Aldea en Cabo en la Guerra Civil

ALDEA EN CABO

Como ocurriera en tantas poblaciones de la comarca, los maestros, médicos y secretarios del Ayuntamiento eran los dirigentes locales más activos de los partidos de la izquierda y derecha, a quienes los afiliados o simpatizantes seguían con admiración. La incultura de éstos seguidores hacía que las instrucciones dadas por sus líderes (en su mayoría habían sido destinados a la villa tras terminar sus estudios), fueran acatadas sin reflexión alguna.

Este influjo de los licenciados universitarios instruidos sobre los ignorantes aldeanos se aprecia nítidamente en esta villa que sólo contaba con 850 habitantes. Aquí la izquierda encontró a su jefe en la persona de Ernesto Gómez Llopis, maestro de la escuela de niños, que había llegado a la población procedente de Madrid en el año 1934. Y la derecha hizo lo propio con el médico Arturo Viñuelas García, también originario de la capital. Cuando estalló la guerra ambos titulados abandonaron la villa hacia sus lugares de origen, dejando desamparados a algunos de sus seguidores que llegaron a pagar con su vida. Éste fue el caso del alcalde socialista Benigno Jiménez Rodríguez, quien sería asesinado en extrañas circunstancias a las pocas semanas de la llegada de las tropas nacionales a su pueblo natal, el 7 octubre de 1936.

Los enfrentamientos entre ambos cabecillas forasteros,  médico y maestro, se remontaban a las elecciones generales de febrero de 1936, impugnadas en la localidad por el Frente Popular. En el acta de alegaciones del recurso se decía: “Se designó de presidente de mesa a un elemento de Acción Popular llamado Arturo Viñuelas, médico de la localidad, que ha amañado las actas y coaccionado a los electores”. (1) La versión de los hechos que daba, según él, al respecto el citado galeno, presidente de la mesa electoral, era muy distinta: “El maestro de escuela intentaba convencer de sus ideas marxistas al electorado, que votó masivamente a la derecha. Intenté impedírselo y se produjo un alboroto que tuvo que ser sofocado por la Guardia Civil”, concluía.(2)

Cuando comenzó la contienda, el maestro Llópis se apresuró a nombrar un Comité entre los vecinos más destacados de la izquierda local: tales fueron los hermanos Catalino y Félix Jimeno Morón y Timoteo Montero Muncharaz. Todos ellos, junto con su infortunado alcalde, Benigno Jiménez Rodríguez, evitaron derramamientos de sangre; pero algunos pagaron con varios años de cárcel.

La realidad fue que ni una sola arma se disparó en Aldea en Cabo durante aquel verano del 36, a excepción del tiro fortuito de la pistola del alguacil del Ayuntamiento, Valentín Almorox, ocurrido en agosto de dicho año.  La bala se alojó en la mano izquierda de su hijo, quien inconscientemente manipulaba el arma. El único médico que se encontraba en la villa, Arturo Viñuelas García, jefe de Falange, tuvo que operarle de urgencia, sin que influyeran en él las diferencias ideológicas que les separaban.

La primera actuación del Comité, como en tantas otras localidades,  fue requisar las armas a los derechistas quienes aún conservaban algunas en su poder, después de la orden gubernativa dada semanas atrás. También realizaron pequeñas incautaciones de dinero, trigo y animales a los vecinos más pudientes de la villa. Incluso llegaron a sacrificar un novillo confiscado a Ángel Almorox Montero del que todos  comieron en la plaza, y  el resto de la carne fue vendida por el Comité para recaudar fondos.

Algunos derechistas, como el jefe de Falange, José Jiménez Almorox o Emiliano Polo Ramón, fueron advertidos de que “deberían esconderse o marcharse”. Otros como José Almorox Prieto y su hijo se pasaron a zona nacional, dejando en la Aldea a su esposa Joaquina y la hija de ambos, Ángela.

Todo transcurría por estos cauces hasta que en agosto del 36 llegaron a Aldea en Cabo un grupo de milicianos forasteros con intención de detener a los derechistas más destacados. El alcalde, Benigno Jiménez, evitó dichos apresamientos, pero se le impuso a cambio una anticlerical obligación:” Si la próxima vez que volvamos a la villa  no hay santos e imágenes sagradas quemadas, incendiaremos toda la iglesia”, advirtieron los desconocidos. En el consejo de guerra seguido contra Mariano Martín Prieto, llevada a cabo en el año 1939, afirmó el acusado que los santos e imágenes sagradas las cargaron en la carreta de Valentín Almorox,  para ser  transportadas, por miembros del Comité, a 1 Km de la población, al paraje conocido como “El Lomo”, donde fueron quemadas.

Y una vez más, esta furia iconoclasta inicial fue la que desató los posteriores conflictos en Aldea en Cabo, porque la amenaza o promesa de los foráneos milicianos fue acatada bajo coacción por los miembros del Comité local el 10 de agosto. Pero no se admitieron más chantajes y lo que no se permitió es que nadie atentara contra el cura párroco, que  vivió protegido en el pueblo en casa de un sobrino, e incluso ofició misa hasta el mismo 27 de julio. Después huyó a Velada, su pueblo natal. (3)

La vida continuó con una tensa normalidad, hasta que dos disparos al aire sonaron en el silencio de la noche del 12 de septiembre de 1936. El autor de los mismos fue un hijo de Melchor Prieto Almorox, llamado Andrés. Este hecho sirvió de pretexto para que unos días después, llegara a la población un teniente republicano de Escalona procediera a la detención de una decena de vecinos que fueron conducidos a la cárcel de Escalona. Es decir, la argucia de los disparos sirvió para argumentar que individuos de ideología derechista estaban provocando conatos de violencia, y así justificar su detención.(4) Entre los apresados, María Castellanos Jiménez, Gervasia Montero Muncharaz, Joaquina Prieto Martí y su hija Ángeles, Matilde Jimeno Montero, Valentín Morón Almorox, Mariano Romero Jiménez y Ceferina Jiménez Galán. Después, ante la inminente llegada de las tropas nacionales a Escalona, estos aldeanos fueron puestos en libertad.(5)

Semanas después del día 7 de octubre de 1936, tras la llegada de las tropas nacionales a Aldea,  fueron asesinados en un lugar próximo a Maqueda el alcalde, Benigno Jiménez y Valentín Almorox, que junto a Francisco Rodríguez, Timoteo Montero y Lorenzo García Hernández fueron las únicas muertes ocurridas en la localidad de forma violenta, éste último ejecutado en Toledo en 1939.

 

(1)  Acta de Impugnaciones de las elecciones de febrero de 1936, cuyo original se encuentra en los archivos de la Diputación Provincial de Toledo.

(2) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 7641, Legajo 564. Esta declaración firmada por el líder de Acción Popular se encuentra en el consejo de guerra seguido contra el presidente del Comité, Timoteo Montero Muncharaz.

(3) RIVERA, F.J.; La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo(1936-1939); Editado por el Arzobispado de Toledo, año 1995., pgs 115 y ss.

(4) Archivo General e Histórico de Defensa. AGHD. Sumarios 16.331, seguido contra Félix Gimeno Morón y Francisco Almorox Morón, condenado a 30 años de reclusión mayor en sentencia en Madrid el 6 de septiembre de 1939.

(5) Testimonio del vecino Eusebio Jiménez Martín (1916-2008), en entrevista realizada el 14 de mayo de 2001 manifestó: “ Aquí no hubo represión contra los derechistas del pueblo. Sin embargo, cuando llegaron los nacionales en octubre de 1936 nos llevaron presos a cinco vecinos a Escalona, y Timoteo Montero se tuvo que marchar la monte. No sabemos cuándo ni cómo mataron al alcalde Benigno Jiménez y Valentón Almorox, pero debió ser en enero de 1937. Sus cuerpos siguen desaparecidos; así como el de Francisco Rodríguez”

(6) Testimonio del vecino Eusebio Jiménez Martín (1916-2008), corroborado por más de una decena de almorojanos. Además,  en el juicio sumarísimo seguido con el alcalde republicano  Pedro Peña se hace constar que éste marchó a Madrid tras finalizar la guerra y tomo en traspaso una posada en la Cava Baja llamada “La Posada del Dragón”. Aquí volvió a ser detenido y denunciado por el secretario del Ayuntamiento de Escalona porque un hermano de éste era de los 5 fusilados en Almorox.

 

 

 

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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