Las conspiraciones al golpe de estado del 18 de julio de 1936

Las conspiraciones al golpe de estado del 18 de julio de 1936

 

La dirección política de la CEDA y su principal responsable, Jose María Gil Robles, estuvieron al tanto de los preparativos de la conspiración militar que dio origen a la Guerra Civil, como lo puede apreciar en nuestros libros. Sin embargo, para Juan J. Linz, “todo el quinquenio que duró la Segunda República puede ser considerado como  declive ininterrumpido de fuerzas desleales para desestabilizar el régimen”. Así, las sucesivas crisis políticas que precipitaron el final del segundo bienio tuvieron un significado sesgo golpista. También, el 1 de octubre de 1935, Gil Robles tuvo que apaciguar a las Cortes debido a los rumores que corrían acerca de un golpe militar, pero dos días después Martínez Barrios interpeló al Gobierno sobre el tema, y Alcalá-Zamora, que conocía los contactos de Fanjul con la UME, mandó vigilar las andanzas del líder de la CEDA. De hecho, este no disuadió a Fanjul de iniciar el golpe de estado, sino que le encargó consultar con el jefe del Estado Mayor Central, general Franco. El resultado fue que el primer ministro, Manuel Portela, mantuvo a Franco en el Estado Mayor, pero destituyó a Fanjul, Goded y Varela.[i]

Otra intentona golpista se desarrolló al conocerse el resultado de las elecciones de febrero de 1936, como ya se dijo en el capítulo anterior. Durante esta la jornada electoral, Fanjul envió instrucciones para que la tropa de la guarnición de Madrid se acuartelara atenta a la acción, pero el resultado no fue positivo. Las presiones sobre Portela y su Gobierno para que proclamase el estado de guerra fueron intensas: a las conminciones de Gil Robles se unieron las de Franco y más tarde las del propio Niceto Alcalá-Zamora.[ii]

Sin embargo, sería el general Mola, tras constatar la ineficacia de la UME, quien asumió la dirección de la conspiración en los últimos días de abril de 1936. El golpista Sanjurjo, desde Portugal, le nombró representante suyo y el “Director” se encargó de la organización enviando “instrucciones reservadas”. Así pues, a inicios del verano de 1936 convergieron tres tramas  militares distintas: la UME en numerosas guarniciones, la Junta de generales que operaba en Madrid y la conspiración organizada por Mola desde Navarra.

Ante las acusaciones sobre la implicación de la CEDA en la conspiración, Gil Robles dirigió al ministro de la Gobernación una nota donde tachaba de falsas esas afirmaciones y reiteraba su intención de actuar dentro de la legalidad. No obstante, en 1942 reconoció por carta el fracaso de la táctica legalista de la CEDA y su apoyo a una “solución militar” que entonces le parecía legítima. Su colaboración no se redujo a la entrega a  Mola de medio millón de pesetas, sino que también medió entre éste y Fal Conde para propiciar la intervención del carlismo en el movimiento sedicioso.[iii]

Así pues, el golpe del 18 de julio no fue solo obra de militares sino también de civiles. Existió la citada organización militar secreta denominada Unión Militar Española (UME) destinada a planificar el complot, mucho antes de las elecciones de febrero de 1936. Recientemente, el historiador Ángel Viñas ha sacado a la luz contratos firmados con los italianos, 17 días antes del golpe, para el suministro de 40 aviones y mucho más armamento. Estos documentos, firmados en Roma por Pedro Sainz Rodríguez, están redactados en italiano y eran hasta ahora desconocidos e inéditos, pese a encontrarse olvidados en archivos españoles. También José Antonio Primo de Rivera acabó aceptando la participación en el complot, tras comprender que una inhibición en el mismo supondría la definitiva desaparición de Falange como grupo político organizado. A partir de ahí, la sucesión de agresiones recíprocas entre ambos bandos culminaron con las muertes del teniente Castillo y del diputado Calvo Sotelo.[iv]

El último de los grandes tópicos sobre la violencia del Frente Popular es que el golpe de estado fue ineludible, y estuvo basado en una situación de necesidad justificada in extremis por la existencia de un plan golpista de carácter comunista o como respuesta inmediata a la oleada de indignación despertada por el asesinato de Calvo Sotelo. Esta argumentación, en opinión de Cobo Romero, queda seriamente en entredicho ante la evidencia de que un sector del Ejército barajaba la posibilidad de derrocar el régimen democrático desde mucho antes de la llegada al poder del Frente Popular, como ya está quedando expuesto. Y difícilmente se podía acabar con ninguna revolución, puesto que esta no existía. Lo que realmente perseguía la insurrección militar era la supresión de todas las reformas económicas, sociales y culturales que la democracia republicana había iniciado en 1931.[v]

Sublevación militar en Toledo

Los funerales en honor de Calvo Sotelo, celebrados en Toledo el día 17 de julio, sirvieron para ultimar los detalles de la sublevación en la capital. En la vivienda de la familia Barber, cuñados del líder asesinado, y en la sede de Renovación Española, los dirigentes provinciales  concluyeron sus preparativos. En opinión de José Mª Ruiz Alonso, el hombre clave de la conspiración civil en Toledo fue Silvano Cirujano, jefe provincial de Acción Popular Agraria. Este comandante retirado, después designado por el general Moscardó como jefe del grupo civil encerrado en la fortaleza, mantuvo estrechas relaciones con los mandos militares y la Comandancia de la Guardia Civil. La sede central del citado partido, muy próxima a Zocodover, se convirtió en el epicentro de la conspiración civil y de allí salieron la mayoría de los voluntarios que se encerrarían en el Alcázar.[vi]

Resultó determinante para el triunfo de la sublevación la postura unánime de los mandos de la Benemérita. El núcleo de la trama militar, dirigido por el teniente coronel Pedro Romero Basart, radicó en la Comandancia Provincial de la Guardia Civil de Toledo. Todos los comandantes de puesto de los cuarteles  habían recibido un sobre lacrado, con instrucciones precisas para marchar hacía el Alcázar de Toledo, que sólo deberían abrir cuando recibieran la consigna: “Siempre fiel a su deber”. La historiografía discrepaba en cuanto a la fecha de su emisión pero no respecto del artífice del mismo. El propio interesado, R. Basart, confirmó años después la autoría en su  hoja de méritos, y que fue en la mañana del día 18 de julio cuando personalmente ordenó su apertura a los puestos locales.[vii]

De esta forma, todos los cuarteles de la Guardia Civil de la provincia quedaron clausurados tras la marcha de sus ocupantes a Toledo. En algunos casos, como La Puebla de Montalbán, se entregaron las llaves del recinto militar al alcalde de la localidad, socialista en esta ocasión. Esto supuso una clara ventaja para los partidarios del Frente Popular que dominaron y gobernaron, sin esfuerzo alguno,  la comarca de Torrijos en los más de sesenta primeros días de guerra civil.[viii]

El domingo 19 de julio comenzaron a llegar los guardias civiles de los pueblos, la mayoría con sus familias, para refugiarse en el Alcázar. No ocurriría así con la esposa y dos hijos del coronel que permanecieron fuera de la fortaleza, siguiendo órdenes del coronel Moscardó. Esta decisión, difícilmente comprensible, no ha recibido una explicación coherente y unificada por la historiografía pro-franquista. Las cartas remitidas durante el asedio por el militar a su cónyuge, son un fiel reflejo del arrepentimiento de tan polémica determinación que acabó con la vida de su hijo Luis. Es posible que el coronel tuviera plena confianza en el triunfo inmediato de la sublevación, lo que explicaría aquella arriesgada decisión.

Aunque la Iglesia no participó como tal en los preparativos del levantamiento, el gran partido católico estaba plenamente integrado en la conjura. Sin embargo, con el estallido del conflicto, la mayoría de los religiosos y fieles católicos se apresuraron a apoyar a los militares rebeldes. Por ello, no resulta sorprendente el decidido apoyo de la Iglesia católica y del Vaticano a la causa rebelde durante la Guerra Civil. En opinión de Francisco Cobo, los gobernantes republicanos no supieron anteponer la consolidación de la República a los deseos de ajustar cuentas contra el anterior confesionalismo. El gran error de los gobiernos de la época fue no intentar soluciones imaginativas como las ensayadas en Francia para evitar enfrentarse a la gran mayoría de católicos y su enorme fuerza movilizadora.[ix]

La Segunda República debe entenderse como un proyecto inacabado, frustrado, incompleto, si bien algunos historiadores lo han tildado de fracaso o de oportunidad perdida. La imagen y la memoria de la República  han ido indisolublemente unidas a la de su etapa final: la Guerra Civil. Y es cierto que la enormidad del drama de la contienda ha cubierto por largo tiempo la historia de aquella colmándola de adjetivaciones como el “preludio de la Guerra Civil” o “el último disfraz de la Restauración”. Sin embargo, la República había capeado muchas crisis y proseguido su andadura a pesar de los levantamientos anarquistas de 1931-1933, de las continuas conspiraciones involucionistas (incluido un golpe de estado fracasado en 1932) o la revolución de Octubre de 1934. E incluso sobrevivió durante casi mil días al golpe militar del 1936.[x]

 

 

 

[i]. GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo; COBO ROMERO, Francisco; MARTÍNEZ RUS, Ana; SÁNCHEZ PÉREZ, Francisco: La Segunda República Española, Pasado&Presente, Barcelona, 2014. pp  724 y ss.

[ii]. Ibidem.

[iii]. Ibidem.

[iv]. Viñas, Ángel y otros: Los mitos del 18 de julio, Crítica, Madrid, 2014, p.9.

[v]. Ibidem.

[vi]. Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 234 y ss.

[vii]. Ruiz Alonso, José María: La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo (1936-39), Biblioteca Añil, Almud ediciones de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 2004, p. 239 y ss.

[viii]. MARTÍN DÍAZ-GUERRA, Alfonso; La Segunda República y Guerra Civil en La Puebla de Montalbán, Ayuntamiento de la Puebla de Montalbán, Toledo, 2005,  página 74.

[ix]. GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo; COBO ROMERO, Francisco; MARTÍNEZ RUS, Ana; SÁNCHEZ PÉREZ, Francisco: La Segunda República Española, Pasado&Presente, Barcelona, 2014. pp  724 y ss.

[x]. Ibidem.

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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