PROCESION EN ESCALONILLA

Escalonilla en la Guerra Civil

ESCALONILLA

Con la llegada de la Segunda República a Escalonilla resurgió la actividad de un pueblo, eminentemente agrícola, que contaba ya con 5.000 habitantes. Su industria se limitaba a una gran fábrica de telares, algún molino de aceite y otras tantas bodegas de vino. Los jornaleros ya estaban agrupados en torno a la Sociedad Obrera La Unión y a través  de ella pedían trabajo y pan al Ayuntamiento. Los grandes latifundios, como en otras muchas localidades, en manos de unas pocas familias: la marquesa de la Breña, con residencia en Santa Olalla, propietaria de la finca Casa Arriba, y Tomás Corcuera Herrero, dueño de Nohalos, eran sus máximos exponentes. (1)

Escalonilla era un pueblo conservador, y así los exteriorizó en las elecciones generales de noviembre de 1933 y febrero de 1936, en las que triunfó la derecha. Sin embargo en la llamada revolución de octubre de 1934 se vivió una gran agitación obrera en la localidad. Los sucesos de octubre tuvieron como principal escenario Asturias, donde la lucha se prolongó por espacio de quince días. La huelga fue general en toda la provincia de Toledo y el comandante militar de Toledo, el coronel José Moscardó, publicó algunos bandos declarando el Estado de Guerra y la relación de penas que llevaban aparejadas los delitos de rebelión y sedición, así como los atentados y resistencia contra la autoridad.

Como las Sociedades Obreras y las Casas del Pueblo hicieron caso omiso a dichas advertencias, una gran parte de ellas fueron disueltas. Para ello fue necesario enviar un destacamento de tropa, así como a la Guardia Civil, para declarar el estado de guerra por varios pueblos de la provincia (Torrijos, Gerindote y Escalonilla, entre otros).

Sin embargo, en Escalonilla, todo empezó a finales de septiembre de 1934, con la organización de una marcha de jornaleros escalonilleros que llegaron andando hasta Toledo. Reclamaban al gobernador civil ayudas para los cientos de  parados que tenía la villa. Pero la entrada a la capital fue cerrada por un destacamento de la Benemérita, que realizó varias cargas contra los caminantes, y al final no pudieron acceder. (2)

Días después de la protesta, en plena revolución nacional, los trabajadores del campo de Escalonilla organizaron otra huelga en la población que también acabo de forma violenta. Los concejales municipales, de ambas ideologías, intentaron frenar los ánimos de los jornaleros y de la Benemérita. En este forcejeo, el teniente alcalde, Manuel Alía López, fue agredido por un sargento de la Guardia Civil llamado Melchor. Una vez le fue arrebatada la pistola al miembro de la Benemérita, de la que quiso hacer uso, lo intentó de nuevo con un fusil, sin conseguirlo. Previamente fue reducido por sus propios compañeros y otros miembros de la corporación municipal. Como el suboficial ya era reincidente, la población se alarmó tanto que el libro de actas municipal recogió el incidente como un “conato de revolución”. (3)

            Ante la insurrección que estaba viviendo el país y la provincia, el nuevo Ayuntamiento acordó invitar al guardia civil a abandonar el pueblo, si bien, puntualizó que “…la decisión sólo iba dirigida contra dicha persona y no contra el prestigioso y glorioso cuerpo de la Guardia civil con casa cuartel en esta población…”

Con la llegada al Ayuntamiento del último alcalde republicano de Escalonilla, Félix Fernández Molina, «Maniguas», en febrero de 1936, todo cambió para mal. Este nuevo mandatario era zapatero de profesión, y natural de la vecina Puebla de Montalbán, de ideología socialista, y líder del mayor sindicato obrero. La actividad huelguística durante la primavera del 1936 aumentó notablemente en la comarca y la agrupación UGT-FETT se radicalizó paralelamente a su líder Largo Caballero, que ya se había convertido en la figura indiscutible del PSOE. (4)

No cabe duda de que la victoria del Frente Popular «autorizó» a los jornaleros a imponer su voluntad sobre los patronos en la más completa impunidad. También, en esas mismas fechas se protagonizaron multitud de desfiles campesinos que llenaron de terror a las clases propietarias. Así, los escalonilleros de derechas más comprometidos huyeron a Madrid, temerosos del destino que podía depararles su permanencia en su villa natal. Así, Tomás Corcuera Herrero, Casto Gallardo González y Marcelo del Moral Guio, asesinados semanas después en su villa natal.

Tras estallar la guerra civil, el propio alcalde se puso al frente del Comité, con sede en calle Cerro de Orán, junto con su inseparable amigo Jonás Gómez Alonso, nombrando como presidente del mismo a Luís Alonso del Moral. Entre todos asaltaron el abandonado cuartel de la Guardia Civil, en busca de armas, para posteriormente dar comienzo las incautaciones a vecinos de ideología política contraria. Entre requisas se encontraban un coche y un camión propiedad de la duquesa de Santoña, propietaria de la finca “La Ventosilla”, que había abandonado su esplendoroso palacio a un destino más seguro en la capital. Los vehículos eran siempre conducidos por el chófer de la duquesa, Pedro Guio Hidalgo: el Hispano Suiza como taxi a las órdenes del Comité y el camión para transportar el grano de la cosecha requisada. (5)

Sin embargo, la noble señora fue llamada a declarar como testigo y le exculpaba diciendo que “no había otro conductor en Escalonilla y se vio obligado a obedecer a su alcalde y llevar el coche a los lugares donde se cometieron los asesinatos”. Su generosa ayuda no le sirvió de nada al acusado porque sería ejecutado en mayo de 1939. (6)

En efecto, como tantos otros vecinos de las distintas localidades que nunca habían participado en política, ni tenían una ideología muy definida, eran “militarizados” por los jefes del Comité. Se les entregaba un mosquetón y, como si fueran soldados de un ejército, estaban obligados a cumplir órdenes de sus superiores.

Entre todos los miembros del Comité quisieron detener al escalonillero falangista Agabio Moreno, antes de que éste huyera a la finca “La Zarzuela”. Pero fueron persuadidos por el convecino Pedro Guío Hidalgo para evitar su muerte. Sin embargo, Agabio sería asesinado por “El Lobo de Carmena”, en el año 1941, en aquel latifundio que administraba para su patrón. (7)

La primera víctima del Comité fue el maestro de la localidad, Francisco González Alonso. Después le tocó el turno a Santiago Duro Gallardo, en la localidad de Albarreal de Tajo, ex alcalde de Escalonilla durante la dictadura de Primo de Rivera. (8)

En ese mismo mes de agosto de 1936, el Comité  ordenó a varios hombres de confianza viajar a Madrid en el Hispano Suiza de la duquesa. Su misión era traer detenidos al pueblo  a  Fausto Corcuera Nombela y sus familiares, huidos semanas atrás. Una vez en la capital, después de una intenta búsqueda, el infortunio acompañó a Jesús Alia Palomo, militar de profesión, que en los momentos del apresamiento de aquellos se encontraba realizándoles una visita. Los cuatro fueron conducidos a su localidad natal, donde eran esperados por una multitud que pedía a gritos su muerte. La finca Nohalos era el lugar elegido para su ejecución, pero los miembros del Comité, temerosos de que las turbas encolerizadas adelantaran sus muertes, decidieron marchar a Gerindote para acabar con sus vidas. (9)

Habían transcurrido solo unos días desde la llegada de las tropas nacionales a la deshabitada Escalonilla, 22 de septiembre de 1936, y ya se advertían los consabidos ánimos de venganza entre los apenados familiares de las víctimas que acababan de ser asesinados semanas atrás. Pero, ¿contra quién irá dirigida la represalia si casi toda la población había huido, y con ella los mayores implicados en delitos de sangre?

El alférez del ejército nacional, Manuel Ariza Cobos, nombró a una comisión gestora al frente del Ayuntamiento, encabezada por Valentín Querencia Moreno, para comenzar a reactivar las tareas propiamente administrativas. Sin embargo, en los asuntos de policía y orden público, que ahora narramos, ninguna responsabilidad hacía el nuevo alcalde, que vivió atónito el discurrir de los sucesos. (10)

La purga fue dramática en el mundo rural, donde las intensas relaciones personales propiciaron el afloramiento de viejos litigios, riñas familiares y pasionales, mezclados con el odio político y de clase, con la sed de venganza de unos familiares que acababan de perder a sus seres queridos. Para que la cosa fuera más limpia y los inductores de los asesinatos quedaran en el anonimato, en muchos casos se reclutaba a paramilitares armados o falangistas canarios y andaluces para que realizaran el trabajo sucio. Y así, fruto de este pacto, llegaron las primeras detenciones en las personas de cuatro personas: Julián López Calvo, Mariano Gómez Alía, Julián Martín Robles y Magdaleno Ayllón Santurde. Nunca se había significado en política durante la etapa republicana. Sin embargo, serían fusilados sin juicio previo el día 18 de octubre de 1936 en el cementerio de la localidad. (11)

La represión en caliente se inició de forma inmediata en Escalonilla con la llegada de los falangistas andaluces y canarios. Con la aparición en el pueblo de estos fanáticos forasteros, isleños y andaluces, continuaron las detenciones. La mayoría de las muertes anteriores  a la constitución de los tribunales militares, a principios de 1937, no quedaron registradas en ningún lugar. Esa primera oleada de terror vino de la mano de las tropas marroquíes del ejército africano, así como de los falangistas andaluces y canarios, en muchas ocasiones inducidos por los propios familiares de las víctimas. Dejaron a decenas de vecinos soterrados en las cunetas, en las tapias de los cementerios o allí donde caían abatidos. Cualquier sitio era bueno para matar y abandonar los cadáveres.

A veces los escuadrones de la muerte pasaban por varios pueblos, recogían a las víctimas y los llevaban a otras localidades. Así ocurrió con cuatro escalonilleros: Francisco Rodríguez García,  Romualdo Alonso Rodríguez, Felicidad Fernández y Manuel Gutiérrez Fernández. Estos fueron trasladados en un camión al cementerio de la vecina localidad de Gerindote en cuyas tapias fueron fusilados sin juicio previo. Otros, cuya identidad se ignora, fueron llevados a Torrijos para engrosar la lista de enterrado en la Pozo del Camino de la Vega. (12)

Tras acabar la guerra, la mayoría de los soldados republicanos derrotados volvieron a sus casas, creyendo que no habría represalias. Franco advirtió que solo serían juzgados los implicados en delitos de sangre, pero lo cierto es que nada más llegar a sus pueblos, gran parte de los derrotados fueron recluidos en cárceles municipales (escuelas, conventos, viejas fábricas o almacenes); después serían trasladados a las prisiones provinciales.

Otros muchos escalonilleros fueron condenados a realizar trabajos forzados en campos de concentración. Uno de ellos estaba en el Pirineo Navarro. Aquí, Franco  comenzó a realizar la carretera de Lesaka a Oirztzum (Guipúzcoa) con mano de obra presidiaria. Esta vía destacaba por la magnitud de las obras y su importancia estratégica en la defensa de la frontera de los Pirineos. Según el listado extraído del Archivo Municipal de Lesaka, un total de 466 trabajadores forzados eran originarios de localidades toledanas, siendo la comarca de Torrijos la que más hombres aportó a los batallones de trabajo forzado. La relación de escalonilleros en Lesaka ha sido publicada en la red por V. Antonio López, con su padre Jesús López López al frente de la misma.(13)

Una modalidad de tortura, muy propia de los primeros meses de la posguerra, era la protagonizada por jóvenes falangistas y familiares de “los caídos”, que hacían visitas a las cárceles para propinar terribles palizas a los presos. Algunas de estas agresiones acabaron con la vida de más de uno, cuyo certificado de defunción era falseado con la palabra “muerte por ahorcamiento” o “shock traumático”, para hacer creer que la muerte se produjo por suicidio. Así le ocurrió a Gregorio Calvo Molina y Martos del Moral Ayllón, que fueron apresados en el Ayuntamiento en abril de 1939. A la mañana siguiente sus guardianes salieron boceando a la puerta de casa consistorial: «¡Se han ahorcado! ¡Se han ahorcado!»  (14)

Desde principios de 1937 hasta julio de 1948 en que se dio por terminado el estado de guerra, toda la maquinaria represiva recayó sobre la jurisdicción militar. En lugar del Código Penal, Franco aplicó el Código de Justicia Militar que, en su artículo 237, castigaba la “rebelión militar” contra el Gobierno de la República; es decir, que los sublevados castigaban por “rebelión” a los que habían permanecido leales al Gobierno constitucional. Una curiosa aberración legal que se llamó “justicia al revés”. En definitiva, se concedió prioridad a la jurisdicción castrense, con procedimientos sin ninguna garantía jurídica, sobre la ordinaria.

A fin de sustanciar los miles de sumarios incoados contra más de 280.000 detenidos, el régimen se vio obligado a crear multitud de juzgados militares, entre ellos Torrijos, Talavera, Toledo y Madrid, que se vieron totalmente saturados en los tres primeros años de la posguerra. Los consejos de guerra a que daban lugar las referidas denuncias eran casi siempre colectivos.

Muchos vecinos de Escalonilla fueron juzgados, condenados a muerte y su pena ejecutada por haber participado en los hechos antes narrados, ocurridos en aquel sangriento verano de 1936. Otros también serían sentenciados injustamente y pagaron justos por pecadores.

La lista aproximada de vecinos que fueron asesinados, antes y después de la constitución de los tribunales militares, ha sido confeccionada por el investigador local, V. Antonio López, y publicada en la red. Esta relación completa la facilitada en su libro por Pedro Francisco Asperilla Ciruelos y la que originaria de Jose María Ruiz Alonso.

 

 

 

 

(1) MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio: Segunda República y guerra civil en la comarca de Torrijos. 1ª parte. Toledo, 2005. Autoedición.

(2) El Castellano, 26 de septiembre de 1934.

(3) Libro de Actas del Ayuntamiento de Escalonilla, sesión de 4 de octubre de 1934.

(4) MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio: Segunda República y guerra civil en la comarca de Torrijos. 1ª parte. Toledo, 2005. Autoedición.

(5) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 2710, caja 5923, seguido contra Pedro Guio Hidalgo.

(6) Ibidem.

(7) Ibidem

(8) La Causa General, Archivo Histórico Nacional. AHN, Caja 237, Escalonilla.

(9) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 2710, caja 5923, seguido contra Pedro Guio Hidalgo.

(10) Libro de actas, sesión 28 de septiembre de 1936.

(11) ASPERILLA CIRUELOS, Pedro Francisco: Historia de Escalonilla (1936-1939). Autoedición, sin publicar. Toledo.

(12) Ibidem.

(13) V. ANTONIO LÓPEZ, Comentarios a Historia de Escalonilla (1936-1939), de Pedro Francisco Asperilla. Publicados en  internet.

(14) Libro defunciones del Registro civil. También en Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 210, caja 923, seguido contra Félix Fernández Molina.

ASPERILLA CIRUELOS, Pedro Francisco: Historia de Escalonilla (1936-1939). Autoedición, sin publicar. Toledo.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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