NOMBELA EN LA GUERRA CIVIL

NOMBELA EN LA GUERRA CIVIL

 

Si el alcalde socialista, Alejandro Martín Fernández, consiguió apaciguar los disturbios del 3 de mayo de 1936, ocurridos con ocasión de la celebración religiosa del Cristo de la Nava, también podría con la revolución que se le avecinaba a consecuencia del esperado golpe militar. En aquella fiesta primaveral, se difundió el bulo de que las juventudes socialistas estaban quemando la iglesia y el citado primer edil tuvo que poner orden.[i]

Cuando llegó la noticia de la rebelión, todos los afiliados a los sindicatos de izquierdas se concentraron en las Casas del Pueblo, o en los Ayuntamientos, para decidir qué hacer, sin ningún plan preconcebido. Como los campesinos se encontraban en plena recolección, decidieron no salir a trabajar a la siguiente jornada, a pesar de ser domingo. En 19 de julio de 1936, el alcalde convocó un pleno para expresar su repulsa a la insurrección. El acuerdo municipal, además, “ordenaba la recogida de armas de fuego para evitar que los vecinos pudieran sublevarse”. Después publicó un bando solicitando donativos para las fuerzas republicanas que marcharían al frente de batalla: unos regalan un gallo, una oveja, una vaca…[ii]

Como respuesta inmediata a la rebelión militar, en los últimos días del mes de julio de 1936, se formaron los Comités de Defensa del Frente Popular, también llamados Comités de Guerra o simplemente Comités, actuando por su cuenta, sin ninguna coordinación con el gobierno de Toledo. En Nombela, Ayuntamiento y Comité estuvieron regidos por jóvenes socialista que no habían ostentado cargo municipal alguno durante el periodo republicano.

En las últimas jornadas de julio de 1936, llegaron a Nombela las consabidas milicias forasteras con la lista negra, facilitada por el Comité local, con la intención de fusilar a los vecinos Jesús Pérez y Pelayo Jiménez (jefes de Falange), Manuel Rados (médico) y Enrique Moreno Gómez, que ya se encontraban detenidos. Pero el primer edil, líder de la izquierda, con la influencia que tenía sobre sus convecinos de la misma ideología, consiguió persuadir a todos de tan macabra intención. “¡No hay fascistas a los que asesinar en este pueblo!”, dijo con firmeza el primer edil socialista.[iii]

Lo que no pudo evitar el máximo mandatario fue que una compañía de Guardas de Asalto, camino del frente de Talavera, se alojara en la iglesia parroquial. Pero antes, todas las imágenes sagradas fueron recogidas en una habitación que clausuró con un cartel que decía: “Precintado por la alcaldía”.

Un hecho imprevisto hizo peligrar la vida del alcalde a manos de un destacamento del propio Ejército Republicano alojado en el pueblo. Ocurrió que una veintena de nombelanos se habían pasado a “zona nacional”, a través de la cercana localidad de El Casar siguiendo los mismos pasos seguidos días antes por una decena de guardias de asalto que optaron por desertar. Esta fuga encolerizó al máximo mandatario de las fuerzas republicanas, alojado en la vecina Escalona. Hasta aquí hizo venir al primer edil de Nombela para que le diera explicaciones de la fuga y, sobre todo, si seguía manteniendo sus argumentos de que no había fascistas en su pueblo. La disputa se resolvió, tras mediar el alcalde Escalona, con el encarcelamiento en ésta localidad de los familiares de las personas fugadas a zona nacional.[iv]

El día 7 de octubre la aviación nacional bombardea Nombela ante la alegría de los habitantes de su misma ideología. Pero hubo que esperar hasta el día 11 para que las tropas de Franco ocuparan la localidad. Como era habitual, nombraron una Comisión Gestora en el ayuntamiento presidida por Vidal Díaz y pronto comenzaron las detenciones y los ensañamientos con los vecinos izquierdistas que fueron privados de libertad en el pequeño calabozo municipal.

Habían transcurrido solo unos días desde la llegada de las tropas sublevadas a la deshabitada Nombela y ya se advertían los consabidos ánimos de venganza. Pero, ¿contra quién irá dirigida la represalia si casi toda la población había huido, y los que se quedaron no estaban implicados en delitos de ningún tipo?

En otras poblaciones, en los primeros días, no existió represión en caliente alguna convertida en forma de muertes; pero en Nombela sí. Los nuevos gobernantes no quisieron esperar hasta la constitución de los tribunales militares a principios de 1937, y comenzaron las ejecuciones sin juicio previo. La mayoría de las muertes anteriores a la creación de dichos órganos, no quedaron registradas en ningún lugar. Esa oleada de terror dejó a cientos de vecinos soterrados en las cunetas, en las tapias de los cementerios o allí donde caían abatidos. Cualquier sitio era bueno para matar y abandonar los cadáveres.

El todavía primer edil, Alejandro Martín, que permaneció en el pueblo con la conciencia tranquila, salió de la cueva en la que permanecía escondido y se dirigió al Ayuntamiento con su bastón de mando en la mano. Ante las autoridades militares expuso: “Vengo a entregarles el bastón limpio de sangre, con la esperanza de que ustedes lo conserven igual”. Pero su detención fue inmediata. Ese mismo día, según escribe su propio hijo Julián Martín, en un libro autobiográfico, fue torturado en el corral de Emilia Delgado. Después, trasladado con el resto de detenidos, entre los que se encontraba su hermano Cesáreo, y allí permanecieron hasta el 23 de octubre.[v]

Este mismo día, de madrugada, el alcalde, junto a su hermano y otros nueve vecinos más  fueron conducidos en un camión hasta las tapias del cementerio de Escalona donde fueron fusilados, sin juicio previo, Pero uno de ellos, Ramón Díaz González consiguió sobrevivir, aunque días después sería detenido y asesinado en el pueblo de Almorox. Así relata la hija de Ramón Diaz González, Josefina Díaz Díaz, el destino de su padre:

 

Un pelotón de fusilamiento de militares nacionales disparó contra los once vecinos, entre los que se encontraba mi padre. Pero éste sólo cayó herido, simulando estar muerto. Como no hubo “tiro de gracia”, se marchó campo a través hasta el Cerro Berrocal, próximo a Nombela. A los pocos días, mi abuelo fue sorprendido en un camino por su malherido hijo y, en principio, pensó que era un fantasma.

Pero la alegría duró poco. Mi abuelo fue torturado para que confesara el paradero de su hijo, pero no le delató. Como fue sometido a una estrecha vigilancia, dejo de llevarle comida al monte. Por ello, fue un pastor de Aldeaencabo, llamado Trini “Virulento”, quien le suministró comida durante algunos días. Después, al intentar pasarse a zona republicana, fue detenido en un control y asesinado en el pinar de Almorox.

 

La purga fue dramática en el mundo rural, donde las intensas relaciones personales propiciaron el afloramiento de viejos litigios, riñas familiares y pasionales, mezclados con el odio político y de clase, con la sed de venganza de unos familiares que acababan de perder a sus seres queridos. Para que la cosa fuera más limpia y los inductores de los asesinatos quedaran en el anonimato, en muchos casos se reclutaba a paramilitares armados o falangistas canarios y andaluces para que realizaran el trabajo sucio. Así, dos jóvenes vecinos de la villa, Isidoro Baratas Duce y Julián Santos Yángüez, abandonaron Nombela a la vista del cariz de los acontecimientos y pasaron unos días ocultos en la finca Pantadul. Sin embargo fueron apresados, conducidos y ejecutados en Talavera.

El hijo del alcalde asesinado, Julián Martín Fernández, de profesión peluquero en los años que estamos relatando, lo narra así en su libro:

 

El día 28 de noviembre de 1936 más de 30 mujeres de Nombela son llamadas al cuartel local de la Falange, cuyos jefes dieron orden de rapar sus cabezas. Me obligaron a cortar el pelo al cero a todas, con un mechón en la coronilla para después colocarlas unas plumas de gallina. Acto seguido, las obligaron a beber un vaso de aceite de ricino para iniciar un desfile por las calles de la población. Abriendo la marcha, a modo de guía, Nicolás Gómez, “El Peces”, tocaba una corneta para advertir de su presencia. Le seguían sus hermanas María y Carmen, Saturnina Boadilla y su hija, Paula, Sixta Gómez, Escolástica Gómez, Manuela Díaz, Julia González, Jacinta Gómez, Eustaquia Martín y un largo etcétera.

 

           Una vez creados los tribunales militares, a principios de 1937, sería a ellos a quienes se les confió la justicia penal, sea cual fuere la naturaleza del delito. En los consejos de guerra los fiscales eran nombrados libremente por el general jefe del Ejército y el acusado no tenía libertad para elegir abogado, puesto que era obligatorio que también fuera militar, lo que suponía una absoluta limitación al derecho de defensa del imputado.

Decenas de residentes que nunca habían destacado por sus intervenciones públicas, o eso pensaban ellos, fueron víctimas de estos tribunales. Porque al amparo de este nuevo orden sin ley, bastaba con que algún vecino denunciara que esa persona había sido miembro de la Sociedad Obrera, celebrado triunfos republicanos en las elecciones o era, simplemente, elemento significado y contrario al Movimiento Nacional, para ser juzgado por estos hechos.

Aunque los procesos judiciales sólo se iniciaban a instancia de una denuncia previa, en la práctica se dio vía libre a odios personales y de vecindad. Nadie estaba seguro de nadie y todos se hallaban expuestos a las denuncias con fundamentos muy peculiares.

Un solo consejo de guerra en Nombela, antes de terminar la contienda, incoado en el año 1937, sirvió para sentar en el banquillo a varios vecinos, algunos de los cuales fueron condenados a muerte. El 5 de mayo de 1937 fueron fusilados en Talavera Tomás Gómez Prieto junto con Gregorio Díaz Díaz y Mariano Jiménez Mendiondo. El vecino de Nombela, Anastasio Gómez Prieto, relata el destino de su hermano:

 

           Cuando estalló la guerra vinieron milicianos forasteros a buscar a los ricos de Nombela con el fin de matarlos. Pero los de izquierdas del pueblo les amenazábamos con romper las ruedas de los coches para que no salieran. ¡Y luego, mira! Al alcalde del pueblo, Alejandro Martín Fernández, le asesinaron nada más llegar los militares nacionales. También ejecutaron a mi hermano Tomás Gómez Prieto. Siempre que miró al monte El Berrocal me acuerdo de él. Tenía un fusil escondido en ese cerro, que está a la entrada de Nombela, y cuando entraron las tropas nacionales se refugió en el campo. Pero mi padre se equivocó. Fue a convencerle para que entregara el arma que tenía para hacer guardia en el Centro Obrero. Le llevaron a Talavera y en 1937 le fusilaron, junto con Gregorio Díaz Díaz y Mariano Jiménez Mendiondo.[vi]

 

[i]. MARÍN FERNANDEZ, Julián: Episodios de Nombela, pág. 23., sin publicar. Amplio relato sobre la guerra civil en Nombela, escrito por el citado hijo del malogrado alcalde republicano.. Aquí nos cuenta como el 3 de mayo de 1936, día, en el que se celebraba la fiesta religiosa del Cristo de la Nava, coincidiendo con una asamblea en la Casa del Pueblo, cuando todos los feligreses se encontraban en la iglesia parroquial, alguien difundió el bulo en el templo de que los socialistas estaban planeando quemar la Iglesia. Los nervios y la confusión reinó en la localidad durante unas horas, hasta que el jefe de Falange, Jesús Pérez, gritó: “Ha llegado la hora! ¡Vamos a quemar el Centro Obrero!”; comenzando así una pelea entre los dos bandos que finalizó de manera inmediata. El alcalde, arrodillado, con los brazos en cruz, rogó a todas las partes que cesara la disputa.

[ii]. Libro de actas, sesión 20 de juilio de 1936.

[iii]. Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 8994 y Legajo 229 , seguido contra Tomás Gómez Prieto.

[iv]. MARÍN FERNANDEZ, Julián: Episodios de Nombela, pág. 29.

[v]. MARÍN FERNANDEZ, Julián: Episodios de Nombela, pág. 31. Estos fueron todos los asesinados ese día : Alejandro Martín Fernández(alcalde), Cesáreo Martín Fernández (concejal), Crescencio Yangüez Baratas, Donato Sánchez, Felipe Delgado García, Acisclo Díaz Gómez, Félix Recio Prieto, Benito Alonso, Urbano Muñoz. El número once, Ramón Díaz González.

[vi] Archivo General Militar de Madrid. AGMM. Sumarios 8994 y Legajo 229 , seguido contra Tomás Gómez Prieto.

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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