El Casar de Escalona en la Guerra Civil

EL CASAR DE ESCALONA

 La Causa General instruida por el ministerio de Justicia franquista, tras finalizar la guerra civil, para investigar los hechos delictivos cometidos durante la dominación roja, refiere que la noche del mismo 18 de julio de 1936 fue herido en un pie el teniente de artillería Enrique Muro Valencia. Sin embargo, esta información no es cierta y sólo evidencia la poca credibilidad que  merece la citada fuente (1)

Lo ocurrido fue, en verdad, que este militar casareño, a quien le sorprendió el golpe de vacaciones estivales, lejos de su cuartel de Leganés, salió por la calles de la población disparando al aire e intimando a los habitantes para que se sumaran al golpe. “Aquella noche el pueblo quedó en manos del teniente y unos primos que le secundaron”, declaró el vecino conservador Macario Rico Montero ante los tribunales militares por haber sufrido un disparo intimidatorio e involuntario del exaltado teniente Muro.(2)

Pero al día siguiente de iniciarse la sublevación militar, los miembros de la Casa del Pueblo retoman la situación creada por el señor Muro sin practicar detención alguna. Los militantes y simpatizantes del PCE en la villa establecieron su sede en el abandonado cuartel de la Guardia Civil. Por su parte, los miembros del PSOE ya estaban acomodados en un caserón próximo a la iglesia. Todos salieron a la calle para manifestarse contra la insurrección militar, incluidas Leonor y Celia Sabrido Valencia, la esposa y hermana del médico, Francisco Gómez López del Campo, maestras de profesión, que a pesar de su acomodada posición económica se “disfrazaron” por un día de milicianas con un mono ante el temor de sufrir represalias. El citado galeno fue nombrado presidente del Comité, pero a los pocos días cedió el cargo a Juan Pacheco López.(3)

Después de constituirse el primer Comité, entre cuyos miembros se encontraban los vecinos citados y Juan Valencia Aseisjas, procedieron  a dar una solución, junto con el alcalde Zoilo Laureano, a la situación creada por el teniente insurrecto que había dormido en su domicilio sin que nadie  le molestara, como así ocurrió en los días sucesivos. Entre todos los citados evitaron que un camión de milicianos forasteros se llevaran al señor Muro para darle muerte, por ello había que buscar la manera de que éste militar abandonara el pueblo.(4)

Por fin, la incertidumbre se disipó cuando el Ministerio de Guerra reclamó cinco días después, a instancia del alcalde, la presencia del militar en su acuartelamiento  de Leganés. Hasta dicha localidad sería acompañado por Zoilo Laureano, primer edil,  Baldomero Murcia, Macario Rico y Juan Valencia Aseisjas que conducía el vehículo que les transportó hasta aquella periférica villa madrileña donde prestaba servicios antes de la sublevación.

En el consejo de guerra seguido, al acabar la contienda, contra el chofer citado se le juzgaba por otras actuaciones ajenas a la antes relatada que, según el acusado, le fue impuesta por el alcalde por su condición de conductor profesional. En dicho proceso sumarísimo también compareció el teniente Muro en calidad de testigo. Éste relató ignorar si Aseisjas había ocupado el abandonado cuartel de la Guardia Civil a la fuerza o si había transportado en su vehículo a miembros del Comité, pero que el trato recibido por éste en su viaje a Madrid fue correcto. Y como luego se acreditó en el proceso que el imputado contribuyó a salvar la vida al cura párroco de la villa, la sentencia fue benevolente con él. (5)

No se cometieron asesinatos de derechistas en la localidad. Incluso el cura párroco Julián Moreno Covisa fue descubierto en su escondite y puesto en libertad. Otros dos sacerdotes casareños, que buscaron refugio entre sus paisanos, conservaron la vida sin grandes peligros. La propia prensa de la Diócesis de Toledo, que confirma lo anteriormente expuesto, atribuye a milicianos forasteros los daños ocasionados en la iglesia el día 14 de septiembre.

La razón de que en esta población no hubiera represión sangrienta contra la derecha local, a pesar de la actuación del teniente Muro, se debe al buen hacer del presidente del Comité, el médico Francisco Gómez López del Campo y del alcalde Zoilo Laureano, sin embargo este sería asesinado semanas después. De aquel galeno dijo el primer alcalde franquista, Justo Acuña Arroyo: “Durante los pocos días que fue presidente del Comité no se cometió delito alguno. Era una persona de orden, de ideología derechista, pero se vio obligado a apoyar simuladamente al Frente Popular para encontrar plaza de médico”. El propio acusado reconoció ante los tribunales militares que le juzgaron, junto con su esposa Leonor Sabrido, pertenecer al partido de Calvo Sotelo, Renovación Española, hasta que estalló la guerra. A su citado cónyuge le imputaban la responsabilidad de haber salido a las calles de El Casar de Escalona vestida de miliciana en los primeros días posteriores al golpe militar. La sentencia, dictada en marzo de 1940, fue benevolente para el presidente del Comité y “sólo” le condenó a seis años de cárcel. En dicha resolución se recogía expresamente que existen prueba de que “su actuación al frente del Comité evitó muchas muertes, en especial la del vecino Fibricio López Román que fue perseguido por milicianos forasteros”.(6)

Sería un mes después, en septiembre de 1936, cuando el la villa de El Casar apareció como noticia de primera plana en todos los rotativos nacionales con la llegada del Ejército de África a la misma. Se libró una batalla encarnizada entre nacionales y republicanos que no es objeto de nuestro estudio y ya ha sido publicada por el profesor casareño Juan Carlos Collado Jiménez.(7)

Solo resumir aquí que hasta el día 12 de este mes no comenzó a llegar a El Casar de Escalona el fuerte contingente de milicias republicanas, superior a 5.000 efectivos, que acamparon en la iglesia y proximidades. Entre este ejército se encontraba el batallón Pasionaria de Madrid y varias columnas de Guardias de Asalto que hicieron noche en Santa Olalla. Con ellos Rafael Alberti y Dolores Ibárruri, que arengó a las tropas en la santaolallera plazuela de la Fuente. También se pudo ver por allí, fotografiado con el poeta gaditano, al corresponsal de guerra ruso del periódico Estrella Roja, Ilya Eherenburg Después de unas horas de descanso, instalaron sus ametralladoras y demás armamento en los puntos estratégicos de El Casar de Escalona, mirando a Talavera, aguardando al enemigo que aparecería por esa zona oeste. El adversario se presentó por el lugar esperado el día 15 de septiembre, librándose una encarnizada batalla que causó muchas bajas en ambos bandos.(8)

No tardaría el pueblo casareño en quedar en manos nacionales, mientras las tropas republicanas retrocedían por sus calles y en cuya retirada se produjeron escaramuzas cuerpo a cuerpo y cargas con bayoneta. El Tambor de Regulares llegó con ansias de vengar a sus caídos hermanos de raza y decenas de milicianos quedaron aislados en la iglesia. Después de prender fuego a la única escalera de madera por la que se accedía a lo más alto de la torre, se sucedió un intenso  tiroteo. La gran mayoría de republicanos asediados en el templo optaron por el suicidio arrojándose desde lo más alto; otros siguieron disparando hasta morir acribillados o quemados. Mientras, los atónitos vecinos permanecían escondidos en sus casas. No obstante para algunos de éstos paisanos también habría represalia. (9)

En efecto, momentos después los moros hicieron valer su fama de sanguinarios y la emprendieron contra el vecindario. Sin distinción de ideología política, comenzaron a llamar a los domicilios de manera indiscriminada. Muchos de los que abrieron la puerta eran pasados por las armas hasta alcanzar la lista de 11 muertos. Ese fatídico 15 de septiembre,  también fallecieron, ajenos  a la masacre citada, otros tres vecinos: Timoteo García Medina, Felipe Fernández Dulce y Policarpo Murcia Escobar. Perdieron su vida en combate o víctimas del fuego cruzado que les sorprendió a la salida de sus domicilios. La entrada de las tropas moras de la Columna Castejón en El Casar de Escalona fue despiadada y sangrienta. (10)

El Ejército Republicano, tras la ofensiva citada, retrocedió hasta el paraje denominado Los Lugares, próximo a la vecina Santa Olalla, donde se alojaban sus mandos militares, ignorantes estos de que El Casar había sido abandonada inesperadamente por los nacionales. En efecto, el comandante nacional Antonio Castejón cedió las posiciones ganadas, tal vez temeroso de un contraataque enemigo o quizá porque todavía no consideraba la población tomada como un lugar seguro.

Los republicanos derrotados fueron advertidos por el casareño Amador Segovia de la retirada nacional y, a la vista del inesperado retroceso, el día 16 septiembre se retomó la plaza. El capitán Cabrera, perteneciente al ejército leal, llegó a caballo hasta dicha localidad. El regreso del citado oficial a El Casar fue aterrador. A su entrada, ya recogidos y trasladados al cementerio decenas de cadáveres, el enojado oficial se encontró con gran cantidad de crespones blancos que adornaban los balcones de la localidad en signo de gratitud a los militares nacionales. No obstante, los pocos vecinos que no habían huido continuaban temerosos ante los insultos del mando republicano que les amenazaba con estas palabras: “En este pueblo son todos fascistas”.

Las tropas nacionales tuvieron que esperar refuerzos y el 17 de septiembre se tomó definitivamente el pueblo. En el diario de operaciones del ejército nacional, se reflejó la ocupación de El Casar de Escalona «con 538 rojos muertos».

Pero pudieron ser unos treinta casareños más, entre ellos el veterinario santaolallero Tomás Rodríguez Gómez, los que habrían perdido la vida ante un ya dispuesto pelotón de fusilamiento. En ello influyeron los gritos de los vecinos que pedían clemencia a un oficial del ejército nacional para que evitara dicho atentado contra paisanos de ideología conservadora.(11)

Corresponsales de guerra y periodistas extranjeros acompañaban a las columnas africanas. Uno de ellos, John T. Whitaquer, se ganó la confianza de Yagüe, quien le ayudó a sortear los rígidos controles impuestos a la mayoría de los corresponsales de países democráticos. Solo les permitían llegar al frente una vez concluida la batalla y siempre escoltados por el jefe de prensa de Franco. Pero este redactor debió transmitir por error una noticia equivocada que el historiador Paul Preston ha transcrito en su libro El holocausto español:

 

“Nunca olvidaré el momento en que presencié la ejecución en masa de los prisioneros. Me encontraba en la calle Mayor de Santa Olalla cuando llegaron siete camiones cargados de milicianos. Los hicieron bajar y los amontonaron como a un rebaño. Tenían ese aspecto apático, exhausto y derrotado de los soldados que ya no pueden resistir por más tiempo el vapuleo de las bombas alemanas. La mayoría de ellos llevaba en las manos una toalla o una camisa sucia: las banderas blancas con las que señalaban su rendición. Dos oficiales de Franco les ofrecieron cigarrillos y algunos prisioneros se echaron a reír como niños acobardados al fumar su primer cigarro en varias semanas. De repente, un oficial me agarró del brazo y me dijo: «Es hora de marcharse de aquí». Frente a los amontonados prisioneros, unos 600 hombres, unos Regulares empezaron a montar sus ametralladoras. Los prisioneros los vieron igual que los vi yo. Temblaron al unísono cuando los que estaban en primera fila, enmudecidos por el pánico, retrocedieron, pálidos y con los ojos desorbitados, aterrorizados”. (12)

 

Pero esta información no es correcta. Las únicas atrocidades que se recuerdan en Santa Olalla son las ya citadas de El Casar de Escalona, donde el número de muertos en el campo de batalla sí pudo aproximarse a esa cifra de 600 republicanos. Alguien, Preston o Whitaker, debió confundir la localidad y la forma en que ocurrieron los hechos. En la comarca de Torrijos no se tiene constancia de una masacre en masa de esa magnitud.

Semanas después de haberse librado esta batalla fueron asesinados, sin juicio previo, tres vecinos: Anastasio Loarce Gómez, Acisclo Rozas Fernández y Juan Adeva Ramos. Los hechos ocurrieron junto a la ermita, de forma silenciosa, a manos de los falangistas canarios de la recién llegada Centuria de Arucas.

Es posible que también fueran asesinados en la localidad los casareños Mateo de los Santos Ramírez y su hijo Doroteo de los Santos Ajero, así como  Víctor Aseisjas Valdepeñas y  Anselmo Valencia Aseisjas, todos ellos ocurridos en estas fechas.

La propia Causa General confirmó que el concejal socialista Damián Carretero Santana fue ejecutado el 20 de octubre de 1936, sin juicio previo, en el puente del río Alberche, próximo a Talavera. Y es probable que en este mi día y lugar, también perdieran la vida Armando Segovia Alía y su hijo Primitivo Segovia Escobar, junto alguno casareño más. Sus cuerpos siguen aún desaparecidos. Tampoco apareció el cadáver del alcalde Zoilo Laureano y Damián Carretero Santana que fueron conducidos a la prisión de Talavera y nunca más se supo.(13)

 

 

(1)Archivo Histórico Nacional; AHN-M, La Causa General, caja 2.039/1, pza. 2ª, “El Casar de Escalona”

(2) Archivo General e Histórico de Defensa, sumario 53.779, Legajo 3140, seguido contra Francisco Gómez López del Campo.

(3) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 239, Legajo 154, seguido contra ambas hermanas, tras la denuncia formulada contra ellas por Lorenzo Quintario Bermúdez. La sentencia fue absolutoria para ambas por entender el tribunal militar que “eran personas afectas al Movimiento Nacional” y que la actuación de salir vestidas con un mono azul el 20 de julio del 36 fue un hecho aislado sin importancia.

(4) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 1001, Legajo 54, seguido contra Juan Valencia Aseisjas.

(5) RIVERA, F.J.; La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo(1936-1939); Editado por el Arzobispado de Toledo, año 1995., pgs 341 y ss.

(6) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 339, Legajo 454, seguido contra el médico Francisco Gómez López del Campo.

(7) COLLADO JIMENEZ, Juan Carlos: La Guerra Civil en Castilla La Mancha, 70 años después. Ponencia en el Congreso Internacional celebrado en Ciudad Real, p.411. Ediciones de la Universidad de Castilla La Mancha y D.N.O.M.: «Avance  Nacional de Talavera a Maqueda del 3 al 21”. AGMA.

(8) COLLADO JIMÉNEZ, Juan Carlos, Op. Cit, p. 415.

(9) COLLADO JIMÉNEZ, Juan Carlos, Op. Cit, p. 416.

(10) COLLADO JIMÉNEZ, Juan Carlos, Op. Cit, p. 452.

(11) MORENO NIETO, Luis: La provincia de Toledo, Imprenta Diputación Provincial de Toledo, 1960. En éste libro su autor se equivocó al referirse a qué bando pertenecían los soldados que formaban el pelotón de fusilamiento. El testimonio de los familiares del propio veterinario citado, Tomás Rodríguez Gómez, es inequívoco de que los militares eran tropas moras. En el mismo sentido, Vicente González Gómez, en su libro autobiográfico, Memorias de un cabo, página 6 indicaba.: «Había que temer a los moros… y mi primo Tomás Rodríguez estuvo a punto de morir por su culpa en un pelotón de fusilamiento.»

(12) PRESTON, Paul: El holocausto español, Op. Cit, p. 488. Tomado de Whitaker, We Cannot Escape History, pp. 111-112; Whitaker, «Preludi to World War: A Witness from Spain», Foreign Affairs, vol 21, nº 1, October, 1942, pp 105-106.

(13) COLLADO JIMÉNEZ, Juan Carlos, Op. Cit, p. 455.

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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