José Antonio Primo de Rivera

Fuensalida. Segunda República y Guerra Civil.

Capítulo de Fuensalida,  tomado del libro Orígenes de la Guerra Civil en la comarca de Torrijos.

 

Fuensalida ya contaba en 1931 con servicio de Correos y Telégrafos, así como con el matadero municipal más moderno de la comarca, con cuatro grandes naves, en las que empleaba a más de 200 trabajadores. Pero también disponía de un gran término municipal sembrado de vides, olivos y cereal que daban trabajo a la casi totalidad de jornaleros de la villa.

Las elecciones municipales de abril de 1931 llevaron con claridad a la alcaldía al socialista Matías Cudero Bolonio, sin necesidad de repetir comicios. Éste primer edil tuvo la difícil tarea de gobernar una villa donde la conflictividad laboral fue de las más enconadas de la provincia, al existir un fuerte asociacionismo obrero y patronal en torno a sus respectivas organizaciones. (1)

Esta rotundidad electoral se debió al voto de los obreros del campo quienes llevaban años organizados en torno a la Sociedad Obrera “La Unión”, que presidía Cesáreo López y contaba con más de 800 afiliados. Desde diciembre de 1930 explotaban una tahona que elaboraba más de 900 panes diarios con cuyos beneficios se adquirió la propiedad del inmueble que constituía su amplia sede.

El primer bienio republicano transcurría con normalidad, hasta que un suceso conmocionó la población el día 7 de octubre de 1932. Ocurrió que el nuevo alcalde, Julián Sánchez Chiquito, que sustituyó a Cudero, solicitó ayuda al gobernador para pacificar los consabidos enfrentamientos surgidos entre patronos y obreros. La culminación de éstos se produjo en la convocatoria de huelga del  citado día  que coincidió con la detención imprevista del vecino Anastasio Sánchez Redondo. Como había robado unas ovejas, prestó declaración ante el juez en las dependencias del Ayuntamiento, a cuyo alrededor se arremolinaron los huelguistas. Como el acusado comenzó a dar gritos, de manera injustificada y sin fundamento alguno, la muchedumbre pensó que la Benemérita le estaba maltratando.

Las masas excitadas, portando algunas armas, intentaron asaltar el Ayuntamiento con gran virulencia, “a pesar de que el alcalde socialista les intentaba explicar que no había maltrato alguno”, narraba El Castellano.

La Guardia Civil causó la muerte al obrero Gregorio García Arellano con un fusil marca Mauser  utilizado por el cuerpo. También falleció una niña de dos años de edad en brazos de su abuela, que también resultó herida, junto con dos vecinos más. (2)

La casa del pueblo fue clausurada por el gobernador civil practicándose más de veinte detenciones. Los hechos fueron objeto de debate en la prensa local y nacional. El diputado conservador Dimas de Madariaga lo relataba así en El Castellano:

           Nuevamente ha corrido la sangre en tierras toledanas. Otra jornada triste en Fuensalida, motivada por la ofuscación de las gentes. Un rumor insensato, cuya falsedad testificaba el propio alcalde socialista, les llevó a enfrentarse con la fuerza pública. El huracán de peligrosas doctrinas azotó ayer en Villa de Don Fadrique y sigue azotando hoy los pueblos toledanos. Periódicos disolventes siguen alimentando sencillas inteligencias. Entre tanto, ¡una oración por los muertos! ¡una flor sobre la tumba de esa pobre niña, inconscientemente mezclada en el choque entre la masa desbordada y los agentes de la autoridad!.

Por su parte, el periódico socialista El Heraldo de Toledo, solicitaba que el asunto se elevara al Parlamento para esclarecer los hechos ya que el médico había dictaminado que la bala que mató a la niña, de arma corta, era diferente al Mauser   que hirió a su abuela. (3)

Los libros de actas del Ayuntamiento de la localidad sólo dedicaron unas líneas a los graves sucesos:

 

Profundo disgusto el que ha producido el acto de protesta injustificada por parte de la clase obrera. La detención y posterior protesta del vecino Anastasio Sánchez Redondo por el hurto de reses lanares, originaron un choque sangriento con la Guardia civil que ha causado muertos y heridos

Pero a pesar de estos graves incidentes, y del asociacionismo obrero, a medida que fue avanzando el periodo republicano, Fuensalida se reafirmó en su ideología conservadora. Y así lo expresó  en las urnas en las dos únicas elecciones generales celebradas durante la Segunda República. El partido católico de  Acción Popular tenía mucha implantación en la villa, aunque en febrero de 1936 se presentara a los comicios formando parte de la Candidatura Antirrevolucionaria que venció de forma aplastante en toda la provincia de Toledo.

En la campaña electoral de estas últimas elecciones, algunos pueblos de la comarca de Torrijos, como Carpio de Tajo y Fuensalida, tuvieron ocasión de ver a José Antonio Primo de Rivera dando mítines en los lugares más insospechados: corrales, graneros, salas de baile, recintos de carros, etc. El hijo del general dictador, ya fallecido, se presentó por Toledo a estos comicios en los que obtuvo un mal resultado y no fue elegido diputado. Sin duda, el gran número de seguidores que Falange ya agrupaba en la provincia se decantó por el voto útil de la CEDA (esta formación política se negó a que Falange fuera en sus listas). (4)

En la primavera de 1936, la vida en el pueblo parecía transcurrir de manera tranquila y, en cierta medida, ajena a la zozobra general del país provocada por los ánimos tan encrespados que presentaba la política nacional. La ilegalización de la Falange en el mes de marzo llevó al penal de Ocaña a numerosos militantes de los pueblos de la comarca, pero ninguno de Fuensalida. Los máximos mandatarios de dicha formación política en la villa, eran Pedro Zapardiel Téllez, Dativo Rodríguez Parras y Prisciliano Caro López que semanas después huyeron de la localidad y al final acabaron encerrándose en el Alcázar de Toledo temerosos del peligro que corrían sus vidas. Este miedo de los falangistas citados venía motivado por la fama de pendencieros, en especial Prisciliano, que había exhibido armas durante la primavera de 1936. Aunque no hubo víctimas que lamentar por parte de ningún bando, las religiosas de los dos conventos fueron obligadas a desalojar y algunos patronos serían expulsados de la villa; además de la fuga voluntaria de estos fuensalidanos aludidos. (5)

Pero tras la insurrección militar del 18 de julio comenzarían las muertes y el saqueo de las cuatro iglesias, así como las incautaciones de trigo y ganado. Especial conmoción causó el primer asesinato, ocurrido el 24 de julio, en la persona de Máximo Padilla del Casar. Era vicepresidente de Acción Católica en la localidad y encontró la muerte cuando se encontraba leyendo el periódico en la puerta de su negocio. Tres milicianos le dispararon a bocajarro. Otro miembro destacado de Acción Católica en la villa era Luís Díaz Plaza. Trabajaba de dependiente en la fábrica de chocolates fuensalidana “La Favorita” cuando fue asesinado el día 3 de agosto. Unas semanas antes de estallar la guerra recibió una violenta paliza de manos de siete vecinos de ideología contraria. Y así, hasta 32 asesinatos cometidos en Fuensalida en aquel verano de 1936. (6)

Los miembros de la última corporación municipal republicana fueron ajenos a estos asesinatos. Su primer edil, Manuel Gómez Escalonilla Zapardiel, zapatero de profesión, vivió los últimos años de su vida soportando una enfermedad, que se agravó tras su ingreso en prisión en el año 1939. Éste último alcalde republicano de la villa, y presidente de la Sociedad Obrera, fue un gran orador que en sus mítines cautivaba a los jornaleros del campo. Murió ejecutado, con 56 años de edad, en la cárcel de Talavera de la Reina, el día 11 de diciembre de 1940.

Como ya le ocurriera al alcalde de Torrijos, y a tantos otros, se le imputaba la responsabilidad de ser el autor moral, como decían sus denunciantes,  de los asesinatos de derechistas ocurridos en su pueblo en aquel sangriento verano de 1936. La sentencia decía expresamente que “ bajo su mandato se cometieron 32 asesinatos que el acusado consintió con su actuación pasiva, aunque no interviniera en ninguno de ellos”. En la acusación que el fiscal realizaba contra el alcalde se recogía que “… si hubiera puesto los medios adecuados para evitar derramamientos de sangre, no se habría cometido asesinato alguno en la localidad…”. Era muy frecuente, no sólo en este caso, en los que el fiscal informaba diciendo que “ cualquiera que aceptara un puesto en un gobierno municipal que organizaba, toleraba o era impotente para evitar crímenes de sangre, se convertiría por extensión en culpable de esos crímenes”. El hecho de que Manuel Gómez Escalonilla sufriera una enfermedad terminal y, sobre todo, que intentara evitar derramamientos de sangre, no le permitió eludir la pena de muerte.

El primer edil de Fuensalida permaneció, por tanto, al margen de los asesinatos que el propio alcalde imputó a los miembros del Comité: Marcelino Hernández Diaz, “Cirgarrilla”, José Serrano Gómez, “Roso” Eusebio González Canto, “Pajaro” y Teófilo Estepa García, “Terremoto”, Eulogio Garcia Arcicollar y Eduardo Serrano Plaza. (7)

Igual que ocurriera en Torrijos, el primer edil perdió el mando municipal a favor del Comité, negándose  a colaborar en las muertes de  convecinos de ideología contraria. Pero, antes de que se produjera derramamiento de sangre alguno, la capacidad disuasoria del “zapatero-orador” convenció a un destacamento de milicianos madrileños para evitar muerte alguna. Los forasteros pertenecían a la “Checa de Radio Puente Segovia”, cuya presencia había sido requerida por “Pájaro” y “Terremoto”, máximos mandatarios del Comité. Estos ya habían apresado, en el abandonado cuartel de la guardia civil, a una treintena de fuensalidanos.

Las milicias madrileñas fueron persuadidas por el alcalde con una arenga patriótica-republicana diciendo “que los máximos responsables de las escaramuzas callejeras, cometidas semanas atrás, por la Falange en Fuensalida ya habían huido de la localidad”, y que se defendía mejor a la República incautando dinero y empresas que “asesinando a sus propietarios”. Se refería a los derechistas fugados del pueblo, Pedro Zapardiel Téllez, Dativo Rodríguez Parras y Prisciliano Caro López, máximos mandatarios de dicha formación política en la villa. (8).

Pero una treintena de milicianos armados de la madrileña Checa citada volvieron a los pocos días  a Fuensalida a bordo de varias camionetas.  Habían sido nuevamente requeridos por el Comité, pero esta vez advertidos de que no se dejaran convencer nuevamente por el alcalde. Acusaban al primer edil de dejarse comprar por los detenidos derechistas que pagaban así su protección. Pero esta vez, desautorizada ya la credibilidad del alcalde, sería el tumultuoso levantamiento del vecindario quien impidió, momentáneamente, el propósito sanguinario de los forasteros. Otra vez regresaron a la capital sin detenidos pero se llevaron consigo la cantidad de 95.000 pesetas depositas en el Ayuntamiento. El alcalde les explicó que este dinero, que voluntariamente les entregaban los dirigentes del Comité, para ser donado a las autoridades competentes en Madrid como “fondos de guerra”, no provenía de las arcas municipales y él era ajeno a todo ello, con el fin de no ser acusado nuevamente de extorsión. (9)

El primer edil sí que tuvo una gran actividad económica requisitoria y sancionadora, de la que tuvo de rendir cuentas ante los tribunales militares al finalizar la contienda. Fuensalida fue el municipio más activo de la comarca en lo que a incautación de industrias y servicios se refiere. Ningún empresario fue respetado en su propiedad, salvo la Banca privada local que no sufrió efecto alguno de la socialización. Esta circunstancia de respetar a las entidades bancarias, digna de señalar, fue general para toda la provincia de Toledo, salvo las 2.000 pesetas con las que fue sancionado el Banco Central de Torrijos y las 5.000 pesetas de Banesto de Talavera de la Reina.

Todos los medios de producción quedaron socializados. Desapareció el dinero de curso legal, sustituido por “vales” de compra para adquirir productos de primera necesidad. Previamente, se había requisado todo el trigo y la harina existente en el municipio para ser depositado en la tahona que la Sociedad Obrera “La Unión”. Y como ocurriera en todas las localidades, en este tipo de colectividades era esencial la incautación de la tierra. (10)

Otra coyuntura, también importante, digna de mencionar, fue la total falta de coordinación y previsión respecto a qué hacer con los “los fondos municipales” ante el avance del ejército nacional. En todas las localidades hubo pasividad y descontrol con el dinero, joyas y otros valores aprehendidos, aunque el primer mandatario del Ayuntamiento de Fuensdalida lo justificará así: “Como hubo un devastador bombardeo aéreo el día 27 de septiembre de 1936, que produjo graves daños en las instalaciones municipales, ordené repartir en tres partes las 17.500 pesetas que aún quedaban en caja. El tesorero y el secretario, Andrés Benayas y Benigno Martín Caro, recibieron un tercio cada uno, con la intención de reintegrarlo, según hicimos constar en los correspondientes recibos de entrega que firmamos”, concluía, puntualizando que  “dicho dinero fue entregado en la Dirección General de Seguridad de Madrid, en octubre de 1936, junto con unas monedas oro que tenía en su poder el tesorero del ayuntamiento”. (11)

Habían transcurrido solo unos días desde la llegada de las tropas nacionales a la deshabitada Fuensalida y ya se advertían los consabidos ánimos de venganza entre los apenados familiares de las víctimas que acababan de ser asesinados semanas atrás. Pero, ¿contra quién irá dirigida la represalia si casi toda la población había huido, y con ella los mayores implicados en delitos de sangre?

Tras la llegada de las tropas nacionales a Fuensalida, el 5 de octubre de 1936, más de una veintena de vecinos fueron asesinados a lo largo de las semanas posteriores. Así cayeron abatidos hombres y mujeres que nunca supieron por qué, que tuvieron la mala suerte de cruzarse en el camino con moros o falangistas, o que fueron buscados expresamente por estos a petición de los familiares de las víctimas. Así narró la nonagenaria Ángeles Cudero Fernández, uno de los “paseos” de aquella primera represión en caliente:

“En noviembre de 1936,  ocho vecinos de la villa  fueron conducidos por falangistas locales hasta el camino de Huecas para ser fusilados. Entre los detenidos estaban mis tíos Juan Cudero Bolonio y Petra Fernández Benayas. Los asesinos tenían prisa y sólo dispararon una ráfaga de ametralladora: todos cayeron fulminados. Los criminales huyeron despavoridos, ignorando que una de sus víctimas sobrevivió a la masacre.

El fuensalidano Victoriano consiguió, herido y aturdido ante la escena dantesca, desatarse los atillos que esposaban sus manos. Al día siguiente, el sepulturero de Huecas comunicó a los autores del crimen que sólo había siete cadáveres a enterrar y alerto de la posibilidad de que uno de ellos no hubiera muerto. El afortunado Victoriano vivió escondido, durante meses, hasta de su propia familia, que ignoraba el feliz desenlace.

Pero  una madrugada apareció Victoriano llamando a la ventana de su domicilio, a través de la cual su enlutada esposa no acertaba a reconocer la voz y fisonomía de su barbudo marido. Éste permaneció escondido en su propia casa hasta que, semanas después, unas niñas jugando en la calle descubrieron  que un señor de barba larga se alojaba en la citada vivienda.

Al llegar la Guardia Civil a detener a Victoriano, este se arrodilló con los brazos en cruz pidiendo la clemencia que le fue concedida tras negar que no había participado en acto delictivo alguno en aquel verano de 1936. Pero Victoriano, “El tío Resucitao” como así le apodaron desde entonces, guardó silencio hasta su fallecimiento, ocurrido hace solo unos años, y nunca desveló el nombre de sus paisanos que intentaron acabar con vida”

(12)

Así comenzaba la llamada represión nacional o franquista en la “liberada” Fuensalida. La mayoría de las muertes anteriores  a la constitución de los tribunales militares, a principios de 1937, no quedaron registradas en ningún lugar. Esa primera oleada de terror vino de la mano de las tropas marroquíes del ejército africano, así como de los falangistas andaluces y canarios, y de los propios familiares de las víctimas. Dejaron a decenas de vecinos soterrados en las cunetas, en las tapias de los cementerios o allí donde caían abatidos. Cualquier sitio era bueno para matar y abandonar los cadáveres.

La persona que mejor conocía lo ocurrido en esos meses en Fuensalida era el comandante de la Guardía Civil de dicha villa, José Paniagua Andrés. Éste oficial, a mediados de 1937, emitió un informe favorable en favor del reo, Isabelo Arellano Cudero, a requerimiento de los tribunales militares. El proceso se inició tras la denuncia interpuesta por el jefe de Falange local, Prisciliano Caro López, y en la misma afirmaba que “vivía en el pueblo un comunista que no consintió que la vecina Aurea Caro llevara comida  a un familiar detenido, y después asesinado, en la cárcel improvisada por el Comité de Fuensalida en agosto de 1936”. El citado jefe de la Benemérita, con cierto enfado e  ironía, informaba con respecto a dicha acusación:

“Tras la llegada de las tropas nacionales, en octubre de 1936, ya entregué a las autoridades a los pocos que quedaron en Fuensalida. Como ya he repetido tantas veces, la mayoría no estaban implicados en delito alguno, ya que los más comprometidos en delitos de sangre se marcharon antes del mes de octubre de dicho año. Recuerdo que huyeron más de 2.000 habitantes a zona roja. Desde entonces, el jefe de la Falange, caciques y demás mangoneadores han venido a contarme que si fulanito, que si menganito había hecho o había dejado de hacer; pero nunca formulaban denuncia y utilizaban a terceros para tal fin. Ahora, Prisciliano Caro, que toda la vida ha sido el cacique del pueblo y mayor contribuyente, que nunca ha dado la cara, denuncia al bueno de Isabelo Arellano, al que conozco de toda la vida. Nunca hizo nada malo, sólo estaba afiliado al sindicato socialista para poder trabajar y luego los del Comité le obligaron a hacer guardias a la puerta de la cárcel, pero votaba a las derechas”, concluía. (13)

El nombre del referido Prisciliano Caro López, jefe de Falange, aparece en numerosos sumarios informando negativamente de todos los inculpados. Fue un  hombre pendenciero, de mal carácter, genio crispado y  “gatillo fácil”. Como tantos otros supervivientes del recién liberado Alcázar de Toledo van a ser también protagonistas de diversas represalias en sus pueblos de origen. El duro asedio padecido le influyó su estado de ánimo, ofuscaría su mente y acrecentaría sus deseos de venganza hacía todo lo que fuera republicano. Pero en el caso de Prisciliano, dicha violencia desmedida le duró más de una década, ya que en los años 50 asesinó a su bella esposa por un ataque de celos infundados. Igual suerte corrió, con un disparo a quemarropa, el presunto amante Albino.

Lo que sorprendió a los fuensalidanos, que vivían tranquilamente la guerra en la retaguardia, fue un bombardeo aéreo ocurrido la tarde del 11 de julio de 1937. Una escuadrilla de seis aviones republicanos arrojaron doce bombas en las calles Hipólito Ezquerra y Eras, con el triste resultado de ocho vecinos fallecidos, entre ellos varios niños, y más de una veintena de heridos. (14)

Ya no habría más muertes en Fuensalida, ocurridas de forma violenta, hasta después de terminar la guerra. Pero ahora, con los clarines de victoria, sería de una forma organizada a través de los tribunales militares con sede en Torrijos, Toledo, Talavera o Madrid. Las denuncias de los particulares se convirtieron en el primer eslabón de la “justicia”. Debían tender a depurar los delitos de sangre cometidos por los revolucionarios del verano de 1936 contra religiosos y miembros de la clase conservadora. La llamada represión nacional fue más prolongada en el tiempo y mejor planificada que la frentepopulista, que sólo duró los meses de verano del inicio de la guerra civil.

Las sentencias dictadas por los tribunales militares en los primeros meses de la finalización de la guerra fueron más severas que las decretadas a la finalización de la misma. En toda España ocurrió así, y en Fuensalida hemos estudiado un juicio sumario que se inició en el año 1944 contra Pablo Cudero Muñoz, Federico Flores Romojaro, Justo Gómez Escalonilla y Jesús Flores Romojaro. Solo este último fue condenado a muerte, pero que después le fue conmutada la pena.

El último consejo de guerra en Fuensalida seguido en el año 1956, contra Eusebio Arellano Cudero, “El Bicho”, porque llevaba en busca y captura desde 1939. Ocurrió que al finalizar la contienda, este exmilitante de la Juventudes Socialistas Unificadas y colaborador del Comité  no volvió derrotado a Fuensalida, como tantos otros soldados fuensalidanos. Se marchó a Puertollano para trabajar en la mina durante 15 años,  y aquí contrajo matrimonio y tuvo hijos. No se le imputaba el delito de haber matado a nadie, pero sí de haber detenido a muchos de sus convecinos de ideología contraria, que luego fueron fusilados; así como de realizar incautaciones por orden del Comité.

El astuto abogado contratado por Arellano, que ya no era militar, como era preceptivo en décadas atrás, le llamaba a su cliente “irreflexivo jovenzuelo”; por haber militado en el PSOE durante aquel sangriento verano de 1936. Sin embargo, el letrado justificaba que el acusado no se escondió de la justicia militar durante casi una veintena de años: “Mi cliente, no sabía de su busca y captura. ¿Se ocultó? La respuesta es sí, pero trabajando en el fondo de una mina durante 16 años y así servir a los intereses nacionales. No pudo tener conocimiento de requisitoria alguna porque el imputado es analfabeto y no compra periódicos, ni dispone de radio; pero como buen patriota tiene revista militar al corriente”, concluía el abogado defensor.

La sentencia que condenó a muerte al procesado, pena después conmutada, dictada en Madrid en el año 1956, transcribió como hecho probado que Arellano incauto 200 kilos de garbanzos a un vecino, por orden del Comité. Previamente, el letrado había reconocido como cierta esta acción a la que denominó requisa, y no saqueo o incautación, por la ausencia de violencia. Sin embargo, discrepaba de la resolución en que su cliente no estuvo presente en los fusilamientos, y solo se limitó a cumplir órdenes del Comité en la detención de personas que luego entregaba a otros “forajidos” que ejecutaban sus órdenes. (15)

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La foto ha sido tomada del periódico ABC de fecha 23 de mayo de 1934, donde recoge una crónica del mitin de José Antonio Primo de Rivera en Fuensalida (TOLEDO).

(1) Archivo municipal de Fuensalida. Libro de actas, sesión 16 de abril 1931.

((2) Hemeroteca, Biblioteca de Castilla La Mancha, El Castellano, de fecha 8 de octubre de 1932.

(3) Hemeroteca, Biblioteca de Castilla La Mancha, El Heraldo de Toledo, de fecha 8 de octubre de 1932.

(4) Hemeroteca, Biblioteca Castilla La Mancha, El Castellano, 8 de febrero de 1936 y BOPTO, 20 de febrero de 1936.

(5)  Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 634 y Legajo 234 , seguido contra el alcalde Manuel Gómez Escalonilla Zapardiel.

(6)  Revista El Padrenuestro, número 376, ´contraportada.

(7) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Causa 958-P, Legajo 4268, caja 4900, seguido contra Teófilo García Estepa.

(8) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 1634 y Legajo 1340 , seguido contra Victoriana Fernández González, “La Serrana”.  Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, los enfrentamientos entre los tres citados falangistas con las fuerzas de izquierdas habían sido muy virulentos. En el recuerdo de los más mayores están las provocaciones recíprocas entre la izquierdista Victoriana Fernández González, “La Serrana”, y miembros de Falange. Aquella señora inducía a sus dos hijos, Wenceslao y Teodoro Sáez Fernandez, para que  aplicaran la llamada “ley de goma”  contra sus enemigos políticos. Después, una vez iniciada la contienda, en plena revolución, la progenitora se alegraba públicamente de los asesinatos cometidos contra los derechistas. Al acabar la guerra fue juzgada porque más de diez denunciantes afirmaban que pronunció esta frase a la frutera del mercado: “¡Buenas ensaladas tienes Guadalupe para los besuguitos que pescaron anoche en la carretera de Villamiel!”. Los besuguitos eran Lorenzo Alarcón y otros vecinos asesinados aquella noche a manos del Comité local.

(9) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 634 y Legajo 234 , seguido contra el alcalde Manuel Gómez Escalonilla Zapardiel.

(10) Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 234 y ss.

(11) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 64 y Legajo 134 , seguido contra Andrés Benayas y Benigno Martín Caro.

 

(12) Testimonio de Ángeles Cudero Fernández.(1914-2013), en entrevista realizada el 2 de mayo de 2009.

(13) Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 94 y Legajo 229 , seguido contra Isabela Arellano.

(14) Archivo municipal de Fuensalida. Hojas sueltas.

(15) Archivo General Militar de Madrid. AGMM, Causa 1920-P, seguida contra Eusebio Arellano Cudero.

 

 

 

 

 

 

 

 

4/5 - (1 voto)
Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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