El Casar de Escalona (Toledo). Guerra Civil. Texto de mi novela «Una Memoria sin rencor»

En las calles de El Casar de Escalona todo eran carreras, precipitación, gritos de angustia y agresivas voces de cabos y sargentos ordenando tranquilidad. Órdenes y contraórdenes. Reinaba el desconcierto, y muchos vecinos son sacados de sus casas a punta de bayoneta. Los moros han abandonado su equipo completo, macuto y fusil, y se lanzan al pillaje. Delante de la iglesia en llamas había heridos, a los que nadie atendía, y decenas de muertos tumbados en el suelo. Algunos estaban boca arriba con la cara destrozada y la mayoría boca abajo, pero todos tenían los bolsillos vueltos del revés y les han quitado todo lo que llevaban de valor. Los moros habían dejado esparcidos por el suelo los objetos sin importancia —documentos, fotografías, estampitas de algún santo, cartas recibidas de algún familiar— y muchas carteras desvalijadas.

Un moro se paseaba por la calle con una sonrisa de oreja a oreja, exhibiendo su perfecta dentadura,  y con gesto triunfal mostraba su botín: un anillo y dos dientes de oro ensangrentados, un reloj y muchos billetes de dinero republicano.

—Yo estar rico, yo estar rico, paisa —reía Abdel.

Otros vecinos llegaron gritando a la plaza pidiendo que parasen de matar, mientras otros seguían amontonando cadáveres en la calle principal para que pudieran circular los vehículos. Por otro lado, llegaron un par de viejos que habían recorrido horrorizados medio pueblo, casa por casa. Un militar nacional en mangas de camisa, que parecía el jefe, alto y con bigote, con pistola al cinto y botas altas, parecía estar queriendo organizar aquello. Mientras aún se oían tiros de pistola, pum, pum, pum…

—¡Parad ya, joder! —gritaba—. ¡Putos moros!, ¡me voy a cagar en vuestra puta madre!


La foto de El Casar ha sido cedida por Roberto Félix.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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