Segunda República en Fuensalida (Toledo)

          Esta localidad ya contaba en 1931 con servicio de Correos y Telégrafos, así como con el matadero municipal más moderno de la comarca, con cuatro grandes naves, en las que empleaba a más de 200 trabajadores. Pero también disponía de un gran término municipal sembrado de vides, olivos y cereal que daban trabajo a la casi totalidad de jornaleros del pueblo.

Las elecciones municipales de abril de 1931 llevaron con claridad a la alcaldía al socialista Matías Cudero Bolonio, sin necesidad de repetir comicios. Éste primer edil tuvo la difícil tarea de gobernar una villa donde la conflictividad laboral fue de las más enconadas de la provincia, al existir un fuerte asociacionismo obrero y patronal en torno a sus respectivas organizaciones.

Esta rotundidad electoral se debió al voto de los obreros del campo quienes llevaban años organizados en torno a la Sociedad Obrera “La Unión”, que presidía Cesáreo López y contaba con más de 800 afiliados. Desde diciembre de 1930 explotaban una tahona que elaboraba más de 900 panes diarios con cuyos beneficios se adquirió la propiedad del inmueble que constituía su amplia sede.

El primer bienio republicano transcurría con normalidad, hasta que un suceso conmocionó la población el día 7 de octubre de 1932. Ocurrió que el nuevo alcalde, Julián Sánchez Chiquito, que sustituyó a Cudero, solicitó ayuda al Gobernador para pacificar los consabidos enfrentamientos surgidos entre patronos y obreros. La culminación de esta rivalidad laboral se produjo en la convocatoria de huelga del  citado día  que coincidió con la detención imprevista del vecino Anastasio Sánchez Redondo. Como éste había robado unas ovejas, prestó declaración ante el juez en las dependencias del Ayuntamiento, a cuyo alrededor se arremolinaron los huelguistas. Como el acusado comenzó a dar gritos, de manera injustificada y sin fundamento alguno, la muchedumbre pensó que la Benemérita le estaba maltratando. A continuación, las masas excitadas intentaron asaltar el Ayuntamiento con gran virulencia, “a pesar de que el alcalde socialista les intentaba explicar que no había maltrato alguno”, narraba El Castellano.

La Guardia Civil causó la muerte al obrero Gregorio García Arellano con un fusil marca Mauser  utilizado por el cuerpo. También falleció una niña de dos años de edad en brazos de su abuela, que también resultó herida, junto con dos vecinos más. La Casa del Pueblo fue clausurada por el Gobernador civil practicándose más de veinte detenciones y los hechos fueron objeto de debate en la prensa local y nacional. El diputado conservador Dimas de Madariaga lo relataba así en El Castellano:

       » Nuevamente ha corrido la sangre en tierras toledanas. Otra jornada triste en Fuensalida, motivada por la ofuscación de las gentes. Un rumor insensato, cuya falsedad testificaba el propio alcalde socialista, les llevó a enfrentarse con la fuerza pública. El huracán de peligrosas doctrinas azotó ayer en Villa de Don Fadrique y sigue azotando hoy los pueblos toledanos. Periódicos disolventes siguen alimentando sencillas inteligencias. Entre tanto, ¡una oración por los muertos! ¡una flor sobre la tumba de esa pobre niña, inconscientemente mezclada en el choque entre la masa desbordada y los agentes de la autoridad!»

Por su parte, el periódico socialista El Heraldo de Toledo, solicitaba que el asunto se elevara al Parlamento para esclarecer los hechos, ya que el médico había dictaminado que la bala que mató a la niña, de arma corta, era diferente al Mauser   que hirió a su abuela.

Los libros de actas del Ayuntamiento de la localidad sólo dedicaron unas líneas a los graves sucesos:

«Profundo disgusto el que ha producido el acto de protesta injustificada por parte de la clase obrera. La detención y posterior protesta del vecino Anastasio Sánchez Redondo por el hurto de reses lanares, originaron un choque sangriento con la Guardia civil que ha causado muertos y heridos»

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Juan Antonio Morales Gutiérrez
moralesgutierrez@telefonica.net

Después de "Una memoria sin rencor", Juan Antonio Morales Gutiérrez y Belén Morales Pérez, padre e hija, presentan la segunda entrega de la trilogía, que es independiente de la primera. Pese a que algunos de sus personajes principales aparecen en ambas narraciones, "Secuelas de una guerra" no es una continuación de aquella; aunque comparten el mismo espíritu y denominador común: narrar acontecimientos históricos con nombres y hechos verdaderos. Este segundo volumen se inicia en julio de 1936, con el asalto al cuartel de la Montaña en Madrid, continúa con los sucesos de Paracuellos del Jarama y finaliza en la primavera de 1981, tras el fallido golpe de Estado del 23-F. Pedro Rivera, alcalde derechista de Gerindote (Toledo), huye a Madrid tras ser expulsado de su pueblo después de la victoria del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936. Tras el golpe de militar del 18 de julio, esconde en su portería del barrio de Argüelles a un exministro de la CEDA perseguido por la revolución miliciana, Federico Salmón Amorín. El destino de ambos es la cárcel Modelo de la capital y su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama. Después aparecen nuevos personajes, todos ellos militantes del Partido Comunista, uno de los cuales interviene desde el exilio en la resistencia contra el régimen de Hitler y la frustrada invasión del Valle de Arán. Cada uno de sus episodios ha sido extraído fielmente de un hecho verídico; cada uno de ellos tiene una existencia real y una personalidad auténtica. Esta es la historia de esos hombres que sobrevivieron o murieron luchando contra el fascismo. "Secuelas de una guerra" es una novela de reconciliación, de amores, sentimientos y de ausencias, que utiliza el recurso de hacer regresar al pasado bélico a sus protagonistas, mientras relatan cómo vivieron la posguerra y la transición democrática en España.

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