro, cambiaria semanas después. (23)

Habían transcurrido solo unos días desde la llegada de las tropas nacionales al deshabitado Gerindote, y aquí se advertían los consabidos ánimos de venganza. Pero, ¿contra quién irá dirigida la represalia si casi toda la población había huido, y con ella los mayores implicados en posibles delitos?

La represión en caliente se inició de forma inmediata en Gerindote con la llegada de los falangistas andaluces y canarios. Tras la aparición en el pueblo de estos fanáticos forasteros, isleños y andaluces, empezaron las detenciones. La mayoría de las muertes anteriores  a la constitución de los tribunales militares, a principios de 1937, no quedaron registradas en ningún lugar. Dejaron a casi una decena de vecinos soterrados en las cunetas, en las tapias de los cementerios o allí donde caían abatidos. Cualquier sitio era bueno para matar y abandonar los cadáveres.

A veces los escuadrones de la muerte pasaban por varios pueblos, recogían a las víctimas y los llevaban a otras localidades. Así ocurrió con cuatro escalonilleros: Francisco Rodríguez García,  Romualdo Alonso Rodríguez, Felicidad Fernández y Manuel Gutiérrez Fernández. Estos fueron trasladados en un camión al cementerio de la vecina localidad de Gerindote en cuyas tapias fueron fusilados sin juicio previo.

Peor suerte que Adrián corrieron otros compañeros de la Sociedad Obrera y algunas mujeres próximas a la misma. Esta primera represión, nada más llegar a las localidades ocupadas, fue prácticamente invisible, administrativamente hablando. Es decir, sus fallecimientos no fueron inscritos en los registros civiles y  sus cuerpos siguen desaparecidos.

A finales de septiembre de 1936 comenzaron los violentos interrogatorios en el Ayuntamiento contra los más significados izquierdistas que habían permanecido en el pueblo, a excepción de Adrián, sin huir  zona roja. Otros como Eusebio Navarro Rivera, presidente del Comité, Policarpo Palomo Palomo, ó Felix Fernandez Gonzalez, miembros del mismo, huyeron a Madrid.

El gerindotano Atilano Navarro Marugán, que habían ejercido de concejal y dirigente de la Sociedad Obrera, sufrió esta primera llamada represión en caliente.  Fue ejecutado en Torrijos el 20 de octubre de 1936, sin juicio previo, cuando pretendía huir de sus captores que le conducían para ser fusilado ante las tapias del cementerio. Intentó una artimaña, a la desesperada, para que sus vigilantes le permitieran fumarse el último cigarrillo que no llegó a chupar porque cuando sus guardianes relajaron la atención para darle fuego, salió corriendo. Pero la fuga duró poco al ser abatido a tiros en una huerta próxima  al actual campo de fútbol. En ese mismo lugar fue semienterrado, pero sus restos no serían trasladados al cementerio de Gerindote hasta cuarenta años después. (24)

Igual desgracia sufrieron Rafael Rivera Garoz, concejal, y Jacinto Martín Rodríguez. Ambos fueron asesinados en esas mismas fechas y sus cuerpos. Sus cuerpos nunca aparecieron y su defunción no fue inscrita en el Registro Civil. (25)

El vecino Luís de la Peña González sería conducido hasta Torrijos para ser fusilado y su cuerpo arrojado al llamado Pozo del Camino de la Vega. Éste siniestro agujero, ya desaparecido, hizo las veces de fosa común de varias decenas de muertos. Se encontraba, al final de la citada travesía urbana, hoy calle Gibraltar Español, en una era sobre la que años después se edificó una nave industrial. Pero antes de levantar esta nueva construcción, el 26 de junio de 1980, el Ayuntamiento de Torrijos acordó el traslado de dicho restos, con la colaboración de sus familiares, al nuevo cementerio de la villa. (26)

Los vecinos Valentín de la Cruz Bautista y Fidel Romo Fuentes, se habían desplazado a Toledo para presenciar el asedio del Alcázar. A su vuelta a Gerindote, a finales de septiembre de 1936, esta actuación fue delatada por un vecino a los falangistas canarios que ya ocupaban la villa, sirviéndoles de pretexto para ser asesinados. (27)

Nemesio Molina González, Leandro Cabrera Rojo y Críspulo Pulido Molina desaparecieron en octubre de 1936. Sus cadáveres pudieron haber sido enterrados en las tapias del viejo cementerio municipal.

A las mujeres se las cortaba el pelo al cero y se las obligaba a beber aceite de ricino. Otras, como Petra Burgos Camacho y Martina Navarro Peña, sin embargo, tuvieron peor suerte y también fueron asesinadas por los falangistas canarios. Ésta última fue arrojada al Pozo del Camino de la Vega en avanzado estado de gestación. (28)

Mientras estas barbaridades se sucedían en Gerindote, no conviene olvidar que el ex alcalde de la CEDA, el derechista Pedro Rivera, seguían detenido en la cárcel Modelo de Madrid tras haber sido denunciado por algún vecino dicha villa que conocía su paradero de la calle Mendizábal número 80 de la capital. En ésta finca trabajaba como portero, hasta su apresamiento, tras ser expulsado violentamente de Gerindote en la primavera de 1936. El día 9 de noviembre  de 1936 sería conducido a Paracuellos del Jarama, donde fue fusilado por orden de la Dirección General de Seguridad junto con más de 8.000 presos de las distintas cárceles madrileñas. La mayor parte de las “sacas” se produjeron mientras las tropas franquistas intentaban, sin conseguirlo, asaltar la ciudad durante la batalla de Madrid.

El último vecino de Gerindote que vio a Pedro Rivera con vida fue su amigo Timoteo Morales, con el que compartía ideología política. Ambos se encontraban en la citada cárcel (éste último en calidad de Guardia de Asalto al servicio de la República). Como Timoteo desertó días después  pasándose al bando nacional, a su llegada a Gerindote explicó a los familiares de Pedro que le encontró “con buena salud y contento de que no había sido condenado a muerte por los Tribunales Populares que sólo le condenaron a 10 años de arresto mayor”. (29)

 

Después de las atrocidades comentadas, el último alcalde republicano seguía vivo y seguro que no podría ni imaginar en las condiciones que había sido asesinado su mayor enemigo político durante todo el periodo republicano, Pedro Rivera.

Según la opinión de Benito Rodríguez, hijo de Adrián, su padre aguantó casi cuatro meses  en esta situación, de semilibertad, porque un capitán de las fuerzas ocupantes le reconoció tras haber estado juntos en un Congreso socialista en Sevilla años atrás. Se prometieron silencio recíproco de su pasado e ideología política, y se ayudaron mutuamente. Pero, aún sin descartar la verosimilitud de éste testimonio, junto a la otra versión de que fueron los derechistas locales los artífices de tan insólita decisión castrense, es también probable que dicha espera fue motivada por la inexistencia de tribunales militares que le juzgaran. En efecto, como estos órganos se constituyeron en enero de 1937, la demora era obligada. Había que tomar una difícil decisión con respecto a un moderado alcalde republicano que no estaba implicado en delito de sangre alguno.

Y esta esperada citación judicial, de los recién creados tribunales militares, llegó de Torrijos al Ayuntamiento de Gerindote el día 12 de Enero de 1937. El secretario de la Corporación, Indalecio Díez Canseco, amigo de Adrián, advirtió a éste de que había sido requerido para presentarse ante sus futuros juzgadores. Le comunicó que el contenido de dicho mandato no le merecía buen presentimiento y que debía plantearse huir a zona roja. Igual opinión tenían José Martín Navarro, “Pepe Currillo”, y su hermano José Ignacio, ahora enrolado en Falange. Ambos mantenían buena relación con Adrián, a pesar de su divergencia ideológica. Semanas atrás, el entonces alcalde republicano disuadió a unos milicianos forasteros que intentaban darles muerte. (30)

Pero la decisión de huir a zona republicana no la tomó sólo Adrián, sino también sus compañeros de escapada, Juan Rivera Garoz, Melitón Martín y Julián Fernández. En la difícil determinación también influirían  los recientes asesinatos que se estaban cometiendo en Gerindote, desde la llegada de las tropas nacionales, entre ellos el de Rafael Rivera Garoz, hermano de aquel. “Si habían matado a mi hermano, sin juicio previo,  porque no a mí también”, pensó Juan. “Y si habían dado muerte, igualmente, a Atilano Navarro Marugán, presidente de la Sociedad Obrera, porque no a mí  también”, razonaba Adrián. Además, como todos los huidos  bajaban a diario a Torrijos a limpiar las calles, eran conoceros de los asesinatos que los falangistas canarios o andaluces estaban cometiendo por la zona, sin juicio previo. Por todo ello, la  suerte estaba echada y marchar a zona republicana. Después de vagar tres días por el campo, Una vez en Navahermosa fueron detenidos por las autoridades republicanas hasta comprobar que no pertenecían al espionaje nacional y, verificada la verdad, viajaron a Alcalá de Henares para ser adiestrados en la lucha de guerrillas. (31)

A las mujeres de Gerindote se las rapaba el pelo, y también eran juzgadas por los tribunales militares. Así ocurrió, en marzo de 1937, con las vecinas Clementa Martín Vázquez, “La Fraila” y Florentina Martín Torrijos. A la primera, el temido cabo Bonache la acusaba de arengar a los vecinos de izquierdas que acudían a su taberna, para alistarse a las milicias, así como de comentar diariamente los partes de guerra del asedio del Alcázar. También, denunciaba que Clementa era la presidenta de mujeres de la Casa del Pueblo.

La incriminación de  Florentina era aún más leve y ni tan siquiera pudo probarse. La hija de ésta, Remigia, testificó diciendo que José Martín Navarro, jefe de Falange, mentía al decir que recibió su visita para hacerle saber que su madre tenía una sabanilla sustraida de los altares de la iglesia. Y debió ser verdad porque los tribunales militares absolvieron a Florentina, mientras José seguía en la cárcel imputado de otros cargos de los que también salió airoso. Sin embargo, Clementa sí fue condenada a la pena de seis años y un día de prisión mayor.

 

 

 

Los comandos guerrilleros continuaban la guerra en la retaguardia (1937-1939)

 

 

Habían transcurrido apenas unos meses desde el inicio de la contienda y la provincia de Toledo aparecía dividida en dos partes, permaneciendo la comarca de Torrijos en la zona franquista; mientras, La Mancha y los Montes de Toledo estuvieron bajo control republicano.

La guerra continuaba en nuestra provincia aunque el Alcázar de Toledo fuera “liberado” semanas atrás. Los bombardeos por tierra y por aire proseguían en la retaguardia. Había escaramuzas frecuentes entre las unidades que vigilaban ambas orillas del río Tajo. Las tropas franquistas lograron asegurar el territorio comprendido entre el puente de Alcántara y el Arroyo de la Rosa, así como el entorno del puente de San Martín.

Se mantuvo una resistencia republicana importante al otro lado del Tajo hasta la ofensiva final franquista de marzo de 1939. Las posiciones republicanas se asentaron en las cotas más altas de los cigarrales y en la atalaya de las Nieves.

Mientras tanto, en la comarca más próxima a Torrijos, durante estos años de guerra, los conatos bélicos se vivían en forma de guerrillas. El ferrocarril que comunica Madrid con Talavera de la Reina, pasando por Torrijos o Carmena, sufrió continuos actos de sabotaje por parte de  comandos republicanos que se infiltraban en el territorio enemigo para colocar bombas en las vías férreas. Existía un gran trasiego de espías y guerrilleros por aquellas áreas colindantes con la zona republicana donde, por este motivo, era relativamente fácil su infiltración.

Con habitantes de las poblaciones de Albarreal de Tajo, La Puebla, Burujón, Torrijos y Gerindote nutría de combatientes el famoso Batallón Dimitrof y el resto de la guerrilla del otro lado de río Tajo. Eran grandes conocedores del terreno que seguían manteniendo estrecha relación con sus enlaces del pueblo, los cuales  les informaban de los movimientos de las fuerzas enemigas: armas, polvorines y depósitos de gasolina. (33)

Estos aguerridos combatientes republicanos solían hacer sus exploraciones cruzando el río por la finca Portusa, en el término de Albarreal de Tajo o Burujón, utilizando una barcaza que era accionada mediante cuerdas, tendidas de poste a poste, con rodillos a ambas riberas. Aprovechaban para ello la oscuridad de la noche y permanecían escondidos durante las horas diurnas entre los sembrados de cereal, las junqueras de los prados o la escasa maleza que les brindaba las hondonadas del terreno. Además, se veían favorecidos por el dominio de la orografía en que se movían. Aunque el relieve era poco quebrado, y desprovisto de arbolado, era escasamente vigilado por falta de destacamentos nacionales tan necesarios en el frente.

Uno de los centros más importantes de la resistencia republicana, al otro lado del Tajo, se encontraba en Navahermosa: era la denominada Base 6 del Ejército de Extremadura.  Hasta aquí vinieron mandos soviéticos para organizar  y reclutar a republicanos lugareños nacidos en los pueblos ocupados por el enemigo. Cada compañía de guerrilleros disponía de abundante material moderno y automático, explosivos (dinamita y trilita), pistolas de calibre Parabelum y ametralladores tipo Mauser.

Los guerrilleros solían hacer sus incursiones, para dar golpes de mano, que ellos mismos denominaban “coladas”. A través de estas acciones, un pequeño grupo de soldados se adentraban en líneas enemigas para recabar información, realizar sabotajes, capturar prisioneros, causar bajas, atentar contra personas relevantes para sembrar el desconcierto, o hacerse con armamento y munición del adversario. Habitualmente sólo permanecían infiltrados en el bando nacional por espacio de unos seis o siete días y luego regresaban a su base en zona republicana.

Estos asaltos se realizaban normalmente en la oscuridad de la noche, y en uno de ellos le costó la vida al cabo Bonache.  El 16 de junio de 1937 dos pequeños  puentes, próximos a la vía férrea de Torrijos, fueron volados con dinamita por un comando guerrillero llegado de Navahermosa, del cual formaba parte el último alcalde republicano de Gerindote, Adrián Rodríguez Calvo, junto con militares rusos. Causaron dos bajas al enemigo: el cabo de la Guardia Civil Luís Bonache Simarro y su compañero Ramón Aguyo Peral, además de varios heridos. También dieron muerte, el día 2 de agosto del mismo año, al falangista Ignacio Lozano Martín, que se cruzó inesperadamente en su camino. Ocurrió  en el kilómetro 6 de la carretera que une Torrijos con Albarreal. El fallecido era natural de Lagartera y pertenecía a la 4ª Centuria de la 6ª Bandera de Castilla. (34)

La muerte del cabo Bonache, natural de Bienservida (Albacete), fue recibida con indiferencia por los pocos vecinos izquierdistas de Gerindote que aún quedaban en la villa. Este miembro de la Benemérita llevaba años acosando al primer edil, y otros compañeros, durante todo el periodo republicano. Por ello,  cuando Bonache creyó próxima su definitiva detención para ser juzgado por los recién creados tribunales militares, en enero de 1937, es sorprendido con la fuga de Adrián a zona republicana. De esta manera, su implacable enemigo Bonache comenzó a indagar los pormenores de la ayuda recibida en la escapada. (35)

La obcecación de Bonache le empuja, incluso, a denunciar al primer alcalde franquista, Valentín Rodríguez, también primer edil en la monarquía, por su posible implicación en la huida de Adrián. Este efímero máximo mandatario municipal, que apenas estuvo al frente del Ayuntamiento unas semanas, a finales de 1936, con una edad ya muy avanzada, negó todos los cargos seguidos contra él. La mayor imputación consistía en haber convencido a las autoridades militares de Torrijos de poner en libertad a los cuatro detenidos que después huyeron a zona roja. Sin embargo, peor suerte corrieron, el secretario del Ayuntamiento, Indalecio Díaz Canseco y el jefe de Falange que sufrieron bastante hasta la aclaración del conflicto.

Los informes que emitía Bonache a los tribunales militares con respeto a los antecedentes de Díaz Canseco eran concluyentes. Le acusaba de haber accedido al puesto de secretario de manera fraudulenta, en perjuicio del legítimo titular Manuel Ípola, de ideología conservadora. Este funcionario de carrera se vio obligado a abandonar Gerindote en la primera de 1936 porque temía por su vida, como así consta en el libro de actas. Según Bonache, la buena relación y el asesoramiento que Díaz Canseco prestaba a “los marxistas”, aupó a este hasta una plaza que no le correspondía. Y además, como el nuevo secretario también ejercía como encargado de la centralita de servicio de teléfonos, lo consideraba un “peligro para la causa” por su falta de reserva. Pero la supuesta actuación de Díaz Canseco, que más enfureció a Bonache, venía redactada así por este en su atestado:

 

“El día 10 de enero de 1937, se pasó aviso verbal al Ayuntamiento para que cuatro extremistas llamados Adrián Rodríguez Calvo, Melitón Martín, Julián Fernández Lorenzo y Juan Rivera Garoz, se presentasen para atender a necesidades del Ejército; y se ha probado que los citados extremistas se fueron a asesorar del secretario amigo. Y de la consulta que tuviesen, resultó que en vez de venir a cumplir la orden de la Comandancia Militar se fugasen del pueblo, sin que se sepa de su paradero”. (36)

 

La forma en que se produjo la voladura del puente que ocasionó muerte de Bonache está asociada a una  leyenda, que fluye en Gerindote, generación tras generación, de la que los tribunales militares no se hicieron eco.  La tradición oral cuenta que fue un golpe de mano planificado directamente para atentar contra este cabo de la Benemérita. Para ello, los guerrilleros pusieron como cebo una maleta entornada de la que asomaban billetes de dinero. Cuando la patrulla de la Guardia Civil se acercó al bulto, colocado de bajo de un puente, se produjo la explosión.

Otra acción bélica llevada a cabo por guerrilleros locales ocurrió el día 3 de junio de 1938. Un comando formado por más de diez personas, entre ellas el vecino de Gerindote, Juan Rivera Garoz, “Cachín”, atravesó el río Tajo por la finca Cambrillos con la única finalidad de llegar hasta su villa natal y solicitar información armamentística del enemigo.  Pero al llegar al despoblado de Borgelín,  muy próximo a dicha localidad, avistaron al vecino de aquella población, Fermín Pulido Molina, que fue encañonado por los guerrilleros en labores de espionaje. Entre los paisanos, “Cachín” y Fermín, se entabló una tensa conversación, aunque ambos fueran, en su día, compañeros de la Sociedad Obrera y les uniera cierta amistad. Los combatientes informaron al labriego de su pacífica misión y de inmediato le exigieron la indagación deseada que fue facilitada en el acto: los polvorines se encontraban en el convento de Torrijos, estación de ferrocarril y en la bodega de “los Zamoranos”; los depósitos de gasolina en los olivares de Barcience, camuflados entre la leña y los prisioneros republicanos trabajando en las canteras de Rielves. (37)

Igualmente, el aldeano les previno de que había espías nacionales que también cruzaban el Tajo hacía zona roja. Pero sobre todo, “Cachín” entregó a su paisano la cantidad de 170 pesetas, en billetes de curso legal en zona nacional, para adquirir un salvoconducto e ir a Talavera; así como para comprar sellos, prensa, y otros menesteres. Además, le emplazó para quedar en el mismo sitio diez días después, con los recados bien hechos. También le entregó un retrato para que su familia comprobara que se encontraba bien de salud. La nueva cita se pospuso para el 13 de junio de 1938, festividad de San Antonio.

Pero llegado el día señalado para el encuentro se produjo una encerrona. El supuesto colaborador gerindotano se convirtió en delator, pues acudió a la llamada con una patrulla de la Guardia Civil. En la emboscada se entabló un tiroteo y resultó muerto Antonio Moreno, cabo de la Benemérita, perteneciente al destacamento destinado en Gerindote. Sin embargo, el guerrillero gerindotanos se excusó ante los tribunales militares de este día no pudo acudir a la cita porque, jornadas antes, había sido herido en otra misión en Rielves. (38)

Las honras fúnebres del guardia civil fallecido en la emboscada se celebraron en esta población. Su féretro, cubierto por la bandera nacional, fue paseado por las calles principales de esta villa. Mientras el cortejo mortuorio discurría por las calles en un coche negro, el capitán Sierra,  visiblemente enojado,  arengaba a los vecinos con discursos patrióticos. Alertaba a la población de las consecuencias que conllevaría la ocultación de cualquier tipo de información acerca de los autores de la dicha muerte, a la vez que le ordenaba realizar el saludo fascista levantando el brazo. “Este es un pueblo de rojos y algunos recibirán su merecido”, les amenaza el furioso militar por la pérdida de uno de sus hombres. Después, el cadáver sería trasladado a su pueblo natal para ser enterrado. (39)

La otra “colada” para ejecutar otra misión en Rielves, a la que se refería anteriormente “Cachín”, ocurriría, el 4 de junio de 1938. Se trataba de un comando formado por miembros, en su mayoría de Torrijos. Este grupo de diez individuos era liderado por el vecino de Nambroca, con graduación de teniente, Emilio Morcillo. Le acompañaban los torrijeños, Mariano Castaño Rodríguez, “El Cano”, Luciano López Ramos, Manuel Díaz Díaz, “El Lolo”, Ignacio Fernández “Arenas”, Justo Ruiz “El Hortelano” y Doroteo Gómez “El Castor”; además del pueblano Joaquín Losana López, el gerindotano Juan Rivera Garoz, “Cachín”, y posiblemente, Valentín Gil Valiente, “El Chato de la Puebla”

Su cometido era llegar hasta la carretera de Toledo-Ávila y, a la altura de la localidad de Rielves, dar el alto algún vehículo militar y hacer prisioneros a sus ocupantes. Para ello utilizaron la estrategia de vestir a dos de sus miembros con uniforme de la Guardia Civil y así hacer detener al coche, mientras el resto del grupo atacaba por otro lado. De esta manera hicieron prisioneros a dos alféreces de aviación, un artillero y dos mandos más que viajaban con destino era el aeródromo militar de Barcience.

Una vez ejecutada la acción, todos juntos, presos y guerrilleros, campo a través, atravesaron el río Tajo por la finca Portusa.  Pero el alférez Juan Cinza no llegó a la base de Navahermosa porque fue abatido a tiros cuando intentaba escapar del grupo. (40)

 Final de la guerra.

La mayoría de los soldados republicanos derrotados volvieron a sus casas, creyendo que no habría represalias. Franco advirtió que solo serían juzgados los implicados en delitos de sangre, pero lo cierto es que nada más llegar a sus pueblos, gran parte de los derrotados fueron recluidos en cárceles municipales (escuelas, conventos, viejas fábricas o almacenes); después serían trasladados a las prisiones provinciales. Pero en Gerindote no hizo falta apresamientos masivos porque muy pocos volvieron.

Poco antes de terminar la guerra, Adrián Rodríguez Calvo tuvo la oportunidad de marchar a Rusia con los compañeros del batallón Dimitrof que regresaron a su patria. Pero desestimó la invitación porque creyó que su actuación de guerrillero en tiempo de guerra no sería juzgada por los tribunales militares. Además, su familia numerosa le estaba esperando para salir adelante todos juntos, tras la reciente muerte accidental  de un hijo en plena guerra. Sin embargo, en abril de 1939 ya estaba Adrián siendo interrogado por el juez militar de Torrijos, Victorio Benitez Fernández, para después ser condenado a muerte el uno de julio del mismo año. Unos meses después, el 11 de noviembre, junto con el amigo Juan Rivera Garoz, y otros catorce vecinos más, en su mayoría de Torrijos, fueron ejecutados en las tapias del viejo cementerio de esta localidad. (41)

Más injusta aún, si cabe, fue le muerte del gerindotano Bernardino Iglesias Marugán, muy recordado por sus profundas creencias religiosas. Fue detenido en mayo de 1939 y después juzgado por los tribunales militares que le condenaron a muerte. La pena fue ejecutada en Toledo en el año 1940. No se le acusaba por haber cometido delito de sangre, ni de haber presenciado asesinato alguno. Solo acudió a observar los cadáveres abandonados de los derechistas de Escalonilla que fueron fusilados por sus convecinos a la entrada de Gerindote en agosto de 1936. (42)

Otros vecinos de Gerindote, como Máximo Pérez Navarro, perderían su vida en el exilio, víctima del holocausto nazi. El 4 de julio de 1941 murió en un horno crematorio en Gusen (Austria) después de ser deportado desde Mauthasen. Mejor suerte corrieron sus hermanos Jesús y Severiano, conocidos como “Los herreros”. Este fue hecho prisionero en 1938 en Logroño, para después sufrir cuatro años de cárcel en distintas prisiones de España, desde las cuales colaboró para la reunificación del Partido Comunista de España a través de Unión Nacional. Y Jesús, gestor en la Diputación de Toledo y concejal del Ayuntamiento de Gerindote, junto con su cuñado José Santurino Chinchón, también fueron juzgados por los tribunales militares. A Jesús le acusaban de haber pertenecido al Partido Comunista, junto a sus hermanos Nicasio, Máximo, Atanasio, Daniel y Severiano, y de reclutar a paisanos para el asedio del Alcázar. Tras pasar toda la guerra en Los Yébenes, sin participar en ella, fue detenido en el puerto de Alicante, tras intentar huir al extranjero, como su hermano Máximo. Pero su causa fue sobreseída por los tribunales militares en el año 1945.

Por su parte, Severiano Pérez Navarro, abandonó su pueblo natal pocos días antes de las llegadas de las tropas nacionales. Cruzó el río Tajo y se marchó a zona roja, hasta que fue movilizado su remplazo y destinado a la sexta Brigada del ejército republicano. Después sería hecho prisionero en Zaragoza, y una vez terminada la guerra peregrinó por campos de concentración hasta que fue reclamado por los tribunales militares de Aranjuez, en cuya cárcel permaneció once meses. Después de sufrir cuatro de cárcel de cárcel, se vio implicado en actividades políticas contra el régimen dentro de la reestructuración clandestina del PCE en Torrijos y en pueblos de alrededor.

Tras la finalización de la Guerra Civil española, lo que quedó de manifiesto desde el primer momento en la lucha antifranquista fue que el PCE era la organización política más organizada y combatiente contra los postulados represivos del franquismo. Los dirigentes comunistas crearon pequeñas células y grupos de comunistas para reorganizar el Partido y crear un frente común a la dictadura franquista. La primera reestructuración más organizada fue la llevada a cabo por Heriberto Quiñones que puso en marcha un organigrama directivo con unas directrices políticas más definidas y con la creación de un verdadero Buró Político. Los comunistas españoles en Francia, con Jesús Monzón a la cabeza, crearon una Delegación del PCE en territorio francés y entre 1943 y 1945 fueron pasando al interior de España varios colaboradores de Monzón para preparar la Delegación del PCE en el interior del país. La política que defendían era la de Unión Nacional siendo esta un intento de unificar a todos los partidos y personalidades, no solo republicanos sino aquellos que estuvieran en contra de Franco. Como órgano difusor de sus postulados e ideales crearon el periódico Reconquista de España. A lo largo de esos años estructuraron comités provinciales y locales para desarrollar sus actividades clandestinas.

Uno de esos comités provinciales se creó en Toledo a principios de 1944. El secretario general fue Julio Rico Muñoz, quien estando en contacto con los dirigentes del PCE en Madrid expandió la política de Unión Nacional por varios pueblos de la provincia: la propia capital, Talavera de la Reina, Mora, Gálvez, Belvis de la Jara, Torrijos y Gerindote. Aquí Severiano recibía propaganda del máximo responsable del comité local de Torrijos llamado Constancio Escalonilla Corral cuyas actividades fueron el reparto de propaganda clandestina consistente en folletos y periódicos y la recaudación de cotizaciones para la ayuda a los presos, cuyo importe era entregado por Constancio a Julio Rico. Las fuerzas del orden franquistas desarticularon al Comité Provincial de Toledo y detuvieron a sus integrantes. Tras la celebración del correspondiente consejo de guerra, Constancio fue condenado a dos años de prisión.

 

 

  • GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo. Pregón de Fiestas de Gerindote. Año 2004
  • MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio. Gerindote, historia y costumbre. Audición, Toledo 2003.
  • Libro de actas, sesión 19 de abril de 1931 y siguientes.
  • Libro de actas, sesión 27 mayo1931. Existe una hoja suelta grapada al libro, firmada por el cesante, que recoge la obligada dimisión.

Testimonio del vecino nonagenario Eugenio Ruano Camarena: “La mayoría de los gerindotanos eran de izquierdas y no querían a un alcalde de derechas. Todo culminó un día en el que un gran número de personas, en tono poco pacífico, se concentraron en la casa que el alcalde monárquico tenía en la misma plaza. Salió asustado de su domicilio y personalmente entregó el bastón de mando a los cabecillas de la manifestación. Después fue a firmar su dimisión al Ayuntamiento”. Entrevista realizada el 26 de mayo de 2009.

  • Libro de actas, sesión 27 de agosto de 1931 y siguientes.
  • El Castellano, 23 de junio 1932.
  • GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo. Pregón de Fiestas de Gerindote. Año 2004.
  • El Castellano, 3 de julio 1932.
  • Libro de actas, sesión 29 de octubre de 1932 y ss.
  • GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo. Pregón de Fiestas de Gerindote. Año 2004.
  • Testimonio de María Robles: “Los huelguistas hicieron un pasillo a mi novio Pedro y su hermano hasta las afueras del pueblo, camino del cuartel de Torrijos. Los detenidos iban esposados y acompañados por un cabo de la Benemérita, llamado Bonache, recibiendo insultos. Pero como éste guardia era amigo de mi novio, le dijo: “¡Pedro, si se lanzan a por ti, quítame la pistola! Una vez celebrado el juicio, fueron condenados a indemnizar al herido y una pena accesoria”. Entrevista realizada el 16 de junio de 2009.
  • El Catellano, 9 de enero de 1932.
  • El Heraldo de Toledo, 23 de junio de 1934.
  • Libro de actas, sesión 26 de mayo de 1934.
  • Ibidem
  • Libro de actas, sesión 8 de octubre de 1934.
  • RIVERA, F.J.; La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo(1936-1939); Editado por el Arzobispado de Toledo, año 1995., pgs 55 y ss.
  • Libro de Actas, sesión de 25 de abril de 1939, Ayuntamiento de Gerindote. Aquí aparecen descritos estos hechos. Son instancias que el veterinario y secretario remitieron al Ayuntamientos, después transcritas en su integridad al libro, haciendo constar la persecución sufrida en aquella primavera de 1936.

Así recordaba el veterinario Pedro Rodríguez Merchán aquel momento: “Ciertamente, la vida en Gerindote se hacía insostenible tras las elecciones de febrero de 1936, pero mi salida fue más tranquila que la de Pedro Rivera, Manuel Ípola o Roberto Pérez Grueso. Con Adrián Rodríguez  mantenía una relación  cordial y él fue quien me aconsejó que debiera cesar en la titularidad de mi cargo de veterinario. Me confesó que las aguas venían muy revueltas y ni tan siquiera él, siendo alcalde, podría garantizarme seguridad alguna en mi puesto. La nueva Corporación municipal y la Casa del Pueblo no permitían que nadie ajeno a su ideología percibiera un sueldo del Ayuntamiento”. Entrevista realizada en mayo de 2007.

  • Testimonio de Benito Rodríguez, hijo de Adrián Rodríguez Calvo. Entrevista realizada el 23 de mayo de 2007.
  • ) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 3547 seguido contra Eusebio Navarro Rivera.
  • RIVERA, F.J.; La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo(1936-1939); Editado por el Arzobispado de Toledo, año 1995., pgs 55 y ss.
  • Testimonio de Benito Rodríguez, hijo de Adrián Rodríguez Calvo. Entrevista realizada el 23 de mayo de 2007.
  • ) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 22647, seguido contra Adrián Rodríguez.
  • Testimonio de Benito Rodríguez, hijo de Adrián Rodríguez Calvo. Entrevista realizada el 23 de mayo de 2007.
  • Ibidem
  • Ibidem
  • Ibidem
  • Ibidem
  • Testimonio de Celedonio Morales González, en entrevista realizada el 20 de abril de 2012.
  • Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 1247, seguido contra Indalecio Diez Canseco. También en el Libro de actas, sesión 29 de agosto de 1940, se hizo constar el expediente abierto por el Ministerio de la Gobernación.
  • Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 22647, seguido contra Adrián Rodríguez.
  • Ministerio de Justicia de Francia, registro civil de búsqueda de deportados. Certificado expedido en París el8 de noviembre de 1950.
  • MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio y MORALES PÉREZ, Belén: Torrijos 1931-1944. La Guerra Civil. Toledo 2012, autoedición, páginas 88 y ss.
  • Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 1247, seguido contra Indalecio Diez Canseco.
  • Ibidem
  • MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio y MORALES PÉREZ, Belén: Torrijos 1931-1944. La Guerra Civil. Toledo 2012, autoedición, páginas 88 y ss.
  • Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 734 seguido contra Rivera Garoz.
  • Ibidem
  • Ibidem
  • Testimonio de Benito Rodríguez, hijo de Adrián Rodríguez Calvo. Entrevista realizada el 23 de mayo de 2007.
  • MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio y MORALES PÉREZ, Belén: Torrijos 1931-1944. La Guerra Civil. Toledo 2012, autoedición, páginas 68 y ss.
  • Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD, Sumario 3885, seguido contra Bernardino Iglesias Marugán.

 

 

 

 

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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