Almorox en la Segunda República y Guerra Civil

ALMOROX

 Segunda República.

En esta villa no se dieron grandes desigualdades en el reparto de la tierra. Las propiedades eran de pequeña superficie, improductivas, de monte bajo y pinares. En consecuencia, las primeras leyes agrarias que promulgaría la Segunda República no provocaron  excesivos conflictos sociales y laborales a sus 2.834 habitantes. Además,  el Ayuntamiento era el mayor titular de fincas rústicas con más de 1.500 hectáreas. Estos bienes comunales estaban distribuidos en parajes tan conocidos como Valdeoliva y La Labranza, donde se encontraba el tradicional Vado Campuzano.

Casi toda la sociedad, incluido parte del Ejército, estaba en contra del régimen político caduco que suponía la Dictadura de Primo de Rivera,  iniciada en 1923 con un golpe militar consentido por el rey Alfonso XIII.

Este agotado sistema de gobernación estaba representado en Almorox por Martiniano Silván Parro (1893-1967). Fue el último alcalde de la monarquía  y primero de la Segunda República, si bien este cargo lo ejerció durante solo dos meses porque no fue elegido por sufragio universal. Ocurrió que en los pueblos pequeños las elecciones no tuvieron un marcado cariz político, sino más bien administrativo. De ahí que en muchos Ayuntamientos los concejales fueran nombrados por el artículo 29 de la ley electoral. Se presentaban igual número de candidatos que de concejales correspondían al municipio y ya no era necesario votar, como ocurrió en Almorox.

Este primer edil se postuló a las elecciones del 12 de abril de 1931 en compañía de los mayores hacendados de la localidad, como Marcelino Escudero Rodríguez. Estos viejos dinásticos tenían como únicos  rivales políticos a la candidatura republicana-socialista que, después de tantos años de dictadura, también aspiraba a aproximarse a la Corporación. Pero su líder, Pedro Peña Adrada, era aún inexperto y no había nacido en Almorox. Ignoraba los entresijos de la política municipal porque durante la anterior etapa absolutista no tuvo oportunidad de acceder al Ayuntamiento.   Pero, como en tantos pueblos de la provincia, no se celebraron elecciones y los candidatos se trasformaron en concejales. Al ser los conservadores mayoría, designaron como alcalde a Martiniano.

La población de Almorox vivió la proclamación de la Segunda República con gran expectación y la bandera tricolor ondeó en el balcón de su monumental Ayuntamiento construido en 1799, bajo el reinado de Carlos IV. Junto a la esplendorosa Picota que adorna la plaza, construida en 1566 al ser declara villa Almorox, se profirieron gritos de ¡fuera el Rey! Lejos, y en el olvido,  quedaba atrás ya aquel 7 de marzo de 1905 en el que el recién coronado Alfonso XIII visitó circunstancialmente Almorox. A consecuencia de una avería en su coche, el monarca pudo disfrutar del llamado “Domingo Gordo” que con tanta solemnidad aún conmemora la Hermandad Soldadesca del pueblo. El joven soberano quedó maravillado de la ancestral tradición, bajo cuya presencia se celebró la subasta del Ramo.

Así pues, durante las primeras semanas, Almorox fue gobernado por el terrateniente monárquico citado. Pero las exigencias del nuevo régimen obligaban a abolir todos los vestigios ideológicos de la dictadura, en la que su padre, Martín Silván, también gobernó la Corporación almorojana. El cambio de régimen de Monarquía a República trajo consigo una modificación de actitud en muchos que habían sido monárquicos hasta las elecciones del 12 de abril de 1931. Pero ya era tarde para ello porque la población no quería un mandatario con reminiscencias absolutistas.

Por estas y otras razones de fraude electoral se convocaron nuevos comicios municipales, a celebrar el 31 de mayo de 1931, en aquellos Ayuntamientos en los que se habían producido irregularidades. Ante el aluvión de reclamaciones presentadas, el ministro de Gobernación Miguel Maura, decidió el nombramiento de comisiones gestoras.

En tan solo unos días, Martiniano Silván Parro encontraría una firme oposición a través de su adversario político más firme, Pedro Peña Adrada (1897-1956) próximo al Partido Republicano Radical Socialista. Era natural de Paredes de Escalona y llegó a Almorox en 1929 para contraer matrimonio con la almorojana Irene Adrada.

A mediados de mayo 1931, Pedro Peña se sirvió del periódico de su partido en Toledo, Renovación, para formular quejas contra Martiniano Silván y Marcelino Escudero. Acusaba al primero de la negligente actuación en su época de tesorero del Sindicato Agrícola Católica de haber compatibilizado el cargo de juez y alcalde. También reclamaba  el importe del precio, 30 pesetas,  de un árbol talado, en “El Pinar”, por el padre de Martiniano y que posteriormente fue subastado para leña. Además exigía mayor control sobre el presupuesto municipal. (4)

La contundente réplica a las citadas imputaciones, del todavía primer edil republicano, Martiniano, no se hizo esperar. En un artículo de prensa publicado en el diario católico El Castellano, se explicaba así:

 

“Mi padre no taló ningún árbol en “El Pinar” y mucho menos se apropió de él. Un guarda lo encontró caído y lo depositó en el único lugar disponible propiedad de mi progenitor. Se tiene pedida autorización para la subasta, de cuyo precio se descontarán 30 pesetas  que costó su acarreo. ¿Dónde está la mala actuación, siendo que se solicitó la subasta antes que la denuncia?

En cuanto a mi designación como juez durante unas elecciones, no considero necesario detenerme en esto demasiado. Solo decir que consulté la ley orgánica del Poder Judicial y a la ley electoral, y a ellas me acogí. Fui tesorero y por razones de salud, pero después me obligaron a dimitir. Presenté mis cuentas ante la junta directiva y resultó un desfase de solo 180 pesetas de un movimiento de 50.000 pesetas. Después se justificaron y se aprobó la liquidación.

En cuanto a las críticas de mi concejal Marcelino Escudero, ignoro si existe alguna incompatibilidad con su cargo concejil, pero teníamos necesidad de personas con capacidad para administrar el pueblo.

Parece insinuarse que no soy partidario de la revisión de cuentas, pero no es cierto. Como sabrán, sin ser rico, ni cosa parecida, me disponía a pagar personalmente la parte proporcional que pudiera devengar la inspección, al carecer de presupuesto municipal.

Para terminar les diré, que reconozco el cargo de alcalde como una carga que se sobrelleva sin orgullo de mando y el cual pongo a su disposición del pueblo y de la superioridad.

No debería decirlo, por modestia, pero ¿quién se ocupó de las escuelas? ¿ quién de la higiene pública? ¿ quién dispuso de mejor vigilancia sobre la policía de abastos? ¿quién ha llevado siempre una miras altruistas en pro del mejoramiento local?”

 

En este cruce de acusaciones de prensa, en plena campaña electoral, evidencian la rivalidad existente entre los dos personajes más influyentes durante la Segunda República en Almorox. Entre ambos se intercambiaron el bastón de mando municipal en dos ocasiones, y los dos sobrevivieron hasta bien avanzada la posguerra.

A este ya nuevo primer mandatario, presidente de la comisión gestora, Pedro Peña,  le ocurrió en 1931 lo que a tantos miles de españoles tras la proclamación  de la Segunda República. No quiso quedarse fuera de juego ante las nuevas circunstancias, pero la precipitación y el entusiasmo popular del 14 de abril, le llevó a tomar decisiones políticas desacertadas de las que luego se arrepentiría.

El republicanismo parecía una epidemia política que no se detenía ante nada ni ante nadie. Fue un movimiento político y cultural que aspiraba a integrar al pueblo en un sistema de gobierno democrático. Concejales y alcaldes monárquicos, empresarios, artistas, toreros y escritores, por aquello de seguir la moda, decían beber los vientos de la Segunda República. La perplejidad y el vértigo del cambio político llevaron a la clase más conservadora a buscar soluciones audaces e imaginativas, como ocurriera en Almorox con Pedro.

Ningún miembro de la familia Peña apoyaban las decisiones políticas de Pedro, entre ellas, la de afiliarse a U.G.T., así como a un partido de nueva creación cuyo ideario distaba mucho, sobre todo en el aspecto religioso, del sentimiento del clan de empresarios originarios de Paredes de Escalona. Aunque las directrices de la saga las marcaba siempre “el tío”, Braulio Peña, terrateniente monárquico de Paredes de Escalona, Pedro no escuchó sus consejos. Decidió acercarse a una formación política de nueva creación plagada de intelectuales y empresarios: el Partido Republicano Radical Socialista (PRRD). (6)

Este grupo político al que pertenecía el primer edil, que a pesar de su nombre era muy moderado, estaba formado por clases medias y bajas, con una gran presencia de  comerciantes, industriales u obreros. Muchos de sus dirigentes provinciales utilizaron el semanario  Renovación como tribuna y entre los miembros de su cúpula abundaron los masones. El PRRS tenía un claro competidor en el grupo de Manuel Azaña (ya que su ideario político era muy parecido). En las elecciones de 1933 el partido de Pedro Peña obtuvo unos malos resultados nacionales y tuvo como consecuencia su desaparición, pasándose sus líderes a otras formaciones políticas de centro izquierda.

Pero sería Pedro Peña Adrada el político más querido por izquierda moderada almorojana durante el primer periodo de la Segunda República. Después pasaría a engrosar las filas de la formación de Manuel Azaña, Izquierda Republicana. Gozaba de una gran popularidad al propietario del famoso bar «El Águila», lugar de centro y reunión de republicanos almorojanos, en la misma plaza de la villa. En esta amplia taberna se dieron mítines a cargo de políticos del PRRS venidos de Madrid. Y cuando el aforo era más numeroso, las asambleas políticas se celebraban en un amplio garaje de la avenida de la  Estación, también propiedad del alcalde. Igualmente era titular de un molino de aceite y una contrata del autobús de la línea Almorox-Pelahustán. Estuvo al frente del Ayuntamiento desde junio de 1931 hasta finales de 1933, en que fue sustituido por el derechista Martiniano Silván. Durante este espacio de tiempo cambio las calles de nombres del viejo régimen, por otros que honraban a personas de populares por aquel entonces, especialmente por aquellos que se habían significado por la sublevación de Jaca. También organizó la Casa del Pueblo, nombrando como presidente a Eulogio Hurtado, una persona de su confianza, que después de la guerra huyó al extranjero. (8)

El mayor número de personas vivía del campo y los jornaleros de Almorox ya estaban agrupados en torno a su Sociedad Obrera. A los pocos días de ser implantada la Segunda República se promulgó el decreto de Términos Municipales, disposición que establecía la obligación patronal de contratar preferentemente a los obreros locales. Esta legislación beneficiaba a los braceros de los pueblos con mayor superficie de término municipal, pero en Almorox pasó casi desapercibida.

La normativa que sí afectó a los trabajadores del pueblo fue el decreto de Arrendamientos Colectivos, de 19 de marzo de 1931. El Ministro de Trabajo, Largo Caballero, intentó atajar el problema agrario con la citada disposición. Se establecía que las sociedades obreras legalmente constituidas podían concertar un contrato de arrendamiento colectivo, recibiendo ayudas económicas y técnicas. Pero la Sociedad Obrera de Almorox se quedó al margen de la colectividad de la extensa finca El Alamín.

El nuevo gobernador de Toledo, Manuel Asensi Maestre, tomó posesión de su cargo con  un nuevo conflicto: el asalto de la finca El Alamín. Según narraba El Castellano, en octubre de 1931, fue perpetrado por un grupo de más de cien jornaleros armados con escopetas y hoces, vecinos de Portillo de Toledo, capitaneados por Mariano Mora López. Para su contención fue precisa la concentración de las fuerzas de la Benemérita de Méntrida, Almorox, y Santa Cruz del Retamar.

Ese 27 de septiembre de 1931, se detuvieron a 70 personas que fueron puestas en libertad ante el temor de amotinamientos en pueblos vecinos. Esta misma finca, propiedad del duque de Güel, también fue asaltada al mes siguiente por obreros de Almorox. Aquellos incidentes fueron muy censurados por los socialistas, porque se daba la circunstancia de que la extensa finca era explotada en arrendamientos colectivos por numerosas familias modestas, perteneciente a las sociedades obreras de Méntrida, La Torre de Esteban de Hambrán, Santa Cruz del Retamar y Quismondo.

La prensa socialista, a través del Heraldo de Toledo, de fecha 10 de octubre de 1931,  criticaba en portada al citado gobernador y a la actitud de la Guardia Civil:

 

“A los campesinos que se les ofreció pan y cultura con la República, hasta ahora no se les ha dado más que encarcelamientos y balazos. Los campesinos, que están hambrientos, van a terminar con su hambre a tiros y a sablazos de la Guardia Civil. ¿Terminará esto algún día? ¿Vendrá alguna vez un Gobernador que haga  comprender a la Guardia Civil que su misión no tiene por objeto la caza del hombre? ¿O es que, como ahora ya no cazan los aristócratas, este deporte se le ha encomendado a la Guardia Civil?

 

Este artículo era replicado el 15 de octubre de 1931, por El Castellano, a través de su corresponsal de La Puebla de Montalbán:

 

“Siempre la Guardia Civil, desde que la fundara el Duque de Ahumada, ha sido objeto de hostilidad por parte de los transgresores de la ley. Es natural que la combatan aquellos cuyos designios encuentran el obstáculo de la  legalidad defendida fielmente por un Cuerpo que es esclavo de su deber. Ahora la hostilidad se ha extendido a otro género de infractores que, como aquellos otros delincuentes de toda la vida, la ultrajan y calumnian. La Guardia Civil, ahora como siempre, ha defendido el derecho de propiedad y no puede permitir que las haciendas de los ciudadanos pacíficos sean violentadas como está ocurriendo recientemente en nuestra comarca”

 

 

Las segundas elecciones parlamentarias de la República se celebraron el 19 de noviembre de 1933, bajo los auspicios de una nueva Ley Electoral que permitió votar a las mujeres por primera vez en España. Se produjo el cambio de gobierno en el sistema republicano español que duró hasta 1935. El periodo comprendido entre septiembre de 1933 y la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 es conocido por la izquierda española como el bienio negro. Por el contrario, para la derecha fueron los momentos de mayor auge económico y menor conflictividad social en la nación. Pero lo cierto es que fue una etapa de luces y sombras que, cuanto menos, interrumpió seriamente el proceso modernizador  iniciado en abril de 1931. A este segundo bienio se le suele bautizar como contrarreformista y su deseo siempre fue revisar la legislación del primer bienio, en particular aquella que consideraban de inspiración socialista.

La caída del gobierno en septiembre de 1933 no se debió a una pérdida de la mayoría parlamentaria, sino a una maniobra muy polémica de Alcalá Zamora, como otras tantas decisiones suyas. Pero esto no es objeto de nuestro estudio. Solo decir aquí que a partir de esa fecha la fuerza dominante en el Ejecutivo fue el Partido Radical de Lerroux, que sin ser un partido patronal tenía muy buenas relaciones con los empresarios y se disponía a revisar lo legislado en el primer bienio, pese a que había sido colaborador de la mayoría de las medidas adoptadas. Muy en particular se deseaba modificar las leyes laborales y agrarias socialistas.

El PSOE se presentó solo, salvo en algunas provincias donde se alió con los republicanos de izquierda, lo que permitió que Azaña salvase su escaño por Bilbao. El partido de Largo Caballero quedó reducido su representación a la mitad. Peor suerte corrió la formación política del alcalde de Almorox (PRRS) que ya se había escindido sin una coalición sólida propia y sólo obtuvo dos escaños en las provincias en las que se unió con el PSOE. Esta situación supuso su hundimiento definitivo.

Tanto en Almorox como en el resto de España ganó la derecha. Los grandes triunfadores de los comicios fueron la CEDA y el Partido Republicano Radical de Lerroux y Diego Martínez Barrios, que ya presidía el Gabinete. Aquella agrupación liderada por Gil Robles consiguió 110 diputados, pero se convirtió en la minoría más numerosa, sin llegar a conseguir la mayoría de la Cámara.

Con esta victoria electoral de la derecha vuelve a la alcaldía Martiniano Silván, y Pedro Peña vuelve a la oposición como concejal. Pero poca información podemos dar de su gestión porque los libros de actas desaparecieron al inicio de la guerra, junto con parte de su archivo municipal. Sin embargo, conviene resaltar la figura de Antonio Quero Garcia (1896-1937), natural de Málaga, casado con Pilar de la Cruz Valencia, oriunda de Villaconejos (Madrid). Ambos llegaron a Almorox en el año 1933 para ejercer su profesión  de maestros. (9)

La profunda preocupación e incertidumbre que el pedagogo señor Quero sufría por el pueblo al que acababa de llegar, quedó reflejada en un cuaderno escolar que uno de sus alumnos conservó con cariño hasta nuestros días. El trabajo escolar, fechado en el curso 1934-35, consistía en una reseña descriptiva o estudio geofráfico, histórico, artístico y cultural de Almorox gobernado por la derecha. El propio maestro maestro dictó al niño, fallecido a los 90 años, Lucilo Silván González.  Decía textualmente así:

“Lo que ésta villa fue, muy alto lo pregona el lema de su escudo: noble, fiel y leal. Lo que es ahora, nos lo dice su actual estado de abandono e indiferencia desde el punto de vista higiénico. Su lamentable atraso intelectual es una consecuencia inmediata de la desmoralización ambiental y de los antagonismos y rencillas personales, así como de las luchas seudo políticas. La decadencia de su producción vitivinícola contrasta con la riqueza y salud de sus aguas, su clima y su suelo, así como sus extensos pinares, únicos en la dilatada provincia de Toledo”. (10)

 

De las palabras “antagonismos y rencillas personales” de este relato escolar, y de la información facilitada por Lucilo Silván, que nos interpretó el sentido de las mismas, se desprende que los enfrentamientos entre Pedro Peña y Martiniano Silván continuaron durante este bienio republicano. Además, el “alumno” nos desveló que la ideología política de  su maestro estaba posicionada a la izquierda de Pedro Peña; y por supuesto, antagónica a la de Martiniano.  Sin embargo, a través de los juicios sumarísimos seguidos en la posguerra, hemos podido constatar que ambos alcaldes actuaron al unísono para sofocar el apoyo de los jornaleros a la revuelta de octubre de 1934. (11)

El movimiento revolucionario del citado año, popularmente conocido como la revolución de Asturias, también tuvo repercusión en un Almorox gobernado por la derecha desde un año atrás. Parece ser que el líder del PSOE, Largo Caballero, venía preparando la insurrección desde principios de 1934; y que el señor Quero venía sujetando a los irritados jornaleros de Almorox desde hacía meses también. Todos se quejaban del retroceso en sus derechos sociales desde noviembre de 1933 en que gobernaba la derecha en España. Pero el maestro de la escuela, más próximo a la corriente moderada socialista de Besterio, tenía mucha influencia sobre la clase obrera almorojana y estaba en contra de violencia alguna.

La huelga general en toda la provincia de Toledo fue general y el comandante militar de la capital, el coronel Moscardó, publicó bandos declarando el Estado de Guerra y la relación de penas que llevaban aparejadas los delitos de rebelión y sedición. Pero la Sociedad Obrera de Almorox, entre otras muchas de la comarca, hizo caso omiso a dichas advertencias y fue necesario enviar un destacamento de la Guardia Civil para disolver a los crispados huelguistas que afluían a la plaza a través de todas las calles que confluían en la misma. Aquí les estaban esperando, junto a la Picota, el primer edil y Pedro Peña Sen, junto a varios miembros de la Benemérita montados a caballo, comandado por el sargento Santiago García Novoa y el guardia Apolonio Ancillo. Tenían sus armas listas para cualquier eventualidad. Ambos políticos, olvidando por momentos su gran rivalidad, se dirigían a la muchedumbre intentando apaciguarla, sin conseguirlo.  Todo parecía presagiar que la agresión se iba a producir, cuando  asomó entre la multitud la figura del maestro. El señor Quero se posicionó junto a los dos dirigentes, que ya habían escalado posiciones hasta el último escalón del antiguo rollo. Desde aquí consiguió convencer a los asistentes, en una gran mayoría seguidores del orador y de Pedro Peña, de que la violencia no era el camino adecuado. Y así, con mucha resignación y rabia, la mayoría de los presentes disolvieron la protesta.

 

El Frente Popular y el inicio de la guerra civil.

 

           Los sucesos de octubre dejaron marcada profundamente a la sociedad española, y al PSOE, que fue el gran derrotado. El reguero de sangre y odio que dejaba atrás, no se podía olvidar con facilidad. En este ambiente crispado, las elecciones generales convocadas para el día 16 de febrero de 1936 eran decisivas para la Segunda República. Tras el paréntesis derechista, era una nueva oportunidad para  sus opositores.

La importancia de los comicios logró algo impensable meses atrás: unir a toda la izquierda en un gran pacto electoral denominado Frente Popular. En cambio, la derecha no pudo armonizar esa fusión.

Los votos obtenidos fueron muy parejos, con ligera ventaja para el Frente Popular. Sin embargo, con la fuerte prima que la ley electoral daba al conjunto, se tradujo en mayoría absoluta de aquella formación izquierdista. Sin embargo en Almorox, y en toda la provincia de Toledo, no ocurrió como en el resto de España. Aquí triunfó la derecha por un amplio margen de votos.

Consecuencia del triunfo electoral del Frente Popular fue el cambio de representantes en los Ayuntamientos. Y en Almorox, aunque el electorado votó a la derecha, el nuevo alcalde sería un socialista: Antonio Quero García, el maestro de escuela. Ligado a la línea anticaballerista del PSOE,  inculcó a los jóvenes izquierdistas de la villa que la violencia no era el camino idónea para salvar la democracia. Sus alumnos le recordaban como un hombre educado, culto, tolerante y afable, que hizo mucho por el pueblo en menos de tres años. (12)

A falta de libros de actas, y demás archivos, ignoramos las razones por las que Pedro Peña Adrada no volvió a retomar el mando del Ayuntamiento, como ocurrió en la mayoría de los pueblos de la comarca. Porque era normal que el gobernador repusiera las Corporaciones municipales destituidas tras los comicios de noviembre de 1933. Sin embargo, suponemos que ocurriría como en Santa Olalla, y algún otro pueblo más, en los que los últimos alcaldes de izquierdas se habían quedado huérfanos, sin partido político, y no tenían apoyo en la capital. También en Almorox, tras la disolución del Partido Republicano Radical Socialista, su líder local pasó a engrosar la formación de Manuel Azaña, Izquierda Republicana. Aunque Pedro Peña siguió acudiendo al Ayuntamiento como concejal. Y ciertamente, si computamos la filiación política de los primeros ediles que presidieron los nuevos Ayuntamientos nacidos del 16 de febrero, en la comarca de Torrijos, verificamos que más del 80% pertenecían al PSOE. (13)

Sea como fuere, lo cierto es que desconocemos la labor realizada por el señor Quero al frente del Ayuntamiento. Sospechamos que, como sucedió en toda la comarca, el maestro ya no pudo contener a los crispados jornaleros del pueblo que vieron como las promesas sociales prometidas por el Frente Popular con se cumplían. Y también sabemos, a través de testimonios orales, que muchos de estos campesinos acudieron en masa a la manifestación celebrada en la vecina Escalona el 8 de marzo de 1936, a pedir pan y trabajo. Aquí, cuatro huelguistas fueron abatidos a tiros por la Guardía Civil en un lugar próximo a la plaza. Ocurría que los asentamientos campesinos en masa se generalizaron, y la conflictividad rural adquirió límites preocupantes para los patronos que se veían despojados de sus tierras. Así, el duque de Güel sufrió la ocupación de su finca, El Alamín, que ya era explotada por familias campesinas ajenas a Almorox desde hacía varios años. (14)

Semanas antes de estallar la guerra, el señor Quero se marchó a su pueblo natal. Después, estimó que el lugar idóneo para defender la Segunda República estaba en el frente de batalla y no en el tranquilo pueblo de Almorox, del que no era oriundo. Antes de su marcha, el profesor buscó la persona más capaz para que le sustituyera en la Corporación municipal. Y acertó en la elección de Calixto Silván González porque evitó que hubiera víctimas al inicio de la guerra, aunque después sería juzgado por los tribunales militares en la posguerra. Este nuevo primer edil, soltero, labrador, y afiliado a U.G.T. desde 1932, sólo tenía 29 años cuando accedió a su cargo a finales de julio de 1936, cuando Almorox contaba ya con 3.130 habitantes. (15)

Durante el tiempo transcurrido entre el golpe de estado del 18 de julio hasta la caída de las localidades a manos de las tropas sublevadas, se produjo una represión indiscriminada contra las personas de derechas, falangistas, sacerdotes y más afectos al alzamiento. Pero en Almorox no hubo que lamentar muerte alguna.  La actividad pacificadora de los señores Quero y Calixto Silván, por su buena relación con el Comité,  pudo ser la causa que evitara la comisión de asesinatos en el pueblo. Sin olvidar, a sus propios miembros y a Pedro Peña Adrada.

Almorox es una de las pocas localidades de la comarca en las que Comité y Ayuntamiento trabajaron al unísono. Al frente de aquel almorojano se encontraban: Máximo García Testillano, Hilarión Díaz Cortés, Natalio Cortés del Casar, Daniel Zárate Gutiérrez, Bernardo Poyo Benito y Cipriano Catalino Alonso. Entre todos hicieron posible algo que el propio Arzobispado de Toledo agradeció años después: facilitaron un salvoconducto al sacerdote para que el día 21 de julio huyera. (16)

El cura estuvo refugiado en diversos parajes de pinares del término, hasta que el día 19 de septiembre fue descubierto por las milicias de Cadalso y conducido a la cárcel Modelo de Madrid; desde allí a la de Porlier donde fue condenado a muerte. Cuando era conducido al lugar de fusilamiento logró escapar, ocultándose en la capital hasta el día de la llegada del ejército sublevado. Tras su protegida huida,  Bernardo Poyo Benito y Cipriano Colino Alonso reconocieron que el Comité incautó la casa del cura párroco para fijar allí su sede. Igualmente, escondieron celosamente en dicha vivienda el farol que iluminaba “la Picota”, que previamente había sido descolgado por los milicianos madrileños. Sin embargo, ningún almorojano pudo evitar los destrozos causados en la iglesia, cuyos autores fueron miembros incontrolados del batallón del Comandante Dueso. A su paso por la villa, camino del frente de batalla, los militares republicanos se alojaron en el templo sin miramiento de ningún tipo. (17)

Antes de su huida, el cura párroco entregó al juez municipal, Santiago Pedraza, y éste al primer edil, un collar de perlas, valorado en más de 75.000 pesetas. Era una ofrenda de Felipe II a la Virgen de la Piedad, patrona del pueblo. El tesoro fue custodiado por Calixto Silván hasta su llegada a Madrid en octubre de 1936. En la capital fue depositado en favor de las autoridades competentes, como era preceptivo con todos los objetos de valor incautados por los Comité. Para ello, el alcalde exigió un recibo de  dicha recepción que firmó el presidente de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra(FETT), Justo Calleja. Sin embargo, una vez acabada la guerra, el collar no apareció. El tribunal militar que juzgo a Calixto le preguntó por su paradero, a lo que el procesado contestó que “a lo largo de los tres años de  guerra se me perdió papel  justificante”.

Casi todos los Comités locales de la comarca de Torrijos actuaron de forma similar porque estaban inmersos en ese proceso revolucionario. Así, destrozaron y quemaron altares, objetos de culto, cruces, custodias, tallas y hasta profanaron cadáveres en las iglesias. También amenazaron a curas y se llevaron el dinero y bienes de hermandades y cofradías religiosas. De igual manera saquearon e incautaron casas y comercios de personas de derechas, impusieron multas y confiscaron cosechas.

Era muy frecuente la llegada de milicianos forasteros para asesinar a las personas más significadas de la derecha en cada pueblo. Previamente, como desconocían quienes eran estas, algún vecino del pueblo les confeccionaba una lista. A Almorox llegaron miembros de la madrileña Brigada de Agapito García Atadell, que se había desplazado hasta la localidad a petición de Juan Jiménez de la Hoz. Aquel era un tipógrafo gallego de treinta y cuatro años, con fama de sanguinario, que había formado parte de la escolta del socialista Indalecio Prieto. Instaló a su grupo de 48 hombres en el palacio de los condes de Rincón, previamente confiscado, en el paseo de la Castellana. (18)

En la relación de vecinos a detener para ser conducidos a Madrid se encontraba Marcelino Escudero Rodríguez, una de los concejales más significadas de la derecha almorojana, y después primer alcalde franquista de la villa. También estaban Sabas Fernández, Carmen y Petra García, Justo Novas y hasta un total de diez personas. Todas ellas fueran apresadas y transportadas a Madrid, a la “Checa” de la que Atadell era jefe. Éste, a pesar de su fama de cruel, fue persuadido por los miembros del Comité almorojano, que se desplazaron a Madrid y consiguieron la liberación de sus paisanos.

La relación entre Calixto Silván y el presidente del Comité fueron cordiales y compartían filiación política y sindicato. Éste último reconoció haber requisado al vecino Leonardo Hurtado Montero 750 pesetas que entregó al alcalde, depositario de las incautaciones y multas. Entre ambos, Corporación municipal y Comité, se apresuraron para agilizar los asentamientos de la finca el Alamín, propiedad del duque de Güel, y otra hacienda propiedad de Ignacio Pedraza. (19)

La estación de ferrocarril que unía Madrid con Almorox siempre estuvo custodiada por milicianos forasteros. En uno de los viajes que los combatientes madrileños realizaron en tren a Almorox, pudo derramarse la primera sangre de la villa en los arcenes de las vías. Sucedió el 10 de agosto de 1936, cuando el falangista Esteban Gutiérrez Sen fue denunciado por Luís Rodríguez “El Mónico”. Después sería conducido al Ayuntamiento por el jefe de milicias madrileña que escoltaba el tren. Mientras tanto, unos vecinos avisaron a Pedro Peña Adrada que se desplazó rápidamente a la Casa Consistorial. Aquí se encontró con el alcalde y otros miembros del Comité que contemplaban atónitos la agresividad del miliciano forastero que acusó de fascista al detenido, sin parar de gritar. Pero en ese momento también resurgió el temperamento de Pedro Peña que voceó más fuerte que aquel. También el exalcalde iba armado y vestido con mono azul.  En tan solo unos minutos, éste persuadió y arrebató la pistola a su probable ejecutor, cuyo nombre ignoramos, pero era apodado “Gaona”. (20)

La misma vestimenta miliciana utilizó Pedro para librar a su hermano Isaías de una muerte segura. Fue una comprometida y arriesgada   misión, en la que también se jugó la suya propia, porque aquel estaba en Madrid y era un destacado derechista. Éste era directivo del periódico La Nación, rotativo que fue financiado desde la administración de la Dictadura de Primo de Rivera, y aquí escribieron plumas tan ilustres como José María Pemán y Calvo Sotelo, que apoyaron el golpe militar.

En septiembre de 1936, Isaías Peña estaba detenido en la madrileña cárcel de Porlier, tras pasar previamente por una checa. La peligrosa misión fue trazada desde Paredes de Escalona y consistía en viajar a Madrid y liberar a Isaías. Para ello, tanto Pedro Peña como sus dos acompañantes de confianza emprendieron su odisea hacía la capital en un vehículo Hispano Suiza, de ocho plazas, propiedad del  Braulio Peña. Vestidos de milicianos y empuñando dos pistolas y un subfusil, no tendrían problemas en salvar los controles de carretera. También portaban documentación falsa, que debían exhibir a su llegada a la prisión. En ella, se  expresaba la necesidad de entregar a Isaías para ser ejecutado por lo portadores de la misma en su pueblo natal. Como la artimaña dio los resultados previstos, el viaje de vuelta a Almorox realizó de noche y con la alegría desmedida de los dos hermanos que no respiraron tranquilos hasta su llegada al pueblo. Una vez aquí, aún en zona republicana, Isaías permaneció escondido hasta la llegada de las tropas sublevadas; pero a Pedro le espera algo peor. (21)

Las fuerzas del ejército expedicionario de África llegaron a Almorox el día 7 de octubre de 1936. Desde que inició marcha en el sur de España se hallaba al mando del teniente coronel Asensio Cabanillas, y que constaba de dos batallones  de la Legión Extranjera y dos tabores de Regulares, las tropas moras. A la columna de Asensio le siguió la de Castejón, que tomó Almorox, y otra tercera columna bajo las órdenes del teniente coronel Tella. El objeto final de estas tres unidades era Madrid, si bien su avance revelaba la intención de abrir un frente muy amplio y arrasar por el camino los pueblos que encontraran a su paso, entre ellos Almorox.

La órdenes implícitas del ejército sublevado estaban claras: “Propinar a las crueles turbas un mazazo rotundo y seco que les dejara inmóviles”. La noticia de sus tácticas se propagó por todas partes y se desató el pánico en los municipios donde se esperaba  su llegada. Por ello, una gran parte de la población almorojana se apresuró a tomar el último tren hacía Madrid. Era el llamado “tren de la huida”. La población quedó diezmada porque todos sabían que “los moros” destruían vidas y enseres.

La apresurada salida del último tren con destino Madrid estaba prevista a una hora determinada del día 7 de octubre de 1936. Era la última oportunidad de emprender el éxodo, porque las tropas africanas estaban llegando a Almorox. Los vagones de madera estaban llenos de nerviosos vecinos que escuchaban a lo lejos algunas detonaciones de los nuevos visitantes a la villa, y entre ellos, su alcalde, Calixto Silván. Todos reclamaban al jefe de estación que adelantara la salida de la hora prevista para evitar una posible masacre. Los ruegos atormentados fueron atendidos por el patrón ferroviario y el tren inició la marcha arrojando el humo de su chimenea hacía el cielo. Cuando avanzaron varios kilómetros todos los “huidos” respiraron profundamente, porque momentos después llegaron los aguerridos “moros” al apeadero. Allí se encontraron a los vecinos Fulgencio Montero y Constancio Cortés. Llegaron aturdidos y jadeantes, con bultos y equipaje al hombro. Sus rostros manifestaban  que habían perdido el tren de la vida. Y así fue, porque serían pasados por las armas cuando sus ejecutores comprobaron que habían llegado tarde a la hora de partida. (22)

El 7 de octubre de 1936 la localidad de Almorox quedó casi desierta de habitantes cuando las tropas nacionales llegaron con la Columna Castejón al frente. La mayoría habían emigrado para nunca más volver, sobre todo los que ostentaron algún cargo público o habían participado indirectamente en algún delito. Otros, incluso de ideología conservadora, simplemente se marcharon ante el temor a los aguerridos moros. Ese mismo día, el general Mola ordena, desde Valladolid, que el campo de aterrizaje de Almorox sea habilitado para llevar los aviones cazas del sector, si sus dimensiones lo permiten. Esta decisión nos permite deducir que ya existía un campo de aterrizaje antes de la guerra civil.

Pero Pedro Peña Adrada permaneció en su pueblo, porque no tenía nada que temer. Sin embargo, sería detenido el 12 de octubre para permanecer apresado, casi un mes, en la cárcel local. La estancia en el calabozo municipal, situado junto a la plaza de la villa, a escasos metros de la picota medieval, fue traumática porque estuvo todo ese tiempo esperando la muerte. Le acompañaban en su reclusión  otros cuatro almorojanos: Vicente Vázquez, Matías Garrido, Carlos Tordesillas y Juan Jiménez de la Hoz. La acusación sobre este último versaba sobre un hecho anteriormente narrado: presentó denuncia contra 21 almorojanos en una checa de Madrid. Del resto, ignoramos los cargos atribuidos por sus guardianes. Y en cuanto al excalde de Izquierda Republica, su militancia política al frente del Ayuntamiento ya era motivo suficiente para los carceleros. (23)

Sobre Pedro no pesaba ningún delito de sangre, ni de ningún tipo, pero las fuerzas militares ya fueron advertidas de su pasado. Sabían que cuando fue proclamado primer alcalde republicano de Almorox, se apresuró a cambiar el nombre de las calles por otras más afines al nuevo régimen. También conocían que estaba afiliado a U.G.T. y a partidos de izquierdas. Tampoco ignoraban sus acusadores, bien informados por la nueva gestora municipal, que el ahora detenido se enfrentó a la Guardía Civil, en octubre de 1934, para evitar un derramamiento de sangre en la revolución de ese año; así como de los mítines políticos  celebrados en un local de su propiedad.  Pero sin duda, la acusación más falsa que vertían sobre el detenido era la de haber denunciado ante una checa de Madrid a los “diez derechistas” almorojanos que nunca llegaron a ser apresados. Aunque todos sabían que el artífice de dicha acusación fue el ya citado Juan Jiménez de la Hoz, ahora argumentaban que Pedro Peña indujo a aquel a formularla; y para mantener esta falsa incriminación presentaron testigos falsos. Sin embargo, el propio autor de la delación, ahora detenido en Almorox, aclaró antes de morir fusilado que Pedro Peña Sen fue ajeno a dicha imputación. (24)

Todo apuntaba a que el exalcalde republicano también iría en la misma saca, pero la intervención del familiar derechista de Paredes de Escalona, Braulio Peña, evitó su muerte. Éste terrateniente llegó apresurado a Almorox para entrevistarse con el alcalde Marcelino Escudero y le dijo: «En Paredes de Escalona tengo detenido al marido de tu hermana, si matan a mi sobrino y no haces nada para evitarlo, vete mañana a las tapias del cementerio a recoger el cuerpo de tu cuñado», le amenazó el cacique al primer edil franquista. Ambos ignoraban que años después serían familia porque un hijo de Pedro, Ciriaco, contraería matrimonio en la posguerra con Martina, nieta de Marcelino.

Y llegó el día tan temido por los seis detenidos, pero que el resto del vecindario ignoraba. A las 5 horas de la madrugada del 28 de octubre de 1936, una camión aparca en la puerta de la prisión y los arrestados con subidos por sus guardianes  al vehículo con dirección a la vecina Escalona para ser fusilados. Pero Pedro Peña no iba en el grupo, y recuperó su libertad horas después, previa multa de 10.000 pesetas que le impuso el primer alcalde franquista, Marcelino Escudero, y el sargento de la Guardia Civil Santiago García Novoa, excediéndose ambos en sus atribuciones. La protesta del protegido  por tan excesiva sanción, no se hizo esperar y viajó hasta Toledo para entrevistarse con el gobernador civil, Silvano Cirujano. Aquí hizo constar que las 10.000 pesetas se las había prestado su tío Braulio Peña, que a su vez lo había recaudado entre la acomodada y conservadora familia de ambos. Días después, las 10.000 pesetas fueron entregadas al gobernador. El texto del recibo era el siguiente:

 

“Se ha recibido de este Ayuntamiento la cantidad de 10.000 pesetas, de una multa impuesta a Pedro Peña Adrada, por el Sargento Comandante de Puesto de la Guardia Civil y Ayuntamiento, por el hecho de correrse el rumor público en esta localidad, que este señor había sido el que había intervenido en la denuncia contra varias personas de derechas de esta localidad, durante la dominación del Gobierno Rojo de Madrid en esta localidad. Y para que conste y pueda justificarse el pago de esta multa, expido el presente recibo, que firma el señor alcalde, Marcelino Escudero, el sargento comandante de puesto dela Guaría Civil, Santiago García Novoa y yo, el secretario, Serafín Vázquez Gonzalez. En Almorox a 6 de noviembre de 1936” (25)

 

Recuperada la libertad, Pedro Peña no tuvo que esperar hasta al 12 de octubre de 1936 (fecha de la llegada de las tropas moras a Paredes de Escalona) para dar las gracias a su tío Braulio, porque este ya se encontraba en Almorox.  En realidad, las felicitaciones fueron mutuas ya que el terrateniente de la localidad vecina había huido, semanas atrás, a buscar refugio en casa de su sobrino Pedro. Este era más respetado por el Comité  almorojano, así como por las milicias forasteras que pretendían asesinar a su familiar.

En aquel otoño de 1936, este secretario del Ayuntamiento de Almorox, seguía enfurecido porque había perdido a un hermano, víctima de furia miliciana. Además, seguía enfrentado a Pedro Peña y no podía olvidar el pasado republicano de éste y sus disputas en el Ayuntamiento durante su mandato como primer edil. Por ello, sería nuevamente detenido el 3 enero de 1937 en la localidad de Almorox, pero sólo por 25 días. Ocurría que aquel funcionario seguía obcecado en la autoría de la misteriosa denuncia de los “diez derechistas”. Pero la liberación fue inmediata gracias a la labor del teniente de la Guardia Civil Gregorio Arbizu Elcarte y de Apolonio Ancillo Hormigos, que convencieron al funcionario de que el tema había quedado esclarecido ya meses atrás. (26)

A pesar de la cordial relación que Pedro Peña mantenía con el primer alcalde franquista y con la Guardia Civil, su pasado republicano estaba muy reciente para emprender aquí un nuevo negocio cuando la guerra acabara.  La población seguía muy recelosa. Como necesita emprender una nueva vida, se marchó a Madrid tras finalizar la guerra y tomo en traspaso una fonda en la Cava Baja llamada La Posada del Dragón.

Final de la guerra. Los tribunales militares.

   

Con el final de la contienda se inició un periodo de sistemática represión por parte de las autoridades franquistas contra miles de republicanos que volvieron voluntariamente a sus casas o fueron detenidos en algún punto de la geografía española. Para legitimar este castigo se apoyó en un sistema judicial basado en el código de justicia militar.

Una gran mayoría de los vencidos de la guerra fueron criminalizados por estar significados políticamente, como fue el caso de Pedro Peña Adrada y Calixto Silván. Entraron en juego antiguas disputas y venganzas personal, como la ya reseñada del secretario del Ayuntamiento contra el exalcalde Pedro Peña.

El día 1 de abril de 1939, los pocos vecinos de Almorox que disponían de radio galenas, escucharon Radio Nacional de España emitiendo el parte de guerra: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.

No todos los habitantes de Almorox celebraron esta fecha. Aquellos que apoyaron al bando republicano, o sus familias, vieron con pesimismo el fin del conflicto por temor a las represalias. Los almorojanos que no estuvieron implicados en los acontecimientos bélicos, pero que se marcharon en tren a Madrid por temor a las tropas moras, volverían en ese u otro medio de transporte a su villa natal.

Los juicios sumarísimos de Almorox resultan sorprendentes por ser los únicos de la comarca donde los informes del alcalde, Falange y poderes locales exculpan la actuación del Comité tras el estallido de la guerra. La explicación es bien sencilla, el derechista Marcelino Escudero Cortés, había sido designado el primer alcalde franquista. Y este salvó la vida gracias a sus convecinos republicanos. Ahora quería corresponderles con la misma moneda. Convenció al jefe de Falange para que emitiera un buen informe de la actuación de sus enemigos políticos. Se hizo constar el riesgo corrido por los frentepopulista que se desplazaron a Madrid, donde fueron tachados de cobardes por los jefes de la checa.

La denuncia de los particulares se convirtió en el primer eslabón de la “justicia”. Como todas las denuncias debían de ser objeto de procedimiento judicial ante los tribunales militares, el secretario de Almorox, Serafín Vázquez González, volvió a acusar a Pedro Peña Adrada. La orden de  procedía, esta vez, de la Brigada Político Social de la Dirección General de Seguridad de Madrid.

Aquí había comparecido a interponer la denuncia, el 13 de octubre de 1939, el provocador secretario del Ayuntamiento de Almorox que no cedía en su empeño de hostigar a su enemigo, Pedro Peña. En sus extensos alegatos insistía en los antecedentes malignos del exprimer edil, perseverando en que fue el autor de la “denuncia de los diez”. Además, anunció como posibles testigos a las hermanas Carmen y Petra García García, así como a Natalio Cortés Prado y Daniel Zarate Gutiérrez. (27)

En su defensa, el inculpado alegó que en el Almorox no hubo represión  alguna gracias a él, y al Comité que recibió consejos suyos de como liberar a  presos de una checa madrileña. Se refería al hecho ya relatado anteriormente, ocurrido en septiembre de 1936, de cuando Pedro cuando Pedro liberó a su hermano. Y ahora argumentaba, en su defensa, que sería una contradicción interponer una denuncia contra diez vecinos de tu pueblo y luego asesorar al Comité en la forma que debe actuar para conseguir su liberación. Y como este razonamiento fue confirmado por el teniente de la Guardía Civil, Gregorio Arbizu Elcarte, y el cabo Apolonio Ancillo Hormigos, hijo de Bernabé Ancillo Rodríguez, brigada del mismo cuerpo que falleció en el asedio del Alcázar, la causa se archivó sin cargo alguno para el procesado.

También se siguieron otros consejos de guerra contra más vecinos. Pero como no hubo muertes que lamentar, el objeto de los procesos iban referidos a hechos de menor trascendencia.

Como la casa del cura fue incautada por el Comité para destinarla como sede, Bernardo Poyo Benito y Cipriano Colino Alonso fueron denunciados por su convecino Jesús Gutiérrez Martínez al finalizar la contienda. Les acusaba de asaltar la casa rectoral donde vivía el denunciante con su hermano Saturnino. Pero esta simple denuncia dio lugar a la instrucción de un extenso sumario que se separaba de los hechos denunciados, para enjuiciar la actuación global del Comité. Pero fueron condenados a una  pena de 6 años de prisión mayor, que luego les fue conmutada años después. Otros como Daniel Zárate Gutiérrez y Natalio Cortés del Casar no llegaron a ser juzgado por que el Fiscal retiró su acusación contra ellos argumentando que “sólo fueron vocales del Comité y su actuación no fue relevante”. (28)

Por su parte, el último alcalde republicano de Almorox, Calixto Siván Gonzalez, manifestó ante el tribunal que le juzgó, que los destrozos en la iglesia fueron llevados a cabo por “cinco o seis miembros incontrolados” del batallón del comandante Dueso a su paso por la localidad camino del frente. El primer edil justificó no poder evitar tales desmanes anticlericales, pues se produjeron al albergarse la tropa dentro de la iglesia parroquial. También reconoció verse en la necesidad de “incautar catorce novillos, propiedad del vecino Andrés Retuerte, para dar de comer a todos los militares republicanos alojados en el templo”. Y prueba de que el primer edil decía la verdad ante los militares que le juzgaban, lo acredita el  propio reconocimiento que la Iglesia le dispensa en uno de los libros editados por el Arzobispado de Toledo. En la sentencia, dictada en Talavera de la Reina el día 29 de mayo de 1942, el alcalde fue condenado a 30 años de reclusión, pero sólo cumplió los primeros años de la pena al ser indultado en 1945. (29)

Hubo otros consejos de guerra con reducida repercusión penal, como el seguido contra Hilario Díaz Cortés, Natalio Cortés del Casar, Daniel Zárate Gutiérrez y Cipriano Catalino Alonso. En sentencia dictada en Escalona el 5 de julio de 1939 cuyo fallo recogía expresamente “que sólo se les condena a 6 años de prisión dada su escasa peligrosidad”. Pero no cumplieron toda la condena porque la pena les fue conmutada. (30).

Al igual que no hubo víctimas de vecinos de derechas en aquel sangriento verano de 1936, tampoco nos consta el fallecimiento de ningún almorojano ejecutado por sentencia  dictada por los tribunales. Así, Almorox es el único pueblo objeto de nuestro estudio de investigación sin represión en forma de muertes, lo que debe ser motivo de orgullo y reconocimiento a todas aquellas personas que contribuyeron a esa proeza.

Incautación de bienes por parte de Marcelino Escudero………..

 

 

(1) Boletín Oficial de la Provincia de fecha 17 de abril de 1931. Archivo de la Diputación Provincial de Toledo.

(2) Ibidem

(3) PARRO CARRASCO, Máximo: Historia de Almorox. Autoedición, Toledo 2003, pp. 12.

(4) Renovación, de fecha 15 de mayo de 1931.

(5) El Castellano, de fecha 23 de mayo de 1931.

(6 Testimonio de la familia  en entrevista realizada a Pedro Peña, nieto de Pedro Peña Adrada.

(7) MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio y MORALES PÉREZ, Belén: Segunda República y guerra civil en Santa Olalla. Toledo, 2016. Ledoria, pp. 123

(8) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 191, Legajo 1564, seguido contra Pedro Peña Adrada.

(9) PARRO CARRASCO, Máximo: Historia de Almorox. Autoedición, Toledo 2003, pp. 12.

 

(10) Cuaderno escolar del nonagenario, ya fallecido, Lucilo Silván González,

(11) Testimonio de Lucilo Silván Parro en entrevista realizada el 12 de mayo de 1989.

(12) Ibidem

(13) MORALES GUTIÉRREZ, Juan Antonio y MORALES PÉREZ, Belén: Segunda República y guerra civil en Santa Olalla. Toledo, 2016. Ledoria, pp. 123

(14) Ibidem

(15) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 4527, seguido contra Calixto Silván González.

(16) RIVERA, F.J. La persecución religiosa en la provincia de Toledo, páginas 115 y ss

(16) FÉLIX GARCÍA, Roberto. Vestigios de la Guerra Civil en la provincia de Toledo. Blog del autor.

(17) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 3672 seguido contra Bernardo Poyo Benito y Cipriano Colino Alonso.

(18) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 4527, seguido contra Calixto Silván González.

(19) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 191, Legajo 1564, seguido contra Pedro Peña Adrada.

(20) Ibidem

(21) Ibidem

(22) Testimonio de Máximo Parro Carrasco en entrevista de fecha 22 de abril de 2020.

(23) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 191, Legajo 1564, seguido contra Pedro Peña Adrada.

(24) Ibidem

(25) Ibidem

(26) Ibidem

(27) Ibidem

(28) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 3672 seguido contra Bernardo Poyo Benito y Cipriano Colino Alonso.

(29) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumario 4527, seguido contra Calixto Silván González.

(30) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 3860, Signatura 192/2 Legajo 564, seguido contra Hilario Díaz Cortés, Natalio Cortés del Casar, Daniel Zárate Gutiérrez y Cipriano Catalino Alonso.

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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