
El Casar de Escalona (Toledo). Guerra Civil. Texto de mi novela «Una Memoria sin rencor»
En las calles de El Casar de Escalona todo eran carreras, precipitación, gritos de angustia y agresivas voces de cabos y sargentos ordenando tranquilidad. Órdenes y contraórdenes. Reinaba el desconcierto, y muchos vecinos son sacados de sus casas a punta de bayoneta. Los moros han abandonado su equipo completo, macuto y fusil, y se lanzan al pillaje. Delante de la iglesia en llamas había heridos, a los que nadie atendía, y decenas de muertos tumbados en el suelo. Algunos estaban boca arriba con la cara destrozada y la mayoría boca abajo, pero todos tenían los bolsillos vueltos del revés y les han quitado todo lo que llevaban de valor. Los moros habían dejado esparcidos por el suelo los objetos sin importancia —documentos, fotografías, estampitas de algún santo, cartas recibidas de algún familiar— y muchas carteras desvalijadas.
Un moro se paseaba por la calle con una sonrisa de oreja a oreja, exhibiendo su perfecta dentadura, y con gesto triunfal mostraba su botín: un anillo y dos dientes de oro ensangrentados, un reloj y muchos billetes de dinero republicano.
—Yo estar rico, yo estar rico, paisa —reía Abdel.
Otros vecinos llegaron gritando a la plaza pidiendo que parasen de matar, mientras otros seguían amontonando cadáveres en la calle principal para que pudieran circular los vehículos. Por otro lado, llegaron un par de viejos que habían recorrido horrorizados medio pueblo, casa por casa. Un militar nacional en mangas de camisa, que parecía el jefe, alto y con bigote, con pistola al cinto y botas altas, parecía estar queriendo organizar aquello. Mientras aún se oían tiros de pistola, pum, pum, pum…
—¡Parad ya, joder! —gritaba—. ¡Putos moros!, ¡me voy a cagar en vuestra puta madre!
La foto de El Casar ha sido cedida por Roberto Félix.
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